En la Sierra de Gredos hay multitud de rutas de senderismo bonitas e interesantes, pero algunas son, además, emblemáticas como las de la Laguna Grande y la del Carril de los Galayos. La primera la hemos hecho más de una vez (tengo etapa subida en el diario), pero la segunda era una asignatura pendiente desde hace bastante tiempo. Así que el pasado día del Pilar aprovechamos que hacía un tiempo estupendo y fuimos para allá. Al ser el último día del puente, la gente ya estaba pensando más en volver que en turistear, con lo cual no encontramos demasiado tráfico en la carretera para ir y tampoco tuvimos problemas de aparcamiento en el lugar de partida de la ruta. Luego nos alojamos en el Parador de Oropesa y volvimos el miércoles, ya jornada laborable. Pero ese relato, en otra etapa.
Panel informativo de la Sierra de Gredos en el Nogal del Barranco.
Los Galayos constituyen un espectacular conjunto de puntiagudas y verticales rocas graníticas, de entre 2.000 y 2.200 metros de altura, que se localizan en la vertiente sur de la Sierra de Gredos, en la provincia de Ávila, entre los municipios de Guisando y El Hornillo. En realidad, la ruta no consiste en ascender a los picos en sí mismos, lo cual queda reservado únicamente para escaladores, sino poder contemplarlos desde un punto muy cercano, teniéndolos justo en frente, lo que se logra llegando hasta el Refugio Victory. Con buen tiempo, esta caminata resulta impresionante, pues todo el entorno es una maravillosa obra natural en piedra, forjada por la naturaleza a lo largo de millones de años y en cuya parte baja no faltan el bosque y el agua.
Para disfrutar al máximo de esta ruta hay que tener en cuenta varias cuestiones previas: elegir un día claro, lo que favorecerá distinguir bien las panorámicas, y con buena temperatura, ya que en verano puede hacer muchísimo calor. Con niebla o lluvia puede resultar bastante peligrosa, y en invierno está reservada a senderistas expertos, con muy buena preparación y equipados con crampones. En cualquier caso, no es una ruta fácil.
UBICACIÓN DEL INICIO DE LA RUTA.
El inicio de la ruta se encuentra en el lugar conocido como El Nogal del Barranco, muy cerca de Guisando (Ávila). Hay fuentes, un kiosco de bebidas (no funciona siempre) y aparcamiento. Si está lleno, hay otro estacionamiento un poco más abajo. El sitio es muy agradable y en los alrededores existe un área de recreo, está el río e incluso una llamativa cascada. Quien no quiera moverse mucho, puede acercarse hasta la Senda Ecológica y ver un árbol emblemático, el nogal centenario que le da nombre al lugar. Se trata de un sencillo paseo por el bosque de unos quince minutos.
Captura de Google Maps con el lugar exacto del inicio de la ruta.
ITINERARIO EN COCHE DESDE MADRID SEGÚN GOOGLE MAPS.
Como referencia, decir que el punto de inicio se encuentra a 93 kilómetros de Ávila capital, a 136 de Toledo y a 52 de Talavera de la Reina. Desde Madrid hay unos 170 kilómetros que se hacen en poco más de dos horas. La ruta es cómoda, puesto que se va por la A-5 hasta la salida 123, en las inmediaciones de Talavera de la Reina, donde se toma la N-502 hasta Ramacastañas, luego la AV-925 y la AV-924, en dirección a Arenas de San Pedro, de donde sale la AV-P-711 que ya nos lleva a Guisando. Una vez allí, solo hay que seguir las indicaciones hasta la pista asfaltada que asciende hasta la plataforma del Nogal del Barranco.
LA RUTA.
Como he mencionado, pese a ser festivo y a que llegamos a las once y media de la mañana, había gente, pero la concurrencia no era exagerada, con lo cual pudimos aparcar junto a la escultura de la cabra sin problemas. Allí hay una fuente muy chula, unos paneles informativos y un kiosco de bebidas, que a esa hora estaba cerrado. Los datos oficiales de la ruta, que figuran en un cartel a su inicio, del que pongo una fotografía, son los siguientes:
Identificación: Carril de los Galayos, PR-AV-43
Longitud: 6,51 kilómetros (solo ida)
Duración: 3 horas solo ida.
Desnivel: 870 metros que hay que subir y que bajar.
Grado de dificultad: Media-Alta, sobre todo en el tramo final, al final de las Zetas.
Tipo de ruta: lineal, ida y vuelta por el mismo camino.
