Como se refleja en las etapas anteriores de este diario, en los ultimos años hemos hecho bastantes recorridos por Extremadura, pero casi todos en la provincia de Cáceres. Aunque por las carreteras de Badajoz hemos pasado a menudo, de visita como tal solo habíamos estado en Mérida y también creo recordar que hace varias décadas nos alojamos una noche en Don Benito y otra en Almendralejo, igualmente de camino hacia las playas de Huelva. Así que teníamos ganas de hacer una escapada de cuatro o cinco días a una provincia bastante desconocida para nosotros, pese a que con sus 21.766 kilómetros cuadrados es la más grande de España y con un territorio mayor que paises como Israel o Eslovenia. Antes de seguir, un inciso: todas las fotos de esta etapa son de Medellín, que para algo se la he dedicado.
Nos propusimos quitarnos esa espinita durante la pasada primavera, una de las mejores épocas para hacer turismo por la zona, pero el confinamiento y los cierres perimetrales autonómicos nos lo pusieron bastante difícil. De modo que cuando quisimos darnos cuenta estábamos en la última semana de junio y con bastante calor, cumplido ya el tiempo idóneo para admirar las dehesas y el paisaje del sur de Extremadura. Sin embargo, como estaba empeñada en visitar las Minas de Río Tinto y teníamos que pasar por allí, la tentación de aprovechar la ocasión para echar al menos un vistazo fue demasiado fuerte. Eso sí, dejando para otro viaje lugares que me apetecía mucho conocer, como Olivenza, Fregenal de la Sierra y Jerez de los Caballeros, localidad, que, además, estaba cerrada por su alta incidencia de Covid durante los días de nuestro viaje. Igualmente, tendríamos que eliminar las rutas de senderismo, que quedan pendientes para más adelante.
Al final, el itinerario quedó configurado asÍ: visitaríamos Medellín -de paso- y nos alojaríamos una noche en Zafra y otra en Llerena, visitando las poblaciones y sus alrededores. Luego, de carambola, añadimos en el último momento otra noche en Badajoz capital para terminar la escapada.
Como a cada lugar me referiré en su etapa correspondiente, empezaré por el principio. que fue Medellín, una localidad que no suele estar incluida en demasiadas rutas turísticas al uso, una gran equivocación, por cierto. Yo había visto unas fotos en internet y me llamó la atención. Lo incorporé como una posibilidad para almorzar de camino y no nos arrepentimos.
MEDELLÍN EN EL MAPA PENINSULAR.
Medellín se encuentra a 321 kilómetros de Madrid, apenas tres horas y cuarto de cómodo recorrido en coche por la autovía A-5. Como referencia, añadir que dista 106 kilómetros de Badajoz, 111 de Cáceres y 235 de Sevilla, por ejemplo. En la salida 310, tomamos la EX206, que tras unos 11 kilómetros nos llevó hasta el puente sobre el río Guadiana, que da paso a la población.
Itinerario de Madrid a Medellín en GoogleMaps.
Hacía bastante calor, pero la panorámica, con el castillo en todo lo alto, nos gustó, así que decidimos quedarnos y buscar un lugar para comer. Lo encontramos enseguida, cruzando el puente. Frente al río vimos el Hostal Restaurante Río, con terraza exterior. Pero dada la temperatura, preferimos pasar al comedor interior. Durante nuestro almuerzo, se ocuparon otras tres mesas. Estuvimos fresquitos y cómodos, pues se respetaron bien las medidas anticovid. Tomamos un menú del día por 15 euros; estuvo bien y con buen servicio.
Un puente con muchos arcos, pero... ¿dónde está el río?
Pues aquí. Es tal su longitud, que hay que llegar casi hasta el centro del puente para ver las aguas del Guadiana.
Pues aquí. Es tal su longitud, que hay que llegar casi hasta el centro del puente para ver las aguas del Guadiana.
