Fiyi & Polinesia. Crucero Cpt Cook Mamanuca y Yasawa Islands + 12 días Polin ✏️ Blogs de OceaníaNarración de 23 días en dos de los lugares más emblemáticos de los Mares del sur.Autor: Remember Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (2 Votos) Índice del Diario: Fiyi & Polinesia. Crucero Cpt Cook Mamanuca y Yasawa Islands + 12 días Polin
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Apenas una semana desde que volví, es momento de contar lo acaecido antes de que se disuelva en la memoria…
Este era un viaje para Navidad, Polinesia 12 días, 15 con vuelos, pero un acertado consejo lo remitió a verano, y allí, ya con necesidad de ampliar, se anejó la parte de Fiyi, con un crucero por las Mamanuca y Yasawa que completara la aventura a 23 días. Así pues partí de Madrid un jueves 24 de julio ya que el ultimo crucero de Captain Cook era el 27/7. Madrid Los Ángeles, 11 horas , 8 de escala y Los Ángeles Nadi otras 10, llegué a Nadi hecho unos zorros, pero como eran las 5, 30 de la mañana y me dieron la habitación, tras una ducha, recobré energías para visitar la ciudad, el Templo, el mercado de artesanía y poca cosa más, eso sí ya cargue compras de camisetas de rugby, las del Super Rugby estaban al 25% y las de los Fliying Fidjians también bien de precio. De vuelta al hotel, siesta de 4 horas y paseo por la marina de Denarau hasta la cena, un chowder potente y unos espagueti seafood sabrosísimos Al día siguiente empezaba el crucero, dividido en dos partes,: - la de las Mamanuca, más cercanas con Sacred Island, Monu y Monoriki, la isla de Castaway donde se rodó el film de Zemeckis, Yalobi Bay y Waya; - y las Islas Yasawa, más remotas, y más lozanas si cabe, con Naviti, Brother, Navotua, Sawa i Lau, Yaqueta y Drawaqa. Entre medias se volvía a Denarau y pude visitar los jardines del Gigante Dormido, con las famosas orquídeas de Raymond Burr, un lugar bellísimo. De Fiyi destaco dos cosas: - La placidez de sus islas e islotes, el crucero, con unas 80 personas, el 95% australianos y kiwis, paraba frente a esas isletas privadas, solo para nosotros y allí, en un espacio recóndito y recoleto, de belleza palmaria y palmerera, uno se relajaba nadando, snorkeleando o simplemente tomando el sol, nada turbaba esa profunda sensación de calma y sosiego, de paz definitiva, de remanso lejos del mundanal ruido. Equilibrio. - Los corales, solo los vi mejores en la Gran Barrera de Coral hace 15 años, pero ya no existen, así que los fiyianos deben ser los mejores hoy en día: inmensos, en forma de fruta, o en plataformas gigantes, tipo seta, o como interminables laberintos, y con una variedad de colores infinita: rojos, morados, lila, añil, naranja, verde, amarillos, azules. Los peces eran abundantes , de muchos tipos, pero en eso sí que se ven parecidos o mejores en El Nido, Corón, Seychelles, Mauricio, Galápagos o Maldivas Se hacían diariamente un par de actividades acuáticas y alguna terrestre, subidas a montañas con miradores, cuevas, o a poblados locales para visitar escuelas, en Gonu, o asistir a ceremonias religiosas o gastronómicas, como el Levu en Matacawa En definitiva, un lugar paradisiaco, de existencia relajada y gozosa, aguas cristalinas, islotes solitarios e idílicos y corales de fantasía, con incandescentes atardeceres, nunca los vi más bellos, donde uno se puede imaginar viviendo una jardielista vida eterna, sin fin, solo perturbado por el rumor de las aguas o el canto de las aves. Acabada la aventura fiyiana, era hora de partir, via Auckland, one night stand, hacia el verdadero paraíso, la Polinesia Francesa.
Auckland estaba algo cambiada, muchos edificios modernos hacia la parte izquierda del puerto, pero aún era reconocible su Torre, Queen Street y sus tiendas, y el Puerto, con su animado ajetreo diario. Tenía una cuenta pendiente con el Domain, que no pude visitar cuando estuve hace casi una década, y pude admirar el War Museum.