NUESTRA RUTA.
Los datos que nos salieron en nuestra copia de wikiloc difieren un poco de los anteriores, pese a que el recorrido que hicimos fue prácticamente idéntico, entre otras cosas porque no hay otro potable (subir por la Apretura es muy arriesgado y en absoluto recomendable). Los pongo a continuación junto con el perfil.
Longitud: 10,57 kilómetros (ida y vuelta)
Duración: 7 horas 20 minutos (por mi reloj), incluyendo múltiples paradas, bocadillo y un tramo final que hice más lento de lo normal por un problema en los pies. Creo que es acertado el cálculo oficial de las seis horas de ida y vuelta para un senderista medio, paradas aparte.
Desnivel: 1.075 metros positivo y negativo. Altitud mínima, 1.078 metros; altitud máxima, 1.973 metros.
Grado de dificultad: medio-alto. El tramo final de la subida es bastante duro y en ciertos puntos algo complicado.
Empezamos a caminar sobre las once y media, tomando el sendero empedrado que asciende a través del bosque. A pocos metros nos encontramos con el panel informativo que he puesto más arriba. Unos cinco minutos después, dejamos a nuestra izquierda el indicador que señala la Senda Ecológica y el camino hacia el nogal centenario del que he hablado antes. Ya habíamos estado allí en otra ocasión, así que pasamos de largo. Si se dispone de tiempo, merece la pena acercarse. Apenas lleva unos minutos. Pongo unas fotos tomadas por aquel entonces.
La primera parte del recorrido va por un bonito bosque de pino resinero, cuyo tono verde contrastaba con el rojizo que empezaban a adquirir los helechos ya en otoño. Naturalmente, un panorama perfecto para detenerse y tomar alguna foto. A los veinte minutos de marcha, vimos un indicador que nos confirmaba que estábamos a una hora y cuarenta minutos de la Apretura, es decir, del inicio de las Zetas.
Durante el tramo inicial, el camino era ancho y cómodo, parecido a una pequeña calzada romana, y no castigaba demasiado las piernas pese a seguir en continuo ascenso, haciendo unas lazadas muy amplias. Pronto llegamos hasta la primera fuente de las cuatro (todas con agua) que nos íbamos a encontrar en la ruta: la del Llamaril. Un traguito para humedecer la garganta y adelante. Unos cuantos metros después tuvimos que cruzar un pequeño arroyo por un puente improvisado con piedras. La garganta, presidida por el Pico de la Mira, que vigila el entorno desde su atalaya de 2.343 metros, se nos mostraba imponente y muy a lo lejos, colgado en el alto, veíamos también la diminuta silueta del Refugio Victory. Los Galayos aún se escondían a nuestra derecha.
Hacia atrás, quedaba el bosque, formando igualmente un paisaje cautivador. Los enebros y los piornales ocupaban el lugar de los pinos. Los enormes canchales del río cada vez quedaban más bajos, a nuestros pies. Continuábamos ganando altura más rápidamente de lo que hubiesemos pensado en un principio, pues aquel trecho nos había costado menos esfuerzo del previsto, aunque ya no disfrutábamos de la sombra de los árboles y se notaba.
Con veinte grados, empezábamos a sudar. De allí en adelante estaríamos expuestos al sol, si bien alguna compasiva nube nos echaría un cable de vez en cuando. Por ese motivo hay que tener mucho cuidado en verano con esta ruta, ya que se llegan a alcanzar temperaturas muy altas y, a pleno sol, el efecto de horno podría convertir el camino en una tortura. Al menos, así nos lo han comentado.
Dejamos a nuestra derecha la Fuente del Amanecer mientras a la izquierda la Garganta del río Pelayo nos ofrecía unas vistas fantásticas, sobre todo cuando empezamos a divisar varias chorreras. A estas alturas del año no lucían espectaculares, pero llevaban algo de agua que caía en unas preciosas pozas de color verde. Desde el camino contemplamos una formación de cuatro cascadas cayendo en escalera sobre cuatro pozas. Si ya era bonito el panorama, en primavera, con el deshielo, debe presentar un aspecto fantástico.
Pasamos por la Fuente del Tío Macario y a partir de allí la ruta se hizo algo más cuesta y un pelín más incómoda, pero exenta de dificultad excepto un paso un poco expuesto de haber estado el suelo mojado. Tal como estaba aquel día, sin problema alguno llevando cuidado.
