LA CERDANYA (LA CERDAÑA).
Esta comarca natural, cuya capital es Puigcerdà, proviene de los antiguos territorios de la Marca Hispánica y actualmente se divide entre España (Baja Cerdaña) y Francia (Alta Cerdaña), mientras que, a su vez, la parte española la comparten las provincias de Lleida y Girona. Esta distribución tiene su origen en el Tratado de los Pirineos de 1659, por el cual España cedió a Francia treinta y tres pueblos de la zona más al norte, que pasaron a integrar la Alta Cerdaña, bajo administración francesa, a excepción de la villa de Llivia, que pertenece al estado español pese a encontrarse dentro de territorio galo.
La Cerdaña presenta una serie de características que la convierten en peculiar, por ejemplo, a diferencia del resto de valles pirenaicos, que se articulan de norte a sur en torno a un río principal que recoge afluentes por los costados, esta comarca lo hace de este a oeste, lo que le confiere un clima más cálido y con muchas más horas de sol. Al norte, queda la solana, con altas montañas en torno a los 3.000 metros, como la Tossa Plana de Lles o el Puigpedros. Al sur, se encuentra la umbría, donde destacan la imponente muralla de roca del Parque Natural del Cadí-Moixeró y la estación de esquí de la Molina, la más antigua de España, que abrió en 1908. Los ríos principales que fluyen por su territorio son el Segre, que sigue camino hacia el Ebro, y sus afluentes, el Raur, la Llavanera y el Querol.
Foto del plano de la Cerdanya que me dieron en una Oficina de Turismo.
Situación de la Cerdaña en el plano peninsular.
Si bien habíamos estado alguna vez de paso por esta comarca, nunca la habíamos visitado. Lo bueno de esto para vosotros es que no os torturaré con fotos de mis posados vintage , lo malo para nosotros era que teníamos muchas cosas que consultar antes de decidir los lugares que podríamos abarcar en cinco días. Enseguida nos dimos cuenta de que era muy poco tiempo y, como no se trataba de pasar a toda prisa por los sitios y hacer la foto como si fuera una colección de cromos, no hubo más remedio que priorizar, escoger y descartar. Al final, preparé un itinerario bastante básico pero muy interesante, para el que reservé dos noches de alojamiento en Bellver de Cerdanya y tres en Llivia, ya que queríamos sí o sí dedicar dos días a hacer excursiones en Francia.
VIAJE DESDE SALARDÚ.
Tardamos más de dos horas y media en recorrer los 145 kilómetros que hay desde Salardú a Bellver de Cerdanya, primero por la C-28 y la C-15 hasta Sort, donde pasamos por la puerta de la célebre Administración de Lotería de la Bruja de Oro. Estuvimos a punto de parar para comprar algún décimo, pero desistimos porque vimos mucha gente esperando. Allí tomamos la espantosa N-260, el llamado Eje Pirenaico que nos llevaría ya directamente hasta Bellver.
Y he dicho espantosa porque realmente me lo pareció. No me suelen amilanar las carreteras por muy viradas y tortuosas que sean y, además, mi marido conduce muy bien, pero esa me pareció especialmente incómoda, aunque también puede ser que me pillara en un momento malo: curvas, curvas y más curvas, inacabables, una tras otra, kilómetros y kilómetros, subiendo y bajando, un horror, sobre todo después de alcanzar la trasera de un camión, al que fue imposible adelantar durante un tramo larguísimo, bajando, por la línea continua y lo rápido que iba. La cosa se arregló un poco a partir de La Seo de Urgell, al circular ya por un terreno más llano. Atravesamos paisajes muy bonitos, aunque apenas hice alguna foto, pues lo que más deseaba era llegar a nuestro destino cuanto antes. Al fin, al fondo, apareció ante nosotros la bonita estampa de Bellver de Cerdanya.
BELLVER DE CERDANYA.
Las dos noches en Bellver de Cerdanya las pasamos en el Hotel Bellavista, situado al borde de la carretera N-260. El precio fue de 152,64 euros, incluida la tasa autonómica, lo que estaba muy bien teniendo en cuenta que se trataba de un fin de semana de la primera quincena de agosto. Por lo demás, quedamos muy contentos: aunque sencillo, el hotel es confortable, tiene ascensor, piscina y también cuenta con aparcamiento, un buen restaurante con menús y un servicio excelente tanto por atención como por rapidez, si bien en el comedor había que atenerse a turnos con reserva previa, debido a la alta demanda, a la limitación de aforo y al mantenimiento de la necesaria distancia entre mesas por la pandemia.