Después, fuimos a dar una vuelta. A las tres y pico de la tarde, no había ni alma por las calles y aplanaba el sol. Confieso que estuvimos a punto de desistir, pero lo que veíamos nos gustaba y nos ayudó a vencer la tentación de continuar el viaje, refugiándonos en el aire acondicionado del coche. Una lástima que el Parque Arqueológico, donde se encuentran el castillo y el recinto del Teatro Romano, no abriese hasta las cinco y media. Asimismo se ofrecen visitas guiadas que, claro está, tampoco nos coincidieron. Las entradas son de pago. Los lunes está todo cerrado. De todas formas, si se tiene interés, mejor consultar anticipadamente los detalles en la página web de la Oficina de Turismo: medellin-turismo.weebly.com/
UNOS POCOS DATOS SOBRE MEDELLÍN.
Medellín se encuentra a una altitud de 264 metros sobre el nivel del mar, pertenece a la comarca de las Vegas Altas y, actualmente, cuenta con una población de unos 2.275 habitantes. Como curiosidad, señalar que existe otro Medellín en Colombia, que con más de dos millones y medio de habitantes, es la segunda ciudad más poblada de ese país sudamericano y cuyo nombre fue otorgado en 1675 en honor de Pedro Portocarrero y Luna, conde del Medellín extremeño y que dirigía el Consejo de Indias en aquella época.
Con anterioridad a su fundación romana, por las excavaciones realizadas en su necrópolis, de época tartésica, se ha sabido que fue la Conisturgis del pueblo conio, destruida por los lusitanos. Alrededor del año 79 a.C., el Cónsul romano Quintus Caecilius Metellus Pius fundó una ciudad a la que le dio el nombre de Metellinum, referido a su tercer nombre. En la falda del cerro donde se asienta el castillo, se encuentran numerosos restos de las villas romanas y también el teatro, cuyo graderío para más de tres mil personas se recuperó en 2007. Naturalmente, su cercanía a Mérida (apenas a unos 40 kilómetros de distancia) colaboró también a una prosperidad que se mantuvo en época visigoda, de la que existen varios yacimientos y necrópolis en las proximidades, como el tartésico de Casas de Turuñuelo, algunas de cuyas piezas más destacadas se exponen en el Museo Arqueológico Nacional, en Madrid. No las recuerdo, me fijaré con atención la próxima vez que lo visite.
Los musulmanes conquistaron el lugar en el año 768 y aprovecharon la ubicación de la antigua fortaleza romana para construir una propia, de la que se conserva un aljibe. En 1227, Alfonso XI conquistó Medellín, que volvió a perderse pronto, hasta que en 1234, Fernando III la incorporó definitivamente al reino de Castilla, integrándola en la Diócesis de Plasencia.
Tras diversos avatares, en el siglo XV, se convirtió en Condado, cuyo primer conde fue Rodrigo de Portocarrero, cuya esposa, Beatriz de Pacheco, hija del célebre Marqués de Villena, le sucedió a su muerte, tomando partido por Juana la Beltraneja en su contienda por el trono de Castilla con Isabel. Al fin de la guerra, los Reyes Católicos se tomaron cumplida venganza de tal apoyo y la villa retornó al redil de la corona castellana. Reconozco que me gustó recuperar tales andanzas, que recuerdo haber visto, un tanto adaptadas, claro está, en la serie de televisión “Isabel”.
Medellín jugó un papel importante en la conquista americana durante los siglos XVI y XVII, pues muchos de sus hombres partieron hacia allí. Por ejemplo, fue la villa natal de Hernán Cortés, de quien hay referencias por toda la localidad.
Durante el siglo XVI, la población se extendió desde la ladera del castillo al llano y gozó de un periodo de relativa bonanza económica e incremento demográfico, consecuencia de lo cual fue la edificación de la iglesia parroquial de Santa Cecilia y otros edificios civiles y religiosos. Entre 1613 y 1630 se construyó un puente de veinte ojos, que todavía subsiste y del que se tiene una vista extraordinaria desde el Castillo.
A lo largo del siglo XVII, Medellín perdió población por la falta de tierras de cultivo para los campesinos, si bien lo que determinó la ruina definitiva de la localidad fue la batalla que se libró en marzo de 1809 contra las tropas de Napoleón, que se perdió, por lo cual su nombre figura entre los de las victorias grabadas en el Arco del Triunfo de París. La ocupación por parte de los franceses apenas se prolongó unos meses, pero las consecuencias fueron terribles por la devastación y el expolio que se produjeron. Ya en el siglo XX, durante la Guerra Civil, el puente se convirtió en objetivo para ambos bandos, con enfrentamientos continuos. La población quedó arrasada y tuvo que ser reconstruida al final de la contienda. En los años sesenta, comenzó cierto despegue económico al transformarse terrenos de secano en regadío. Actualmente, al desarrollo agrario se ha sumado un nuevo impulso cultural y turístico, que lideran el teatro romano, el castillo y el puente del siglo XVII.