Y los Galayos empezaron a mostrarse. Las rocas graníticas de esta parte de Gredos adquieren unas formas increíbles consecuencia de la erosión provocada por el hielo y el deshielo, un fenómeno que se denomina gelifracción y que produce unas intensas grietas en la piedra, modelando esas figuras afiladas, que a menudo se denominan cuchillos o cuchillares. Además, cuando brilla el sol, adquieren un tono verdoso que las hace más seductoras todavía, algo que apreciaríamos mejor después, más avanzada la tarde. Daban ganas de quedarse allí durante minutos y minutos contemplando el panorama. Pero no era plan porque aún faltaba lo más duro.
Y lo más duro surgió a nuestra izquierda un poco después. Claramente podíamos distinguir las Zetas trazadas en la roca, enfrente, mientras algunas figuras diminutas en lo alto denotaban, muy arriba, la presencia de varios senderistas que nos precedían o que ya estaban de vuelta. En cualquier caso, por lo menos aquel día, no se trataba de una ruta masificada ni mucho menos.
Llegamos al río, a la zona conocida como la Apretura, que parece un hueco cortado por una navaja en la montaña. Arriba, se vislumbraba el refugio. Según el indicador de mi teléfono ya habíamos ascendido más de 600 metros. Paramos a descansar y a tomar un traguito y un rico tomate, mientras contemplábamos con admiración las agujas de los Galayos, cada vez más cerca. Hay quien emprende la opción que supone subir en línea recta, directamente hacia el refugio. Sin embargo, es mejor no ceder a la tentación y seguir el sendero establecido: esa variante resulta mucho más complicada y peligrosa por los desprendimientos, el enorme desnivel y la posibilidad cierta de caer al vacío.
Tras aquel breve pero reconfortante alto en el camino, pasamos por la Fuente de Andrés y encaramos las Zetas, que trepan por el lado izquierdo de la garganta en empinado zig-zag. Por lo que he leído, esta senda se construyó a principios del siglo XX para el acceso a las zonas de caza en Gredos del rey Alfonso XIII y otros nobles. Actualmente se halla rota a tramos y es bastante más estrecha e irregular que la que habíamos traído antes de cruzar el río y con mayor presencia de piedras sueltas. Sin embargo, lo que más me saltó a la vista (y a las piernas) fue el incremento en el desnivel que afrontamos, pues las lazadas suben mientras se retuercen, y es posible apreciar que quien va por delante, aunque sea apenas unos metros en distancia, se encuentra bastante más arriba de lo que estás tú. Resulta curiosa la impresión que se recibe de que la gente que te precede parece estar colgada de la montaña. Luego, no es así, pues el sendero existe, está bien marcado y se sigue perfectamente.
Las Zetas me resultaron duras en cuanto al esfuerzo pero no especialmente complicadas. Si se va sin prisas y con cuidado se superan relativamente bien. Y las vistas de los Galayos empezaban a ser realmente espectaculares.
Lo peor llega cuando terminan. Ese es el terreno más difícil, pues la senda se pierde con frecuencia entre piedras y rocas, y hay que guiarse por el sentido común y por los montoncitos que señalan más o menos la ruta. Hacia abajo, las distintas perspectivas que íbamos obteniendo según caminábamos del sendero que habíamos traído y de la garganta resultaban impresionantes, pese al sol de frente y a una ligera bruma en la lejanía. También podíamos distinguir un embalse al fondo, no sé cuál es.
En continuo ascenso, con las impresionantes estampas de los Galayos contemplando nuestras vicisitudes, llegamos a lo que fue lo peor para mí, la trepada más chunga de las dos o tres que hay que afrontar. No es que fuese altísima ni dificilísima ni peligrosísima, pero confieso que me entró un poco de ansiedad (tuve menos problemas para bajarla) y necesité que mi marido me echase una mano, o mejor dicho, las dos .
A partir de ahí, superamos tres o cuatro pasos algo aéreos, un poco delicados para quien sufra de vértigo, pues el sendero, si existe (a veces hay que caminar sobre las rocas desnudas), es muy estrecho y teníamos una caída vertical de muchos metros muy cerca, a nuestra derecha. Si no se tiene vértigo y el suelo está seco, como era el caso, esta parte no me pareció demasiado difícil, aunque ya estaba cansada porque llevábamos mucho desnivel acumulado en las piernas. Además, en la última fase de subida no se ve el refugio, con lo cual no sabes lo que te falta y te empiezas a impacientar, pues según va quedando menos parece que la meta nunca llega. Así que es inevitable preguntar a los que vuelven cuánto falta. Nosotros los preguntamos y luego, de regreso, nos lo preguntaron a nosotros también.
