Cómo empezó todo
Hace diez años mi mujer y yo hicimos un viaje a Escandinavia, que como es fácil suponer nos dejó encantados. Nuestra ruta fué Copenhague-Malmoe-Estocolmo-Lund-Uppsala-Kiruna-Narvik-Islas Lofoten-Bodo-Trondheim-Alesund- Geiranger- Balestrand-Flam-Fjaerland-Bergen y Oslo. Todo ello en 22 días combinando tren, autobús y ferry. De todo lo que vimos seguramente Noruega fue lo que nos gustó más.
Medio en serio medio en broma nos hicimos el propósito de volver al cabo de, por ejemplo, diez años. Además, solo habíamos podido ver la parte sur, nos quedaba por tanto ver la parte norte y de paso aprovecharíamos para volver a las islas Lofoten que nos dejaron tan fascinados. En aquel momento aquello sonaba a una de tantas frases que se dicen sin tener demasiado en cuenta qué se está diciendo.
Pero, vaya, como el que no quiere la cosa ya han pasado los diez años, y alguien (yo) desempolva aquella frase.
Mmm…, y ¿Por qué no?
La verdad es que tampoco necesitábamos demasiados argumentos para convencernos.
De manera que a mediados de abril empezamos a planificarlo todo para viajar a finales de julio.
Noruega siempre ha sido un destino muy caro. Cuando empezamos a ver precios de hoteles, nos damos cuenta que son extremadamente exagerados. Como guardamos todo, empezamos a comparar con lo que nos costó hace diez años y la diferencia es brutal. ¿Quizás el euro ha tenido algo que ver?
Por otra parte, también hay que decir que la aparición de las low cost también nos ha puesto más al alcance destinos de media distancia como este.
Veamos: Viaje en tren hasta Narvik, en el mejor de los casos unas 38 horas, con un interrail de 22 días para mayores de 26 años, 494 euros, más suplementos. Viaje en avión Barcelona-Oslo y Oslo-Tromso, unas nueve horas incluyendo tres y media de tránsfer, 365 euros ida y vuelta, comprado el billete con unos dos meses de antelación. Hombre, no parece que haya color.
Después de barajar diversas alternativas, al final nuestra ruta quedará como sigue:
1º dia.- Barcelona-Oslo y Oslo-Tromso
2º dia.- Tromso-Alta
3º dia.- Alta-Honningsvag
4º dia.- Honningsvag-Alta
5º dia.- Alta-Nordkjosbotn
6º dia.- Nordkjosbotn-Stave (Islas Vesteralen)
7º dia.- Stave (Islas Vesteralen)-Kabelvag
8º dia.- Kabelvag-Islas Lofoten-Kabelvag
9º dia.- Kabelvag-Abisko
10º dia.- Abisko-Tromso
11º dia.- Tromso-Oslo y Oslo-Stavanger
12º dia.- Stavanger-Preikestolen
13º dia.- Stavanger
14º dia.- Stavanger-Egersund-Stavanger
15º dia.- Stavanger-Oslo
16º dia.- Oslo-Barcelona
Los precios son según el cambio a julio de 2011.
1r dia.- Barcelona-Oslo y Oslo-Tromso
Nuestro vuelo Barcelona-Oslo sale a las 10:15, de manera que con tiempo suficiente nos presentamos en el mostrador de facturación de la compañía Norwegian. Hay un poco de cola, pero no mucha. La mayoría son noruegos que vuelven a su país después de pasar sus vacaciones en España. Llega nuestro turno y facturamos las dos maletas que llevamos (dos más de cabina). Aunque las low cost son bastante restrictivas con el tema del equipaje (podemos llevar hasta 20 Kg. por persona), nuestras maletas pesan 15 y 17 Kg, por tanto no hay ningún problema.
Aunque parezca una pregunta un tanto absurda, le pregunto a la chica del mostrador de facturación, si nuestras maletas van directas a destino. Me dice que no me preocupe, que las maletas van directamente a Tromso. Además, a la etiqueta de facturación le añade otra de color amarillo fluorescente en las que se lee “Transfer”. Con aquella sensación de “pero hombre, qué dices!” por la pregunta, nos dirigimos a la puerta de embarque para subir al 737-800 que deberá llevarnos hasta Oslo.
Más adelante veremos que no era una pregunta tan absurda. Estuvimos en un tris de fagocitarnos las vacaciones.
Norwegian te ofrece la posibilidad de elegir asiento, previo pago de un suplemento. A nosotros nos da igual donde vayamos sentados, de manera que dejamos que nos asignen ellos nuestras plazas.
A la hora en punto, cosa rara, despegamos del Prat dirección Oslo. Son tres horas y media de vuelo que entre leer, escuchar música y alguna cabezadita se pasan bastante rápidas.
