Esta es una de las rutas de senderismo que incluye la Oficina de Turismo de Patones en su página web turismo.patones.net/ ...-la-parra/, de la cual se puede descargar el folleto con el plano (del que acompaño una foto más abajo), el track de la senda e información adicional. Por ejemplo, se advierte de que al ir el camino paralelo al curso del río Lozoya existe la posibilidad de desbordamientos e inundaciones en periodos de fuerte deshielo o lluvias abundantes. No era nuestro caso, así que no tuvimos ningún problema, si bien el río estaba muy bien de agua, con lo cual en un día soleado de mediados de marzo la excursión nos salió perfecta. Por cierto, que hay otra ruta, una senda verde la Comunidad de Madrid, que va desde Patones hasta la Presa del Pontón de la Oliva, bastante más corta. Pero nos decidimos por ésta porque nos pareció más interesante.
SITUACIÓN EN EL MAPA PENINSULAR Y EN EL DE LA COMUNIDAD DE MADRID.
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El comienzo de la ruta se localiza en el aparcamiento de la Presa del Pontón de la Oliva, que se encuentra a 4,5 kilómetros después de pasar el pueblo de Patones de Abajo, en un giro a la izquierda. Está perfectamente indicado, así que no hay posibilidad de perderse.
La distancia desde el centro de Madrid capital hasta dicho aparcamiento es de 78,9 kilómetros y se tarda en torno a una hora en llegar si las circunstancias del tráfico son normales. El itinerario habitual, sugerido por Google Maps, es ir por la A-1 hasta la salida 50 y allí tomar la M-320 hacia Torrelaguna, en cuyas inmediaciones se coge la M-102, que nos conducirá hasta Patones de Abajo y luego al aparcamiento.
DATOS DE LA RUTA.
Estos son los datos de la ruta que recoge la ficha de la Oficina de Turismo de Patones, que se puede descargar en su página web y de la que pongo una fotografía.
Longitud: 15,4 kilómetros (total ida y vuelta)
Duración: 5 horas
Sentido: Ida y vuelta por el mismo camino.
Desnivel: elevación máxima 750 metros, elevación mínima 710 metros.
Grado de dificultad: fácil, por sendero y pista forestal.
NUESTRA RUTA.
En esta ocasión, difiere bien poco de la oficial, ya que el sendero a seguir es el que es, aunque tampoco hay que despistarse porque de puro fácil nosotros nos confiamos en un punto y tuvimos que retroceder algunos metros para retomar el correcto, lo que junto con unas cuantas vueltas que dimos para mirar otra cosa hizo subir la distancia total de nuestro recorrido hasta los 17,48 kilómetros, con 5 horas y 51 minutos de duración, incluyendo paradas para fotos y bocadillos. Pongo una captura de mi copia local de wikiloc. No aporta demasiado, pero muestra el perfil, por si puede dar una idea. Algún día conseguiré grabar las rutas en condiciones, con sus indicaciones pertinentes, y me atreveré a publicarlas... o eso espero .
Como se puede apreciar, el desnivel es mínimo, si bien no se deja de subir y bajar durante casi todo el camino, aunque de forma muy suave. Por eso, la caminata resulta muy agradable y, por lo general, bastante cómoda, sobre todo en el segundo tramo, que se realiza por pista forestal. La ruta va pegada casi en todo momento al río Lozoya, al principio a un nivel más elevado y luego muy cerca de la orilla.
Era un lunes laborable, llegamos al aparcamiento a mediodía y nos sorprendió la cantidad de coches que había, pues estaba casi lleno. No esperábamos tanta afluencia, la verdad. El caso es que encontramos un hueco de milagro. A nuestro alrededor, el campo estaba bastante verde.
Enseguida nos llamó también la atención una mancha de tonos marrones a lo lejos, en la montaña. Creo que son unas impresionantes cárcavas a las que se llega en una ruta senderista que sale también de por aquí. Tenemos muchas ganas de hacerla, pero las formaciones se encuentran en Valdepeñas de la Sierra, ya en la provincia de Guadalajara, cuyo territorio está al lado, y, de momento, tenemos prohibido cruzar la “frontera” entre nuestras dos comunidades autónomas. En fin, confiemos en que todo, en especial la pesadilla sanitaria, se solucione lo antes posible.
