Nos levantamos a las 04:50 am ya que teníamos que coger el bus de las 6 am hacia Aipe, así que habíamos solicitado un taxi que vendría a buscarnos sobre las 05:15 am. Estábamos muy cansados los coreanos no nos dejaron dormir mucho.
En esta segunda etapa del viaje nos esperaban climas completamente diferentes. Atrás habíamos dejado las playas paradisíacas del Caribe y las selvas tropicales húmedas, y las cambiaríamos por desiertos, glaciares, frondosos valles y enormes plantaciones de cafetales.
Nada mas llegar a la estación sacamos la boleta del bus de las 6 am con Coomotor, el trayecto tardaría unas 5 horas en un microbus, de dimensiones bastante reducidas. Afortunadamente dormí la mitad del viaje y la otra mitad iba disfrutando de los impresionantes paisajes que ofrecía la cordillera central colombiana.
Casi llegando a destino volvimos a quedarnos dormidos, hasta que el conductor nos avisó de que ya habíamos llegado a Aipe. Aún medio dormidos y con los ojos pegados, salimos disparados del bus sin percatarnos exactamente donde nos encontrábamos, pero daba la impresión de que nos habían soltado en mitad de la nada. Preguntamos hacía donde teníamos que ir y avanzamos calle abajo.
Aipe a pesar de ser un pueblito pequeño tenía bastante actividad a aquellas horas y parecía contar con bastantes comodidades y servicios. Atravesamos el pueblo y bajamos por un sendero de tierra dirección Villavieja que por lo que había leído, debía ser una pequeña aldea de apenas unas casas. Continuamos el sendero de tierra hasta cruzar un riachuelo por un puente de madera.
Todo el trayecto que habíamos andado hasta ahora era verde y bastante denso de vegetación, así que estábamos un poco desorientados, pues se suponía que en esta jornada del viaje visitaríamos el Desierto de la Tatacoa, y allí no parecía haber un desierto en kilómetros.
Volvimos a cruzar un riachuelo, esta vez por unos sacos de arena superpuestos sobre el agua, y seguimos avanzando por instinto por lo que parecía un pequeño sendero sobre verdes prados, hasta que llegamos a un río de palabras mayores.
Se trataba del río Magdalena que discurría dividido en varios sectores, pero que presentaba una cantidad importante de agua y de corriente, no sabíamos bien como íbamos a cruzar aquel río, y ya estábamos contemplando la posibilidad de darnos la vuelta, cuando vimos una barca apostada en un costado bajo un árbol. El dueño de aquel artilugio flotante parecía el protagonista del cuento en el que te cruzaban el río a cambio de tu alma, lo habíamos despertado de la siesta, y la chaqueta en la cabeza no ayudaba nada.
Seguíamos sin entender como era posible que cerca de allí hubiese un desierto, pero parecía que estábamos en el camino correcto pues el señor de la barca nos dio un contacto de alguien que hacia de forma particular tour por el desierto, un tal Gustavo. Cruzamos a Villavieja que a pesar de ser pequeñito era más grande de lo que habíamos imaginado, aunque a aquellas horas y con el calor infernal que caía no había mucha gente por la calle.
Ni era época de visitas ni tampoco horas, pues eran las 11:45 am, así que 2 turistas por la zona, llamaban bastante la atención. Queríamos contactar con el guía local para organizar el tour para el día siguiente así que nada más entrar en el pueblo vimos a un señor en moto al que le preguntamos por un lugar de “Minutos” 1 para poder llamar al tal Gustavo. Y como dicen que el mundo es un pañuelo, este señor resultó ser su primo, así que el mismo lo llamó desde su celular y raudo y veloz Gustavo llegó en tan solo 10 minutos.
Gustavo era un señor de unos 45 años curtido por el sol, que bien podía haber encarnado a la perfección el papel de Cocodrilo Dandee, llevaba el mismo tipo de sombrero y los mismos andares. Apareció en un Renault 12 del año 1979, todo un símbolo de resistencia.
Nos dió un precio que nosotros negociamos a la baja y que no le quedó más remedio que aceptar, era una oportunidad que no podía desaprovechar, para nosotros estaba bien de precio y para el una fuente de ingresos extra muy importante. Nos explicó en qué consistía el Tour y que duraba unas 3 horas. Antes de que pudiéramos pensarlo siquiera, ya estábamos montados en el coche camino del desierto. Nadie en su sano juicio se iría a las 12 am al desierto, con un sol de justicia y después de una noche viajando, pero queríamos aprovechar el tiempo, y no parecía que hubiese más cosas que hacer aparte de visitar la Tatacoa. Me hubiese gustado al menos cambiarme de ropa, pero no había muchas opciones, metimos las mochilas en el maletero y tal cual íbamos con vaqueros, nos plantamos en el desierto y sin apenas agua.
Según los expertos el desierto de la Tatacoa, es clasificado como un bosque seco semi-árido erosionado con presencia de enormes cactus, algodón de monte, arañas, escorpiones, águilas, varias especies de lagartos, comadrejas, vacas y gallinas; también, hierbas leguminosas y pastos. La temperatura promedio a la sombra es de 29º, aunque en un día de calor intenso se pueden llegar a alcanzar los 45º, yo juraría que escogimos este ultimo.
