Amanecimos en el mismo sitio donde estábamos amarrados la noche anterior, si bien durante el desayuno el barco inició una breve travesía hasta alcanzar el lugar donde se ubica el templo cuya silueta habíamos contemplado desde la Presa durante nuestra primera excursión a Asuán. Por lo que he leído, estos templos son accesibles en excursión de media jornada desde Asuán.
Situación del templo de Kalabsha según Google Maps.
Nos disponíamos a visitar New Kalabsha, donde se reubicaron para su salvación de las aguas cuatro templos que originariamente estaban situados en un radio de 50 kilómetros al sur de la Alta Presa, en la Baja Nubia. Debido a la variación en el nivel del agua, este lugar se convierte a menudo en una isla, como era el caso.
Nuestro guía nos dio todo tipo de explicaciones tanto en exteriores como en interiores. Luego nos dejó bastante tiempo libre para recorrer la isla a nuestro aire. El paseo resultó muy agradable, pues las panorámicas eran francamente bonitas, tanto de los templos como de Asuán.
Para los antiguos egipcios, el templo suponía la imagen en piedra del universo, alineado a lo largo de un eje longitudinal rodeado de amplios muros en representación de la tierra que recibía el flujo del Nilo hasta Egipto y las montañas entre las que se elevaba el sol. En su construcción, no utilizaban arcos ni bóvedas, sino que para soportar la estructura se valían de soportes horizontes y verticales decorados con elaborados relieves e inscripciones. Habitualmente, constaba de una avenida procesional o dromos a la entrada, que solía estar flanqueada por esfinges. El pilono o puerta monumental consistía en dos torres trapezoidales ligadas por un puente de mampostería que componían la fachada. Daba acceso a un patio interior o peristilo, que estaba abierto y rodeado por pasillos con columnas. A continuación, se situaba la sala hispótila, cerrada y con poca luz, cuyo techo estaba sostenido por columnas. El santuario interior, con la imagen de la deidad, era el espacio más alejado y oscuro, rodeado de capillas laterales, salas de almacenamiento y una antesala con la barca del dios. Los elementos arquitectónicos solían estar revestido de relieves, grabados e inscripciones.
Vista lateral del templo de Filé.
Templo de Kalabsha.
Se empezó a construir en torno al año 30 a.C., ya durante la dominación romana, sobre un santuario anterior, del que se hallaron estructuras de tiempos de Amenofis II y Tolomeo IX. De estilo tolemaico, pese a quedar inacabado, se considera el más bello y grandioso templo de la arquitectura egipcia en Nubia aparte de Abu Simbel. Fue consagrado a Marut o Meruel, nombre nubio del dios egipcio Horus, también conocido como Mendulis entre los griegos. Con unas dimensiones de 76 metros de largo por 22 de ancho, está formado por un pilono, al que se llega tras ascender a través de una calzada situada al borde del agua, un atrio con pórticos en los tres lados, una sala hipóstila con doce columnas, dos vestíbulos y el santuario.
Cuenta con numerosos relieves, en los que se representa a Amenofis II y también a Augusto, vestido de faraón, ofreciendo presentes a los dioses; también contiene inscripciones referidas a Silki, el rey de los nubios, celebrando su victoria sobre los pueblos del desierto en el siglo V a.C.
En definitiva, un templo muy bonito e interesante.
En definitiva, un templo muy bonito e interesante.
Templo o Quiosco de Qertassi o Kertassi.
Construido en la época Tolemaica, este pequeño templo, más bien un quiosco, está dedicado a la diosa Isis. Lo forman cuatro columnas que se conservan íntegras y las dos de la entrada principal están presididas por la cabeza de la diosa Hathor. Pese a su reducido tamaño, resulta de lo más fotogénico, a lo cual colabora su emplazamiento.
Templo de Gerf Hussein.
Originariamente se encontraba ubicado a 90 kilómetros al sur de Asuán. Lo mandó construir Seteu, virrey de Nibia, para Ramses II y estaba dedicado al dios Ptah-Tenen, protector de los ejércitos del faraón. Parcialmente excavado en la roca, su estructura interior era similar a la de Abu Simbel. Desafortunadamente, en gran parte quedó sumergido en las aguas tras la construcción de la Gran Presa, pues solamente se pudieron trasladar los elementos no excavados, que son los que pudimos ver en la isla de New Kalabsha.
Templo de Beit el Wali.
En árabe, el nombre significa “casa del hombre santo o del gobernador”, este templo rupestre se remonta a la XIX Dinastía. Dedicado a Amón-Ra, fue el primer templo que Ramses II construyó en esta región en lo que se piensa que fue una forma de reafirmar el control egipcio sobre Nubia. Consta de un atrio, un vestíbulo y un pequeño santuario. Sus paredes muestran relieves de corte militar y narran las victorias obtenidas por el faraón sobre pueblos asiáticos, libios y nubios. Al igual que otros templos, fue utilizado posteriormente como iglesia.
En el interior de los templos se permitía sacar fotos sin flash, con lo cual no desaprovechamos la ocasión. Aunque quedaron mejor o peor, esas imágenes siempre me ayudan a recordar aquellos lugares.
Desde la parte alta del templo de Kalabsha pudimos contemplar también algunas panorámicas de la zona de Asuán en torno a la presa y el inconfundible Edificio de la Amistad Egipcio-Soviética, erigido por los egipcios como agradecimiento a la ayuda y financiación que les prestó la URSS para su construcción. Su estructura singular domina el paisaje.
De regreso al barco, divisamos unas bonitas panorámicas de los templos que acabábamos de visitar. Tras encontrarnos un gracioso barquito sobre la cama, almorzamos e iniciamos la navegación rumbo a Wadi el Seboua.
Pese a hacer calor, que aumentaba según nos dirigíamos más al sur, la temperatura era agradable al atardecer y, mientras tomaba el consabido té con pastas, me gustaba mucho permanecer en cubierta, contemplando unas orillas a veces lejanas y casi siempre desérticas, muy diferentes de las riberas verdes y llenas de vida que tanto había disfrutado en el crucero por el Nilo. A las cinco y media ya era de noche, pero antes de que reinara la oscuridad no podía dejar de explayarme con la espectacular puesta de sol que tenía delante.
Concluida la cena, asistimos a un pequeño espectáculo preparado por la tripulación y, luego, salimos a cubierta para continuar el rito iniciado la noche anterior, de charlas y juegos de mesa con nuestros compañeros de habla española. Ya muy de noche, cuando el cielo estaba negro, el barco nos sorprendió dejándonos completamente sin luz artificial pero no a oscuras. ¿Qué pasaba? Enseguida nos dimos cuenta: teníamos miles de estrellas sobre nuestras cabezas. Corrimos a las tumbonas y nos echamos para contemplar el firmamento. En medio de la nada, a cien kilómetros de la civilización, el cielo se había convertido en un espectáculo inenarrable. Nunca lo había visto así ni lo he vuelto a ver, ni siquiera en pleno desierto. Fue algo especial y maravilloso. Lástima que no disponga de imágenes de aquello porque mi cámara no lo permitía. Así que me conformaré con poner unas que tomé del atardecer.