Pasamos una barrera para vehículos no autorizados y tras recorrer unos escasos cien metros teníamos a la vista la Presa del Pontón de la Oliva, que data de 1857 y que actualmente se encuentra en desuso, con el fondo casi seco, como pudimos comprobar desde un mirador con barandillas de diseño de aspecto muy decimonónico, al igual que las pasarelas.
Esta presa forma parte del sistema de canalizaciones que se construyó en la segunda mitad del siglo XIX para asegurar el abastecimiento de agua a Madrid, cuya población, que entonces superaba los 200.000 habitantes y no dejaba de crecer al ser la capital del Reino. Si bien se han modernizado las instalaciones con la construcción de nuevos embalses, hoy en día sigue siendo el Canal de Isabel II el que proporciona agua potable a la ciudad y a gran parte de la comunidad. La Presa del Pontón de la Oliva era la sexta y última dispuesta en el cauce del río Lozoya y también la más antigua, aunque se utilizó apenas durante un par de años, puesto que pronto comenzaron a producirse graves filtraciones que la hicieron inservible para su propósito fundamental: almacenar agua. Al cabo de unos años se sustituyó por el Embalse de El Vellón, 22 kilómetros aguas arriba, que se inauguró en 1882.
En cualquier caso, la presa se conservó como parte del patrimonio histórico de esta zona, perteneciente a la Sierra de Ayllón, que se encuentra entre las provincias de Madrid y Guadalajara.
No se puede cruzar por encima la presa, que es un simple muro; se pasa por el lado izquierdo de la misma, a través de un par de pasarelas metálicas que proporcionan unas buenas panorámicas, sobre todo hacia un imponente risco en forma de espolón que teníamos enfrente y donde pudimos contemplar a un nutrido grupo de escaladores colgados de sus verticales paredes. Ahora sabíamos dónde estaban los ocupantes de la mayor parte de los vehículos que había en el aparcamiento, ya que senderistas éramos muy poquitos. De hecho, apenas nos cruzamos con una docena de personas en todo el recorrido.
Avanzamos por la izquierda, dejando el río a nuestra derecha, y tomamos un estrecho sendero entre la vegetación, a un nivel elevado sobre el cauce. El camino no tiene ningún problema, con algunas piedras y un poco roto, aunque solo al principio. Sin embargo, he oído comentar a un par de personas que pasar por allí les dio vértigo. Así que lo comento por si acaso, aunque, si eso sucede, la solución sería fácil y rápida: darse la vuelta, pues no habíamos andado ni un kilómetro.
Las vistas eran muy bonitas, con el cauce que aparecía y desaparecía entre los árboles desnudos de hojas y con un atractivo macizo montañoso coronado por espectaculares cárcavas enfrente.
Un kilómetro después nos encontramos con las primeras construcciones del Canal de la Parra, con sillerías de piedra caliza. Allí varias personas estaban disfrutando de un picnic. Luego ya sí que apenas nos cruzamos con nadie.
Poco a poco, fuimos perdiendo altura al mismo tiempo que las paredes rocosas de enfrente se iban suavizando, convirtiéndose en redondeadas laderas verdes. El entorno era bucólico y muy bonito, transmitía paz y bienestar. Además, aquí el sendero era llano y sumamente cómodo, propicio para un agradable paseo.
Muy cerca de las orillas del río, comenzamos a encontrarnos con gran cantidad de sauces y fresnos, algunos de enorme tamaño, lo que nos sugirió que deben ser bastante viejos.
A nuestra izquierda, entre las rocas, fuimos viendo también unas oquedades que no eran naturales, pues se trata de las llamadas “minas de ataque”, “unas galerías horizontales hacia el Canal, que servían como accesos, facilitando el transporte de materiales durante su construcción y la entrada de los trabajadores”, de acuerdo con las explicaciones de un panel informativo.
Continuamos avanzando por un sendero junto al río y en alguna zona pudimos comprobar la razón de la advertencia de la Oficina de Turismo en cuanto a tener cuidado por posibles desbordamientos del río en momentos de lluvias abundantes o de deshielo. Ciertamente, los visibles estragos en árboles de gran tamaño asolados confirmaba la violencia que pueden alcanzar estas aguas en determinadas circunstancias.