El nombre del desierto se debe a que La Tatacoa, es el nombre de una serpiente Cascabel muy peligrosa y venenosa que habitaba por ese lugar, según los expertos hace años que no se ve una, y según cuentan han ido desapareciendo porque los lugareños le otorgaban a su veneno propiedades afrodisíacas. Hace millones de años esta tierra era bañada por un enorme océano azul en el cual habitan animales rarísimos, de echo existe una zona donde pueden verse fósiles. El desierto se ubica a escasos 38 kilómetros de Neiva, capital del Huila. Tiene una extensión de 330 kilómetros cuadrados los cuales abarcan una vasta zona entre el río Magdalena y varias quebradas de la región.
El Desierto de la Tatacoa tiene dos colores característicos: ocre en el sector del Cusco con cactus de gran tamaño y gris en la zona de Los Hoyos, además cuenta con un museo Paleontológico y un observatorio astronómico. En tan sólo 20 minutos habíamos llegado al primer sector.
1 Gente particular que alquila sus móviles por minutos y te cobran una cantidad dependiendo del tiempo y el tipo de llamada, una práctica muy popular y extendida por toda Colombia.
Una vez visitada la zona de Cusco nos dirigimos hacia el sector de los Hoyos, completamente diferente por sus colores grisáceos, el contraste era increíble, parecía mentira que pertenecieran al mismo desierto, era como un espejismo que bien podía ser producto de los mas de 40º que marcaba el termómetro, el calor era sofocante.
En esta zona y perteneciente a una finca privada, nos acercamos a una piscina natural que manaba de filtraciones del río magdalena.
Sobre las 15 horas estábamos entrando al museo paleontológico que se encontraba justo en la plaza de Villavieja, y donde explicaban brevemente la evolución de lo que fue aquella zona en el terciario. Echamos un vistazo a los restos fósiles de tortugas, y otra serie de animales marinos y terrestres con los que contaban, aunque modesto el museo era interesante. Nada más salir del museo, se terminaba el tour, así que cogeríamos una buseta dirección Neiva, compramos algo de bebida antes de subir a la buseta que afortunadamente estaba a punto de salir. El trayecto sería unos 45 minutos por carretera destapada. La idea era llegar a coger el bus de las 16:30 hacia a San Agustín, ganando así un día entero sobre el planning inicial y hacer de este nuestro próximo destino para los siguientes 2 días.
Neiva era un pueblo bastante grande, capital del departamento del Huila, así que contaba con algunos edificios de estilo colonial y en general con muy buenas infraestructuras y una gran población. Después de atravesar toda la ciudad, nos dirigimos hacia el terminal de autobuses para coger el bus hacia San Agustín. El trayecto demoraría unas 5 horas, cruzando toda la cordillera central y oriental así como el valle del Magdalena.
La buseta en cuestión era minúscula, no contaba con wc ni tenía aire acondicionado, tal y como nos había vendido el chofer de la empresa 10 minutos antes, pero esto era algo típico en estos países, así que el viaje prometía ser demoledor, además íbamos llenos hasta la bandera. Como de costumbre íbamos a una velocidad muy superior a la permitida y a la que los tramos de carretera inexistentes en muchas ocasiones, podían resistir, pero aun así volábamos sobre los valles. Los paisajes con el valle del Magdalena de fondo eran sobrecogedores, así que al menos me entretuvieron 2,5 horas del trayecto, el tiempo que permanecí despierta.
Recorrimos un sinfín de pueblos donde íbamos recogiendo y dejando gentes y macutos. Llevaba sin ingerir nada desde las 6 am, así que estaba desfallecida, tanto que empecé a sentirme mareada, afortunadamente a una hora de San Agustín hicimos una parada técnica que aproveché para comprar algo para picar, cuando llegáramos a San Agustín sería muy tarde y no sabía si encontraríamos algo abierto. Sobre las 21 horas estábamos llegando a San Agustín. Teníamos idea de quedarnos en unas cabañitas a las afueras del pueblo, pero era tan tarde que no sabía si habría alguna forma de llegar, así que preguntamos al chofer que nos dijo que con un taxi llegaríamos sin problemas.
Cuando preguntamos a los taxistas nos dijeron que por las condiciones del camino tendrían que dejarnos a un par de cuadras del lugar, lo cual no era mucho, pero exhaustos y con equipaje, no nos hizo mucha gracia, así que al menos aquella noche decidimos pasarla en el pueblo, en el primer lugar que viésemos y mañana buscaríamos algo mejor.
El primer lugar que vimos fue en el que nos quedamos, Alojamiento Los Ídolos, que era también un restaurante ubicado en la calle principal, en una especie de cochera. El lugar era extremadamente cutre hasta para nosotros: Nos dieron una habitación azul que daba justo al restaurante, cuyas paredes parecían que fuesen a derrumbarse en cualquier momento. El baño estaba bastante bien, salvo la puerta que era una cortina con la que al intentar cerrar te quedabas con ella en la mano, lo que le daba una falta total de intimidad, y las camas no eran otra cosa que unos tablones de madera doblados por el paso de las gentes, sobre los cuales descansaba un colchón de apenas 5 cm de grosor, esto era lo mas parecido a dormir en la cárcel, pero por los 4 € por cabeza que nos habían pedido, no se podía pedir mucho mas.
