Junto con el Yelmo, quizás sea el elefantito una de las estampas más conocidas del amplio elenco que se pueden ver o, mejor dicho, imaginar en La Pedriza. Sin embargo, en este caso no hace falta recurrir demasiado a la fantasía porque se trata de una de las figuras mejor conseguidas por la sorprendente mano escultora de la Naturaleza aquí. Y es que se parece un montón. Por eso, en cualquier guía turística de la zona nunca suele faltar la imagen de este simpático paquidermo pétreo, al que teníamos muchas ganas de contemplar desde hace bastante tiempo.
SITUACIÓN DE LA RUTA EN EL MAPA PENINSULAR SEGÚN GOOGLE MAPS Y EN EL DE LA COMUNIDAD DE MADRID.
Para no repetirme, esta ocasión me voy a saltar la introducción sobre La Pedriza, lugar al que ya me he referido en en etapas anteriores de este diario. De modo que iré directamente a la ruta.
A la hora de escoger el itinerario más apropiado para alcanzar esta figura miré varios artículos y tracks en internet, donde se pueden conseguir muchos y variados, ya que no existe un recorrido, digamos, oficial para llegar hasta su ubicación. Sin embargo, sí que existe una ruta de la Comunidad de Madrid que se denomina la “Senda de las Formas de La Pedriza”, que parte de Canto Cochino y que ayuda a descubrir algunas de las figuras pétreas más llamativas, entre las que no está nuestro elefantito, dado que se encuentra un poco a trasmano respecto a las demás.
Después de repasar varias propuestas, decidí fue que el punto de partida más adecuado era el aparcamiento público El Tranco, en la misma localidad de Manzanares El Real. También es posible hacer la ruta desde Canto Cochino, pero por lo que leí me pareció más larga y complicada. Por eso me decanté por uno de los recorridos más habituales y que paso a relatar a continuación.
El aparcamiento El Tranco está a las afueras de Manzanares El Real, pasada la Ermita de Nuestra Señora de Peña Sacra. Dista unos 57 kilómetros del centro de Madrid capital, desde donde se tarda algo menos de una hora en llegar en condiciones normales de tráfico. En Google Maps aparece el siguiente itinerario recomendado, que pongo como mera referencia, ya que también se puede acceder por otras carreteras, por ejemplo, la A-6 y que interesará más o menos dependiendo del lugar de salida de cada cual.
Itinerario desde Madrid, aparcamiento El Tranco y vista de La Pedriza en Google Maps.
El parking no es muy grande y en fines de semana y festivos toda la zona se masifica, por lo que resulta muy complicado encontrar un hueco si no se madruga bastante. Se trata del último aparcamiento y el más próximo al inicio de este recorrido, aunque antes de llegar hay otros donde se puede probar suerte y que también pueden servir. Igualmente se puede empezar la ruta por la llamada Senda Maeso, a la que se puede acceder desde otro punto de la población. Hay tracks que lo siguen. Nosotros siempre procuramos hacer estas excursiones en día laborable, con lo cual nos topamos con menos afluencia de gente, si bien ya tuvimos que dejar el coche al lado del aparcamiento pero fuera de él, en un pequeño descampado junto al río, donde también se puede estacionar… si queda sitio.
Así, en un fantástico día de marzo, con sol y temperatura muy agradable, nos dispusimos a iniciar la caminata.
NUESTRA RUTA.
Estos son los datos que tengo en mi copia local de wikiloc, de acuerdo con lo que hicimos esa mañana.
Longitud: 9,06 kilómetros
Duración: 6 horas 30 minutos (incluyendo múltiples paradas para fotos y bocatas)
Tipo de ruta: circular
Desnivel: altitud mínima, 956 metros; altitud máxima: 1.430 metros.
Grado de dificultad: Moderado (posiblemente sea “bajo” para senderistas habituales que estén acostumbrados a moverse por terreno rocoso).
Empezamos el recorrido ya subiendo una buena cuesta que hay a la derecha del restaurante Casa Julián. Enseguida llegamos a una gran piedra donde una flecha en amarillo marca “El Yelmo” a la izquierda. Pues no, nuestra idea no era ir por ahí, aunque se podría, ya que la ruta es circular. Como hay bastante desnivel, preferimos subir por el lado que parecía más suave y progresivo, dejando para el final un descenso más abrupto. Se aprecia bien en el perfil que he puesto más arriba. En cualquier caso, era lo que aconsejaban la mayor parte de los itinerarios que había leído con antelación. Y adelanto que no nos arrepentimos.
El sendero que tomamos se seguía bien, ya que estaba bastante marcado. Picaba hacia arriba, pero de modo suave y lo encontré bastante menos complicado de lo que me esperaba en un principio. A nuestro alrededor el inmenso caos de piedras nos ofrecía una estampa fantástica, en la que no tardamos en imaginar personajes y presencias de todo tipo y condición. ¿Eso no te parece una foca? Claro que no: es un pingüino. ¿Qué? Otra cosa no sé, pero entretenida La Pedriza, un rato. Y cada cual da su opinión.
