Vaya por delante que soy otra enamorada del Cabo de Gata. Partiendo de ahí y, por mi experiencia al llevar allí a amigos y conocidos, sé que aquello no es para todo el mundo. Sus paisajes desolados han cautivado a fotógrafos de renombre mundial y raro es que dejen indiferente. Pero bien pueden no gustar (y no pasa nada). Donde unos ven matojos otros ven un semillero de joyas botánicas. Donde unos ven un secarral otros ven un paisaje sobrecogedor.
La baza principal del parque, haber llegado a nosotros digamos que bastante más preservado que lo que es la tónica en el litoral mediterráneo, conlleva perder algunas comodidades. Me he encontrado con gente desconcertada ante una playa sin bares o que no entienden que algunos caminos se dejen deliberadamente sin asfaltar y quisieran llegar con el coche hasta el último rincón. No obstante, también hay asfalto y playas con bares, pero no en lo mejor del parque. Y según qué días y qué playas puede encontrarse una masificación parecida a la de costas más convencionales.
Cabo de Gata ha alcanzado cierto renombre y bien está. Pero ya que aquí seguramente escribiremos bastantes entusiastas del parque quiero poner también un poco de contrapunto. Yo le diría al viajero que está sopesando este destino que trate de entender su esencia y se asegure de que es para él y sus circunstancias. |