15 de septiembre de 2016
No vamos a descubrir a estas alturas que viajar a Norteamérica tiene mil atractivos. Grandes metrópolis para quien guste del cemento, el museo y los espectáculos. Impresionantes parques naturales para el que prefiera alejarse de lo artificial. Interminables carreteras para el que solo se siente completo con un volante entre las manos. Pero también hay otro aliciente más, uno que quizás no tanta gente comparta o comprenda pero que no se puede ignorar: comprar.
En materia de consumismo Estados Unidos no tiene rival. Una cultura basada en que la gente compre, al comprar gaste, y al gastar esté obligado a producir y vender para que el siguiente en la fila pase a comprar. Un círculo vicioso cuya sostenibilidad queda en tela de juicio pero que lleva años siendo el motor de la economía. Y cuando juntamos en la misma frase "compras" y "prendas de ropa" en Estados Unidos hay una palabra que destaca sobre las demás: outlet. Y si nos ponemos más específicos, hay un nombre propio muy difícil de ignorar: Premium Outlets.
Los “outlet” estadounidenses son esas vastas superficies en las que las marcas compiten por captar la atención de potenciales compradores. Tommy Hilfiger, Nike, GAP, Adidas, Banana Republic... todas quieren un pedacito de la tarjeta de crédito de ese incauto que pasea entre escaparates. Y los Premium Outlets, franquicia de este tipo de instalaciones repartidas por todo el país, saben cómo captar esa atención mejor que nadie ofreciendo reclamos en forma de descuentos adicionales que los convierten en la elección obvia cuando un visitante decide dedicar una jornada a renovar su armario.
Y es precisamente lo que hacemos: renovar nuestro armario. Desde que hace años, movidos por su popularidad y ante cierta incredulidad inicial arrasáramos las estanterías del Woodbury Common Premium Outlets cercano a Nueva York no hemos dejado pasar una sola ocasión de las cinco en las que hemos pisado Estados Unidos para hacer una visita a una de estas superficies. Hoy nos disponemos a añadir una sexta. La variedad, el estilo de la ropa y sus precios –aunque nunca fueron tan atractivos como cuando el euro era infinitamente más fuerte que el dólar- nos convencieron de que, cuando se tienen planes de visitar el país de las barras y estrellas en un plazo corto de tiempo, vale la pena posponer compras de indumentaria para hacerlas todas de golpe aprovechando la ocasión. Y así lo hacemos, actualizando lo justo nuestros armarios durante el día a día en España y haciendo una renovación más profunda cuando podemos visitar estos centros comerciales. Hoy es el día de hacerlo en este viaje, gracias a la ubicación de los Seattle Premium Outlets unas pocas millas al norte de [url=https://es.wikipedia.org/wiki/Everett_(Washington)]Everett[/url]. Qué casualidad que estemos haciendo noche en Everett, ¿verdad?
Volvamos a la narración. Termina nuestra primera noche en el sótano de Allison, la mujer canadiense que junto a su marido ayer nos abrió las puertas de su agradable casa y sus afectivos –rozando lo excesivo- perros. El despertar es dulce: prácticamente todas las camas de Norteamérica tienden a ser altas y con colchones blandos tal y como nos gusta, pero la de Allison encaja especialmente en ese perfil. Y si el dormitorio está bien, qué decir de ese salón de vocación cinéfila que lo acompaña. Inevitable aprovecharlo para ver un nuevo capítulo de Halt and Catch Fire mientras desayunamos lo que ya empiezan a ser los últimos coletazos de nuestras compras de supermercado a lo largo del viaje.
A las 9:20 arrancamos nuestro coche en la zona residencial de Everett y a las 9:50 estamos ya en la “Entrance 1” del centro comercial. A diez minutos de que las instalaciones abran sus puertas nos dirigimos al puesto de información en el que conseguimos un “pasaporte de descuentos” por ser clientes registrados en la web de Premium Outlets. Encontramos entre sus páginas lo que ya nos resulta familiar tras visitas anteriores: un descuento adicional por prácticamente cada tienda del complejo, desde los fáciles de aplicar “ahórrate un X por ciento de toda tu compra” hasta los más restrictivos “ahórrate X dólares para compras superiores a Y”. Ya tenemos nuestra munición, así que empecemos a disparar.
La primera parada por ser uno de los mayores fetiches de L es la considerablemente tienda de la marca Tommy Hilfiger. En este caso ella es la que llena bolsas y bolsas camino del probador y yo ejerzo de calculadora humana. Si este suéter vale 70 dólares, pero tiene un 40% de descuento, y además nuestro “pasaporte” añade un 10% más si alcanzamos los 100 dólares, y teniendo en cuenta impuestos, el cambio de moneda y que esta semana Marte está alineado con Júpiter... ¿cuántos euros me cuesta? Es una de esas ocasiones donde sacar partido de años perfeccionando el cálculo mental. El primer recibo del día refleja 300 dólares de los cuales yo solo participo con 60 de una camisa y dos paquetes de calcetines. El resto: polos, suéteres y otros que irán directos a las perchas de mi otra mitad.