Rodeados de jaras (estaba todo muy verde y corrían los arroyos), fuimos sorteando piedras y rocas, si bien el camino en general continuaba mostrando poca complicación, considerando normal alguna que otra pequeña trepada y un par de “plantadas de trasero”. Nada de particular. ¿Y eso qué es? Si parece la cara de tipo con máscara acostado sobre una almohada…
Una media hora después, llegamos a un arroyo, que cruzamos. El camino seguía serpenteando entre las rocas y cada vez crecía un poco más el desnivel, pero no dejaba de ser bastante llevadero. Quizás influyó que me paraba cada dos minutos a hacer fotos a todo lo que me rodeaba, lo que me servía también para descansar. Me lo estaba pasando en grande, la verdad.
También nos percatábamos de que Manzanares el Real y su castillo iban quedando cada vez más por debajo de nosotros. Aún no divisábamos el embalse de Santillana, pero sí la gran cantidad de urbanizaciones y chalets que han proliferado en las afueras de la localidad.
Nos dimos cuenta entonces que hacía rato que el sendero que seguíamos estaba marcado por un punto rojo en las rocas. Sinceramente, no sé qué significa: ¿la Senda de las Carboneras, quizás? En fin, algún día tendré que tomarme en serio estudiar a fondo las rutas de La Pedriza, a ver si consigo enterarme de cómo va el asunto. Menos mal que existen los tracks y el GPS.
Después de imaginar varias pirámides y una cabeza de indio, llegamos a uno de los pocos puntos señalizados de la ruta, que cuenta con panel informativo y todo: ¡qué lujo! Se trata del Alcornoque del Ortigal, un ejemplar de unos 300 años de antigüedad y 10 metros de altura, con sus raíces clavadas a las rocas, superviviente de un antiguo bosque de su especie que existió aquí antaño, algo infrecuente en estos lares por su necesidad de suelos silíceos y un clima menos seco y frío. Está catalogado como árbol singular de la Comunidad de Madrid y, además, tiene su propia leyenda. Según se cuenta, en el siglo XIX campaba por aquí Pablo Santos, un famoso bandolero que escondía su trabuco bajo las ramas de este árbol, por lo cual también se le conoce como el Alcornoque del Bandolero; y así aparece señalado hasta en Google Maps. Y con la cara del indio al lado queda de lo más resultón, ciertamente.
Por los alrededores se encuentra también la Cueva del Ave María, pero no teníamos intención en esta ocasión en detenernos allí para explorar, así que pasamos de largo el desvío que nos indicaba el track. Nuestro siguiente punto de referencia era “el caracol”, que pensábamos que lo teníamos ya sobre nosotros, pero no era tal. Al poco, me sorprendió una cara extraña: ¿caballo, perro…? Y algo más allá creí distinguir hasta una terraza con plantas y todo.
Tras pasar algún vivac, o eso me pareció, al bordear un recodo, nos encontramos con una vista preciosa de Manzanares y su entorno. Unas miradas, unas fotos y vuelta a trajinar entre rocas otra vez, incluso tuvimos que encogernos para pasar por el pequeño hueco que dejaban dos enormes piedras. Atrás, al fondo, me pareció ver la cumbre de Peñalara. Y por si faltaba alguien, unos cuantos buitres sobrevolaban nuestras cabezas. Y eran de verdad, nada de réplicas en piedra.
A estas alturas no me cundía nada la caminata porque no hacía más que pararme para contemplar el panorama y sacar fotos. ¡Cómo me gustan estos paisajes dibujados en piedra…!
Continuamos subiendo y, en un momento dado, empezamos a ver a nuestra derecha la mancha azul del agua del Embalse de Santillana. Casi al mismo tiempo aparecieron unas marcas, blanca y amarilla (el punto rojo había desaparecido), que marcaban la ruta que seguía nuestro track, ¿La Senda Maeso?
A partir de aquí, la subida se volvió más brusca y directa, con unas consiguientes “eses”. Las vistas del Embalse de Santillana que vislumbrábamos con cada una se volvían más espectaculares.
Y seguíamos subiendo… Ah, ¿y eso? ¿Un perro, la cabeza de un león con su melena?
El camino retornó un rato a la tierra, si bien no dejaba de picar constantemente hacia arriba. De pronto, después de pasar junto a un cabeza o aleta de tiburón y una especie de pájaro (no nos pusimos de acuerdo en a qué se parecían más), al fondo, apareció nuestro ansiado “caracol”, que nos vigilaba medio escondido entre unas matas. Éste sí que tiene reconocimiento oficial, incluso en Google Maps.
Luego pasamos junto a lo que llaman “el candelabro”, o eso creo. Y, después, castillos, almenas, torres, vigías… lo que cada uno quiera imaginar. Llegamos a un arroyo y, de acuerdo con el track, seguimos hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Pasamos por otro vivac, un nuevo arroyo y alcanzamos la Chorrera de Vielena.
En los alrededores, las vistas hacia el Embalse eran fantásticas: se veía todo a kilómetros y kilómetros, incluido el skyline de Madrid, con las cuatro torres y media, las torres inclinadas de la Plaza de Castilla y hasta el Pirulí... ¡Anda, mira, si aquello de allí es la cárcel de Soto del Real…!