Fuimos a cenar algo rápido y nos marchamos a descansar. Tardamos bastante en dormirnos, pues con motivo de las elecciones presidenciales, había mítines por todos lados, aunque más bien parecían karaokes improvisados.
A las 7 am sonó el móvil, alguien llamaba desde dios sabe donde, pero ya estábamos medio despiertos, pues se oían las voces desde el restaurante de los niños que se preparaban para ir al colegio, así que nos levantamos y salimos a la calle.
La misión del día era buscar un alojamiento mejor, y organizar todas las excursiones y visitas de la zona para los próximos días. Era viernes y el domingo eran las elecciones presidenciales, lo cual paralizaría el país, así que tendríamos que organizarnos bien para no quedarnos atrapados.
San Agustín era un pequeño pueblo de montaña a 1.700 m de altitud situado en una ladera de la cordillera de los Andes. Conocido como la Capital Arqueológica de América y declarado la tercera maravilla de Colombia, ocupa el rincón sudoeste del departamento del Huila, enclavado en las montanas del Macizo Colombiano. Constituyó el centro de una de las más importantes culturas americanas. A la llegada de los conquistadores españoles, esta región era habitada por los indígenas Andaquíes que nada tenían que ver con sus antecesores. Varios milenios antes del descubrimiento de América, en el sur del país se desarrolló la cultura de San Agustín, una de las más importantes del período precolombino, que dejó como testimonio de sus ritos funerarios una estatuaria monumental e infinidad de relieves esculpidos en roca volcánica. En un área de 500 km2, además de los complejos funerarios, las fuentes ceremoniales y las esculturas que representan dioses y guerreros, se encuentran el museo y el Parque Arqueológico, donde se pueden apreciar otras obras de esta cultura, cuya zona arqueológica fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO.
Lo primero que hicimos fue ir a un lugar de información turística para ver las opciones que tenía el lugar y de paso preguntar por unos apartamentos que estábamos buscando y no encontrábamos, parecía que nadie los conocía. Las opciones en San Agustín eran muchas, además de la visita obligada a los restos funerarios, las primeras opciones que nos ofrecieron fue un tour a caballo y otro en 4x4 por los alrededores, éste último necesitaban un mínimo de personas para hacerlo y justo ese mismo día había otra pareja interesada que saldría a las 9 am, así que sobre la marcha lo contratamos.
Preguntamos por los apartamentos que buscábamos y la casualidad hizo que fuese en aquel mismo lugar donde se alquilaban, así que como eran las 08:15 am y habíamos quedado a las 9 am, nos fuimos directamente para cambiarnos y poder desayunar algo antes de partir. Apartamentos Diana era una casita de estilo, que estaba en perfecto estado de orden y limpieza, contaba con una terracita-balcón con vistas del pueblo y estaba ubicado a 2 cuadras de la plaza central, además era bastante barato. El motivo por el cual no eran conocidos era porque era un alojamiento que no estaba declarado como tal, que pertenecía a un policía del pueblo y lo alquilaba para ganar algo extra, desconozco como conseguí referencias sobre aquel lugar pero fue todo un acierto.
A las 9 am estábamos en la puerta de la oficina esperando al 4x4 que resultó ser un Renault 9 con más años que nuestro guía y dentro una pareja joven de suizos. El tour salía a las 9 am y estaríamos regresando en torno a las 4 de la tarde.
Nuestra primera visita seria el cañón y el estrecho del Magdalena, 2 sitios naturales de una belleza espectacular por donde el río Magdalena, en su punto más estrecho, se precipita allí en un túnel de piedras enormes, pero antes visitamos sobre la marcha, una fábrica que encontramos en el camino de Aguapanela, que es una bebida cuyo único ingrediente es el jugo de la caña de azúcar. Su nombre se debe al acto de panificar el juego de caña, deshidratándolo y solidificándolo en paneles rectangulares o moldes de diferentes formas. Para producir la panela, el jugo de caña de azúcar es cocido a altas temperaturas hasta formar una melaza bastante densa, luego se pasa a unos moldes en forma de cubo donde se deja secar hasta que se solidifica o cuaja y que los colombianos beben a todas horas, especialmente en zonas frías por el aporte calórico.
Pasamos por los valles y el cañón hasta llegar al estrecho del Magdalena. Se forma cuando el río Magdalena se ve obligado a reducirse para pasar entre las rocas que forman un canal de 1,70 metros de ancho; rodeado de rocas, ríos, montañas, tupida vegetación y en la ribera unas grandes piedras que sirven para precipitar el caudal de agua. Según nos contaba el guía, habían sido muchos los turistas que pensando que podían saltar los apenas 1,70 m que separaban las márgenes del río, habían muerto en el intento, golpeados por las rocas, nosotros no seríamos uno de ellos.
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Continuamos el camino hacia el parque Arqueológico Obando, situado en el pueblo del mismo nombre y que ostenta orgulloso un gran tesoro: un grupo de urnas funerarias que fueron restauradas de manera muy práctica para el placer de los turistas. Unas escaleras descienden hasta ellas y es posible, incluso, acceder a su interior enigmático y tenebroso.