Pero ahora es mi turno. Tras revisar antes de salir de casa qué partes de mi armario eran más urgentes renovar, la respuesta obvia era que tenía que ampliar mi surtido de calzado. Y para eso, a tenor de mis gustos, nadie mejor que Skechers. Los diseños de sus zapatillas de corte casual rozando lo deportivo y lo cómodo de sus suelas consiguen que prácticamente no utilice nada más desde hace años. Entramos en su local y cumplo con las expectativas: atraído por la oferta en toda la tienda por la que el segundo par de bambas tiene un 50% de descuento y añadiendo un 10% adicional por el “pasaporte” me llevo, literalmente, cuatro pares de zapatos. Aplicando el cambio de divisa oficial -gracias a Wizink, de los pocos bancos que no aplican una comisión encubierta al aplicarlo- la cuenta sube a 126 euros. Eso son menos de 32 euros por par de zapatillas mientras que el poco variado catálogo de la marca en España nunca baja de los 40, y eso solo en casos de chollos y liquidaciones. Satisfecho.
Vamos resumiendo, ya que las siguientes tiendas nos roban muchísimo menos tiempo que las dos primeras en las que hemos invertido sin exagerar dos horazas entre paseos por sus pasillos, probadores, más paseos, más probadores y decisiones finales. Me meto en Hot Topic, una cadena especializada en prendas y accesorios con motivos de cine, televisión y cómics. No me llevo gran cosa porque considero ya cubierto mi patrimonio en ese aspecto pero un llavero de Tenth (el Décimo Doctor para los doblados) y una pegatina de “Whovian” que todavía no decido si usaré en mi coche o en mi portátil acaban en mi bolsillo.
En todas nuestras visitas a outlets suelen ocurrir dos cosas: por una parte descubrimos una tienda o marca en la que compramos más de lo que esperábamos, y por otra una tienda en la que teníamos puestas muchas esperanzas nos decepciona estrepitosamente. El segundo caso iba a recaer esta vez en Aeropostale cuya tienda, punto fuerte de nuestras dos anteriores visitas, nos deja con las manos vacías. La culpa: que casi no hay camisas, una de mis prendas favoritas de la marca.
Entramos en Converse para que por 50 dólares L renueve su viejo par de bambas de la marca. Yo, con las cuatro cajas de Skechers ya cargadas en el maletero, mejor ni me lo planteo. La visita a la tienda Adidas no es demasiado productiva pero salgo de ella con un pantalón deportivo clásico –el negro con tres rayas blancas a cada lado- por unos ridículos 15 dólares. Y así llegamos a las 13:30, hora perfecta para hacer una pausa para comer. Y con ello llega el momento para otra cita marcada en rojo en nuestra agenda.
No son pocos nuestros fetiches cuando viajamos a Estados Unidos. Tenemos las barritas de labios ChapStick, ésas de las que nos llevamos un cargamento en nuestro último Walmart. Tenemos estos a la vez malditos y maravillosos Premium Outlets. Yo tengo mis desventuras con las tiendas de yogur helado a granel. Y falta una cosa más que no puede faltar en cada periplo: las comidas de Applebee’s.
Applebee’s es una cadena de restaurantes con una fortísima presencia por todo Estados Unidos y especializada en comida típica del país. Carne ocupando la mayoría de una carta en la que no faltan hamburguesas de todo tipo y a la que se suman las igualmente habituales incursiones de comida mejicana tales como quesadillas, nachos u otros. Por buscar un símil, probablemente el más aceptable sería la cadena Foster’s Hollywood. El caso es que en todos nuestros almuerzos en sus locales jamás hemos tenido una mala experiencia y en particular las costillas de cerdo a la barbacoa son las mejores que jamás hemos probado. A solo dos millas de Seattle Premium Outlet volviendo hacia el sur la franquicia tiene uno de sus locales, así que nos encontramos ante la ocasión perfecta para saldar otra de las cuentas pendientes del viaje. Por 48 dólares –propina del 15% incluida- tenemos una de las mejores experiencias culinarias del viaje. Para beber, sendas cervezas de barril: una Blue Moon belga para L y una Sam Adams Oktoberfest para mí. Para ella las consabidas costillas con acompañamiento de patatas fritas con ajo y verduras asadas. Para mí un entrecot de ocho onzas –algo más de 200 gramos- con guarnición de patatas barbacoa y “mac & cheese”. Y madre mía, como está todo.
Es hora de volver al outlet para un segundo asalto con una talla más de pantalón. Empezamos por Levis, que desde hace ya un tiempo a pasado de primera a segunda línea para nosotros y en esta ocasión solo consigue que yo me lleve un jersey. Damos paso entonces a otro de los nombres en letras mayúsculas de nuestra lista: GAP Factory Outlet. Siempre se trata de una de las tiendas con mayor variedad de catálogo y ofertas más agresivas y esta vez no es una excepción. L no pierde la cordura limitándose a dos pantalones vaqueros y una sudadera –sí, la enésima sudadera con el logo de GAP- pero yo doy rienda suelta a mi consumismo. Tejanos, sudaderas, camisetas, chaquetas… seis artículos en total entre unas cosas y otras.