Poco después llegamos a lo que se conoce como la Cueva del Chamán, junto a la cual brota el agua de la piedra en un chorrito, como si tratara de una fuente. Muy curioso Y el agua estupenda y fresquita, de manantial serrano, nada más y nada menos.
Aquí nos equivocamos, pues tiramos todo recto, guiados por las marcas amarilla y blanca, hasta que aparecimos muy cerca del segundo caracol del día, al que para distinguirlo del otro se le llama “caracolito” o “caracolete”.
Allí, más o menos, nos dimos cuenta del error y tuvimos que retroceder hasta volver a la Cueva del Chamán, donde continuamos de frente, abandonando en ese punto la senda blanca-amarilla que habíamos llevado durante un rato. Este tramo era el que nos conduciría hasta el elefantito; y hay que tener cuidado para no despistarse, lo que en La Pedriza es fácil que ocurra porque hay multitud de senderos (o que aparentan serlo) que tanto se entrecruzan como se pierden entre las rocas o las jaras. De ahí la conveniencia o, mejor aún, la necesidad de llevar mapa o track. Ya en el buen camino, después de superar un paso estrecho, cruzamos bajo lo que se conoce como el puente, formado por una roca atravesada sobre otras dos.
Tras caminar rodeados de un auténtico caos pétreo, al fin, a lo lejos, divisamos la figura que buscábamos. Resultaba inconfundible, incluso de lejos. Estaba a contraluz, pero no importaba porque se reconocía perfectamente. Es increíble como la erosión ha podido esculpir tan fielmente los perfiles, la oreja, la trompa… Aquí, y por este lado, no ofrece ninguna duda: estábamos ante un elefante, el elefantito de La Pedriza.
Fotos por aquí, fotos por allá. Nos acercamos un poco y más fotos. Hay quien se sube a la gran figura de roca. Aparte de que resulta un poco complicado, no me parece correcto, pues se debe preservar de cualquier deterioro, salvo que lo produzca el propio entorno natural que lo ha creado. En fin, es mi opinión.
Seguimos avanzando y, al contemplar la figura por su otro lado, nos mostró una imagen sorprendente, iluminada de lleno por el sol. No sé si fue mi imaginación o qué, pero desde esta perspectiva el elefantito africano me pareció una elefanta de La India. ¿O quizás una criatura prehistórica, tan antigua como la propia Pedriza? Lo cierto es que aposentado allá arriba, recortada su silueta contra el cielo azul, me impresionó tanto o más que en la panorámica contraria, quizás por la luz. Una impresión fantástica en todo caso. Y los alrededores tampoco eran menos espectaculares.
A partir de allí, seguimos unos metros por una especie de llanura hasta que iniciamos un brusco descenso entre rocas enormes que se prolongaría ya hasta el final, casi una hora y media después.
La bajada nos resultó incómoda, pues es muy abrupta y se nos hizo muy larga. Tuvimos que transitar por una senda pedregosa, sorteando rocas de todos los tamaños, lo que nos supuso un esfuerzo suplementario al final de la jornada. Bueno, nada nuevo en La Pedriza.
Entretanto, íbamos descubriendo otras formas -¿una calavera? ¿una cara?- y nuevas perspectivas, alguna de las cuales nos llamó la atención, como la que nos mostró la zona de Canto Cochino y el curso del Manzanares, con los picos nevados al fondo, entre los que reconocí la Bola del Mundo con sus antenas y el pico de Peñalara.
Y también otra panorámica de Manzanares el Real, con el castillo al fondo y el Embalse de Santillana; una postal que se nos fue mostrando en diferentes tomas según íbamos girando y perdiendo altura, como también había ido perdiendo fuerza la luz, pues todavía no se había producido el cambio de hora y ya habíamos pasado de las siete de la tarde. Y es que las piedras sin sol son diferentes y no lucen igual.
Al fin, aparecimos junto a la roca que por la mañana nos marcaba la dirección hacia el Yelmo y tomamos la cuesta abajo que nos llevó hasta el coche. Entonces nos alegramos de haber hecho la ruta en este sentido porque la ascensión por esta parte hubiera sido mucho más dura.
En resumen, una excursión estupenda que nos gustó mucho, pese a la bajada final. Aunque la distancia no es mucha (9 kilómetros), hay que superar un desnivel de más de 500 metros tanto de subida como de bajada, lo cual se debe tener en cuenta a la hora de plantearse hacer la ruta.
Un senderista habitual, acostumbrado a caminar por sendas pedregosas, no tendrá ningún problema, pero no se trata de un paseo familiar ni muchísimo menos. Y tampoco se debe olvidar la meteorología, tanto por la seguridad como por las vistas, que son fantásticas en un día claro. En cualquier caso, merece la pena.
Otras rutas por La Pedriza en este diario:
. EN BUSCA DE LA CHARCA VERDE. LA PEDRIZA. SIERRA DE GUADARRAMA (MADRID).
. LOS CHORROS DEL MANZANARES EN LA PEDRIZA, SIERRA DE GUADARRAMA (MADRID).