Bueno, pues ya estamos en Oslo. Bajamos del avión y seguimos las indicaciones de “Transfer” para situarnos en la puerta donde embarcaremos dirección a Tromso. Unos metros antes de cruzar la puerta del hall de llegadas, vemos un cartel de generosas dimensiones en el que se indica en noruego y en un inglés bastante comprensible que hay que recoger las maletas, incluso en el caso de hacer transbordo. Aquí tenemos un conflicto: La chica de facturación de Barcelona nos aseguró que iban directas a Tromso, que no debíamos recogerlas en Oslo y además le colocó a las maletas una etiqueta muy evidente con el rótulo “Transfer”. Pero delante teníamos un cartel también muy evidente que esto no era así.
Momentos de duda.
Esperamos unos minutos (demasiado pocos), en la cinta de salida de equipajes de nuestro vuelo, y nuestras maletas no salen. Parece (solo parece) que ya no salen más maletas. Nos fiaremos de aquella chica rubia de aspecto nórdico que nos atendió en el mostrador de facturación de Barcelona.
Se masca la tragedia, aunque nosotros aún no lo sabemos.
De las tres horas y media ya ha pasado casi una, y como es la hora de comer, vamos a buscar algún sitio donde hacerlo. Encontramos un self-service, un Pizza hut y tres o cuatro locales de comida rápida.
Empezamos a escandalizarnos con los precios.
A la hora señalada nos convocan para embarcar destino Tromso. Nuevamente subimos a otro 737-800 y a la hora en punto despegamos. El vuelo va prácticamente completo. Por cierto, todos los vuelos que hicimos iban llenos o casi. Debido a las grandes distancias, el transporte aéreo en el norte de Noruega es el más habitual. Casi podríamos decir que allí la gente coge un avión con la cotidianidad con la que aquí cogeríamos un tren o un autobús.
En una hora y tres cuartos aterrizamos en el pequeño aeropuerto de Tromso, más de 1600 kilómetros al norte de Oslo.
Desembarcamos y vamos a recoger las maletas.
Pero las maletas no salen.
Ay.
Bueno, esperemos un poco.
Siguen sin salir.
Ay.
Ya no quedan más maletas en la cinta y ésta se para.
Ay, ay, ay.
Vamos al mostrador de Norwegian, y le explico al chico que está allí que nuestras maletas no han salido. Al cabo de pocos segundos nos confirma que se han quedado en Oslo. Y además nos dice en un tono bastante desagradable que teníamos que haber recogido las maletas y refacturarlas, que hay un cartel muy grande en el hall de recogida de equipajes. Le digo que sí, que efectivamente hemos visto ese cartel, pero que su compañera en Barcelona nos había jurado y perjurado que las maletas iban directas a destino, y además les había colocado una etiqueta de “transfer”.
Llegado a este punto la conversación no puede seguir adelante. Cada uno tenemos nuestra razón, de manera que ahora lo prioritario es recuperar las maletas, y después ya veremos qué medidas adoptaremos para reclamar lo que consideremos oportuno.
El chico nos dice que las maletas llegarán en cuanto las puedan cargar en el primer vuelo que salga de Oslo hacia Tromso. Como el último vuelo de hoy ya ha salido de Oslo, lo mas probable es que las facturen en el primer vuelo del dia siguiente, o sea, para llegar a Tromso sobre las diez de la mañana. Nos da el resguardo de la reclamación, en la que por cierto deja bien claro que no tenemos derecho a ningún tipo de indemnización porque el error ha sido nuestro. En cualquier caso eso ya lo veremos, ahora lo único que importa es que lleguen las maletas.
A medida que vamos abandonando el aeropuerto, la sombra de la duda se va alargando. Y si no llegan las maletas ¿Qué hacemos? Nos quedan dieciseis dias por delante y solo tenemos las bolsas de cabina, en las cuales solo llevamos ropa de recambio para un caso de emergencia, como ahora, y poca cosa mas.
Bien, no podemos hacer más en este momento, de manera que cogemos el bus hasta Tromso. Son unos diez minutos de trayecto. El conductor, muy amablemente se desvió un poco de la ruta para dejarnos casi al lado del St. Elisabeth hotel, que es donde nos alojaremos. Los siete euros por cabeza del autobús hace que poco a poco nos vayamos “integrando” en la vida noruega.
El St. Elisabeth es un hotel que antiguamente había sido hospital, y aun hay signos evidentes de este hecho. Por ejemplo, las camas tienen motorcillo como las de los hospitales o que el baño es inmenso y perfectamente adaptado para discapacitados. A parte de esto, el resto es igual que un hotel normal. (114 euros/Hab. Doble con desayuno). Está situado a diez minutos andando del centro, a cinco minutos de la parada de bus urbano y del bus al aeropuerto, y a cinco minutos también del museo Polaria.
Son las ocho y ya es hora de cenar, de manera que nos vamos caminando hasta el centro a buscar algún restaurante. Al no tener las maletas, solo llevábamos un par de chaquetas, que aunque hacía un poco de fresco (Unos 12º) resultaron suficientes.
