Los aficionados al senderismo (y no tanto) de Madrid conocen perfectamente este lugar, especialmente mítico para la gente de mi generación, pues fue escenario de frecuentes escapadas de adolescencia, estrenando carnets de conducir de amigos y novietes, que tomaban prestado el coche de sus padres. Por entonces, los viajes a otras provincias, y no digamos al extranjero, no eran tan habituales como ahora y bañarse entre aquellos canchales, a los que se trepaba después, constituía toda una aventura.
Situación de La Pedriza y la Charca Verde en el mapa peninsular (según Google Maps) y en la Comunidad de Madrid.
Y no es que actualmente haya dejado de ser un sitio de lo más concurrido sino todo lo contrario, pero las connotaciones han cambiado bastante, ya que el curso alto de nuestro querido río Manzanares (denominado Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares) afortunadamente ahora forma parte de un espacio catalogado como Parque Nacional desde 2015 y, por lo tanto, goza de una protección y unos controles de acceso que no existían antaño. En cualquier caso, toda esta zona serrana siempre ha destacado por su paisaje pintoresco y su gran belleza natural.
Si consultamos las guías, leeremos que el lugar llamado La Pedriza está situado al noroeste de la provincia de Madrid, en el municipio de Manzanares el Real (pueblo notable también por su castillo) y es un batolito granítico de gran interés geológico, formado por riscos, paredes rocosas, canchales y arroyos, en donde la erosión ha producido en las rocas durante millones de años formas de lo más variopinto y de gran atractivo para escaladores y excursionistas. Ocupa 3.200 hectáreas, su altitud va de los 829 metros sobre el nivel del mar en el Embalse de Santillana hasta los 2.029 en los riscos de las Torres y se encuentra en la vertiente sur del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, que comparten las provincias de Madrid y Segovia, y que es el segundo más visitado a nivel nacional después del de las Cañadas del Teide.
Entre las muchas rutas de senderismo que se pueden realizar, en esta etapa voy a mencionar una de mis preferidas por bonita y sencilla, aunque también es la más conocida por los madrileños y, por tanto, la más concurrida: la Charca Verde. Sin embargo, creo que mucha gente de otras provincias no conoce estos lugares porque al venir a Madrid buscan otro tipo de cosas. Por eso le voy a hacerle un cariñoso hueco en este diario.
Precisamente, debido a la masificación de visitantes, sólo está permitido el acceso a los aparcamientos hasta completar el cupo en verano (1 de junio a 30 de septiembre) desde las 7:30 a las 9:30 (10:30 los días laborables) y desde las 18:30 hasta las 22:30; el resto del año las restricciones únicamente se aplican los fines de semana, estando cerrada la barrera de 10:30 a 16:00. Ni que decir tiene que para disfrutar lo máximo del entorno es totalmente aconsejable acudir en día laborable. Y mejor si es en primavera porque habrá más agua.
EN BUSCA DE LA CHARCA VERDE.
A comienzos de la segunda semana de marzo teníamos programada una de las comidas que solemos hacer durante el invierno en Segovia. Sin embargo, viendo la que se nos venía encima con el dichoso coronavirus y temiendo un inminente confinamiento, decidimos cambiar el destino y en vez de meternos en un restaurante de otra ciudad, preferimos ir a pasear por el campo, donde resultaría posible mantener ciertas distancias por aquello del riesgo al contagio. Naturalmente, todavía no existía ninguna de las prohibiciones de movilidad que se impusieron después.
Y como hacía muchos años que no íbamos, decidimos pasarnos por La Pedriza, que debía estar especialmente bonita con las últimas lluvias. Además, al ser invierno, no existían limitaciones en los aparcamientos. Bastante gente había tenido la misma idea y se veía un buen número de coches, pero en modo alguno había aglomeraciones como se insinuaba en algunos medios de comunicación; y menos aún en pleno bosque, por donde se caminaba manteniendo grandes distancias entre personas.
Desde Madrid se tarda poco más de una hora en llegar hasta Manzanares el Real, bien yendo por la M-607, vía Colmenar Viejo, o por la A-6 hasta Collado Villalba, donde se toma el desvío hacia la M-608. Una vez allí apenas nos acordábamos de cómo funcionaba el asunto del parking, ya que cuando íbamos en los viejos tiempos se podía circular en coche hasta las inmediaciones de la charca, a través de una pista que todavía existe, pero que ahora es exclusivamente peatonal y para servicios del Parque.
Ruta desde Madrid, según Google Maps.
Hay varios aparcamientos, que se pueden elegir, aparte del cupo, dependiendo de la ubicación de la actividad que se vaya a realizar, con lo cual a nosotros nos interesaba llegar lo más adelante posible. No tuvimos problemas, puesto que había sitio libre en todos ellos. El primero se encuentra junto al Centro de Visitantes, el segundo es el de Quebrantaherraduras y el tercero, que se llama Canto Cochino, es el más indicado para acercarse a la Charca Verde.
Aparcamientos desde Manzanares el Real, según Google Maps.
