Cogimos el vuelo de Turkish que sale a las 00:00 h de Madrid llegando a Estambul a las 05:00 horas local (Turquía es un uso horario más respecto a España). Volar con la Turkish es éxito seguro, todo puntual, organizado y en atenciones, la cena exquisita y el trato estupendo, salvo el calor que hacía dentro del avión lo demás de 10.
Una vez llegas a Ataturk, lo primero es buscar las maletas. Ya en nuestro poder pasamos al control de pasaportes para ciudadanos no turcos, el cual se realiza con el Visado electrónico obtenido por internet del gobierno turco (con indicarle al GOOGLE visado Turquía accedes a la web). Como hasta las 6:00 horas no empieza a funcionar el metro, nos da tiempo a realizar el primer cambio de divisas, bajar al andén, comprar agua en el supermercado allí mismo y conseguir monedas para comprar los jetones (cada uno a 4 liras). Al lado de las máquinas grises de jetones hay otras de la Istanbulcard, lo que no sabíamos hasta entonces es que esas máquinas no te dan tarjeta, es solo para recargar. Tampoco sabría deciros donde se compra, a nosotros cuando la necesitamos al cuarto día nos la prestaron en el hotel.
Cuando abrieron la estación, metimos el jetón en el torno y directo al único metro que hay, que te lleva a la ciudad. Nosotros lo cogimos hasta el intercambiador con el tranvía en Zeytinburnu. Allí preguntamos y nos comentaron que era libre de entrada, luego aprendes que en realidad hay estaciones de tranvía que el acceso sin tornos es sencillo, te entras por el andén y listo, pero ninguno es libre, todos tienen seguridad en ambos lados de acceso. Cuando llegó el tranvía nos dirigimos hasta Çemberlitas, la más cercana a nuestro hotel.
El Aparta Hotel es el Serdivan, el cual por 900 €/ 8 noches, reservamos una habitación triple tipo suite, enorme, con su buen cuarto de baño y su cocina con nevera, menaje y armarios. Tanto el personal del mismo, como las instalaciones muy satisfactorias, no es el Hilton ni el Sheraton, de lógica, pero perfecto para lo que buscábamos. La zona es perfecta, a 5 min de la plaza de Sultanahmet y del Gran Bazar, en la calle Piyer Loti. Lo cierto es que no es fácil dar con él la primera vez, pero una vez que llegamos nos alegramos de hospedarnos en esa ubicación.
Esa mañana la dedicamos a dormir, que hacía falta. Por la tarde la recepcionista, con su buen inglés nos dió unas breves pinceladas de cómo funcionaba la ciudad, unos mapas, un intercambio de impresiones sobre nuestro plan de viaje y a la calle a explorar. La calle del hotel está llena de restaurantes, hoteles y supermercados, lo que ayuda mucho.
Lo primero que hicimos es ir al Gran Bazar. Los cambios de divisas los hicimos todos dentro del Gran Bazar, donde hemos cambiado todos los días a una media de 1 € por 2.86 Liras, el mejor cambio que hemos visto en la ciudad. Allí pues lo comentado en el foro, te atosigan, pero es normal, vas a eso. También dimos una vuelta por Sultanahmed, donde gané mi primer regateo comprando una guía de la ciudad bastante completa por 15 liras (me pedía 35 liras) y para casa a descansar.
Anduvimos por el Gran Bazar hasta la Universidad y la Mezquita de Suleimán, primera experiencia islámica. Mi pareja pisó sin querer las tablas de acceso, y muy correctamente un hombre se me acercó diciéndome que por favor nos descalzáramos y que ella se tapara con el pañuelo que llevaba (fue una mujer la cual agarró una fregona y limpió toda la tabla como si hubiese pisado un elefante, a la vez que reprimía al hombre encargado de la entrada). Dentro de la mezquita nadie nos dijo nada, hicimos fotos y observamos sin ningún problema.
Por la zona de la Ataturk Boulevard rodeamos el centro para acceder al puerto y la zona del Puente de Galata, por 7 liras nos comimos un bocadillo de pescado y “limonata” natural, muy bueno, no para repetir, que tampoco tiene nada, pero rico. Paseamos por el puente viendo a los pescadores hasta el barrio de Galata al otro lado. Este barrio tiene mucho ambiente, las calles son empedradas en cuesta, hay muchos puestos de artesanía, no te dan mucho la tabarra con que compres, el ambiente es jovial y moderno. Subimos a la torre Galata por 20 liras para hacer nuestras primeras panorámicas y continuamos hasta Istiklal cadessi. La calle es genial, hay muchísima gente, mucho bullicio, tiendas muy buenas, con muchas franquicias, todo original, es como el gran boulevard de la ciudad, con su tranvía típico, los edificios y las embajadas, desembocando en Taksim, que es más emblemática por revueltas y manifestaciones que por otra cosa.
La vuelta la hicimos en sentido contrario, viendo el atardecer desde el puente Galata, pasando por el Bazar de las Especias y ascendiendo. Entre que no conocíamos las calles y que una vez cierra el Gran Bazar empiezan a apagar las luces de las calles, no es muy recomendable pasar por allí a aquellas horas, no por inseguridad, que no la sentí en todo el viaje, si no porque es complicado moverse por ese laberinto de calles en esas condiciones.
El tercer día lo dedicamos a “lo gordo”. Era sábado por la mañana y nos acercamos a las furgonetas marrones del Ministerio de Cultura turco a comprar tres Museum Card, cada una a 85 liras pagadas con VISA. Cada uno tendrá una opinión, para mí no merece la pena, para lo único que la empleamos fue para AYASOFIA, TOPKAPI, el Tour del Bósforo (ahorras unas tres liras si no recuerdo mal), el Harem, AYAIRINE y para subir a la torre Saphire; el resto de museos no los vimos, a Salvador de Chora nos quedamos con las ganas, pero no nos merecía la pena por la lejanía y los otros atractivos de la ciudad son gestionados por entidades privadas, lo cual no sirve. En resumen, haciendo números pierdes Liras, y las colas, incluso siendo sábado por la mañana se hacían rápido.
Entramos en Santa Sofía, la cual se explica en las guías, la Basílica-Cisterna (20 liras, y no es para tanto), la Mezquita Azul (ojo con las entradas al rezo que cierran el acceso al público y puedes estar en la cola perdiendo el tiempo para no entrar, mejor tener claro esas horas), Topkapi y Santa Irene. Cada uno valorará uno u otro, cada cual tiene su cosilla, pero después de algún que otro viaje y de ver mil y un hito turístico, uno se da cuenta que lo que es turístico acaba perdiendo valor de sorpresa. Vimos la puesta de sol en los bancos frente a la Mezquita Azul, donde se escucha el mejor rezo de la ciudad, puesto que hay varias mezquitas cerca y se complementan perfectamente.