Por fin, llegamos a Lagos. Y digo por fin, porque ya iba teniendo ganas de conocer esos maravillosos acantilados que aparecen en todas las fotos de promoción turística del Algarve.
Situación de Lagos en el mapa del Algarve.
Desde Alvor, fuimos directamente a nuestro hotel, donde nos quedaríamos las dos noches siguientes, ya que fue el único lugar donde repetimos alojamiento, lo que nos permitiría ver la ciudad, hacer una excursión en barco y caminar sobre las playas sin necesidad de mover el coche al día siguiente. Para ello necesitábamos un hotel en el centro y que tuviera parking, a ser posible gratuito. Con esos requerimientos, encontré a buen precio el Tívoli Lagos, un ressort de cuatro estrellas, muy bien ubicado, al lado del Puerto y a cinco minutos caminando del mismo casco histórico, donde se están la mayor parte de restaurantes y sitios turísticos. Desde luego, no es lo que nos suele gustar en nuestros viajes, pero para un par de días, teniendo en cuenta lo que queríamos hacer y sin estar en temporada alta, pensé que cumpliría nuestras expectativas. Dejamos el coche en el aparcamiento gratuito (un recinto reservado al aire libre, supongo que insuficiente para alojar todos los coches que lo requieran en pleno verano) y nos acompañaron hasta la habitación, algo necesario la primera vez por el laberíntico trazado del establecimiento, repleto de habitaciones con arquitectura de bungalow. Con jardines, piscina y entretenimiento nocturno, me pareció que necesita una remodelación, pues su aspecto exterior, con desconchones en la pintura de las fachadas, deja un poco de desear. La habitación era amplia, aunque tenía el baño en un nivel superior, por lo que había que subir varias escaleras, si bien para nosotros no supuso inconveniente. Tenía terraza con vistas insulsas, provista de mesas y silla, aunque no resultaba demasiado práctica por el sol abrasador que daba de plano y que convertía el interior en un horno. Menos mal que el aire acondicionado funcionó apropiadamente. Los desayunos no estaban mal, me gustaron mucho los pequeños bollos “suizos”, que me recordaron a mi infancia. En esa época, aunque muy concurrido, no encontramos colas para acceder al comedor, supongo que la cosa será muy diferente en julio y agosto. Como detalle negativo, comentar que se les olvidó limpiarnos la habitación
A los cinco minutos de instalarnos, ya estaba dispuesta a salir para dar una vuelta por la ciudad, ante la mirada resignada de mi marido, que no deja de asombrarse ante lo que él considera una “hiperactiva turística” por mi parte.
Lagos es una ciudad histórica portuguesa, situada en el Algarve occidental. Actualmente, cuenta con más de 33.000 habitantes, que se dedican fundamentalmente a los servicios y al turismo, ya que sus playas atraen anualmente a multitud de visitantes, en su mayoría extranjeros, lo que no es de extrañar ante estampas tan bellas como la de la Praia de Dona Ana.
El primer asentamiento que se conoce aquí se remonta a 2000 años a.C. y fue fundado por los conios; después llegaron cartagineses, romanos, bárbaros, musulmanes y cristianos. En la época de los descubrimientos, debido a su situación estratégica ganó una gran importancia y en su puerto se construyeron muchas de las carabelas que surcaron el Atlántico. Fue declarada ciudad por el rey Sebastián y se convirtió en capital del Algarve. Asimismo, fue la primera ciudad europea que tuvo mercado de esclavos. Muy afectada por el terremoto de Lisboa de 1755, entró en declive hasta mediados del siglo XIX cuando se crearon algunas industrias. A finales del siglo XX, su economía se volcó hacia el turismo.
PASEANDO POR LAGOS.
Tardé poco en salir a la zona del puerto y, desde allí, por el Paseo Marítimo continué caminando hacia el llamado Old Town (el casco antiguo de toda la vida en España), adonde tardé en llegar apenas cinco minutos. Pasé por el mercado, en cuya terraza superior hay instalado un restaurante mirador, y me metí ya de lleno en el centro, en los alrededores de la bonita Praça de Gil Eanes. A pesar del calor, había mucha gente paseando. Se nota que estaba en la zona más turística de la ciudad.
Edificios coloridos, suelos empedrados, músicos en la calle, animación y unos árboles con manojos de flores moradas que me tenían fascinada. Los he visto también en Madrid, en algún parque, pero no en tanta cantidad como en el Algarve. No sé cómo se llaman, pero me parecen preciosos.
No obstante, como me suele suceder, en vez de continuar por los lugares supuestamente más atrayentes y concurridos, me dirigí hacia un arco blanco y desconchado que me llamó la atención, y que me codujo por la Rua da Barroca, a una antigua zona de pescadores de los más pintoresca y tradicional, pese a que presente un aspecto algo deteriorado.
El contraste de estos rincones que rezumen cierto aire decadente, tan cerca de lugares pulcramente preparados para el turismo de masas, me atrae sin remedio, lo confieso. Por cierto que no había ningún tipo de inseguridad ni cosas raras por allí. Todo normal, incluso vi las terrazas de un par de bares. Al final de la calle, torcí a la derecha y me encontré de nuevo en la zona más turística.
Salí después junto a la Praça Infante Dom Enrique, que presenta su escultura en primer plano, presidiendo un amplio espacio en el que, enmarcados por el Jardim da Constituçao, aparecen edificios tan interesantes como la Igreja de Santa María, el Armazen Regimental (edificio del siglo XVII, con llamativa decoración barroca de argamasa en su exterior), el Museo sobre la Trata de Esclavos, las Murallas y el Castelo dos Gobernadores.
