12 de julio de 2019
Arranca a las 7:00 nuestra primera mañana en la tierra de la sidra, el cachopo, el bable y el paisaje verde hasta donde llega la vista. También la tierra de Melendi, pero todos cometemos errores. Hemos pasado una noche más cálida de lo esperado y la cama es algo pequeña, pero en definitiva hemos podido descansar. Los ruidos vecinales cesaron a una hora prudencial para tratarse de una vivienda vacacional. Un primer vistazo a la ventana nos anuncia que las vistas han sido reemplazadas por la clásica niebla matutina que lo cubre todo como una sábana recién planchada.
Aprovecho el silencio y las neuronas frescas para escribir más textos y procesar más fotografías antes de que L se una a la mañana. Dan las 9:20 cuando ya hemos desayunado y preparado los bocadillos de excursión -si hay algo que no combine bien con guacamole, no pararemos hasta encontrarlo-. Nuestros vecinos han abandonado las instalaciones hace media hora y ahora nos toca a nosotros. La niebla matutina ha quedado ya en una fina línea blanca que deja ver el horizonte por encima y por debajo y no tardará en disiparse por completo.
Nos dirigimos a Tarna, deshaciendo unos 25 kilómetros del recorrido que nos trajo hasta Abantro hace apenas unas horas. La carretera se hace más pesada que ayer, en parte debido a los cambios de luz que hay por el juego entre luces y sombras que obliga a extremar la precaución en los tramos de curvas más cerradas. Alcanzamos a las 9:55 nuestro destino, un amplio aparcamiento junto a la Iglesia de San Pedro. Con unos generosos 20 grados para la hora del día que es, salimos del coche y nos recibe un pastor alemán y un border collie que pasan junto a nosotros. Es como mirar a ese jardín futuro que esperamos tener algún día.
Hoy vamos a dejar a un lado las cumbres y panorámicas para dar paso a otro tipo de excursión que no hay que desmerecer: la de bosques, ríos y, uno de nuestros fetichismos, las cataratas. Con salida desde el propio Tarna y tras unos 6 kilómetros que superan un desnivel de 200 metros -es más pendiente de la que parece, ya que se concentra al principio y el final- nos espera la Cascada del Tabayón, un salto de agua de unos 60 metros de altura que todo el mundo tiene en la punta de la lengua para recomendarte cuando les dices que vas a transitar el Parque Natural de Redes.
Echamos a andar dejando tras nosotros la iglesia y un cartel que todavía no se ha retirado anunciando las fiestas de Tarna a finales del pasado junio. No tarda en manifestarse esa concentración de desnivel que tiene lugar en los primeros 2,5 kilómetros. Por lo menos y todavía con el recuerdo del mal rato al sol que pasamos ayer, durante el camino predominan las sombras que proporcionan los hayedos a lado y lado del sendero. Tras unos 1.200 metros queda a nuestra izquierda el desvío a los "Rebollos de Llanu'l Toro", un claro del bosque en altura que hay quien aprovecha para ampliar la excursión. Nosotros preferimos ahorrarnos los más de dos kilómetros entre ida y vuelta y 150 metros de desnivel que hay que superar para alcanzarlo, así que seguimos el camino al que apunta el cartel que señala el camino a la Cascada del Tabayón.
Cuando llevamos dos kilómetros vencidos se presenta ante nosotros el inesperadamente punto más atractivo de la ruta: un pequeño anticipo en forma de catarata con sucesivos saltos pequeños frente a un puente de madera que pasa sobre el cauce del río, el cual sigue su marcha tras la caída. Es el lugar perfecto para pararse unos minutos tras haber superado gran parte del desnivel del día, hacer fotos, sentarse a la sombra y disfrutar tanto del sonido como el frescor que proporciona el agua cayendo.
Termina al fin la subida constante y nos espera ahora un tramo mucho más llevadero, prácticamente plano y todavía no expuesto al sol. Según se va acercando la meta empiezan a aparecer tramos de subida muy cortos pero intensos. Tras el enésimo giro el campo de visión se abre y ya vemos a lo lejos el agua caer en el Tabayón. La mala noticia es que lo que nos separa de ella es un kilómetro a pleno sol que pierde altura rápidamente para ya en la antesala de la base a la cascada recuperarla mediante una cuesta de piedras sueltas que ponen a prueba el agarre de nuestras botas. Con una nueva capa de sudor adquirida y algo menos de agua en nuestros botellines, son las 12:00 cuando alcanzamos la base de la catarata.
Y aquí nos esperan nada más y nada menos que nuestros vecinos de Los Cascayos, algo que ya anticipábamos al haber visto aparcado en Tarna el mismo coche que pernocta en la calle frente a nuestro apartamento. Son un matrimonio de Valladolid acompañados de su hijo de varios meses. Aprovechamos la situación para presentarnos y ganar un poco de confianza que puede venir bien si necesitamos algo mutuamente en el tiempo que nos queda por convivir. No tardan en marcharse tras nuestra llegada pero, antes de quedarnos completamente solos, falta compartir espacio durante un rato con un grupo de excursionistas entrados en años que han llegado tras nosotros. Si tengo que apostar, diría que son un viejo grupo de amigos al que todos sus doctores les han dicho que les conviene caminar para mantener la forma. Cuando llegan yo estoy escondido buscando un ángulo para fotografiar la cascada, dando así lugar a que L me espere a solas junto al salto de agua y se produzca la siguiente escena:
- Líder del Grupo: ¡Hola! ¿Nos puedes hacer una foto a todos?