4,5 horitas de vuelo y llegaba un día antes, del 4 al 3 de agosto, a Tahiti, donde dormiría en el motel del aeropuerto, a la espera de empezar la gira polinésica, rumbo a Moorea. Continuará. Moorea me recibió soleada, cielo despejado, sus hermosas montañas verdes se ofrecían, pícaras, a los ojos del viajero Me alojaba en el Manava Beach, que tenía muy buena situación, a 5 minutos del aeropuerto, rodeado de tiendas y restaurantes, y con una vida animada, el restaurante ofrecía espectáculos en la cena, crooners y contorsionistas, aparte de tener una carta variada y asequible para lo que es el lugar. Tras el día de llegada, tenía al siguiente una actividad de avistamiento y nado con ballenas, y visita al lagoon de Moorea. Vimos a los cetáceos, pero la mar estaba brava y solo un entusiasta atleta italiano se atrevió a nadar hacia ellas, mas donde tuve un aperitivo de lo que estaba por venir fue en la laguna, con peces globo, tiburones de arrecife y mantas cariñosas, que se dejaban tocar y hasta coger, si llevabas neopreno, que parece que les gusta, en medio de aguas de imposibles matices verdiazules. Al siguiente tenía por la mañana un trek a las cascadas Afareaitu, una ascensión de 45 minutos, en medio del bosque, donde te explicaban los diferentes tipos de arboles, los frutales, los cultivos, vainilla sobre todo, y lo regaban con una degustación de frutas verdaderamente excitante, tal era la calidad y variedad ofrecida. Por la tarde fui al mirador Belvedere. Con unas impactantes vistas de la isla y las bahía Cook y Opunohuy, separadas por el monte Tohuy. Moorea es una isla preciosa, con las montañas acaso más armoniosas, pero sin esa parte acuática tan esplendorosa de otras islas, como Bora Bora, mi proximo destino. Cuando llegas a Bora Bora, ya sea en el avión o en la lancha que te recoge, y ves las ingentes extensiones de aguas turquesa y aguamarina, rodeadas de montañas verdes, de formas imposibles, ya uno se cerciora que la realidad a veces supera a la imaginación Me alojaba en una water room del Intercontinental Le Moana, en Matira, al final de la Laguna, frente al Monte Otemanu, que preside el espectáculo. Desde la habitación ya ves los peces, y si bajas, andas por las aguas de la Laguna, que apenas te llegan a los muslos, en medio de un auténtico edén. Mi primera actividad, en un día esplendoroso, fue el Lagoon de Bora Bora, haces snorkel, ves peces a cascoporro y luego te llevan junto a los tiburones y mantas, la luz verde que refulge al contacto con las aguas, casi te ciega, pero es cierto, estás en medio de uno de los más míticos lugares de la Tierra, epítome de la Belleza, y aquello es realidad, más aún, es más que real, es mágico, montañas a tu espalda, agua a tus pies y animalitos jugando contigo. Luego vas a alta mar, surcando esas aguas de infinitos matices en azul y verde, y allí la experiencia con los tiburones es más intensa, al ser la profundidad mayor y la sensación de peligro más cierta. Tras la comida típica en un motu, vuelves al hotel como cubierto en un manto de dicha, asombro y delectación estética, algo parecido a la felicidad. Al día siguiente tocaba safari 4x4 por la isla, con subida al Pahonu, con vistas impresionantes del Puerto y Punta Matira, luego recorrido por las zonas de tupida y variada vegetación y visita al pueblo para compras y, lo más esperado, recorrido por búnkeres y cañones de la II GM, con excelentes vistas de la otra parte de la Isla. Dejaba Bora Bora pensando que no podía haber nada mejor, pero estas prodigiosas islas siempre esconden el truco final en una chistera repleta de sorpresas y Rangiroa, siguiente etapa, iba a dar por cierto ese improbable in crescendo en Belleza. El atolón te recibe ufano desde el aire, sereno y majestuoso, pleno de vida y color. El Maitai es el segundo mejor hotel de Rangiroa, hay dos, pero está muy bien, con su piscina dando al mar y un