El siguiente punto de visita sería el parque arqueológico Alto de los Ídolos, segundo sitio arqueológico en importancia de la zona. El Alto de los Ídolos es una explanada artificial en forma de herradura, sobre la cual existió un enorme asentamiento, según ha podido deducirse de los basureros encontrados en sus laderas. En este lugar se pueden observar las diferentes costumbres funerarias que se dieron en San Agustín. Encontramos tumbas de pozo con cámara lateral de diversas formas: horizontales, cubiertas con lajas, decoradas con pinturas, complementadas con un sarcófago monolítico, en todas ellas el cadáver varía de posición, puede estar de pie, acostado de espaldas, en posición fetal y en algunos casos en entierros colectivos.
A tan sólo 10 km de aquí, llegamos a una pequeña colina, donde encontramos otro parque arqueológico, Alto de las Piedras. Las cuatro esculturas allí encontradas, al igual que las tumbas, conservan sus colores originales. Entre las estatuas sobresale la figura de un personaje humano con colmillos. Sobre su cabeza y cuerpo reposa otra representación de un personaje con rasgos humanos y de animal.
Subimos de nuevo al 4x4 y continuamos un buen trecho en coche bajando el cañón del Magdalena y con el valle Laboyos de fondo, hasta llegar a un lugar cubierto de frondosa vegetación dentro del Parque Nacional Puracé, desde donde se precipitaba El Salto Bordones, formado por una impresionante cascada de 400 metros, resguardada por altas montañas y una espesa vegetación. Es una belleza natural que genera tranquilidad y misterio. Se trata de la caída del río bordones saliendo de las montañas y abriendo paso para su recorrido por el territorio colombiano. Es la segunda cascada más alta de Sudamérica.
También visitamos el salto Mortiño que aunque menos espectacular, tenia una caída de agua que forma un farallón de más de 200 mts. de profundidad y que está rodeada por un llamativo paisaje de montaña. Esta formada por las aguas del río Mortiño y 500 mts después de la caída desemboca en el río Magdalena.
Sobre las 16:30 estábamos regresando a San Agustín. Nos fuimos al hotel para cambiarnos y cenar algo. Esa noche salimos a tomar algo pero como se jugaba un partido local de cierta relevancia que unido a la jornada electoral, el gobierno había decretado la ley seca desde el viernes hasta el lunes a las 5 am, así que era imposible encontrar nada abierto o algo de alcohol, por lo que a las 21 horas estábamos de nuevo en casa, decidimos descansar para el siguiente día que tendríamos ruta a caballo y visita de los restos arqueológicos de San Agustín.
A las 7:30 am estaba desayunando y comprando algo de almuerzo para el camino, habíamos quedado con el guía y los caballos a las 8:30 am en la puerta de casa, pero no apareció nadie. Al cabo de 20 minutos apareció Carlos contándonos que había un problemilla con los caballos y que tendríamos que coger otros, así que fuimos caminando hasta una cuadra cercana donde nos ensillaron a 2 ejemplares, que evidentemente no estaban muy acostumbrados al trato humano. El de Francis era un caballo pequeño y de carácter noble, y el mío era un hijo de Satanás indomable, no habíamos avanzado ni 10 metros y no sabía quien sacudía más a quien, así que a tan sólo 100 metros, el guía decidió cambiarme la mala bestia por el suyo que tampoco era precisamente un bendito.
La primera parada fue un yacimiento encontrado en una finca particular llamada El Tablón, y de ahí bajamos hasta la Chaquira, otra figura tallada en piedra en mitad del valle del Magdalena que estaba siendo saqueada por guaqueros, justo en el momento en que fuimos a visitarla.
Carlos nuestro guía, era un guaquero que se dedicaba a buscar piezas de oro principalmente. Abastecía a varias embajadas europeas de piezas auténticas expoliadas de yacimientos y tumbas, de hecho, nos había ofrecido acompañarle a tal actividad, pero declinamos la oferta y proseguimos visitando un par de centros arqueológicos más.Muñeco, que así se llamaba mi caballo, era bastante activo así que tenia que ir reprimiendo su frenético ritmo a fin de que el caballo de Francis no me siguiera, ya que a él no le hacia mucha gracia que trotara. Aprovechaba que Muñeco iba marcando distancia para perderme y poder galopar sin que éste me siguiera. Afortunadamente estaba nublado lo que hacía soportable los 34º que había. A las 12:30 estábamos llegando al parque arqueológico de San Agustín donde terminaba nuestro paseo a caballo, aquí visitaríamos el parque y volveríamos caminando a casa
Este parque es el único lugar del mundo destacado por las quinientas imponentes estatuas en piedra talladas de acuerdo con la mitología de los escultores indígenas. Consta de varias áreas denominadas Mesita A, B, C D, la fuente ceremonial Lavapatas, alto del lavapatas y el bosque de las estatuas.
Terminamos de ver el parque y nos fuimos caminando hacia San Agustín, no quedaba excesivamente lejos.