El río Lozoya atraviesa trasversalmente la Comunidad de Madrid. Nace a 2.020 metros de altitud, en Peñalara (Sierra de Guadarrama), alimentado por el aporte de varios arroyos de alta montaña y sus aguas, que abastecen a Madrid, están consideradas entre las de mayor calidad de toda España.
En su parte alta, entre Cotos y Rascafría, se llama río de la Angostura y ofrece unos panoramas preciosos, pues discurre en medio de un bosque de cuento, sobre todo en épocas en que no hace demasiado calor. El relato está en la etapa anterior de este diario y su enlace es el siguiente: VALLE DE LA ANGOSTURA, RASCAFRÍA (MADRID). UN BOSQUE DE CUENTO.
El Lozoya tiene una longitud de 91 kilómetros y desagua en el Jarama, cerca de Uceda, en Guadalajara, por su margen derecho, después de haber descendido más de 1.500 metros de altitud desde su nacimiento.
En un momento dado, el sendero desembocó en una pista forestal, que ya no abandonaríamos en todo el recorrido hasta nuestro destino final. Naturalmente, el paseo se hizo todavía más cómodo y menos aventurero aún, pero no por ello menos atractivo, ya el río y su vegetación, casi salvaje, seguían ofreciéndonos paisajes muy bellos.
Paramos a tomar nuestros bocadillos en una pradera plagada de margaritas, frente al agua: un auténtico placer. Muy cerca vimos “una almenara con un puente en la red de estructuras del Canal de la Parra” y, enfrente, un panorama tan verde que me trajo el recuerdo de otros lares más al norte. Y es que cambian tanto estos paisajes en verano, cuando se seca la hierba… Sin embargo, en los albores de la primavera (también en el otoño) los panoramas son de postal de revista de viajes.
Un poco más adelante nos encontramos con una buena cantidad de vacas, algunas con sus terneros, aposentadas muy anchas sobre la hierba, hartas tras un buen pasto. Alguna se dirigía al río a beber.
Al cabo de un rato, llegamos a una zona donde unos carteles requerían precaución por la presencia de “abejas trabajando”. Y es que hay varios colmenares por aquí, algunos de ellos los divisamos, tras unas alambradas
No tardamos en alcanzar otro punto interesante: la presa de Navarejos, que se construyó en 1860, en apenas cinco meses por la urgencia de tomar agua del río, debido a los problemas que estaba sufriendo la Presa del Pontón de la Oliva. Está en ruinas, pero el entorno es realmente idílico, rodeado de fresnos, sauces, alisos y rosales silvestres mirándose a modo de espejo en las quietas aguas, allí retenidas un poco por la minúscula presa. Todavía les faltaban las hojas, pero ya despuntaban en muchas de sus ramas.
Ya faltaba muy poco para el objetivo final, que apareció de improviso ante nuestros ojos, al volver un recodo. El Azud de la Parra se inauguró en 1904 con el objetivo de sustituir a la presa de Navarejos. La construcción posterior de los Embalses de El Vellón y el del Atazar lo dejó sin uso habitual, pero el Canal de Isabel II lo conserva en funcionamiento para ser utilizado en caso de sequía.
La estampa, con el agua saltando por encima de la presa y el macizo rocoso de enfrente, era muy atractiva y propicia para la foto final de la excursión. Aunque hay una pasarela, un indicador del Canal prohíbe cruzarla. De todas formas, se aprecia bastante bien el panorama hacia ambos lados
Hasta aquí, habíamos caminado unos 8 kilómetros. Nos faltaba otro tanto, ya que hay que regresar por la misma ruta. Quizás, que no sea lineal constituye el único inconveniente de esta caminata, teniendo que hacer la ida y vuelta por el mismo sitio, siendo además bastante larga. Sin embargo, no nos importaron demasiado los kilómetros porque el recorrido es una delicia.
En internet vi alguna opción circular, pero no me convenció porque, según los comentarios, el paisaje no resulta tan bonito ni el itinerario tan cómodo. La ventaja de este formato es que que quien no quiera recorrer todo el trayecto siempre puede darse la vuelta cuando le apetezca, sin necesidad de llegar al final. Merece la pena dar un paseo, más o menos largo, por aquí; incluso aunque solo sea para ver la Presa del Pontón de la Oliva y pasar por sus pasarelas metálicas.