NUESTRA VISITA A MEDELLÍN.
Después de comer, nos dirigimos hacia el centro de la villa y, callejeando, llegamos hasta la bonita Plaza de Hernán Cortés, donde se encuentra el Monumento erigido en su memoria en 1890, que incluye una estatua a caballo esculpida en bronce. Allí también está el Ayuntamiento, desde cuyos soportales distinguimos la imponente silueta del castillo, aposentado en un cerro; a la derecha, un poco más abajo, vislumbramos también retazos del teatro romano.
Enseguida localizamos un panel informativo con plano turístico y, además, unos carteles con explicaciones de cada sitio que incluían también un itinerario recomendado. Empezaba en la misma plaza, lo que nos ayudó bastante en nuestro recorrido.
Y, siguiendo más o menos el plano, vimos lo siguiente:
Plaza de Hernán Cortés: se realizó a finales del siglo XIX tras derribar 23 casas que existían al norte del actual ayuntamiento, entre ellas el edificio natal del conquistador. Hay una indicación del lugar donde estuvo y se conserva, expuesto en la plaza, su escudo en piedra. También se encuentran aquí la Oficina de Turismo y la Torre del Reloj. Asimismo se señalan las posibles ubicaciones de un horno prerromano y los restos de otros dos romanos.
En una calle lateral, se halla la Iglesia de Santa Cecilia, construida en la primera mitad del siglo XVI en el lugar que debió ocupar una anterior del siglo XIV. De estilo renacentista, uno de los laterales no alcanzó su longitud prevista, así que está inconclusa, por lo que el campanario corresponde a otra iglesia anterior. La portada septentrional, más tardía, es de estilo barroco. Estaba cerrada, así que no pudimos ver el interior.
Alrededor, vimos algunas casas blasonadas y otras con fachadas de colores sugerentes, un conjunto con rincones bonitos y solitarios, ideales para fotografiar. Por cierto que nos llamó la atención la pulcritud de todo el entorno, acentuado por detalles que embellecían las calles, como macetas de flores en las aceras y junto a algunos portales.
Entonces llegó el momento de ir hasta el cerro que acoge los sitios más interesantes de la villa: el castillo, el teatro romano, las murallas y dos de sus iglesias más antiguas, pues, aunque hoy en día aparecen aisladas de la población, se encuentran donde vivía la gente hasta el siglo XVI. Todo ello sin olvidar, por supuesto, las que prometían ser las mejores vistas de Medellín y sus alrededores. Confieso que vacilamos: el calor, la que parecía una cuesta de aúpa bajo un implacable sol extremeño, saber que no era hora de visita al Parque Arqueológico… Pero, bueno, al final, nos decidimos. Decir que hay un pequeño aparcamiento en las estribaciones del Parque, si bien la parte final hay que hacerla a pie necesariamente. Eso sí, el sendero, aunque empinado, resulta fácil. No hay que trepar, ni nada parecido . Y todo el itinerario está ilustrado con paneles informativos.
Buscando la sombra de las casas, alcanzamos el camino empedrado que conduce hasta el castillo. Giramos a la derecha y durante el ascenso pasamos por las estructuras romanas monumentales, que conforman un gran muro de más de 130 metros de longitud.
Enseguida llegamos a la Iglesia de Santiago, del siglo XVI, convertida actualmente en Centro Museográfico. Naturalmente, estaba cerrada .
A su costado empezamos a ver las piedras del Teatro Romano, si bien su contorno está protegido por una valla metálica. Desde fuera nos fijamos en que en el interior hay un itinerario guiado por paneles informativos. Data de finales del siglo I a.C. o principios del siglo I d.C.. Se tienen referencias de su existencia desde el siglo XV, pero hasta mediados del siglo XX no se iniciaron las tareas de excavación que, tras diversas dilaciones, concluyeron en 2011, abriéndose al público en el 2013. Actualmente es una de las subsedes del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Pudimos echar una ojeada, si bien algo sesgada. Luego lo apreciaríamos mejor desde lo alto del castillo.