- L: Claro, como queráis. (les hace varias fotos y el grupo se disuelve)
- LdG: ¡Muchas gracias! Si quieres, ahora te hacemos una foto cada uno.
- L: No hace falta, gracias, está mi marido por ahí abajo.
- LdG: ¡Cuidao! ¡Cuidao! ¡Que está el marido!
Suena peor de lo que parece, pero en realidad L me asegura que no ha habido nada violento en cómo se lo dice. Mientras tanto yo he estado lamentando haber llegado a la cascada unos minutos demasiado tarde. El sol acaba de emerger prácticamente tras ella y tengo el salto del agua en un perfecto contraluz que hace muy difícil conseguir una fotografía digna del lugar. Para mejorar la iluminación habría que esperar un buen puñado de horas a que el sol se ponga tras nosotros, así que tras un par de honrosos intentos desisto de conseguir mejores resultados y vuelvo a la posición en la que L ha sido brevemente cortejada.
Al fin solos, aprovecho el nuevo ángulo con el sol más esquinado para retratar los 60 metros de agua cayendo ante nosotros. Es innecesario remarcar que en todo este rato la sensación de calor ha remitido gracias al frescor que provoca el agua en suspensión que desprende la catarata. Una vez finalizada la sesión fotográfica nos sentamos en la sombra para echar mano de los bocadillos. El lomo de cerdo adobado también combina bien con el guacamole, seguiremos buscando.
A las 13:00 volvemos a cargar la mochila al hombro y comenzamos a bajar, con mucho cuidado, por ese tramo de piedras sueltas que quieren bajar junto a nosotros conforme las vamos pisando. Alcanzamos el punto en el que una bifurcación separa el camino alto por el que hemos venido y el sendero de vuelta hacia Tarna siguiendo el cauce del río. Pero tras apenas unos metros por él encontramos un letrero informando de que, debido a recientes desprendimientos, esta vía permanece temporalmente cerrada y se aconseja regresar al pueblo por el mismo trayecto que a la ida. Por una parte nos alegramos, ya que ya sabemos que el camino de vuelta no será especialmente duro y así evitamos un fuerte descenso hasta llegar el río que nos tenía ligeramente preocupados.
Así que revisitamos todos los enclaves de la ida pero en sentido inverso: los tramos en los que una mala pisada hace salpicar el barro hasta la rodilla, el caño de agua fresquísima, la cascada en miniatura frente al puente, y por el camino nos cruzamos con un par de matrimonios cuyos hijos adolescentes llevan cara de "prefería estar en casa jugando al Fortnite". Reentramos en las calles de Tarna a las 14:50, saludamos a tres señoras que están combatiendo el calor sentadas frente a su portal y abrimos el coche cuyo termómetro a pleno sol marca unos apocalípticos 39 grados. En cuanto nos ponemos en marcha, la temperatura empieza a descender hasta estabilizarse alrededor de los 30 grados.
Cuando son las 15:15 y llegamos al desvío para entrar en Abantro, tomamos la salida en el arcén opuesto de la carretera para alcanzar una iglesia cuya ubicación junto al Embalse de Tanes parece prometedora. Sin embargo no encontramos aquí el ángulo deseado con la iglesia y el agua visibles frente a frente, pero por lo menos nos llevamos una imagen de postal mirando a la orilla opuesta. Compartimos escena con un par de chavales de 20 y tantos que están pasando el rato con un dron.
Son las 15:45 cuando estamos de nuevo en nuestro apartamento de Los Cascayos, ansiosos por disfrutar de una ducha que nos quite el pedazo de Cascada del Tabayón que hemos traído con nosotros. Nos queda por delante toda la tarde para descansar y planificar los días venideros, sabiendo que la previsión de tormentas para mañana nos va a obligar a algún pequeño reajuste en la agenda.
El resto de la jornada la pasamos dentro del apartamento echando mano de la conexión de datos para planificar tanto el resto del viaje como el "Prime Day" de Amazon que se celebrará dentro de dos días. Estar de vacaciones no está reñido con los caprichos y la caza de gangas. Durante la tarde nos acompaña el intermitente hilo musical del vecino, que lo mismo canturrea un "Malamente" de Rosalía que un "Don't go breaking my heart" de Elton John mientras se pasea por la casa. Cenamos el resto de cosas que compramos ayer en Alimerka y nos vamos a dormir sabiendo lo poco que nos espera mañana, jornada en la que pasaremos más tiempo sentados en el coche o en una mesa de restaurante que caminando. Oviedo aguarda.
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