Llegada a Tenerife.
Salimos de Madrid en torno a las 11:30 de la mañana y, sin mayores cuestiones dignas de contar, llegamos a Tenerife sobre las 13:15, hora local. Siempre es una gozada ganar una hora de horario diurno al viajar, pero en el mes de diciembre todavía lo es más. Mientras mi marido esperaba que saliera la maleta que habíamos facturado, yo me dirigí al mostrador de la Oficina de Turismo, donde un amable empleado me facilitó todo tipo de información, incluyendo folletos, planos y demás. Es bastante interesante perder unos minutos allí, sobre todo si se utiliza coche de alquiler, porque facilitan un mapa de carreteras sumamente útil, al margen de que luego se emplee el navegador del coche o del teléfono. También me dieron un mapa de senderos muy interesante.
Plano de carreteras que me facilitaron en la Oficina de Turismo del Aeropuerto.
Acto seguido fuimos a la caseta de Cicar, donde nos entregaron las llaves de nuestro coche, que no era el Ford Fiesta que habíamos reservado en principio (lo he contado en la etapa anterior) sino un flamante Seat Arona, que se portó estupendamente bien a lo largo de todo el viaje. El tema de la climatología era toda una incógnita. Se anunciaba una DANA (la típica gota fría rebautizada últimamente) que afectaría a toda la península y también a las Islas Canarias con bastante intensidad. ¡Vaya por Dios! Por los pronósticos de las últimas horas, parecía que el itinerario que tenía preparado se tambaleaba peligrosamente. En fin, tendríamos que ir paso a paso, emulando a Simeone. De momento, cuando bajamos del avión, vimos que estaba muy nublado, pero afortunadamente no llovía. Lo curioso era que las nubes negras parecían estar de sombrero sobre la isla, mientras que en el océano, al fondo, se veía un cielo de un precioso color azul y aparentemente despejado. En cualquier caso, hay que meterse en la cabeza que no siempre es verano en Canarias y menos en el norte de las islas, algo que ya sabíamos de ocasiones anteriores, pero que cuesta trabajo asumir.
Itinerario de la jornada sacado de Google Maps.
EL SAUZAL.
Ya cerca de las dos de la tarde, lo que más nos apetecía era, lógicamente, comer, así que, después de poner gasolina, fuimos hacia la localidad de El Sauzal, que está a unos trece kilómetros del aeropuerto, tomando la salida 21 de la Autovía TF-5, en dirección al Puerto de la Cruz. Ya en el pueblo, vimos que no había demasiado ambiente, pero localizamos un restaurante abierto con buena pinta y allá que nos dirigimos. Tomamos vino de la tierra (una frasca de un blanco buenísimo), las obligadas patatas con mojos, lapas, ensalada local de tomate y queso de cabra, dos pescados rarísimos, un postre y dos cafés, 55 euros. Más caro de lo que pretendíamos, ya que buscábamos un simple menú, pero es lo que tiene entrar y pedir en restaurantes sin carta, donde el camarero te va haciendo sugerencias de viva voz. Pero, bueno, tampoco podíamos quejarnos. Al final, comimos bien y en poco tiempo, justo lo que necesitábamos para aprovechar la jornada. Por cierto, una cuestión a tener en cuenta al pedir la comida es que los canarios suelen poner mucha guarnición con los platos y las patatas ("papas arrugás") con mojos (verde y rojo), aparte de estar estupendas, añaden calorías y sacian el apetito.
Después del almuerzo, dimos una pequeña vuelta por el pueblo, donde se encuentra el Museo Casa del Vino de Tenerife en una finca donde se ofrecen catas y tiene restaurante, que puede resultar muy atractivo para los aficionados. También nos asomamos a uno de sus balcones más famosos, el Mirador de la Garañona, con bonitas vistas en ambas direcciones, el mar bastante bravo y unos nubarrones negros muy poco prometedores, que incluso dejaron escapar tres o cuatro gotas de lluvia.
DE CAMINO A GARACHICO.
De nuevo en el coche, nos dirigimos por la susodicha TF-5 hacia el Puerto de la Cruz, cuyos edificios contemplamos desde la carretera, copando una gran extensión de terreno hacia la playa. ¡Cuánto ha crecido desde la última vez que lo vimos! A poco de sobrepasar esta turística población, se acaba lo bueno en cuanto a carretera se refiere. Para cerrar la autovía que circunda(rá) la isla falta el tramo que va desde el Puerto de la Cruz hasta Santiago del Teide, unos 48 kilómetros que, en el mejor de los casos, se tarda una hora y diez minutos en hacer. Baste decir que si se va hasta Santiago del Teide en sentido contrario, todo por autovía, se recorrerían 135 kilómetros en una hora y media. Ilustrativo, ¿verdad? Sin embargo, como solo se puede utilizar lo que existe, los 48 kilómetros que hay desde El Sauzal hasta Garachico nos llevó una horita. ¡Y qué cantidad de tráfico hay en Tenerife! Esto sí que lo encontramos cambiado respecto a nuestro último viaje largo a la isla, en los años noventa.
GARACHICO.
