Continuación de la etapa anterior:
La segunda ruta que teníamos prevista en los alrededores de Sierra Nevada era la Vereda de la Estrella, de cuya existencia me enteré en el foro. En cuanto recabé información, me atrajo sin remedio la visión de los picos nevados desde el sendero. Se me antojó ir en una época que hubiese nieve para contemplarlo así, nevado, tal cual. Sin embargo, nuestra caminata estuvo en vilo hasta el último momento porque el único día que nos quedaba disponible era el 28 de febrero, viernes y fiesta en Andalucía, por lo tanto un puente en teoría propicio para atascar carreteras y lugares turísticos, en particular Sierra Nevada. Además, estábamos a cierta distancia y no podríamos llegar demasiado temprano. Tras pensarlo mucho, decidimos arriesgarnos e intentarlo. Con tan buen tiempo, a lo mejor los andaluces preferían marcharse a la costa.
Itinerario desde Granada capital hasta el inicio de la ruta según Google Maps.
Desde Monachil, donde nos habíamos alojado la noche anterior, teníamos 22 kilómetros para recorrer, una media hora por una carretera estrecha y virada, hasta Guéjar-Sierra, adonde debíamos dirigirnos como punto de referencia para hacer la ruta. Pasamos por el Embalse de Canales y, luego, ya en Guéjar-Sierra, paramos en un supermercado a comprar fiambre para los bocatas. Íbamos ya pillados de tiempo y no pudimos entretenernos visitando el pueblo, aunque nos pareció que tenía un entorno muy bonito, más interesante que la propia localidad, aunque tampoco puedo opinar demasiado con lo poco que vimos.
Embalse de Canales y alrededores.
Desde allí, continuamos unos cientos de metros por la carretera GR3200 hasta llegar a un desvío que conduce a la carretera que lleva al comienzo de la ruta en unos cuatro o cinco kilómetros, no recuerdo la distancia exacta. Está perfectamente indicado, así que no existe posibilidad de perderse si se presta atención a las señalizaciones. Hay muchas curvas y es sumamente estrecha, hasta el punto de que en algunos tramos resulta difícil que pasen dos coches a la vez, sobre todo en el tramo final, con lo cual alguno de ellos tendrá que maniobrar hacia atrás para que el otro pueda continuar. La ventaja es que los coches suelen ir todos en la misma dirección, por la mañana hacia la Vereda y por la tarde hacia Guéjar-Sierra. Claro que esto en algún momento de la jornada puede fallar y complicar algo las cosas.
Acceso al inicio de la ruta desde Guéjar-Sierra según Google Maps.
Todas estas estrecheces tienen su explicación. La Vereda de la Estrella es un antiguo camino minero que se construyó en 1890 para transportar a caballo el cobre y la plata que se extraían en las minas de la cabecera alta del río Genil. En realidad, constituía el único acceso para llegar a la vertiente norte de Sierra Nevada hasta que se hizo la estación de esquí y la carretera A-395, que lleva hasta allí. En 1919 se diseñó un tranvía para comunicar la capital granadina con esta zona, a través de los pueblos de la sierra, como Pinos-Genil y Guéjar-Sierra. La línea funcionó desde 1925 hasta 1974, y una de sus viejas estaciones marca en la actualidad el inicio de la ruta senderista, tras pasar el túnel que conduce al aparcamiento que se encuentra a orillas del río Genil, en el Barranco o Dehesa de San Juan, donde pudimos ver algún restaurante y varios merenderos.
Zona junto al río: aparcamiento e inicio de la ruta.
Al contrario de lo que habíamos temido en un principio, aunque había bastante gente, la esplanada no estaba saturada ni mucho menos, y eso que llegamos en torno a las 12 de la mañana; en fin, demasiado tarde incluso para nuestras pautas poco madrugadoras. Dejamos el coche, cogimos las mochilas e iniciamos la caminata, sin saber muy bien cuánto nos iba a cundir y dónde tendríamos que dar la vuelta, ya que es demasiado larga para completarla en ninguna de sus versiones, teniendo en cuenta la hora que era y que en febrero a las siete empieza a anochecer. Así que no podíamos arriesgar: como mucho, tres horas de marcha hasta donde llegásemos, bocata entre medias y regreso.
Datos de la ruta.
Si bien hay algunas variantes para alargar esta ruta o convertirla en circular gracias a los numerosos senderos que se cruzan y entrecruzan, los datos que voy a poner son los de la caminata específica de la Vereda de la Estrella, que va desde el puente que cruza el río Genil, a unos metros del aparcamiento citado anteriormente, hasta el punto llamado “Cueva Secreta”, ya que fue a la que nosotros nos atuvimos por el tiempo de luz disponible.