La Igreja Parroquial de Santa María es un edificio de fachada simétrica, de los siglos XV y XVI, aunque fue muy reformada en el XVIII. Una de las veces que pasé por allí estaba abierta (poco antes de dar Misa) y pude ver brevemente su interior.
Tras meterme por algunos sugerentes callejones, salí hasta la Igreja de San Antonio, de fachada muy sobria, pero cuyo interior presenta una gran riqueza, con retablos recubiertos de oro, según he leído, que suponen uno de los mejores exponentes del barroco portugués. Lamentablemente, todas las veces que pasé por delante (y fueron unas cuantas) estaba cerrada, así que no pude comprobarlo. Había obras en la calle, así que sacar una foto decente estaba complicado.
En cuanto a las Murallas, aparecen por varios sitios de la ciudad, están orientadas al mar y las más antiguas datan de tiempos de las dominaciones cartaginesa y romana, con reedificaciones árabes y cristianas. De vuelta al Jardim da Constituçao, seguí los muros hasta una puerta -la de San Gonçalo- flanqueada por dos imponentes torres albarranas. El resto de las murallas, construidas desde 1520 hasta finales del siglo XVI para proteger los nuevos barrios creados por el auge del comercio se extienden por toda la ciudad y presentan varias puertas.
El Castelo, de origen árabe (se supone que una antigua alcazaba), fue muy reformado posteriormente hasta convertirse en el lugar de residencia de los Gobernadores y Capitanes Generales del Algarve durante los siglos XVI y XVII.
Enfrente, junto al mar, me encontré con el Fuerte da Ponta da Bandeira, construcción del siglo XVII con foso y puente, destinado a proteger la ciudad y su puerto durante la Guerra de Restauración portuguesa. No me dio tiempo a visitar el interior.
Estaba cayendo la tarde, pero a mediados de mayo el sol tarda mucho en ponerse en la parte occidental del Algarve, así que no pude resistirme a echar un vistazo a las playas que se divisan desde las inmediaciones del Fuerte y, en especial, me llamó la atención la Praia da Batata.
Unas largas escaleras invitaban a pisar el pequeño arenal que se extiende entre imponentes peñascos a una hora en que la marea estaba baja. Iba con sandalias, en plan turisteo… Sin embargo, mi curiosidad ganó y, sin contentarme con las panorámicas que me ofrecían los diversos miradores, bajé a comprobar lo que había por allí.
Una maraña de túneles abiertos entre las rocas comunican la Praia de Batata con la Praia dos Estudiantes y la Praia do Pinhao. Pasé algunos de ellas, descubriendo cavidades de formas caprichosas, aunque lo que más me llamó la atención fue un arco coronado por una especie de puente de ladrillos, que se llama el Ponte Romano de Lagos. Ignoro el motivo. No avancé más porque la marea estaba subiendo y hay que tener cuidado de no quedarse aislado entre las rocas.
Evidentemente, no se trata de la mejor playa a la que se pueda acudir en Lagos, ya que es pequeña y al hallarse tan cerca de la ciudad debe estar siempre a tope; sin embargo, a esa hora de la tarde, había muy poca gente y me gustó moverme entre los enormes pedruscos, tomando bonitas fotos, las primeras en los acantilados del Algarve, pese a los problemas que presentaba la luz al atardecer, con tantas sombras y reflejos.
Volví al casco histórico y, a las ocho de la tarde, me encontré con un auténtico enjambre de gente ocupando las múltiples terrazas de bares y restaurantes de la Old Town. De pronto, me pregunté cómo debía estar aquello en pleno verano. ¡Madre mía! Lo curioso, aunque con una explicación de lo más evidente, es que había muchísimas personas, turistas británicos y alemanes en su mayoría, gente joven y parejas de mediana edad y mayores, pero apenas se veían niños: claro, faltaban las familias que acuden en verano, ya que los críos están todavía en el colegio. Punto importante para visitar el Algarve con relativa tranquilidad. Y, buscando las calles laterales, era posible hallar lugares casi desiertos.
Por el camino, seguí recorriendo el centro hasta que me encontré con mi marido, que estaba callejeando a su gusto. Me dijo que había visto anunciado un bar argentino, especializado en empanadillas, y que le apetecía cenar allí. Era un sitio un poco alejado del centro, así que tuvimos que utilizar el navegador del móvil y acelerar, pues se nos estaba haciendo tarde para los horarios portugueses. Llegamos a las nueve menos cuarto y la dueña (una chica argentina muy amable que regenta el local con su marido) nos recordó que cerraban a las nueve. Sin embargo, como tenía aún bastante gente en la terraza, nos dijo que nos sentásemos. En fin, tampoco tardamos mucho en tomarnos dos cervezas y cinco empanadillas variadas. Estaban muy ricas. Después, dimos un pequeño paseo nocturno. Resultaba llamativo que, aunque aún quedaba rezagados tomando alguna que otra copa, la mayor parte de la gente había desaparecido de Old Town. ¡Pero si apenas eran las 10 de la noche y hacía un tiempo espléndido, con una espectacular luna llena…!
Pues nada, tocaba volver al hotel, que al día siguiente nos aguardaban nuevas e interesantes aventuras en Lagos.