Habíamos decidido pasar una noche más en San Agustín y coger el bus de las 6 am del domingo hacia Cali, así que fuimos a la agencia a preguntar a que hora salían y a sacar el billete. Para nuestra sorpresa y por motivo de las elecciones, no sabían si habría algún tipo de transporte entre San Agustín y Popayan-Cali, la ruta que queríamos hacer, pues era bastante peligrosa, de hecho el día que pasamos por Neiva habían desactivado un coche bomba de la guerrilla que pretendía hacerlo estallar junto a una jefatura de policía, así que el ambiente estaba bastante tenso, quedamos en volver más tarde y averiguar si habría o no transporte. Quedarnos un día más era una pérdida de tiempo, pues ya habíamos visto casi todo lo que había que ver en la zona. En ese momento planteé la posibilidad de salir de allí ese mismo día, había un bus que salía a las 18 horas, pero Francis no estaba por la labor, llevaba tiempo diciéndole que era el único bus de todo el viaje que no deberíamos coger de noche por lo peligroso que resultaba, así que me descartó la idea en seguida.
Volvimos a la empresa de autobuses que finalmente nos confirmaba que no habría ningún tipo de transporte hacia Popayan, lo cual nos dejaba allí atrapados hasta mínimo el lunes. En ese momento intenté convencerle, para no perder un día más allí y salir ese mismo día en el bus de las 18 horas. Después de un rato cuando ya lo tenía convencido nos acercamos de nuevo a la agencia de Coomotor a sacar el billete.
Francis le pidió a la señora que nos había atendido previamente, 2 billetes en el bus de las 18 horas, y la expresión de la cara le cambió por completo, palideció de inmediato y cual abuela que protege a sus nietos, nos dijo “¡ahí hijitos! no por favor, no viajen de noche que es muy peligroso”. La cara de Francis también palideció y me miró suplicando que yo me arrepintiera y recapacitara, pero no obtuvo la respuesta deseada, así que finalmente compramos los 2 billetes. Con el tiempo justo, volvimos al hotel a recoger nuestro equipaje y volver a la estación, donde un taxi nos llevaría hasta un lugar conocido como “El cruce”, a medio camino entre la población de Isnos y San Agustín, por donde si no ocurría nada, pasaría sobre las 18:30 horas. A las 17:50 tal y como nos había dicho el encargado de la oficina estábamos allí, esperando que un taxi nos llevara hasta el cruce. Teníamos 2 boletas con un nº de autobús, el 2552 así que allí nos quedamos en el cruce esperando dicho autobús.
Pasaron un par de autobuses que se iban parando conforme nos veían apostados en la curva, pero ninguno de ellos tenía nuestro destino. Sobre las 18:40 pasó un bus que iba dirección Cali directo, pasando por Popayán, el nº del bus era el 2545, no era el nuestro, pero el auxiliar nos dijo que nuestro autobús se había cancelado, así que con cierta desconfianza y pensando si seería una señal, nos metimos dentro. Iba casi completo, aunque la mayoría de la gente se iría quedando en el camino. La conversación entre los lugareños era monotemática, todos hablaban sobre las elecciones presidenciales, del toque de queda impuesto y del despliegue de medios de seguridad que había hecho el gobierno, debido a los numerosos altercados e intentos de atentados.
El autobús tardaría unas 5 horas en recorrer los apenas 125 km que nos separaban de Popayán, por una de esas gratas carreteras no pavimentadas, que generalmente no figuran en las guías turísticas, ya que solamente son transitadas por 4x4 y los animalitos de la zona. El mal estado se debe principalmente a que atraviesan ecosistemas de páramo, con un alto grado de humedad y precipitaciones recurrentes, que deterioran el estado de las vías, barriéndolas literalmente del mapa en muchas ocasiones. Como recompensa a tan ingrato viaje, estas vías ofrecen un deleite visual por la magnificencia de los paisajes que se atraviesan en su recorrido, ya que pasábamos por el parque Nacional Natural del Puracé, uno de los más bonitos e inexplorados de Colombia. Se trepa por la Cordillera Central a los 3.000 msnm y cuando se pierde el asfalto es cuando se torna interesante, donde pueden verse profundos cañones, alturas de vértigo, riquísima y variada vegetación del páramo y extensas zonas madereras, pasando por las faldas de pasadas erupciones, del Volcán Nevado del Puracé, una de las más notables alturas de los Andes colombianos. Y precisamente tanta vegetación salvaje y tanta inaccesibilidad, era lo que más atraía para ser uno de los lugares favoritos por la guerrilla para hacer sus “incursiones” a campo abierto, asaltando e intimidando a los viandantes, habían quemado autobuses a las empresas que no pagaban “su canon”, robado a los que por allí pasaban, secuestrado y en muchas ocasiones incluso habían prendido fuego a los autobuses con los pasajeros dentro, así que con este panorama nos sentamos a disfrutar de las próximas 7 horas de trayecto, 5 hasta Popayán y 2 más hasta Cali.