En principio teníamos previsto hacer una ruta más larga, continuando desde la Charca Verde a los Chorros del Manzanares, pero se nos había hecho un poco tarde y decidimos renunciar a la segunda parte y volver un par de días después, lo cual ya resultó imposible por el confinamiento.
Desde el mismo aparcamiento, donde hay un bar que estaba cerrado y que, supongo, solamente abre en verano o, quizás, también los fines de semana, ya se pueden divisar varias espectaculares formaciones pétreas y algunos senderos que, trepando entre las rocas, conducen a una zona en alto desde la que se contemplan grandes panoramas y numerosas figuras rocosas con nombre, como el Yelmo y el Elefantito, adonde queremos llegar en alguna otra ocasión.
El camino más sencillo para ir a la Charca Verde es seguir la pista que va paralela al río a lo largo de unos tres kilómetros, pero preferimos hacer una variante circular a través de un sendero que sube hacia el bosque. Cruzamos por una pasarela de madera a la derecha, el río quedó a nuestra izquierda y dejamos la casa de la Majada de la Pedriza a nuestra espalda.
Pese a estar aún en invierno, el día era magnífico y entre los pinos ya pudimos disfrutar de algunas piedras muy curiosas. Estábamos ascendiendo y, a tramos, el camino se empinaba bastante, pero no resultaba especialmente cansado.
Tras un rato, salimos a una especie de mirador panorámico, desde el que contemplamos unas bonitas panorámicas con el fondo de la pedrera que enmarca la Charca Verde.
Desde allí, tomamos uno de los senderos que baja de nuevo hasta la orilla del río y que nos permitió seguir contemplando curiosas piedras de todos los tamaños y formas.
Llegamos al Puente de la Charca Verde, pero en vez de cruzarlo seguimos por el sendero, con el río a nuestra izquierda. A partir de aquí, empezamos a divisar espectaculares vistas de los saltos de agua del Manzanares, ya que, como he mencionado, había llovido y su aspecto era espléndido. No se trata de cataratas sino de cascadas que forma el agua al saltar sobre las rocas, formando bonitas pozas escalonadas.
Para obtener las mejores perspectivas, hay que acercarse a los cortados, caminando sobre las enormes piedras, pero con un poco de cuidado no resulta especialmente peligroso.
¡Qué bonito estaba todo, y qué sosegado! La verdad es que no lo recordaba así, y no tanto porque la belleza del paisaje fuera distinta sino por la tranquilidad que se respiraba. En aquellos tiempos lejanos, estaba copado hasta el último rincón por multitud de personas que iban a darse un baño, algo prohibido ahora, pero que entonces se permitía. Sin embargo, no nos engañemos, que gente nunca falta. Pero, claro, en invierno las cosas son diferentes tanto en la afluencia como en el paisaje, que se veía muy verde.
Continuamos caminando hacia la Charca Verde, frente a la que llegamos después de meternos por las rocas y saltar a través de ellas. En este punto no hay camino, por lo que cada cual tiene que apañárselas como pueda. Al fin, divisamos la Charca en todo su esplendor, cuyo nombre se explica nada más ver el color del agua. Sin embargo, la mejor perspectiva está por el otro margen. Iríamos luego.
El paisaje de canchales y la pedrera que contemplábamos suponía todo un espectáculo, que ha servido de escenario para el rodaje de multitud de películas.
De improviso, nos sorprendió un grupo de cabras que aparecieron casi en estampida. La verdad es que no sé qué pudo haberlas asustado; nosotros no, eso seguro, porque más bien fue al contrario .
Retrocedimos unos metros, llegamos a la orilla del río y tomamos nuestros bocadillos contemplando el alegre discurrir del agua en su camino hacia la civilización para convertirse en un modesto icono natural de la gran urbe que lo espera solo a cincuenta kilómetros.
Después, regresamos al puente, lo cruzamos y seguimos por la orilla opuesta para llegar a la Charca por el camino contrario, donde las piedras negras, rosas, marrones y amarillas adquieren un toque mágico. Hay indicadores que señalan la dirección, pero el sendero no existe y la meta y el itinerario vienen marcados por la osadía de cada uno. En cualquier caso, las perspectivas eran magníficas.
A un lado de la pista vimos el cartel que señala la ruta hacia el Puente del Francés y los Chorros del Manzanares, que nos quedó pendiente para otro día. Seguimos un rato más entre las piedras hasta llegar al mirador de la Charca Verde, desde donde se puede alcanzar también al borde del agua, lo que no era nuestra intención en ese momento.
Tras un ratito de hacer cabriolas para sacar algunas fotos sin despeñarnos, volvimos al aparcamiento por la pista paralela al río, que da acceso a un sendero que se acerca al agua varias veces, ofreciendo nuevas vistas espléndidas.
Nos gustó mucho la excursión a un lugar que presenció innumerables escapadas de nuestra juventud y al que hacía muchos años que no íbamos. Sinceramente, fue un recuerdo muy grato que traje a la memoria bastantes veces durante la pesadilla que ha supuesto el virus y a lo largo del confinamiento, que comenzó unos pocos días después
.Un precioso lugar natural a pocos kilómetros de Madrid. Hay que conservarlo así de bello, o más.