Itinerario de la jornada:
LA LAGUNA. PARQUE RURAL DE ANAGA: SENDERO DEL PIJARAL O DEL BOSQUE ENCANTADO. PUNTA HIDALGO. AEROPUERTO TENERIFE-NORTE.
PARQUE DE ANAGA: SENDERO DEL PIJARAL O DEL BOSQUE ENCANTADO.
Desayunamos en Nava y Grimón, al lado del hotel donde nos alojábamos (La Laguna Gran Hotel). Nos sorprendió por todas las cosas ricas que tenían. Pedid la carta. Merece la pena y no es caro. Después salimos hacia el Parque Rural de Anaga. Se había vuelto a estropear el tiempo: otra vez las nubes. No llovía, pero en las alturas amenazaba algo peor: la niebla.
Así de oscuras nos encontramos las vistas sobre la costa de San Andrés desde el Macizo de Anaga.
Enfilamos hacia el Centro de Visitantes, donde me explicaron que teníamos que dirigirnos al lugar llamado La Ensillada, para lo cual teníamos que seguir por la TF-12 hasta el desvío hacia el Mirador del Bailadero y, desde allí, continuar unos cinco kilómetros por una pista bastante estrecha hasta que viésemos el cartel indicador del inicio de la ruta, con la pista de un claro donde habría algún coche aparcado. Me dijeron que llevásemos la reserva a mano por si nos la pedía algún vigilante, lo que luego no ocurrió.
Como ya he comentado, para recorrer el Sendero del Pijaral, también conocido como la Senda del Bosque Encantado, es preciso solicitar un permiso en la página web del Cabildo Insular, pues es un espacio protegido al que solo pueden acudir 45 personas al día como máximo. La reserva es gratuita.
Uno de sus alicientes principales es que alberga una estupenda muestra de laurisilva, reducto vegetal de la Era Terciaria, que sobrevive únicamente en las islas macaronésicas, es decir, Canarias, Madeira y Azores. Nos encantan los paisajes en que aparece la laurisilva, así que siempre que tenemos ocasión, vamos a verlos. Aunque hemos visitado varios en las islas que he nombrado y todos nos han gustado muchísimo, recuerdo en especial los del Parque Nacional de Garajonay en La Gomera. Una maravilla.
El Sendero del Pijaral debe su nombre a la abundancia de un helecho gigante de hasta tres metros de longitud, la pijara, que combinado con la laurisilva proporciona un ambiente mágico al bosque, sobre todo en caso de lluvia fina o neblina, algo muy habitual por la intervención de los vientos alisios en el norte de la isla.
Los datos de la ruta son los siguientes: itinerario circular de 6,7 kilómetros, que se recorre en unas tres horas o tres horas y media. Es sencillo, pero se debe ir con cuidado si llueve o ha llovido mucho en días anteriores porque el terreno puede volverse bastante resbaladizo. Nosotros encontramos algo de barro, aunque no nos ocasionó demasiados problemas. Llover no llovía, era más bien una humedad extrema, como pequeñas gotas suspendidas en el aire formando una nebulosa que hacía imprescindible llevar puesto un chubasquero.
En la primera parte, se recorre un estrecho sendero que se adentra en una maraña de especies vegetales como laureles, acebiños, tilos, sauces canarios, brezos, hongos, musgos y líquenes, entre los que llaman la atención las enormes pijaras, que ya he mencionado. Pronto nos damos cuenta de que lo que nos rodea hace honor a su nombre y parece que estemos en un misterioso escenario encantado, en el que pronto surgirán los personajes propios de los cuentos, tanto buenos como malos.
Tranquilamente (apenas nos cruzamos con cinco personas) fuimos recorriendo el sendero, fácil excepto algún corto tramo en descenso, donde el barro obligaba a extremar las precauciones para no resbalar, llegamos a la Piedra La Jurada, lugar donde antaño se hacía carbón, y, luego, a nuestra izquierda apareció la fantasmagórica silueta del Roque Anambro, una antigua chimenea volcánica que alcanza los 815 metros desde el nivel del mar.