Aunque con los ojos bien abiertos, lo cierto es que me encontraba muy relajada, tanto que a los 15 minutos me quedé profundamente dormida. Cuando desperté 30 minutos más tarde la mitad del autobús ya estaba vacío, habíamos pasado por un pueblo de cierta importancia donde se habían bajado la mitad, según me relató Francis que no cerró los ojos ni un segundo. Ya era noche cerrada y se desató una tormenta que pareciese que iba a engullirnos entre las montañas y los árboles, y con bastante virulencia lanzaba rayos y truenos que junto con la luna llena, iluminaban todo el trayecto, confiriéndole un aspecto más tenebroso aún. La carretera ciertamente daba miedo y era comprensible que por allí transitara la guerrilla a sus anchas, pues discurría entre montañas y una densa vegetación que se perdía en el horizonte, era un lugar muy fácil para emboscadas y además apenas si contaba con población en la ruta, los viajeros se iban bajando en mitad de la nada donde alguien les esperaba, linterna en mano.
No encontramos presencia de ejército al menos durante la primera parte del trayecto hasta que a las 3 horas de rutas, hicimos una parada para cenar algo y encontramos un pequeño retén de 2 militares que apenas si llegaban a los 20 años. Cenamos y continuamos el camino, hasta Popayán mientras nos seguía acompañando la tormenta.
Popayán era una población bastante grande, capital del departamento del Cauca y cuyo centro histórico de estilo colonial se encontraba repleto de casitas blancas. Hicimos una breve parada para dejar y recoger viajeros y proseguimos la segunda etapa del viaje, que nos llevaría hasta Cali, otros 125 km esta vez por carretera pavimentada, que nos tomaría unas 2 horas.
Sobre las 12:30 de la madrugada estábamos llegando a Cali, antes de lo que habíamos previsto, lo cual nos dejaba más horas tirados en la estación hasta que saliese el primer bus dirección al departamento del Valle del Cauca, junto al Pacifico, que según previsiones sería a las 5 am.
Nos acomodamos en una sala de espera de otra empresa mientras deambulábamos por la estación, hasta que finalmente entre unos asientos me quedé dormida. Cuando desperté estaba tan entumecida que me levanté y di una vuelta por la estación, que se encontraba llena de almas errantes que esperaban para poder llegar a sus destinos. Caminando para estirar las piernas me interceptó un conductor preguntándome a donde viajaba, una vez le comuniqué mi destino, me dijo que teníamos que bajar a la primera planta por un lateral del edificio y que desde allí salían los buses hacia Buenaventura, confirmando que el primero salía sobre las 5 am. Me acerqué a donde estaba Francis, recogimos las mochilas y nos movimos hacia la ventanilla de los tickets y descubrimos que el primer bus salía a las 4:30 am.
Sacamos 2 boletos en el primer bus que era una buseta de 18 pasajeros bastante incómoda y más vieja aún. Cuando nos subimos al autobús, vimos que salvo el conductor y nosotros, el resto del pasaje era afro colombiano y parecían mirarnos con cierto recelo. El trayecto tardaría unas 2,5 horas hasta una población llamada Córdoba que se encontraba a unos 20 minutos antes de llegar a Buenaventura en mitad de la nada. La ruta transcurría entre montañas y la mitad del trayecto se encontraba en obras, así que los saltos del autobús eran constantes, pues a pesar de las condiciones de la carretera, circulábamos a velocidad de autopista.
Permanecí casi todo el trayecto despierta observando el paisaje hasta que me quedé dormida a unos 40 minutos de nuestro destino. Afortunadamente había tomado la precaución de decirle al conductor que nos avisara cuando llegáramos, pues no teníamos ni idea de donde era. Nos despertaron y sobresaltados cogimos las mochilas que iban con nosotros y salimos del bus casi sin darnos tiempo ni a reaccionar, nos indicaron el camino a seguir y allí permanecimos inmóviles mientras veíamos alejarse al autobús.
Con los ojos aún pegados y el cuerpo entumecido cruzamos la carretera y nos encaminamos por una calle asfaltada cuyos laterales estaban repletos de casitas muy modestas y coloridas, todo aquello era Córdoba. No sabíamos donde terminaba la carretera pero al cabo de unos 15 minutos caminando vimos a lo lejos y junto al río, las vías del tren.
Existen 2 formas de llegar a San Cipriano, una desde Zaragoza, más cercana y otra desde Córdoba. San Cipriano es una reserva natural situada en pleno corazón de la selva del Litoral Pacífico, a unas dos horas de la ciudad de Cali, yendo hacia Buenaventura. Tanto en Córdoba como en San Cipriano, la población es afrocolombiana, así que la presencia de blancos y turistas es más que destacada. Aquí sus gentes en su mayoría jóvenes, viven de la búsqueda de oro que proporciona el bateo del río Escalerete y del turismo.
No existen carreteras que comuniquen ambas poblaciones así que los lugareños han inventado un medio de transporte único en el mundo, aprovechándose de las vías del tren de mercancías que llegan hasta el puerto de Buenaventura han desarrollado este medio de locomoción, “Las Brujitas”.
Desde hace casi 40 años, los turistas que llegan a Córdoba, para desplazarse a los charcos cristalinos y la reserva natural del río Escalerete en San Cipriano, tienen que preparase para un viaje sacado de un cuento de hadas. Las brujitas constituyen el único medio de transporte que permite acceder a este lugar tan especial.