- Longitud: 10,8 kilómetros (sólo ida)
- Duración: entre 3 y 4 horas (sólo ida), dependiendo de las paradas y del ritmo de la caminata.
- Dificultad: Media, sobre todo por la longitud. Una vez realizada, me pareció bastante asequible, más de lo que me imaginaba, y salvo el tramo inicial, de fuerte pendiente pero corto en distancia, buena parte de la ruta transcurre por un sendero amplio y con poco desnivel, muy cómodo para caminar y sin peligro, excepto en invierno si hay nieve o hielo. En este caso sí que habría que tener muchísima precaución en algunos puntos y, sobre todo, ir convenientemente equipados. No fue nuestro caso, afortunadamente.
- Longitud: 10,8 kilómetros (sólo ida)
- Duración: entre 3 y 4 horas (sólo ida), dependiendo de las paradas y del ritmo de la caminata.
- Dificultad: Media, sobre todo por la longitud. Una vez realizada, me pareció bastante asequible, más de lo que me imaginaba, y salvo el tramo inicial, de fuerte pendiente pero corto en distancia, buena parte de la ruta transcurre por un sendero amplio y con poco desnivel, muy cómodo para caminar y sin peligro, excepto en invierno si hay nieve o hielo. En este caso sí que habría que tener muchísima precaución en algunos puntos y, sobre todo, ir convenientemente equipados. No fue nuestro caso, afortunadamente.
Panel informativo.
Nuestro recorrido.
Nada más cruzar el puente sobre el río Genil, ya nos detuvimos para echar un vistazo a las aguas tumultuosas que bajaban desde las cumbres formando un bonito paisaje digno de la foto de partida. Enseguida, el panel informativo y un giro a la izquierda, señaló el inicio de un sendero con bastante desnivel que nos hizo ganar altura rápidamente sobre el lecho del río. Sin embargo, el tramo fue corto y con zonas de falso llano, con lo cual apenas nos afectó a las piernas.
Tras la subida, enseguida empezamos a disfrutar de la caminata por la Vereda, que mostraba una estampa singular, con robles, castaños y arces desnudos de hojas, pero marcando el panorama con sus siluetas imponentes. Nos dijeron que se trata de una ruta que es preferible hacer en primavera, a fin de contemplar su explosión verde salpicada de flores de todos los colores, o en otoño, cuando las moribundas hojas de los árboles tiñen las agrestes laderas de amarillo, marrón y rojo, poniendo un espectacular contrapunto a los afilados picos negros y grises que se distinguen en lontananza. No digo que no sea cierto, por lo que espero repetir alguna vez este camino en otoño, pero lo que nos encontramos no nos pareció menos bello.
Seguramente, un par de semanas antes la visión hubiera sido diferente, pero a finales de febrero, con un clima benigno, a la luz del sol, en el descarnado paisaje de rocas pardas ya aparecían brillantes manchas verdes de musgo y hierba fresca, mientras que los almendros en flor lo adornaban con pinceladas blancas, rosas y moradas, quitando protagonismo a los árboles más grandes, cuyas ramas desnudas les hacían manifestarse menos orgullosos que en otras épocas del año. Y es que, según yo lo veo, los árboles de hoja caduca parecen volverse transparentes en invierno, dejando casi completamente expuesto el paisaje a nuestra mirada, algo que no sucede en las demás estaciones, cuando a menudo las frondosas copas verdes no permiten contemplar el panorama que hay más allá.
Avanzábamos deprisa, ya que el camino era bueno, aunque no a la carrera porque apetecía disfrutar del recorrido. Íbamos por la ladera umbría, así que no nos molestaba el sol. Vimos varios arroyos, deslizándose por la montaña, cuyas aguas formaban cascadas en busca, mucho más abajo, del río Genil. La tierra del camino frecuentemente aparecía mojada, incluso había que superar algunos charcos grandes y también zonas embarradas saltando sobre piedras estratégicamente colocadas para ayudar al senderista. Aunque ese día el problema no existía, entendimos la advertencia del peligro que puede suponer el hielo en invierno en algunos puntos.
[
A eso de un kilómetro del inicio, llegamos al primer punto de referencia de la ruta: un castaño centenario de 21 metros de altura, conocido como “el abuelo”, que desde los retorcidos nudos de su enorme tronco extendía sus largas ramas desnudas sobre el sendero, en una especie de saludo de bienvenida a los visitantes.