Cinco minutos, nos señaló una pareja. Luego, una escalera y ya está. ¿Una escalera? ¿No será mecánica? El chiste fácil se hacía inevitable y los cuatro nos reímos con ganas. Pero no nos engañaron. Unos metros más adelante, al volver una “esquina”, divisamos por fin el refugio, mirando de cara a los Galayos, que aguardaban impasibles a los escaladores que pretendían conquistarlos.
Nos detuvimos un momento para deleitarnos con la vista de las pétreas agujas y sacar las consabidas fotos. Vamos, para irse de allí sin inmortalizarlo, con lo que cuesta llegar...
Entre los Galayos, el más alto se llama Gran Galayo y alcanza los 2.216 metros. Sin embargo, el más emblemático es el que recibe el nombre de El Torreón, con más de dos mil metros y cuya escalada se completó por primera vez en 1933 por parte de Teógenes Diaz. Localizamos varios escaladores a lo suyo, unas motas diminutas de colores variados salpicando los picachos verdosos al sol. Otros picos destacados son los conocidos como Torre de Amezúa, Pequeño Galayo y Aguja Negra.
Bajamos la “escalera”, que sí, existía, con sus peldaños y todo y subimos las pocas rocas que nos separaban ya del Refugio Victory, construido en 1949, precisamente para facilitar las escaladas a estos picos, y que constituía nuestro objetivo de la jornada. Había varias personas allí, no sé si algunas habrían pernoctado. Al parecer, se vendían bebidas dentro, pero ya no quedaban cuando quisimos comprar. También hay una fuente de agua potable. Ni que decir tiene que el panorama resultaba espléndido mirases donde mirases.
Desde aquí es posible continuar hasta el pico de La Mira, aunque la ruta se complica bastante en adelante, según hemos leído, porque no hay sendero definido y sí bastantes alternativas, algunas de las cuales no conducen a ningún sitio, como la llamada Puerta Falsa, por ejemplo. En cualquier caso, no teníamos previsto afrontar ese añadido y tampoco hubiéramos dispuesto de tiempo suficiente para ir y volver antes de que anocheciera. Asimismo, estábamos muy satisfechos con lo conseguido. Además, tenemos pensado subir hasta La Mira por el lado norte, en una ruta que sale de La Plataforma en Hoyo del Espino. A ver cuándo toca.
De izquierda a derecha, el Gran Galayo, el Pequeño Galayo y el Torreón.
Ya solamente quedaba regresar: total nada, todavía nos faltaba la mitad de la ruta, cuyo sendero pasado el río lo distinguiamos perfectamente desde las alturas, igual que una costura en la montaña.
Lo cierto es que el resgreso no nos resultó más sencillo ni tampoco más corto. Desde luego, el cansancio bajando no se notaba tanto como subiendo, pero tanto desnivel causaba mella en las rodillas y parecía multiplicar la cantidad y el tamaño de las piedras, algo que no habíamos notado tanto durante la subida. Sin embargo, como no era cuestión de apartar la vista del sendero por si acaso, de vez en cuando parábamos para deleitarnos con unos panoramas impresionantes, ya vistos pero que que no importaba repetir.
Una molestia en los pies me obligó a caminar más despacio de lo normal, con lo cual tardamos más de lo previsto en principio y el último tramo, pasado el río, se nos hizo largo, largo... Significativo, cuando a la ida, nos había resultado más corto de lo que esperábamos y casi cómodo. Muy cerca del final vimos a unas cuantas cabras montesas. Ahora que ya los excursionistas saben que no deben darles de comer, se acercan menos que antaño, cuando posaban con total descaro para las fotos a cambio de alguna golosina.
Muy buena ruta, espectacular diría yo. Pese a lo dura que es, quedamos muy satisfechos. Está justificado el nivel de dificultad que pone en el cartel informativo. Pese a su relativamente corta longitud, se trata de una ruta de alta montaña, que con tiempo seco no debería representar un problema mayor para senderistas habituales (salvo que tengan vértigo), pero que tampoco se puede recomendar a todo el mundo. Por supuesto, en invierno o con lluvia o nieve, se le debe tener mucho respeto y será necesario ir convenientemente equipados. Y en pleno verano, ojo con el calor. Por lo demás, merece mucho la pena y algunas imágenes son de las que no se olvidan.