La brujita es una especie de carrito con plataforma de madera y balineras bien ajustadas que le ayudan a deslizarse por los rieles del tren. Hace unos años, para moverlas, se utilizaba un palo de madera con el que el conductor empujaba el vehículo. Sus chancletas servían de frenos. Últimamente, a San Cipriano llegó la modernidad y las brujitas empezaron a volar más rápido. En vez de un palo de madera, en la plataforma, se colocó una moto que impulsa este interesante medio de transporte.
De subida son unos 30 minutos, de bajada 20 minutos y en total los seis kilómetros que las separan. El camino va entre la selva. El viento golpea los rostros, se escuchan los cantos de aves, chillidos de micos y conciertos de cigarras. La misma bruja hace un ruido tremendo. Pero es un viaje realmente emocionante. El recorrido no es muy seguro. Por la misma carrilera, por donde vuelan clandestinamente las brujitas, pasa dos veces al día el tren llevando las mercancías al puerto de Buenaventura. Los conductores aseguran que saben perfectamente a qué hora pasa el tren, pero es mejor estar preparado y apenas uno escucha el pitido del tren, es mejor saltar de la brujita y tirarse hacia un lado, encima de las plantas, espinas, bichos y quién sabe qué más, cualquier cosa para salvar la vida.
Cuando llegamos a las vías del tren, estaba justo saliendo una brujita que llevaba niños recién nacidos, sus madres adolescentes y un grupo de bateadores de oro. Nos acomodamos como pudimos y salimos camino San Cipriano. Tomé asiento en la primera fila, no quería perderme detalle del trayecto e iba grabando todo el camino. El viaje era divertido y aquel trasto cogía una velocidad que daba cierto respeto. El aire, como en cualquier selva, era húmedo, caliente y llena de vida todo lo que encuentra en su camino. Esta es la segunda región del mundo con tanto grado de humedad. Daba la sensación de que retrocedíamos en el tiempo, hasta la época donde la búsqueda de oro, era el único medio de vida.
Al principio no llevábamos mucha velocidad, debido principalmente a que en breve cruzaríamos uno de los puentes que atravesaban el río, pero en seguida la brujita comenzó a volar sobre las vías del tren.
A los 10 minutos nos encontramos con otra brujita del otro lado de las vías del tren, no entendíamos muy bien como íbamos a cruzar pues sólo existía una vía. Entonces comienza a aplicarse una regla no escrita, que básicamente dice que el que va más cargado es el que tiene prioridad de paso, así que por esta vez le tocó a la otra brujita salirse de las vías. Su conductor es el encargado de sacar la plancha de madera enganchada a la moto, a pulso y volver a colocarla una vez hubiésemos pasado.
Tardamos unos 30 minutos en recorrer los 6 km que nos separaban de San Cipriano, con varias interrupciones de otras brujitas entre medias. De repente nuestra brujita se quedó parada, al parecer habíamos llegado a nuestro destino, un lugar en medio de la selva, en medio de la nada.
San Cipriano era una calle principal y única donde se apostaban varias casas y restaurantes convertidos en improvisados hoteles y negocios encaminados al turismo. Lo cierto es que para la fama y la cantidad de visitantes que tenía la zona, aquello no dejaba de ser un poblado de apenas unas casitas de aspecto improvisado.
Aún no nos habíamos recuperado de lo insólito del viaje sobre las vías del tren, cuando caminábamos buscando un alojamiento, teníamos la intención de pasar allí unos tres días, pero nos dimos cuenta en seguida que con uno y medio, sería más que suficiente. Visitamos un par de lugares donde dormir, viendo las instalaciones que eran algo más que básicas, así que nos quedamos con la más barata y con aquella que tenía mosquitera.
Por aquel cuchitril pagaríamos más dinero que en otros alojamientos del viaje que podían definirse como decentes (7 €), pero no había mucho donde elegir, así que nos quedamos en “Sazón de Nena”, donde al menos el dueño era bastante agradable, a diferencia del resto de la población. La habitación consistía en un barracón de madera, caldo de cultivo de cualquier hongo debido a la humedad y escasa ventilación y cuyo único mobiliario era la cama, un tablón de madera hundida por el paso de muchos cuerpos. Dejamos nuestras pertenencias y nos fuimos directos al río. Antes de entrar en el parque decidimos desayunar unos huevos revueltos riquísimos pero algo caros y servidos con bastante mala honda. Habíamos notado que no éramos muy bien recibidos en general en la comunidad, era algo que nos habían advertido en Cali, el racismo, como poco comprensible en una zona que vive del turismo, pero supongo que pagábamos años de historia. Cancelamos la entrada al parque y continuamos por una carretera de piedras, donde por el margen derecho transcurría el río que contaba con varios charcos (Charco Azul, Charco del Diablo, Charco Balastrera, etc.) de agua cristalina, verde transparente y con diferentes profundidades y corrientes. Fuimos metiéndonos una a una hasta la penúltima en donde intentamos hacer un sendero ecológico. Yo no tenía ganas de caminar, primero porque me dolía bastante el pie y segundo porque no íbamos preparados para caminar por bosque, con chanclas de playa y pantalones cortos, pero Francis insistió y lo intentamos. Iba abriendo paso entre la maleza, parecía que aquel sendero estaba abandonado y no había sido transitado en mucho tiempo. Costaba seguir el sendero y nos perdimos en numerosas ocasiones hasta que dimos con el curso de un riachuelo que subimos unos cientos de metros hasta que nos dimos la vuelta intentando continuar por el sendero sin mucho éxito. Cuando llevábamos 30 minutos caminando, perdimos por completo el sendero y apenas habíamos avanzado unos cientos de metros así que decidimos volvernos, no teníamos claro hacia donde continuar.