Tromso es una ciudad pequeña, unos 20.000 habitantes pero es la mas grande del norte de Noruega. No la encontramos especialmente atractiva, pero se respira mucha tranquilidad.
Una de las primeras cosas que nos sorprendió fue que las tiendas están abiertas hasta muy tarde, las diez o las once de la noche. Después veríamos que esto es habitual también en el resto del norte de Noruega. Hemos dicho tiendas pero quizás seria más correcto hablar de almacenes. En efecto, prácticamente no vimos ninguna tienda de alimentación tal cual las conocemos aquí. Prácticamente solo hay supers tipo Lidl, Aldi o similar, y solo de dos o tres cadenas. Rema 1000 es una de ellas.
Como no nos convence nada de lo poco que hay para comer, decidimos volver al hotel paseando tranquilamente. Pasamos por delante de un súper y compramos un poco de comida, que siempre va bien tener para un caso de necesidad, o simplemente si algún dia queremos comer unos bocadillos.
Cuando salimos del supermercado ha empezado a llover, y lo hace de una manera muy generosa. Como los paraguas estan en las maletas y las maletas están en Oslo, no nos queda mas remedio que guarecernos bajo la marquesina de una gasolinera cercana.
Pasan 5, pasan 10, pasan 15, pasan 20 minutos… y no parece que quiera amainar. No estamos muy lejos del hotel, unos diez minutos, pero tenemos que atravesar una zona en la que no hay casas ni nada donde poder refugiarnos. Intentar ir caminando es una temeridad, porque acabaremos como sopas, y además recordemos que no andamos sobrados de ropa.
Pasados tres cuartos de hora mas decidimos que no nos podemos quedar allí “in eternum” porque además empezamos a tener frío y la humedad nos empieza a calar los huesos. Ahora la lluvia arrecia mas si cabe.
A unos cincuenta metros descubrimos una parada de autobús. Con un poco de suerte, por allí pasaría algún bus que nos dejara al lado del hotel. Una pequeña carrera, y ya estamos debajo de la marquesina de la parada. Consultamos los horarios, y dentro de unos minutos tiene que pasar uno que debería dejarnos al lado del hotel.
Llega un autobús, preguntamos al conductor y nos confirma que la parada siguiente está al lado del hotel. Sigue lloviendo inmisericordemente, y por tanto preferimos pagar 7 euros por una parada. No está nada mal.
Diez minutos después de llegar al hotel deja de llover. Ay, el amigo Murphy…
2º dia.- Tromso-Alta (297 kms.)
Después de haber dormido bastante bien, nos levantamos y vamos a almorzar, concretamente a la planta siete del edificio, que es donde está el restaurante del hotel. El desayuno es correcto, pero normalito.
Empezamos un rato de angustia. ¿Habrán llegado las maletas?
Le pedimos a la chica de la recepción del hotel si puede llamar al aeropuerto y preguntar si saben algo de ellas. Unos momentos expectantes viendo y oyendo a aquella chica hablando en noruego. Cuando cuelga nos dice que le han dicho que ha llegado UNA maleta. ¿Sólo una?
Ay.
Bien, de momento lo que haremos será ir a recoger el coche que tenemos reservado en AVIS. Concretamente un Toyota Auris. Después de formalizar la reserva, el chico que nos atiende nos dice que el coche que nos tienen preparado tiene algunos rasguños y una “pequeña grieta” en el cristal delantero. Está todo escrito en el contrato y por tanto no tiene por qué haber ningún problema.
Pero cuando salimos al exterior y vemos el coche, la “pequeña grieta” del parabrisa es en realidad una “gran grieta de más de 40 cms.” y jústamente en el área de visión del conductor. Obviamente ese coche no está en condiciones. Sin tener que insistir demasiado, el chico vuelve a entrar a la oficina y después de un par de llamadas nos dice que nos darán un Toyota Avensis station wagon, prácticamente nuevo y con navegador.
Hombre, muchos peros no le pusimos, no. Obviamente todo al mismo precio que teníamos contratado.
Bueno, pues ya tenemos el coche. Arrancamos y ponemos rumbo al aeropuerto.
Diez minutos y ya hemos llegado. Diez minutos que hemos aprovechado para repasar todo el santoral y hacer promesas diversas.
Aparcamos. Bajo del coche. Mi mujer se queda esperando en el coche porque allí no se puede aparcar. Entro en la terminal. En este punto las pulsaciones debían estar a 200, por lo menos. Llego al mostrador de Norwegian. Doy los buenos días. Enseño el resguardo de la reclamación, y en ese preciso instante veo detrás de la chica que me atiende, UNA de nuestras dos maletas. Sí, solo una. Coincidía con lo que nos había dicho la chica del hotel.
Ay.
Momentos de incerteza, de nervios, de histerismo, de paroxismo, el corazón está a punto de salirse…
La chica mira, llama, pregunta…
-“Un momento, por favor…”
-“Otro momento, por favor…”
Finalmente, se abre una puerta, aparece un chico y trae nuestra segunda maleta.