mar que es una pecera, no hace falta mojarse para ver plenitud de peces desde el pontón Tras el día de aclimatación, donde aproveché para recorrer en bici la isla de punta a punta, son casi 12 kilometros de Tiputa Pass a Avatoru Pass, tocaba la que iba a ser la mejor actividad de mi vida viajera. O al menos una de las mejores. El Blue Lagoon de Rangiroa, al que se llega tras una hora de viaje en lancha, en un día soleado, con alguna nube que matice la imagen, es un emplazamiento próximo al Séptimo Cielo. Te sumerges en una extravaganza en azul, de horizonte sin fin, de múltiples matices, andas por esas aguas, y los corales, entre tiburones, que anticipan la barbacoa (no había cubo de la basura), y solo ves islotes de verdes hileras de palmeras que se pierden entre azules fosforescencias. Tus ojos no dan abasto para tanta Belleza, tus pies se arrastran hacia un Islote y tu alma te dice que encontraste el lugar perfecto, sereno, límpido y hasta prístino. No hay palabras para describir lo que es adentrarse en ese reino del color, del sabor y de la magia de la naturaleza, que compone una paleta de ilusiones ópticas que no dan tregua a tu capacidad de admirar, de soñar o gozar. Tras la rigurosa barbacoa, volvimos a Tiputa Pass a tiempo para el desfile de los delfines y pudimos hacer un ultimo snorkel en uno de los más reconocidos templos del buceo, muy buenos corales y muchos peces, nada más bajar ya casi no puedes ver de tantos como se arremolinan. Terminaba el día a lomos del delirio, ríete tú de Stendhal y sus síndromes. El día final en Rangiroa era de relax, bicicleta, bañitos en la playa pública, fotos, visita al pueblo, las cavas, las granjas de perlas, comida en Tiputa y tiempo en el hotel para un mas que merecido dolce far niente. Este lugar es tan mágico, que en el aeropuerto, una vez hecho el checkin, anunciaron 45 minutos de retraso y unos franceses salieron de la instalación, cruzaron la carretera y se dieron un baño. Así es la vida en el atolón. Quedaba regresar a Tahiti para pasar los dos últimos días, y a fe mía que aquí también me lleve una agradable sorpresa. En este caso, mi actividad era un safari 4x 4 de día completo, que atravesaba la Isla por el centro, por el valle del Rio Papenoo, de Este a Oeste, en unos 40 kilómetros por caminos de tierra y piedras, entre selvas, montañas, monumentos funerarios, ríos con anguilas salvajes y cascadas, hasta un túnel de 100 metros, a 800 metros de altitud, que divide la isla en dos, de la parte soleada a una parte brumosa, con el Lago Vahiria siempre presente con sus aguas esmeralda, en medio de un escenario de pureza y silencio. Merece la pena esta excursión, a pesar del bamboleo continuo en el vehículo. El día final era de visita a Papeete, ciudad muy bonita con su Mercado, su Puerto, sus parques y ese ambiente de relajada urbanidad, por contraste con las islas, que en ningún caso llega a ser algo cercano al estrés que vivimos en nuestras vidas y urbes europeas. Broche de oro a tan magno viaje. Estuve callejeando toda la mañana, comi unos calamares y unas gambas gabardina, regados con una generosa Hinano, que me sentaron fetén de la muy, regresé al Kon Tiki Hotel, establecimiento que tiene la deferencia de dejar un espacio de relax (sofás, café, agua fresca) para clientes que han hecho checkout pero siguen en la ciudad, en mi caso hasta las 23.45, que tenía el vuelo a LA, 7 horas más otras 7 de conexión y 11 más a Madrid, donde acabó uno de los más bellos sueños viajeros que nunca haya concebido y, en efecto, vivido. Puedo asegurar que dormí como un angelito en ambos vuelos, mecido en los dulces brazos de la fantasía, y arribé como un bebe satisfecho al destino final, ya lejos de aquellos paraísos que, de puro gozosos, hasta ahora dudo si llegaron en realidad a existir. 📊 Estadísticas de Diario ⭐ 5 (2 Votos)
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