En lugar de continuar hasta la ultima poza, Francis propuso volver al pueblo y coger un neumático de camión para hacer “rafting casero” desde el principio del río hasta el pueblo.
Todo el mundo sabe que lo último que se debe hacer en un país tropical cuando llueve torrencialmente, es meterse en un río, por la crecida y la corriente que lleva, así que la idea no me gustó nada, pero al final por la insistencia de Francis decidí hacerlo.
Fui la primera en lanzarme y la primera en sufrir los efectos de la corriente del río, que en el primer rápido me engulló con la misma facilidad con la que una ballena engulle un banco de peces. Cuando el agua se cansó de darme vueltas, me lanzó como una botella que intenta salir a flote, contra lo primero que encontré en el camino, un tronco de árbol de gran grosor que había encajado en el agua. Me lanzó con violencia y sin apenas tiempo para reaccionar, intenté esquivar los dos troncos que sin mucho éxito golpearon fuerte contra el lado izquierdo de mi cara, tratando de minimizar el impacto, intenté separarme con las manos sin mucho éxito, rasgando mi brazo contra las ramas como si fuese mantequilla. Cuando llegué a una zona tranquila y aún sobre el neumático, miré mi brazo que me ardía como si me hubiesen cortado con un cuchillo, tenia la certeza de que había sido un corte profundo a juzgar por el dolor que sentía y por la sangre que salía, pero cuando lavé la herida tan sólo tenía una brecha de medio centímetro de grosor con un corte superficial. Estaba bastante cabreada mientras Francis divertido observaba la escena desde atrás, el golpe en la cabeza me había dejado un tremendo dolor de cabeza y de mejilla y más tarde supe que me había roto una muela, así que no tenía ninguna gana de seguir bajando el río, ni de cometer más imprudencias de las necesarias, así que decidí bajar hasta la siguiente poza y salirme.
Comenzó a llover con más intensidad mientras la temperatura del agua descendía con la misma velocidad con la que se precipitaban las gotas sobre mi rostro, una sensación indescriptiblemente placentera. Los siguientes rápidos aunque más controlados no dejaban de tener su riesgo, debido básicamente a la cantidad de piedras y ramas que sobresalían del agua. Después de unos kilómetros de descenso y cuando sentía síntomas de hipotermia, decidí salirme del río y volver al pueblo, mientras continuaba lloviendo a mares.
Devolví el neumático y me refugié bajo un chamizo maloliente que resultó ser donde dejaban las basuras, mientras esperaba a que Francis descendiera el resto del río. Nos marchamos al hotel empapados y llenos de barro hasta las cejas, así que nada mas llegar al hotel me fui directa a la ducha y para mi sorpresa encontré un chico de unos 30 años tirado en el suelo de la ducha, aquella ducha, que parecía sacada de una Favela brasileña, y allí estaba con la cortina abierta y completamente desnudo. Me saludó con la mejor de sus sonrisas y me daba conversación mientras se iba enjabonando divertido, la situación era un tanto anecdótica así que me marché a la habitación a esperar a que terminara de ducharse para asearme un poco con algo más de intimidad.
Apenas eran las 17:00 horas así que nos fuimos a tomar algo, aún seguía lloviendo y yo me sentía agotada, sin fuerzas, me dolía todo el cuerpo, era como si hubiese caminado durante años sin parar, así que tardé poco tiempo en quedarme dormida en un banco improvisado hecho a base de 2 palos de madera cruzados. Al cabo de 5 minutos Francis me acompañó al hotel donde a las 18 horas estaba profundamente dormida.
Cuando abrí los ojos a las 7 de la mañana, tenía la sensación de haber estado caminando toda la noche, las piernas me ardían y el cuerpo apenas si me respondía. No me había levantado por voluntad propia, Francis me despertó, pues habíamos decidido la noche anterior adelantar el retorno a Cali, San Cipriano era destino para un sólo día, así que teníamos que coger de nuevo la brujita y dirigirnos a Cali y de ahí hacia el eje cafetero de Colombia, nuestra última parada.
Nos quedamos en el cruce de Córdoba con la carretera principal que iba desde Buenaventura hacia Cali, desde donde tendríamos que coger una buseta hacia Cali, pero todos los autobuses, que eran pequeñas furgonetas de apenas 10 plazas, iban llenos, así que después de esperar unos 30 minutos, decidimos cogerlo en sentido contrario y en la estación de autobuses de Buenaventura coger plaza segura, y así lo hicimos. En apenas 30 minutos estábamos en la estación y dentro de la primera buseta que salía dirección Cali. Tardaríamos unas 3 horas en llegar. Antes de subir al bus salí a comprar algo para picar en el trayecto y aquí fue cuando escuché que había estallado un coche bomba en Buenaventura, y había habido tiroteos y bastantes altercados al norte de Cali, afortunadamente, saldríamos de allí en unas horas.