Salimos desde Madrid en nuestro coche, no demasiado temprano. Calculamos unas 7 h. hasta Burdeos y, como ya lo conocemos bien (vivimos allí durante un año) sólo pretendemos llegar con luz para rememorar nuestros puntos favoritos de la ciudad. Teniendo en cuenta que estamos en verano, eso nos da bastante tranquilidad para cerrar maletas, etc.
Finalmente llegamos incluso antes de lo calculado y sobre las 16:00 ya estábamos en el alojamiento: un Airbnb ya en Pessac (un municipio limítrofe con Burdeos) donde las sábanas olían a humedad rancia y hacía un calor infame porque el aislamiento era inexistente y a esas horas pegaba de lleno el sol (y eso que veníamos de España). Lo bueno es que el tram (tranvía) estaba cerca y es súper práctico y barato. También nos planteamos ir andando al centro. No está tan lejos y siguiendo las vías del tram no tiene pérdida, pero queríamos aprovechar algo más.
Bajamos en
Victoire (Place de la Victoire) para empezar nuestro recorrido por el centro, como siempre. Y allí nos fotografiamos con el arco y la tortuguita. Subimos por la Rue Sainte-Catherine para llegar hasta la
Grosse Cloche, uno de mis monumentos preferidos, con la entrada a la pequeña
iglesia de Saint-Éloi casi escondida en su base.
A partir de ahí, callejeamos, disfrutando del ambiente de una tarde de domingo de verano, con mucha gente tomando algo en todos los locales y muy buen rollo. Así, llegamos hasta la
Porte Cailhau, resto de la antigua muralla del Palacio de los Duques de Aquitania, del que ya sólo queda el nombre de la plaza (Place du Palais).
Y desde allí, con solo seguir el curso del Río Garona, llegamos a la Plaza de la Bolsa (
Place de la Bourse) y su Espejo del Agua (
Miroir de l'eau), lleno de niños jugando a refrescarse.
Desde allí, vemos de lejos el
Pont de Pierre y la aguja del campanario de la
Basílica de Saint-Michel (súper recomendables en una visita con más tiempo).
Seguimos hacia la explanada de
Quinconces, donde montan el Marché de Puces y las ferias, y ahora había instalada una noria, pero, sobre todo, donde está la magnífica fuente del
Monumento a los Girondinos.
Tras esto, volvimos a adentrarnos en la ciudad, y llegamos a la
Place de la Comédie, donde podemos encontrar uno de los mejores hoteles de la ciudad, justo en frente de la
Ópera.
Por cierto que, justo al lado tenemos las
Allés de Tourny, donde se monta el mercado de Navidad, avenida que finaliza a dos manzanas del
Jardin Public. También en una bocacalle desde Place de la Comédie encontramos la
iglesia de Notre-Dame, donde se celebró el funeral de Goya, ya que murió estando allí exiliado. De hecho, hay una estatua de él en la puerta.
Cenamos con unos amigos de allí en una crêperie llamada "Le Nom d'une Crêpe" (bastante bien) y, nos despedimos de ellos visitando de nuevo la Place de la Bourse de noche, donde hicimos contemplamos el precioso juego de la lámina de agua del Miroir de l'eau, ahora sin gente. Recomiendo mucho también ver los muelles del río iluminados de color.
Dimos un último paseo por la ciudad y, en la plaza de la catedral (Place Pey Berland), tras contemplar el ayuntamiento (
Hôtel de Ville), la propia catedral (
Cathédral de Saint-André) y el campanario (
Tour Pey Berland) con su iluminación nocturna, cogimos el tram de vuelta al alojamiento, pasar una noche toledana, entre el calor, el ruido de los camiones de basura a las cuatro de la mañana y el olor a humedad rancia de las sábanas mal secadas.
Después de dejar la habitación, nos dirigimos a pasar la mañana por el pintoresco pueblo de
Saint-Émilion. Años atrás ya habíamos hecho la visita por dentro de la
iglesia monolítica y el
paseo en trenecito por los viñedos, con
degustación y cata en una bodega, por lo que esta vez, simplemente nos dejamos llevar por sus preciosas calles. Al fin y al cabo, para nosotros esta vez
Gironde era sólo una parada y el objetivo era llegar a dormir a Nantes para comenzar allí la Ruta.
Por cierto, sus
macarons típicos, no son como los que se han popularizado por todas partes, de colores, sino pura almendra, sin tanto colorante ni tanto azúcar.