Continuamos entre lomas y barrancos, sorteando piedras y restos de derrumbes, disfrutando del color de las flores de los almendros y del cielo azul. De vez en cuando, parábamos y nos asomábamos al abismo para ver las vistosas cascadas que formaba el río al correr por el valle. ¡Qué bonito! ¿Existirá alguna ruta paralela al río? Sería magnífico ver de cerca el agua cayendo de poza en poza. Sin saber por qué, me recordó a la ruta de la Garganta de los Infiernos, en el Valle del Jerte, en Cáceres, desde la que también se contempla el río desde arriba. El paraje era diferente, pero mi pensamiento fue similar. En una peña, en la ladera contraria, divisamos varias cabras haciendo equilibrios imposibles; y junto a un arroyo, yacía muerto un jabalí. Y las flores de los almendros y otros arbustos seguían acompañándonos.
Seguimos sumando pasos y metros, mientras, a lo lejos, como una premonición, divisábamos ondulados montículos con manchas de nieve, seguramente mucho menores que otros años por esta época.
Sin embargo, era un indicio de que el momento estelar se aproximaba. Lo esperas y, aun así, te sorprende, porque en un giro brusco del camino, hacia el sur, resguardando una gran roca la sorpresa hasta el final, de pronto, apareció a modo de marco irreal un juego de agujas negras coronadas por la nieve: la llamada “cuerda de los tresmiles”, hasta seis picos por encima de esa cota, entre ellos la cara norte de la Alcazaba (3.369 metros) y el Mulhacén (3.479 metros, el techo de la Península Ibérica); los colosos de Sierra Nevada todavía un poco escondidos por las ramas de unos árboles “mal puestos”. En cualquier caso, nosotros tampoco pudimos evitar la exclamación de todo el mundo: ¡ohhhh!
En ese instante, llegó un guía con dos parejas. Les hizo varias fotos, les dio una disertación y se acabó, media vuelta y de regreso. Me pareció increíble que les dejase a treinta metros del Mirador del Viso de las Nortes , desde donde se ven los picos ya sin impedimento de ramas. Como hay bastante gente que tiene como objetivo este punto y no continúa más, en ese caso, hay que recordar seguir unos pasos hasta el mirador, puesto que las vistas son mucho mejores que a la vuelta de la susodicha peña aunque ya no nos sorprendan tanto. No tiene pérdida porque existe un panel informativo acerca de las cumbres que se observan.
Ni que decir tiene que tocaba sesión de fotos y más fotos: el postureo en su máxima expresión, . La ocasión lo merecía. A partir de este punto, el panorama de los picos de la sierra nevada nos acompañó de fondo casi permanente en el camino, lo cual hacía la ruta más grata si cabe.
Lograda nuestra meta esencial de la jornada, paramos a tomar nuestros bocatas y como aún estábamos en tiempo, decimos continuar un rato más, poniéndonos como límite el nacimiento del río Genil, que vimos anunciado en un cartel. Pasamos por las antiguas Minas de la Probadora, que todavía conservan un ruinoso edificio de lo que fueran las viviendas de los mineros. Y unas vistosas chorreras y ascendimos un fuerte repecho que nos llevó hasta las piedras rotas de lo que fueron las Minas de la Estrella, desde donde se divisa la confluencia de dos ríos: el Guarnón y un jovencísimo Genil.
Al girar, ya cuesta abajo nos encontramos con nuevos picos nevados y el puente sobre el río Guarnón, cuyas aguas descendían deprisa desde los tajos del Corral del Veleta para unirse con el arroyo Real en lo que supone el nacimiento del río Genil. Un lugar realmente bonito, aunque el sol nos daba de lleno y de frente, reflejando la luz en el agua como un molesto espejo que nos deslumbraba, lo que hacía casi imposible sacar una foto decente. en esa dirección.
Tras descansar unos pocos minutos, acordamos dar la vuelta. Teníamos dos horas y media hasta el punto inicial y no mucho margen más de ese tiempo de luz solar. Completar la ruta, llegando a Cueva Secreta o combinándola con alguno de los otros senderos, tendría que esperar para otra ocasión, quizás en un próximo otoño, lo que nos brindaría la posibilidad de conocer una versión distinta de este magnífico paisaje. En total hicimos unos 15 kilómetros, 5 horas y media de caminata: un auténtico placer.
Al día siguiente, continuaríamos caminando por la provincia de Granada. Esta vez sería en Castril, pero eso lo dejo para otra etapa de este diario.