Seguimos subiendo por el camino empedrado, divisando a cada paso mejores panorámicas de la villa, el río Guadiana y la campiña circundante. Valía la pena pasar un poco de calor con tal de asomarse a los diversos miradores. Afortunadamente, habíamos cogido los sombreros
Llegamos hasta la Muralla Romana Oeste, cimentada en roca natural, con unas dimensiones de 75 metros de largo, 2,25 de ancho y hasta 3 metros de altura máxima.
En la puerta del Castillo otra valla metálica nos cerraba el paso. Sin embargo, encontramos un sendero libre, que bordea la fortificación. Lo seguimos y, con los muros exteriores y las torres de vigilancia a nuestra derecha, el lado izquierdo deparaba unas vistas extraordinarias del Guadiana y su vega. Estas estampas debem tener unos colores fantásticos al comienzo de la primavera. En cualquier caso, había merecido la pena llegar hasta allí.
Especialmente bella resulta la perspectiva de la villa al lado del puente de los veinte ojos sobre el río Guadiana y su vega.
Al final, nos topamos con unas escaleras abiertas en el lienzo del castillo, que, al traspasar una puerta, nos condujeron hasta el espacio existente entre la muralla exterior y los muros interiores (sé que esto tiene un nombre concreto, pero ahora no me acuerdo
Recorrimos aquella especie de pasadizo descubierto hasta alcanzar otra puerta, ésta sí, cerrada, si bien pudimos cotillear un poco del interior a través de los barrotes. Su origen se remonta al siglo XIV y también alberga los restos de la iglesia de Santa María del Castillo, la primera parroquia de la localidad.
También desde allí, el punto más alto del cerro, pudimos disfrutar de unas vistas excelentes de Medellín y, por fin, de las gradas del Teatro Romano casi al completo.
Iniciamos el descenso por la zona que nos faltaba del camino empedrado, pasamos el teatro romano y giramos hacia la derecha, para volver por el lado contrario al que habíamos traído antes. Tras recorrer otro grupo de estructuras romanas monumentales, llegamos hasta la Iglesia de San Martín, construida sobre un antiguo templo romano. Su origen se remonta al siglo XIII y posee un ábside románico, si bien cuenta con elementos barrocos de una remodelación que se realizó en el siglo XVII. Conserva una pila medieval, en la que, según la tradición, fue bautizado Hernán Cortes. No se puede visitar.
El calor se intensificaba y tampoco teníamos tiempo para mucho más. Volvimos al puente, junto al que habíamos dejado aparcado el coche. Al parecer hay una zona de playa aquí para el verano. No sé, no vimos a nadie bañándose pese a que apretaba el sol. Claro que era un día laborable y las vacaciones aún no habían comenzado.
El puente, de veinte ojos y cuatrocientos metros de longitud, data de 1630 y sustituyó a dos anteriores, uno romano y otro renacentista, que fueron destruidos por riadas. Conserva un templete donde figuran esculpidos los datos de su construcción: resulta curioso, parece un carnet de identidad en piedra.
Ofrece bonitas vistas del río y de la población, con el castillo en todo lo alto, y mantiene un aspecto estupendo, sobre todo desde que en el año 2002 se inauguró un nuevo puente que soporta ahora todo el tráfico pesado. En cualquier caso, no está prohibida la circulación sobre él, aunque resulta más interesante dar un paseo a pie.
Y así acabó nuestro recorrido. Una pena que estuviese todo cerrado, aunque tampoco representó un gran inconveniente, ya que lo que vimos nos gustó, especialmente las panorámicas desde el castillo. Creo que volveremos en un futuro. Además de que Medellín merece una parada por sí misma, la distancia y su cómodo acceso la convierte en un buen lugar para hacer un alto en el camino si se va desde Madrid hacia el sur por la A-5.
Nuestra siguiente etapa, Zafra, nos esperaba ya. Afortunadamente, para los dos días siguiéntes el pronóstico del tiempo anticipaba un descenso en las temperaturas, cuyas máximas no superarían los veintiocho grados. Todo un alivio.