Uff, uff, uff.
No sé si habrá mucha gente a la que le haya pasado lo mismo que a nosotros. Es posible que la chica que nos atendió en Barcelona llevara poco tiempo y no supiera como funciona su propia empresa. No lo sé. Lo que si sé és que no le deseo a nadie el mal rato que pasamos ante la posibilidad de irse al traste nuestras vacaciones.
Unos dias después, en el aeropuerto de Oslo, fuimos a la oficina de Norwegian a pedir explicaciones, y allí sí nos atendieron con más cortesía que en Tromso. Evidentemente nos dijeron que la chica de Barcelona se había equivocado, y que el tener que refacturar las maletas no era cosa de Norwegian sino que venia motivado por las exigencias de la aduana noruega. Según nos dijeron, los viajeros de vuelos que provienen del exterior, tienen la obligación de recoger la maleta en el aeropuerto de transfer y refacturarla. Creo que aquellos que vayan a viajar a Noruega harán bien en tener muy presente esta particularidad.
Bueno, pués parece que ahora ya sí, por fin podemos “re-comenzar” nuestras vacaciones.
Ponemos primera, segunda, y… rumbo al cabo norte.
Hoy haremos 310 kms. hasta Alta, a mitad de camino del Cabo Norte.
Después de leer diversos comentarios en blogs, diarios de viajes y foros sobre el tema de la conducción en Noruega, una cosa está muy clara: Respetemos las velocidades permitidas porque de lo contrario nos creará más de un quebradero de cabeza. La multas por exceso de velocidad son escalofriantes, y si el exceso es mucho exceso puedes llegar a verte en la cárcel. Y hasta que no pagas no sales. Además, no hay margen. Si el límite son 50 km/h quiere decir que no podemos ir a 55. Os aseguro que no es ninguna exageración. El límite de 90 km/h en una carretera con rectas muy largas y con escasa circulación invita a dejarnos llevar por la rutina.
Después de unos 50 kms. la carretera se acaba y tenemos que continuar en ferry. Cuando llegamos ya hay cola y eso que todavía falta más de media hora para la salida. Teníamos previsto coger el de las 11.40, pero debido al tiempo que perdimos en el aeropuerto no hemos llegado a tiempo y por tanto habrá que esperar al siguiente, que saldrá a la una.
Cuando llega el ferry, bajan los coches, furgonetas y camiones que acaban de realizar el trayecto inverso al nuestro y seguidamente subimos nosotros. Es una maniobra rápida y después de aparcar y frenar convenientemente el coche, subimos a cubierta. (15,67 euros/coche más dos personas).
El tiempo es bastante desapacible, no hace frío pero en la cubierta, con el aire soplando, la sensación es un poco desagradable, de manera que después de unas cuantas fotos bajamos al salón. La travesía es corta, unos veinte minutos.
Cuando llegamos a Svensby tenemos que recorrer 22 kms. por carretera para llegar a Lyngen que es donde deberemos volver a embarcar en otro ferry. Hay tiempo suficiente, pero tampoco hace falta entretenerse más de la cuenta.
Una vez en Lyngen se repite el ritual, llega el ferry, bajan los vehículos, subimos nosotros y salimos en dirección a Olderdalen. (21,48 euros/coche más dos personas). Esta travesía dura 25 minutos. Allí enlazamos con la carretera principal al Cabo Norte. Si hubiésemos ido por carretera evitando los ferrys, habríamos recorrido unos 100 kilómetros mas.
Son las tres pasadas y todavía no hemos comido. Después de hacer unos cuantos kilómetros, deberemos ir tomando conciencia de que a partir de ahí los restaurantes van a ser más bien escasos. Las distancias son largas y las poblaciones muy escasas. Los restaurantes de carretera serán prácticamente inexistentes.
Nos queda el recurso de prepararnos unos bocatas , y aprovechamos una pequeña área enfrente de unos tenderetes samis. Más adelante veremos que estos tenderetes son relativamente frecuentes. En unos casos son una especie de tiendas de campaña típicas samis (Eso dicen, a nosotros nos recordaron a las de los indios del oeste americano), y en otros son casetas de madera con el techo cubierto por hierba.
Los Samis son una minoría que desde hace algunos años tienen un estatus especial dentro del estado noruego. Precisamente por ser minoría tienen, por ejemplo, la exclusiva de la crianza y mercadeo de los renos. Y también tienen permisos para montar estos tenderetes típicos para vender recuerdos, como pieles y cornamentas de renos.
Seguimos el camino, no hace mucho frío, pero sopla un aire bastante desagradable.
El paisaje ahora ya es plenamente de tundra, inmensas extensiones verdes donde la vegetación es escasa.
