Domingo, 13 de marzo de 2022
Último día efectivo en Luxor.
Nos levantamos tranquilamente, ducha y desayuno relajado. Mi chico que ya no puede más (es un santo varón) prefiere quedarse hoy en el hotel sin hacer nada y descansando después del tute que le he metido toda la semana.
Ya con pocas cosas que ver (o con todo por ver ya que en Egipto nunca se acaba de ver cosas) me echo al camino para con pasos pausados ir despidiéndome de esta tierra de mis sueños.
Justo enfrente del hotel se encuentra la colina de Qurnet Murai con los restos de un poblado abandonado y bajo el cual se encuentra una pequeña necrópolis. Me voy a la taquilla que está apenas a 100 metros, compro la entrada y me acerco a visitar las tumbas de Amenemonet (TT277), Amenemhab (TT278) y Amenhotep Huy (TT40).
Se trata de un lugar que tiene la pinta de pasar bastante desapercibido para los visitantes y no lo entiendo porque aunque se trate de tumbas pequeñas son de gran interés arqueológico.
Las tumbas de Amenemonet y Amenemhab se encuentran una al lado de la otra, comparten patio en la zona baja de la colina y su entrada es fácilmente reconocible desde la carretera de la que dista apenas unos metros. De tamaño reducido, su decoración brillante las convierte en una auténtica delicia. De hecho, en la tumba de Amenemonet encontramos una escena única y enigmática en toda la necrópolis tebana, la aparición de cuatro mujeres en parejas de dos formando parte del cortejo fúnebre y que llevan sobre sus hombros una especie de chales de colores amarillo y naranja. El papel y significado de estas mujeres es totalmente desconocido a día de hoy y aunque a simple vista parece que estuvieran haciendo alguna especie de ritual o de danza son solo suposiciones.
En la zona alta de la colina y justo debajo de una casa (cosas de Egipto) se encuentra la entrada de la tumba de Amenhotep Huy que data de finales de la XVIII dinastía. Esta tumba en forma de T es conocida por las escenas de tributos de los nubios y los asiáticos al rey Tutankamón que también aparece representado en la tumba. Entre los tributos que presentan al monarca destaca la gran cantidad de oro o una jirafa.
Desde la entrada de la TT40 en lo alto de la colina se puede apreciar una hermosa vista de la zona cultivada y de todo el valle hasta donde se pierde la vista.
Desde Qurnet Murai me acerco al cercano templo de Merenptah o los restos que quedan de él y donde destacan 2 colosos del rey. Luego paseíto hasta los colosos de Memnón que se encuentran llenos de turistas apresurados con los autobuses en marcha para continuar las visitas del día. Yo me siento frente a ellos, los contemplo y respiro el aire del verde campo egipcio que todo lo rodea.
El campo egipcio es verde y frondoso. Lleno de vida gracias al agua del gran Nilo y al sol de Ra. Base de la civilización egipcia, alma de Osiris y piel de Geb. Entorno paradisiaco donde la paz predomina y las cosas sencillas son su gran tesoro. Un burro junto a un canal, unas palmeras, la sombra de grandes árboles, casas de gente humilde... desearía parar el tiempo y quedarme aquí.
Por un camino relajado y tranquilo me voy acercando al templo de Medinet Habu que se divisa al fondo entre tejados de casas y sobre el verde trigo que le sirve de alfombra. Solo el viento, el campo, el templo, la montaña y yo.
Tras pasar por el templo de Ramsés III y observar una vez más su silueta vuelvo al hotel. Hora de comer algo y para este último día decidimos volver al Marsam que es una apuesta segura. Con mucha más gente que los otros días que estuvimos conseguimos una mesita en la parte de abajo con unas vistas privilegiadas y de nuevo la calma y tranquilidad.
Volvemos al hotel, descansamos un rato y no me quiero perder la última puesta de sol de nuestro viaje. Aunque hace un viento considerable ver como el sol se pone por el horizonte en Egipto es un espectáculo maravilloso. Me siento bajo unos árboles y a disfrutar.
Para finalizar el día (y la despedida) me aproximo al Ramesseum y me siento en el muro de piedra que hay junto a la carretera mirando a la necrópolis de Sheikh Abd el-Qurna donde poco a poco las luces de la montaña se van iluminando, sacando a sus moradores de la oscuridad de la muerte y devolviéndoles a la luz y a la vida que tantos visitantes tanto antiguos como actuales les damos al recordar su memoria. El viento cada vez es más fuerte y vienen nubes de polvo que golpean mi cara, tiempo de volver al hotel, cenar y descansar un rato que de madrugada ponemos rumbo a España