La habitación que nos destinaron en la cuarta planta tenía unas vistas excelentes hacia Bellver y la sierra colindante, estaba muy bien insonorizada y apenas escuchamos el tráfico de la carretera. Era un placer asomarse y ver cómo cambiaba el perfil de la villa y su fondo según variaba la luz del sol. En invierno, con las cimas nevadas, debe componer un bonito espectáculo.
Después de cenar en el hotel, salimos a dar una vuelta y llegamos al centro del pueblo en unos diez minutos a pie. Tras un paseo no muy largo, hicimos unas fotos y regresamos a la habitación. Estábamos bastante cansados, quizás más por el viaje en sí que por la caminata de esa misma mañana en los Lagos de Colomers.
El día siguiente decidimos tomárnoslo con calma, así que nos levantamos relativamente tarde, y tras desayunar en el hotel, dedicamos la mañana a visitar tranquilamente Bellver.
Pese a los edificios modernos, el fondo con las sierras es precioso.
Tras cruzar el puente sobre el río Segre, continuamos por la Avinguda Pere Sicart, en dirección al Barrio Antiguo o Barrio de la Plaza, situado en la parte más alta de la villa. Si se llega en coche, se puede estacionar en el Parking de la Muralla, que es bastante amplio.
Bellver fue fundada en 1225 por Nunó Sanç, conde vitalicio de Rossello y Cerdanya, que le otorgó Carta de Población. Antes de ser villa, Bellver era un castillo que formaba parte de un conjunto de fortificaciones y torres de vigilancia para defender y controlar el Cami Rial, que atravesaba el condado de Cerdanya y unía el de Conflent con el de Urgell. El rey Jaime II de Mallorca ordenó la construcción de las murallas en 1277 y facilitó el crecimiento de una población que llegó desde diferentes lugares. En torno al castillo, surgió el Barrio Antiguo, que adquirió una forma rectangular, condicionada por la colina en la que se asentaba la fortaleza.
Para visitar el casco histórico, seguimos el itinerario sugerido por los paneles informativos municipales, de cuyo plano acompaño la siguiente fotografía. También se puede consultar la página web de la Oficina de Turismo, donde se ofrecen explicaciones muy detalladas de cada sitio, incluyendo su historia y sus leyendas.
Empezamos por la Plaza del Portal (Plaça Portal), situada en el exterior del recinto amurallado, frente al lugar donde antaño estuvo una de las dos únicas entradas a la villa, protegiendo la cual había dos torres, de las que solo se conserva la Torre de la Cárcel.
Aunque inevitablemente atrajo nuestra atención, ignoramos de momento la florida escalera de Joan Alay, que conduce directamente al casco viejo, y continuamos por el camino de ronda, dejando la muralla a nuestra izquierda, hasta llegar a otra escalera.
Tras subir sus peldaños, giramos a la izquierda hasta salir a la Plaza de Gustavo Adolfo Bécquer, que cuenta con un mirador con amplias vistas de la Cerdanya hacia levante, donde pudimos localizar la carretera y nuestro hotel.
El nombre de la plaza obedece a que el poeta sevillano se alojó en una posada (Cal Pantanó) de la villa en 1860, y se inspiró en las torres y callejuelas del barrio antiguo para su leyenda de La Cruz del Diablo. En la plaza también pudimos ver dos agujeros abiertos en la roca, un refugio antiaéreo construido en 1937, durante la Guerra Civil, y un depósito de munición que los franceses instalaron durante su ocupación de 1692.
Sin tomar la cuesta abajo, subimos por la escaleras a la izquierda y luego a la derecha hasta la Iglesia Parroquial de Sant Jaume, patrón de Bellver. Erigida posiblemente sobre una capilla anterior, se trata de un edificio gótico de una sola nave y tres capillas laterales, que data de finales del siglo XIII. Fue reformada en el siglo XVIII y su campanario se levantó en 1767. A espaldas del templo, se puede visitar un pequeño jardín donde las monjas cultivaban plantas medicinales.
El Altar Mayor, dedicado a la Virgen, data del siglo XIV y se encuentra expuesto en el Museo Episcopal de Vic.