Seguimos subiendo hacia nuestra próxima parada para estirar las piernas:
La Rochelle. Paseamos por su
vieux port, por su pequeño centro, por su
camino de ronda, admiramos sus
torres (de Saint-Nicolas, de la Chaîne y de la Lanterne) aunque no entramos porque nos pareció caro (11 €) y queríamos reservarnos para los castillos. Nos sentamos en un banquito a la sombra frente al puerto, a comer un tentempié recién comprado en el Carrefour Market de la zona y vimos desde allí el espectáculo de unos bailarines de
break dance. Desde allí teníamos una vista preciosa que completaban los
faros, la
noria y los edificios coloridos. Nos quedamos hasta que su
Grosse Horloge marcó una hora que nos pareció conveniente y reemprendimos el camino.
Antes de dirigirnos hacia nuestro hotel en Nantes, hicimos una última parada en
Trentemoult, un pequeño y colorido pueblo de pescadores que, en realidad, pertenece al más grande Rezé. Fue un estupendo sitio donde hacer las últimas fotos del día antes de y con la luz del atardecer. Estaba lleno de rincones coquetos y, frente a la orilla del río Loira, había varias terrazas donde cenar y degustar una copa de vino.
Este día lo dedicamos entero a Nantes, que por su tamaño y su oferta cultural, bien lo merecía.
Empezamos por la Isla de Versalles (
Île de Versailles), una isla semiartificial en el medio del río Erdre, convertida en un enorme vergel, que, entre otros espacios verdes, alberga un jardín japonés.
Desde allí, fuimos andando hasta el centro, aprovechando para visitar pequeños puntos de interés marcados en el
itinerario de "Le Voyage à Nantes" (visitad su página para más información, pero, resumiendo, se trata de pequeñas intervenciones artísticas efímeras, ero también permanentes). Así, llegamos hasta las
avenidas de Saint-André y de Saint-Pierre, divididas por la
Columna de Luis XVI, frente a la
Catedral de San Pedro y San Pablo. Detrás de la catedral, nos entretuvimos en el jardincito de
La Psalette.
Tras esto, decidimos no ir directamente al castillo, sino desviarnos al
Jardin des Plantes y comer allí unos bocadillos, sentados en un banco, rodeados de verdor y a la sombra, porque ese día hacía un sol de justicia. Nos encantaron las esculturas diseminadas por el jardín.
Con las energías repuestas, fuimos ya sí al
Château des Ducs de Bretagne, a cuyo patio entramos gratis. Allí dentro hicimos el camino de ronda. En el edificio principal había una exposición temporal que ya era de pago, por lo que no la vimos.
Al salir del castillo, decidimos callejear por el centro para ver los puntos clave pero, a la vez, visitar las intervenciones que formaban parte del ya nombrado "Voyage à Nantes". Así, vimos la catedral, la
Place Royale, el
Passage Pommeraye (galería cubierta de tiendas al estilo parisino)...
Y por fin llegamos a la
Isla de Nantes, donde se encuentra
el complejo de "Les Machinesde l'île". De esto no puedo decir más que es una auténtica pasada. Nos encantó el proyecto y con cada cosa que veíamos nos maravillábamos más.
Llegamos justo cuando acababa de comenzar el desfile del Grand Éléphant (lo vimos desde abajo y fue de lo más refrescante) y, tras contemplar también el Carrousel des Mondes Marins, decidimos entrar a la Galérie des Machines, pues nos pareció lo más completo. ¡Y vaya si lo fue! Lo compramos allí mismo y, para nosotros, vale lo que cuesta (9,50 €).
Aprendes un montón sobre su idea y sobre el nuevo proyecto en el que llevan años trabajando: l'Arbre aux Hérons, que prevén inaugurar en 2027. Por el momento, puedes ver los prototipos de los animales que habitarán el árbol ¡pero verlos funcionar y, en algunos casos, hasta ser tú quien los accione! Y es que, hacen una explicación bastante detallada de cómo funciona cada uno, cuál será su lugar y, suelen sacar a alguien de entre el público para que participe... eso sí, para interactuar se requiere saber francés para poder seguir las instrucciones y las explicaciones (aunque, si no se sabe francés, los planos están expuestos, y se puede ver el funcionamiento de las máquinas igual aunque se escapen los detalles).
También visitamos los talleres y su tienda donde todo es precioso.
Nos dimos cuenta de que Nantes ofrece muchísimo (el resto de obras del Voyage, el Museo de Julio Verne, el cercano Puy du Fou original...) y muchísimo fue, por tanto, lo que nos quedó para otra futura visita.