Vamos a Calvin Klein, siempre con la prudencia de saber que sus precios están un escalón por encima. Por ese motivo somos algo más comedidos y meditamos más tranquilamente cada posible adquisición, dando como resultado añadir tan solo una nueva camisa a mi armario. Tanto tiempo renegando de la moda de las camisas a cuadros y ahora las cuento a pares entre mi vestuario.
Es hora de hacer un pequeño alto en tiendas de ropa para que L reponga las reservas de su colonia favorita. El local de Perfumanía ya no la vende, pero aparece al rescate la tienda Fragance Outlet en la que llevarse dos frascos de "CK One Shock". Continuamos para que, por primera vez, L no se lleve nada de Polo Ralph Lauren Store. Siempre ha tenido precios más altos que la media de nuestras compras pero eso no le había impedido llevarse varios jerseys en cada visita... hasta hoy. La jornada de compras llega a su fin con una camisa más para mí, aprovechando las ofertas de liquidación de una tienda de Abercrombie en la que lo mejor es la réplica a tamaño natural de una cabeza de alce americano tras la línea de cajas.
Se acabó. No ha sido la jornada de compras más fructífera de nuestra historia y no todas nuestras expectativas se han cumplido pero abandonamos los Seattle Premium Outlets razonablemente satisfechos. Antes de emprender el camino de vuelta a nuestro espléndido sótano de Everett hacemos una parada en un Walmart cercano convencidos de que va a ser nuestra última oportunidad para entrar en un local de la cadena de hipermercados. Nos llevamos lo necesario para poder disfrutar de una última cena sin complicaciones ni necesidad de fogones. Iniciado ya el rumbo de regreso a Everett ese Monte Rainier que pudimos ver hace ya 20 días desde las alturas de la Space Needle y [url=https://en.wikipedia.org/wiki/Kerry_Park_(Seattle)]Kerry Park[/url] vuelve a saludarnos esta vez a nivel de carretera, y vaya un saludo. Desde este ángulo y distancia el colosal volcán de más de 4000 metros de altura impresiona tanto o más que antes, potenciando todavía más el atractivo de su inmenso tamaño aislado de otras montañas con las que pueda competir. Sigue dando la sensación de estar pintado al óleo sobre ese lienzo azul que es el horizonte.
Estamos ya de vuelta en territorio de Allison, sus gatos y, sobre todo, esos tres golden retriever que cada vez que te ven enloquecen independientemente de que lleves 10 horas o 10 minutos fuera de casa. Tras varios minutos de conversación con la anfitriona su marido regresa a casa y se une a la charla, permitiéndonos descubrir que se dedica a la investigación contra el cáncer.
Cuando nos adentramos de nuevo en nuestro sótano con la intención de soltar nuestras compras nos encontramos una caja de galletas con una tarjeta personalizada. En su interior nos esperan muffins y trozos de tarta de arándanos con los que Allison parece querer decirnos “sois huéspedes de los buenos, aquí tenéis un obsequio”. De repente la perspectiva de nuestro desayuno de mañana mejora muchísimo.
Llega ese temido momento de rehacer todas nuestras maletas pensando en el viaje de vuelta, con el agravante de colocar todas las nuevas adquisiciones. Nos lleva fácilmente 40 minutos y un poco de ingeniería pero con algunos trucos por aquí y por allá –reservar lo más pesado para el equipaje de mano, aprovechar el espacio interior del calzado para guardar cosas pequeñas...- todo acaba entrando y el peso de las maletas a facturar parece no haberse disparado. Con el deber cumplido solo queda relajarnos todo lo mejor que sabemos en el mejor salón que hemos tenido a lo largo de todo el viaje. El portátil conectado al megatelevisor y listos para ver una entrega más de Masterchef y el capítulo final de Braindead con la cena dispuesta sobre la mesa. L no quiere abusar y se limita a una ensalada y un cuenco de melón pero yo ya no me privo de nada, que para algo es nuestra última noche. Ocho piezas de sushi de cangrejo, una ensalada “estilo sureño” con picante y una bandeja de brócoli y zanahoria con un cuenco de salsa ranchera en la que mojarlo. Como siempre una cerveza para acompañarlo, y de postre un pequeño vaso de helado de chocolate con nubes. Sí, me regalo un “Treat yourself” digno de Tom Haverford y Donna Meagle.
Son las 23:00 cuando la noche ya no da más de sí y nos instalamos en el cómodo dormitorio. Las maletas ya casi preparadas junto a la pared son un recordatorio de que esta no es una noche cualquiera. Es la última. Lo que queda de viaje se cuenta ya por horas, y este diario se acerca a su fin.