De la iglesia, salimos a la Plaza Mayor (Plaça Major del 27 de abril), cuyo nombre conmemora la fecha en que, durante la Guerra Civil, un numeroso grupo de anarquistas, encabezados por Antonio Martín, apodado “el cojo de Málaga”, intentaron tomar Bellver, pero los vecinos lo impidieron, enfrentándose a ellos y matando a su cabecilla.
El origen de la plaza se remonta al siglo XIV y se convirtió en el centro popular, comercial y administrativo de la villa, pues albergaba tanto festejos como juicios de la Inquisición, y celebraba un mercado semanal y una feria anual. A la derecha de las puertas de cada casa, hay una ventana que servía de escaparate a las tiendas de antaño y en algunos de sus dinteles se conservan grabados u otros vestigios de los productos que se vendían allí.
A la derecha de la torre de la iglesia, se encuentra la antigua Aduana, edificio del siglo XVI, restaurado. El conjunto de la plaza presenta un atractivo aire medieval y resultaba muy bonita de contemplar tal como lo hicimos nosotros: solitaria y sin coches. También debe lucir mucho cuando se instalan los puestos de época, al estilo medieval, durante las fiestas.
Seguimos por el Carrer del Castell hasta llegar al Mirador de Jaume Villa, el lugar donde se encontraba el castillo erigido en 1072 por Guillem Ramón, conde de Cerdanya, convertido ahora en un privilegiado balcón desde el que contemplamos el valle del Segre y sus bosques de ribera hacia poniente, mientras que la solana presentaba un paisaje más áspero y seco, donde, sin embargo, no faltan los pinos. De la fortificación solo se conserva una cisterna medieval, ya que el resto quedó destruido tras la explosión del polvorín, alcanzado por un rayo en 1665.
Completamos el periplo por el Barrio Antic bajando hasta la Plaça Abat Oliba, desde la cual se continuamos por el Carrer del Mig hasta la Plaça Pau Claris, donde cerramos el rectángulo, frente a la vistosa escalera de Joan Alay.
Sin embargo, antes de eso, estuvimos paseando entre casas de piedra y callejuelas empinadas, de las que recuerdo las flores del Carrer Cadell, cuyos peldaños conducen directamente hasta la Plaza Mayor desde la Calle Mig.
Nos gustó Bellver. Además, encontramos buen ambiente pero sin aglomeraciones. Aunque vimos varios sitios interesantes para comer, decidimos reservar temprano en el restaurante del hotel y así tener más tiempo disponible para la pequeña ruta senderista prevista para esa tarde.
PRAT DEL CADÍ DESDE EL COLLADO DE PALLERS.
En la Cerdanya hay muchas rutas de senderismo interesantes para realizar, algunas relacionadas con picos emblemáticos, como el Puigmal o el Puigpedrós; otras, con bellas zonas lacustres, como los Lagos de la Pera, o los de Malniu o Fontviva, y también con valles, como La Llosa, Angostrina, Campcardós, etc. Al ser conscientes de que disponíamos de poco tiempo en esta zona, escogimos una de sus caminatas más sencillas pero a la vez más significativas: la subida al Prat del Cadí desde Estana (Collado de Pallers), en el Parque Natural del Cadí-Moixeró.
Desde nuestro alojamiento en Bellver hasta el aparcamiento del Collado de Pallers tuvimos que recorrer 18 kilómetros, una media hora de trayecto en coche, primero por la N-260, en dirección a La Seo d’Urgell, hasta la localidad de Martinet, donde giramos a la izquierda hacia la LV-4055, que poco después abandonamos para seguir de frente por una estrecha pista asfaltada que se adentra en la montaña en dirección a Estana, dejando atrás los desvíos a Villec y Beixec. El trayecto no permitía muchas alegrías al volante, pero lo compensaba el precioso paisaje que fuimos contemplando durante la subida, pese a que el azul del cielo lo emborronaban las nubes.
En nuestro caso, no tuvimos problemas en llegar con el coche hasta el pequeño aparcamiento del Collado de Pallers, junto al cual se inicia el sendero. Si está completo, habrá que estacionar el vehículo unos ochocientos metros antes, en el parking de Estana.
Itinerario desde Bellver en Google Maps.