A las ocho y media llegamos a Alta, y justo en la entrada encontramos el Best Western donde nos alojaremos. (133 euros/noche). Sin perder tiempo vamos hasta el centro a buscar algún sitio para cenar. Tenemos nuestras dudas, ya que tal como estamos acostumbrados cuando salimos por Europa, los horarios de la cena son muy diferentes a los nuestros, de manera que las nueve de la noche es casi última hora. Después veremos que no hacía falta sufrir por este hecho.
Alta es la ciudad principal de la zona. De hecho es LA ciudad, porque es la única en muchos kilómetros a la redonda.
La arquitectura de las ciudades de aquellas latitudes no tiene nada que ver con las nuestras. Difícilmente veremos un edificio de mas de tres plantas. Son ciudades muy dispersas, calles cortas y hasta un poco anárquicas. No hay prácticamente edificios históricos, no hay un centro definido donde tomar una referencia, la iglesia suele estar lejos, muchas veces en medio del campo. Como hemos dicho las tiendas son prácticamente inexistentes, algún súper y poca cosa mas. Los últimos años empieza a haber algún restaurante debido al aumento del turismo, pero de momento son muy escasos.
En el hotel nos dieron una pequeña guía de restaurantes (Y tan pequeña, solo habia cuatro o cinco), y después de encontrar uno cerrado, otro en el que no entendíamos nada y otro que era tipo bar sin comidas, tomamos la decisión, sabia creo yo, de entrar en un “Peppes Pizza”, que es una cadena noruega de pizzerias, obviamente.
Pedimos una lasaña y una hamburguesa, ambas cosas más un par de aguas y un café por el módico precio de 40 euros.
Acabamos de dar un paseo por el pueblo, cuyo encanto, por cierto, es cero y nos retiramos a descansar.
3º dia.- Alta-Honningsvag (-Cabo Norte) (329 Kms.)
Nos quedan 230 kilómetros para llegar a Honningsvag que es donde tenemos reservado el hotel. La previsión es hacer el recorrido tranquilamente por la mañana, y por la tarde-noche desplazarnos al Cabo Norte, unos 20 kilómetros más al norte. El paisaje, igual que el día anterior resulta muy monótono, largas extensiones de tundra, poca vegetación y un aire gélido que no invita demasiado a bajar del coche. La temperatura (estamos en julio) es de unos diez grados. Debido al aire, la sensación mucho mas baja.
De repente… ¡Ostras! ¿Qué es eso que hay en medio de la carretera? Parece… ¡Sí, es un reno! Emocionados (Nunca habíamos visto ninguno tan de cerca), paramos el coche, sacamos la cámara y empezamos a echar fotos sin conocimiento a aquel animal que tranquilamente estaba paseando por la carretera. Al momento otro, y otro, y otro…
A partir de aquel momento la presencia de renos va a ser constante, por el campo, por los laterales de la carretera, y frecuentemente también por en medio. Esto que a nosotros nos pareció en aquel momento tan excepcional resulta que es lo más normal. Hay centenares de miles de renos en el norte de Noruega. Como hemos dicho antes, según supimos después, el gobierno noruego ha promulgado diversas leyes para proteger la peculiaridad de los samis, y una de estas leyes es la que les otorga la exclusividad de los pastos para los renos. De hecho aquello es su tierra y por tanto no sería una concesión sino una protección de su entorno.
Resumiendo, podríamos decir que encontrar un reno en mitad de la carretera equivaldría aquí a encontrar una vaca en cualquier carretera secundaria de Asturias o del Pirineo, por poner dos ejemplos.
Empezamos a encontrar campos de violetas. Esto le da al paisaje un toque de color excepcional.
A medida que nos vamos acercando al norte también empezamos a encontrarnos grupos de rorbuers, en la mayoría de los casos de nueva construcción. Los rorbuer originales son antiguas cabañas de pescadores reconvertidas muchas de ellas en alojamientos para los turistas. Es curiosa que la práctica totalidad de ellos tienen el mismo color, granate. Pero no solo el color, es que la tonalidad también es la misma.
Nos vamos acercando a Honningsvag, y para ello deberemos cruzar un túnel, de peaje, claro. (25 euros/coche más dos personas). Este túnel pasa por debajo del agua y de esta manera evita tener que seguir el perfil de la costa y hacer un montón de kilómetros más.
La sensación al atravesar este túnel es curiosa. Una vez cruzada la boca de entrada, empieza una pendiente fortísima que dura hasta el punto donde empieza a subir para salir a la superficie, en otra pendiente con una gradiente también muy acusada. Son cinco kilómetros, que a 60 Km/h de velocidad máxima tardamos, elemental mi querido Watson, cinco minutos.
Pues ya hemos llegado a Honningsvag. Es la población más grande del Cabo Norte y su capital administrativa.
La primera impresión es la de un pueblo triste, sin mucho atractivo. Definitivamente parece que la belleza hay que buscarla en los paisajes, no en los pueblos.