Una hora después del comienzo de la caminata, llegamos al Mirador del Tejo, considerado el punto intermedio de la ruta, desde el que se pueden contemplar unas fabulosas vistas de las playas de Benijo y Almáciga, que habíamos visitado unos días antes. Bueno, doy por sentado que es cierto por las fotos que he visto, ya que por experiencia propia solo puedo confirmar una impresionante cortina de niebla que no permitía ver absolutamente nada en ninguna dirección. Una pena.
Desde allí, para hacer la ruta circular, tomamos la pista que nos devolvería a la carretera después de cruzar un bosque que seguía embelesándonos, aunque con otras sensaciones que el sendero anterior, mucho más estrecho.
Cuando salimos a la carretera, nos dimos cuenta de que teníamos que retroceder por ella al menos un kilómetro y medio hasta llegar a la Ensillada, donde habíamos dejado el coche. A unos metros de la carretera parece que se puede acceder a otro sendero que también conduce a la Ensillada a través del bosque, pero no lo vimos indicado y preferimos no arriesgar porque el tiempo de que disponíamos ya era muy limitado.
Esta ruta nos gustó mucho y nos hizo recordar los maravillosos bosques de laurisilva del Parque de Garajonay, en La Gomera, mucho más que el Sendero de los Sentidos, también bonito pero no tanto.
LA PUNTA DEL HIDALGO.
Para aprovechar las escasas tres horas que nos quedaba en la isla (nuestro avión salía a las siete), decidimos acercarnos a la Punta del Hidalgo, lo que nos supuso una hora de coche porque circular por el Parque de Anaga está reñido con las prisas. Era una zona tradicionalmente pesquera y de agricultores que con el boom turístico se transformó en un importante vacacional a partir de los años ochenta del siglo XX.
Fuimos hasta el final de la carretera para contemplar el panorama desde el Mirador de la Punta, con el cielo oscuro confiriéndole un aspecto tenebroso a la fila de acantilados rocosos que se adentraban en el mar, mientras que, a sus espaldas, emergían las montañas envueltas en brumas del Parque de Anaga, en las que acabábamos de estar.
Retrocedimos hasta las urbanizaciones en busca de un lugar donde tomar un café. Nos costó más de lo esperado porque no había demasiado ambiente, pero al final lo logramos. Nos llamó la atención un bonito Belén instalado en la calle.
Y también vimos un curioso faro que data de 2007, uno de los siete que permanecen en funcionamiento en las costas de Tenerife. Como curiosidad, decir que apareció en un sello de Correos del año de su inauguración.
Ya no había tiempo para más. Fuimos al aeropuerto, devolvimos el coche, facturamos la maleta, esperamos la salida del avión y volvimos a casa sin más cuestiones dignas de mención.
En esta ocasión prefiero no hacer un resumen del viaje ni sacar conclusiones porque me resulta difícil hacerlo respecto a un destino que hemos visitado ya cuatro veces en décadas diferentes, lo cual demuestra que realmente nos gusta. Y así es. Sin embargo, tengo que confesar que la sensación que nos ha quedado ahora es un poco agridulce, posiblemente haya sido a causa de los bandazos meteorológicos, o por las jornadas tan cortas debido a la época del año, pero también porque hemos visto una isla de Tenerife bastante más masificada de lo que recordábamos, con mucho tráfico y multitud de gente por todas partes (o casi). Quizás sea porque nuestros últimos viajes a Canarias han sido por islas más tranquilas, como El Hierro y La Gomera, incluso Fuerteventura. Por eso hemos disfrutado sobre todo de los sitios donde es preciso pedir autorización o hacer reserva previa, lo que trae como consecuencia menos afluencia. Por lo demás, Tenerife es una isla sumamente bella que, sin duda, encandilará a todo el mundo, cualesquiera que sean sus preferencias porque tiene de todo y de lo más variado: una isla de contrastes, sin duda. De hecho, estoy convencida de que para nosotros habrá un quinto viaje.