Y tirando pal sur que me encuentro un pueblito, Foz de Arelho, que indica que tiene parking para autocas, (gracias Portugal, tú sí que nos cuidas) y allí que me encamino, siguiendo las flechitas como si miguitas fueran para encontrar el camino. Es un parking muy grande, de tierra, con una cadena, con un teléfono para que venga la guardesa a abrirte el paso. Cuesta 4 euros y tiene unos pabellones que deben de ser baños, duchas etc...pero yo con ésto del Covid me lo hago todo en mi casita ambulante porsiaca. Está al lado de una laguna y, andando un poco, tienes mar abierto y una serie de bares donde tomar algo o cenar muy a gustito. Voy andando al pueblo tras acomodarme pues mi cargador se ha roto y, hoy día, sin móvil no somos nada (con él tampoco pero bueno) hasta dar con un chinurris muy agradable que, tras preguntarme por mi marido y ver que estaba sola, se lanzó a invitarme a un café, oye...y mira que los chinos son cerrados, pues éste no, era super salado, pero lo rechacé muy amablemente para no romper otro corazón ;). Una vueltecita, cervecita viendo el atardecer en la terraza...ayyyy, qué momentazos nos brinda la naturaleza y la cebada, qué simbiosis! A cenar cerquita del parking un bacalao a la manera de la cocinera, muy rico y a muy buen precio, como casi siempre.
A la mañana siguiente, a probar las calmadas aguas de la laguna, que se agradece tras tanto revolcón en las olas locas atlánticas. Baño tras baño, llega la hora de comer, ésta vez tocan unos verdeles al grill con su correspondiente guarnción y empapados de su vino verde...qué placer. Echar siestita en la playa, bañito a mar abierto para espabilar y a la furgo a recoger el campamento de nuevo. Un no parar!
Otra vez a la aventura, para variar, así me va...de pena, 3h y media de viaje para acercarme a Cascais y llegando, control policial, papeles, alcoholemia...un completo vamos, menos mal que salí indemne y seguí camino esperando llegar a mi destino...qué inocente. Sin querer acabé ya de noche en el Cabo de Roca, la punta de la nariz de la península, el punto más occidental de Europa. Me quedé porque había otra furgo, si no, no me hubiera atrevido pues la verdad es que no era muy acogedor. Solitario y un viento de mil demonios, decidí quedarme quietecita, castigada sin salir y sin cenar, que mañana sería otro día.
A la mañana siguiente, a probar las calmadas aguas de la laguna, que se agradece tras tanto revolcón en las olas locas atlánticas. Baño tras baño, llega la hora de comer, ésta vez tocan unos verdeles al grill con su correspondiente guarnción y empapados de su vino verde...qué placer. Echar siestita en la playa, bañito a mar abierto para espabilar y a la furgo a recoger el campamento de nuevo. Un no parar!
Otra vez a la aventura, para variar, así me va...de pena, 3h y media de viaje para acercarme a Cascais y llegando, control policial, papeles, alcoholemia...un completo vamos, menos mal que salí indemne y seguí camino esperando llegar a mi destino...qué inocente. Sin querer acabé ya de noche en el Cabo de Roca, la punta de la nariz de la península, el punto más occidental de Europa. Me quedé porque había otra furgo, si no, no me hubiera atrevido pues la verdad es que no era muy acogedor. Solitario y un viento de mil demonios, decidí quedarme quietecita, castigada sin salir y sin cenar, que mañana sería otro día.