Habíamos reservado una habitación doble en la “Nordkapp gjesthaus” por medio de Booking.com. No era un hotel muy bien valorado, pero vaya, creo recordar un 7,3, que tampoco seria un desastre. Habitualmente solemos fiarnos de los comentarios de esa página y después de varios años reservando a través de ella hasta ahora nunca nos han fallado. El nombre de “Gjesthaus”ya nos daba una idea del tipo de establecimiento. (108 euros/Hab. Doble sin desayuno e incluyendo el alquiler de sábanas).
Justo pasar el cartel de entrada al pueblo vemos la “Nordkapp gjesthaus”
Hombre…
Pués…
La apariencia…
Pués…
Un poco cutre, ¿no?...
Bueno, esperemos a ver como es por dentro. Como hasta dentro de un rato no estaba abierta la recepción, nos vamos a dar una vuelta por el pueblo y a comprar algunas provisiones.
Cuando volvemos, la puerta del “hotel” ya está abierta y subimos al primer piso que es donde está la recepción.
Una chica nos atiende y nos explica el funcionamiento del ¿Hotel?
¿Hotel? No, no es un hotel. Es un albergue, y en nuestra opinión bastante cutre, por cierto.
Definámoslo: Una sala con unas cuantas mesas, una cocina y las habitaciones.
Definitivamente, eso es un albergue, no un hotel ni una gjesthaus, por lo menos no como las que conocemos de centroeuropa.
Aclaremos una cosa: Hemos estado en muchos albergues de muchos paises, por tanto no nos supone nada dormir aquí. Lo que nos parece bastante irritante es que te cobren 88 euros por una habitación extremadamente espartana (Dos camas pequeñas, un taburete y un par de colgadores, literalmente), sin desayuno y si no llevas saco de dormir, te alquilen unas pseudo-sábanas por 20 euros más.
Evidentemente no queda mas remedio que aceptar la situación, porque además tampoco hay muchas mas alternativas, de manera que después de dejar las maletas, nos preparamos unos sandwitches para comer allí mismo.
En el comedor encontramos una pareja austríaca y otra de la cual desconocemos su origen, que coinciden totalmente con nuestra opinión. Parece que no somos los únicos que nos hemos encontrado con algo muy diferente a lo que esperábamos.
Bueno, el tiempo no se detiene, de manera que ya son las cuatro y tenemos toda la tarde por delante. Nuestro plan de ruta dice que podemos ir hasta Gjesvaer, al oeste de la península del Cabo Norte, desde donde parten los barcos que te llevan a ver las colonias de frailecillos. Cuando llegamos nos dicen que esa tarde no hay salidas debido al mal tiempo. Hay una niebla bastante espesa, aunque alta.
Como alternativa, decidimos hacer una pequeña excursión a pié por la costa.
El entorno totalmente solitario y la niebla configuran un paisaje fantasmagórico no exento de belleza.
Los mosquitos son abundantes en estas latitudes, pero vamos bien provistos de Relec y bien abrigados, el parte de daños es prácticamente insignificante.
Después de una hora de paseo y no haber visto más que centenares de vulgares gaviotas y ningún puffin volvemos a coger el volante y ponemos rumbo a Skagen, otra pequeña aldea, en este caso, en la costa este de la península. Allí tenemos previsto hacer otra pequeña excursión a Kirkeporten, que a decir verdad aun no sabemos exactamente qué es.
De nuevo aparcamos, y siguiendo las instrucciones de la guía de turismo del Cabo Norte, buscamos un caminito que deberá llevarnos a la costa. No es difícil encontrarlo ya que nos da como referencia la parte posterior del camping y no hay mucho mas donde buscar. Vemos ¡cómo no! unos cuantos renos, y tal como hemos podido comprobar, estos animales no hacen mucho caso de las personas, eso si, hasta que te sitúas a una distancia, digamos de seguridad, a partir de la cual se retiran discretamente.
Al llegar a la cima del pequeño monte en el que nos encontramos, podemos divisar la peculiar formación rocosa llamada Kirkeporten. Como decimos, es una formación rocosa con una curiosa forma y un gran agujero en medio. Seguramente su mayor atractivo reside en su entorno. Además, las rocas que le dan forma tienen una textura que aparentemente parece madera. Tiene como unos pliegues que hasta que no te acercas no te das cuenta que realmente es roca.
Después de 25 minutos llegamos de nuevo al aparcamiento.
Nuestra idea era ir hasta el Cabo Norte, donde hay una plataforma a unos 600 metros sobre el nivel del mar y un complejo con un restaurante y algunas tiendas. Teóricamente este es el punto mas septentrional del continente, a 71º 10’ 32” de latitud. Decimos teóricamente porque hemos leído en algún otro sitio que técnicamente hay otra punta que está unos grados mas al norte, pero en su día los noruegos decidieron que ese era el punto mas al norte, probablemente, y esto es una opinión personal, porque allí les iba mejor montar el chiringuito.