Los datos oficiales de este sendero desde Estana señalan 7,6 kilómetros de longitud (total, ida y vuelta por el mismo camino), 2 horas y cuarto de duración, un desnivel de 360 metros y un grado de dificultad bajo en verano y con buen tiempo, ya que si ha llovido el camino puede estar resbaladizo y si hay nieve se pueden necesitar raquetas o crampones.
Afrontamos un sendero empinado y pedregoso, aunque no demasiado incómodo. De pronto, la tierra cambió de color y adquirió un llamativo tono rosáceo, que según creí entender en el panel informativo al traducirlo del catalán, se debe a la gran presencia de óxido de hierro en los depósitos de conglomerados que se remontan al final de la Era Primaria.
Al alcanzar el Coll Roig (1.770 metros), el bosque se abrió y pudimos extender la mirada hacia el valle de Bastanit, rico en pino negro, abetos, serbales, abedules y rododendros. Además, la pared rocosa del Cadí emergía imponente en la distancia.
Continuamos caminando por senderos de color rosa entre los árboles hasta que, finalmente y casi de improviso la vegetación se abrió, dando paso a una inmensa pradera, el Prat del Cadí, a 1.827 metros de altitud, cerrada por un infranqueable muro compuesto por moles rocosas de más de 2.600 metros, como el Puig de la Canal Varidana o Vulturó (2.649), el más alto. Mirando de frente, de izquierda a derecha, según el panel informativo, , podíamos distinguir el Pic de Costa Cabirolera, el Puig de la Canal del Cristall o el Puig del Quer, todos con más de 2.500 metros de altura.
El sol empezaba a ganar terreno a las nubes en el cielo, otorgando una luz especial a aquel lugar bellísimo y sorprendente, donde nos sentimos motas diminutas formando parte de la inmensidad del paisaje.
En resumen, pese al sendero pedregoso, que se nos hizo un poco pesado a la vuelta, ya casi todo en descenso, nos gustó mucho esta ruta. Además, es corta y con buen tiempo no presenta demasiadas complicaciones a las personas acostumbradas a caminar por la montaña, lo que permite conocer uno de los lugares emblemáticos de la Cerdanya durante cualquier escapada por la zona, aunque sea breve.
Si alguien tiene interés, puede leer el relato completo de la caminata en mi diario de senderismo, pinchando el siguiente enlace: PRAT DEL CADÍ DESDE ESTANA, LLEIDA.
PRULLANS.
Caía la tarde cuando tomamos la carretera N-260 para volver a nuestro hotel, una vez terminada la ruta del Prat del Cadí. Como aún era temprano para cenar, decidimos acercarnos hasta el pueblecito de Prullans, del que había leído que es muy bonito. Además, nos pillaba de paso, pues está solo a cuatro kilómetros de Bellver, tomando desde la N-260, la carretera LV-4037. Acompaño itinerario de Google Maps.
Situado a 1.100 metros de altitud y con poco más de 200 habitantes, las nuevas edificaciones han conservado en general la esencia de la arquitectura popular de la comarca, si bien la zona antigua del pueblo es muy pequeña y realmente se reduce al entorno de la Iglesia parroquial de Sant Esteve, que conforma un panorama espectacular al fundirse con paisaje. Documentada ya en el siglo X, consta de una única nave con ábside semicircular, la parte que mejor conserva su aspecto original, ya que el templo fue completamente restaurado en los años 70 del pasado siglo.
Sin embargo, haciendo bueno su apelativo de “Mirador de la Cerdanya”, lo que más nos sedujo de Prullans fueron las fantásticas panorámicas que ofrece de toda la Sierra del Cadí y su entorno. Además, el sol poniente iluminaba el panorama con una luz tenue que le otorgaba un encanto muy especial. Merece la pena conocer este sitio sobre todo por las vistas. Así que conviene escoger bien la hora para hacerlo. Si no os apetece o no os da tiempo llegar hasta allí, cerca del cruce de la carretera, en la N-260 hay un amplio Mirador, desde el que también se pueden contemplar idénticas vistas aunque a menor altura. El sitio concreto figura en el mapa de arriba.
Desde allí, fuimos hasta Bellver, donde cenamos en el patio-terraza de una agradable pizzería del centro, el único sitio que encontramos mesas libres en el exterior. Al día siguiene nos despedimos de Bellver y su bella estampa desde el balcón de nuestro hotel.