Esta localidad es una de más importantes de Tenerife en el plano histórico, puesto que después de la llegada de los castellanos se convirtió en el principal puerto pesquero de la isla, lo que le trajo una gran prosperidad económica y comercial que se vio reflejada tanto a nivel social, con la llegada de familias adineradas e influyentes, como en su arquitectura, con la construcción de edificios notables durante los siglos XVI y XVII.
Lamentablemente, la floreciente historia de Garachico cambió de modo brusco el 5 de mayo de 1706, cuando una erupción del volcán de Trevejo (Montaña Negra) destruyó gran parte del pueblo con sus lavas, que descendieron por las laderas sepultando casas y cubriendo el puerto. Curiosamente, entre los vecinos no se produjeron víctimas mortales, pero la actividad portuaria y, por lo tanto, comercial se trasladó al Puerto de la Cruz, dejando a Garachico como un modesto refugio de pescadores.
Una consecuencia positiva de la erupción fue que la colada de lavas hizo que el municipio ganase terreno al mar, que se aprovechó con la llegada de los turistas para hacer unas piscinas naturales que se llaman “El Caletón”. No obstante, durante nuestra visita pudimos ver que este bello lugar fue prácticamente barrido por unas riadas a finales de 2018 y todavía se están realizando obras para su reconstrucción. Asimismo, es un lugar donde se contempla un bonito atardecer.
En la actualidad, en Garachico residen cerca de cinco mil personas, que se dedican fundamentalmente a la agricultura, el pequeño comercio y el turismo. Debido a su importancia en el pasado, cuenta con un rico patrimonio histórico-artístico muy bien conservado, reconocido como Bien de Interés Cultural en 1994. Además, Alfonso XIII le concedió el título de Villa y Puerto en 1916.
Entre unas cosas y otras, la villa de Garachico es uno de los pueblos más bonitos de la isla de Tenerife y merece mucho la pena darse una vuelta tranquila por su casco antiguo, descubriendo sus bellas casas de estilo canario, que nos trajeron el recuerdo de las que habíamos visto en La Laguna, al igual que sus plazas, sus iglesias, sus conventos y sus ermitas, enmarcadas por un paisaje volcánico donde reina el pino canario.
Durante nuestro paseo por sus coquetas calles de casas de colores y vistosas macetas en las aceras, fuimos viendo los lugares destacados de que hablan las guías, por ejemplo, la Ermita de San Roque, a la entrada de la villa, construida por los vecinos de Garachico en el siglo XVII.
En el entorno de la Plaza de la Libertad se ubican varios de los edificios más atractivos de la población, como la Iglesia Matriz de Santa Ana, cuyo origen se remonta a 1520, pero que tuvo que ser reconstruida en 1706 al resultar muy afectada por la erupción del volcán; el que fuera Convento Dominico de San Francisco, hoy convertido en residencia de ancianos, con su bella fachada original de siete balcones, si bien la torre estaba oculta por unas lonas de obra; y el Ayuntamiento, instalado en una antigua casa palaciega.
Además, otras casas señoriales dignas de mención son la Casa de los Ponte, la Casa del Marqués de la Quintana Roja (del siglo XVI, hoy hotel rural), la Casa Palacio de los Condes de la Gomera, etc. También muy cerca de la Plaza de la Libertad, vimos el Parque de la Puerta de Tierra, en el que aún se conserva la puerta que daba paso al viejo puerto de Garachico, en el siglo XVI. Asimismo, se puede ver un antiguo lagar y un espacio dedicado a Rafael Alberti que estuvo allí en 1991.
De nuevo de cara al mar, nos encontramos con acantilados de roca negra, y un bonito paseo que va desde el puerto pesquero, junto al que se ha construido recientemente otro deportivo, hasta el Castillo de San Miguel, una torre defensiva de mediados del siglo XVI, que se erigió durante el reinado de Felipe II para proteger a la población del ataque de los piratas desde el mar.
Frente a la costa, divisamos la mole del Roque de Garachico, un espacio natural protegido con categoría de Monumento Natural y que se ha convertido en uno de los símbolos de la localidad.
Siguiendo hacia el norte, por la carretera, pasamos por una cala con una pequeña playa de arena negra y llegamos hasta el Mirador del Emigrante, que nos ofreció una bonita perspectiva de Garachico y de su Roque. Su nombre se debe a la escultura dedicada al emigrante canario, obra del escultor Fernando García Ramos y que se colocó en el mirador en 1990. Vimos unas escaleras que conducen a las rocas sobre las que se precipitan las olas, pero estaban cerradas por desprendimientos. Debe ser peligroso bañarse allí. Por eso estaban acotadas las piscinas naturales que ahora están en reparación.
Sin embargo, los mejores miradores sobre Garachico están en la montaña adyacente, a los que iríamos al día siguiente, ya que estaba a punto de anochecer. Anticipo una foto.
Después de contemplar una bonita puesta de sol, aunque casi sin sol, emprendimos viaje hacia nuestro lugar de alojamiento, en Icod de los Vinos, a 7 kilómetros de distancia. Pero ese relato lo dejo para la etapa siguiente para no dispersar la información sobre cada sitio.