Son las ocho de la tarde y como hemos dicho antes la niebla no nos ha dejado en todo el día.
Vamos a plantearnos la situación: Tenemos tres opciones. Una, vamos y entramos, haya niebla, nieve o haga sol. Dos, vamos, y a ver si con un poco de suerte, como la plataforma esta más elevada que donde estamos ahora, no haya niebla a esa altura. Y tres: El día siguiente lo tenemos entero para llegar a Alta, por tanto, en el caso de que cuando lleguemos persista la niebla, podríamos volver la mañana siguiente con la esperanza de que se hubiera disipado. En este caso no veríamos el sol de medianoche pero por lo menos podríamos contemplar el panorama con todo su esplendor.
Arrancamos el coche y después de cinco o seis kilómetros parece que clarea un poco.
Nos animamos.
Cuando llegamos a unos dos kilómetros la esperanza se vuelve decepción. Aquí, además de haber niebla, ésta es más espesa y la visibilidad no llega a los cincuenta metros.
Finalmente llegamos a la puerta del complejo. Ahora toca decidir. Y ya solo quedan dos opciones: O entramos o volvemos la mañana siguiente. Si optamos por esta última tendremos que recorrer otros cincuenta kilómetros, ida y vuelta desde Honningsvag.
Nos encontramos un par de furgonetas ocupadas por españoles, y después de comentar la jugada parece que nadie tenemos claro qué hacer. Llegan un par de coches mas y se unen a nosotros.
Mientras decidimos si sí o si no vemos llegar a una pareja con mochila a la espalda que se dirige a un lateral de la barrera y se pierde entre la niebla. Después explicaremos el por qué de este comentario.
Me acerco a la garita de la barrera de entrada, sin saber exactamente de qué quería enterarme, ya que parecía todo bastante claro.
Pero mira por donde, gracias a eso pudimos enterarnos que la entrada tiene una validez de 24 horas, y por tanto ahora la decisión parecía clara: Ya que estábamos allí entraríamos y si tal como parecía no podíamos ver nada, al día siguiente tendríamos una segunda oportunidad, eso si, si los dioses y la climatología se apiadaban de nosotros y nos regalaban un día claro.
Comentábamos antes que habíamos visto una pareja con mochilas que se había perdido entre la niebla. ¡Pero si no hay valla! Tenemos una barrera de peaje solo para los vehículos de motor, pero a los lados no hay valla ni nada que impida el acceso libre al recinto. Los 30 euros por cabeza que cuesta la entrada, para lo que valen es para pagar el aparcamiento, ya que el acceso al complejo es libre. Interesante información para aquellos que lleguen allí en autobús o en vehículo ajeno. De hecho, después veríamos unas cuarenta o cincuenta personas acampadas (Recordemos que en Noruega la acampada es libre. Allí también), que obviamente no pasaron por taquilla.
Bueno, la decisión está tomada y por tanto, previo pago de 60 euros aparcamos el coche en el aparcamiento donde por cierto hay una gran cantidad de autocaravanas.
Entramos en el edificio principal y lo primero que vemos es un restaurante y una tienda de souvenirs. Bajamos a la planta -1 y allí nos encontramos una estafeta postal, donde además de comprar las correspondientes postales, las puedes enviar desde allí con el matasellos de tan emblemático lugar. También encontramos una pequeña exposición y la sala de audiovisuales. Allí se proyecta ininterrumpidamente todo el día el documental “oficial” sobre el Cabo Norte que nos habían recomendado en varias guías que habíamos leído. Es un resumen de la vida cotidiana en aquellas latitudes, con muy buena producción y una música que engancha. En definitiva es un audiovisual agradable. Dura unos veinte minutos.
La niebla sigue baja y muy espesa.
A las diez de la noche se percibe una claridad fantasmagórica y lógicamente si no hubiera niebla veríamos el sol en el horizonte.
Nos acercamos al restaurante a cenar. Por estar en Noruega y más concretamente en el sitio en el que nos encontramos, era fácilmente deducible que los precios estarían en la gama de escandalosos. Un plato combinado compuesto por alguna gamba, algún trocito de salmón y alguna cosilla mas que no fuimos capaces de descubrir qué era. Recalco algún, trocito y cosilla. Todo ello por unos 20 euros el plato, más bebida y un cafelito, eso si, con una vista… bueno, digamos que sin vista, la visibilidad no llegaba a los cincuenta metros. Y gracias, porque nos despistamos un poco y cuando llegamos al self-service estaban a punto de cerrar, y prácticamente no quedaba comida.
Ya son las once de la noche. La niebla continúa baja.
Empezamos a asumir que este año… Va a ser que no.
No obstante, con mas fe que realismo, nos resistimos a abandonar el lugar y paseamos por la explanada esperando que la divina providencia levante un poco la niebla. Solo un poco. Solo unos instantes.
No somos los únicos que estamos allí vagando entre la niebla y a 5º. De hecho, la gente que hemos llegado hasta allí lo hemos hecho esperando ver cómo el sol no llega a ponerse en el horizonte, pero al igual que nosotros, parece que nadie se resigna a volver a casa con las manos vacías.
Alrededor de las doce y media se empieza a intuir un poco de claridad, y si miramos encima de nuestras cabezas vemos un cielo azul radiante, aunque la niebla sigue estando a nuestro alrededor. Pero ello no impide que de repente empiece a salir gente de todas partes y en pocos segundos empieza una carrera frenética para hacer fotos y más fotos.
Pero ha sido un espejismo. Unos segundos después volvemos a la cruda realidad. La niebla vuelva a envolvernos.
Después de esto, cerca de la una de la madrugada ya solo nos queda volver al coche y emprender el camino de regreso al hotel.
Visto con más calma podemos decir que las probabilidades de tener un día, o noche en este caso, claros, son relativamente pocas, por lo que seria más correcto decir que si hubiéramos visto el sol habríamos tenido mucha suerte.
4º dia.- Honningsvag-Cabo Norte-Alta (437 Kms.)
Hoy tenemos programado el regreso hasta Alta, unos 230 kilómetros. Por tanto tenemos una jornada muy flexible, y una posibilidad era desviarnos hasta Havoysund o hasta Hammerfest.
El dia empieza con sol y un cielo muy claro, por lo que tal como decidimos ayer, volveremos al cabo norte. No veremos la magia del sol de medianoche, pero al menos nos deleitaremos con el paisaje.
Después de una media hora, volvemos a entrar en la explanada del cabo norte y volvemos a aparcar al lado de todas aquellas autocaravanas que han pasado allí la noche. Como ya no hay niebla y la visibilidad es excelente ahora podemos ver un pequeño campamento de unas cuarenta o cincuenta tiendas de campaña que ayer solo lo habíamos intuido.
Cuando salimos a la explanada comprobamos que aunque a nuestro nivel (recordemos que estamos a unos 700 metros de altura) el cielo es azul y la visibilidad prácticamente ilimitada, unos metros más abajo la niebla vuelve a hacerse presente.
Bueno, con algo menos de frustración volvemos por donde hemos venido y al mediodía llegamos de nuevo a Honningsvag. Al lado del puerto encontramos un bar-cafetería cuyo menú nos satisface. Está prácticamente lleno, pero encontramos una mesilla en la que poder sentarnos.
A primera hora de la tarde volvemos a ponernos al volante y emprendemos el camino hasta Alta.
Los últimos años el gobierno noruego está haciendo grandes esfuerzos para hacer el país atractivo al turismo. Esto se nota especialmente en el norte, donde las infraestructuras turísticas eran hace pocos años totalmente inexistentes. Una de las cosas que han hecho ha sido catalogar algunas carreteras como “turísticas”. Se trata de algunas vias que por su situación y por los sitios por los que discurren tienen un alto valor paisajístico. El gobierno lo que hace es acondicionarlas mínimamente creando, por ejemplo, zonas de descanso. Una de estas es la que parte desde la E-10 que es la carretera principal (y única) al cabo norte y llega hasta Havoysund, en la costa del mar del Norte. Son 84 kilómetros que se pueden hacer tranquilamente en una hora y media aproximadamente. Como tenemos tiempo decidimos probar suerte a ver si vale la pena.
Después de unos veinticinco kilómetros llegamos a la conclusión de que no, que no merece la pena seguir. El paisaje es exactamente igual al que hemos venido encontrando hasta ahora, por tanto activaremos el plan B, que consiste en probar suerte un poco más abajo, concretamente veinticinco kilómetros más abajo.
Allí encontramos otro desvío, en este caso el que lleva hasta Hammerfest. Después de algunos kilómetros nos paramos a tomar un poco el sol al lado del mar. El tiempo no se detiene, y ya son las siete de la tarde, un poco tarde para llegar a Hammerfest, de manera que otra vez volvemos sobre nuestros pasos y ya sin mas detenciones emprendemos los 100 kilómetros que quedan hasta Alta.
En este camino de vuelta podemos ver unos de los famosos radares móviles tan comentados en los foros de viajes. Una policía estaba montando el artilugio sobre un trípode justo detrás de una casa (era un travesía). Totalmente imposible de ver. Además, según hemos leído por ahí, el alcance de estos radares es de hasta 400 metros. Las multas son escalofriantes, y según la velocidad no te vas de ahí hasta que no pagas. (Aceptan VISA).
No encontramos ningún restaurante en estos 100 kilómetros, por tanto hoy tocará cenar unos bocatas.
Alrededor de las once de la noche llegamos a Alta y de repente nos damos cuenta que quizás aún veamos la puesta de sol. A la entrada de la ciudad nos acercamos al pequeño embarcadero, y aunque hay bastantes nubes, podemos intuir cómo se pone el sol. El viento sopla con fuerza y resulta desagradable.