Pero estamos en mayo y los turbulentos carnavales quedaron atrás entre las brumas del invierno, ya pasada la lánguida cuaresma seguida de la Semana Santa. Y
Laza, pueblo amante de sus tradiciones y ejemplar en este sentido, se dispone ahora a celebrar con gran solemnidad las fiestas de la Cruz de Mayo. Fiestas que se inauguran con la elevación del
“maio” (el mayo), un pino que cortan los mozos en el bosque, el más alto y esbelto que encuentran y que arrastran en un carro hasta el pueblo, después de despojarlo de sus ramas bajas dejándole un cogollo o penacho frondoso en la picota que decoran con cintas y banderines. Si no es lo bastante alto, como en esta ocasión, le empalman otro con el fin de competir en altura con el del año pasado. Finalmente lo elevan y plantan al atardecer con el concurso de toda la mocedad.
Allí entabla conversación con un vecino. El cual tras observarlo con la curiosidad y recelo que despierta todo vagabundo, le pregunta que si es peregrino. Por aquí pasa el
camino de Santiago que, por
Sanabria y tras salvar los puertos de
Padornelo y de
La Canda, dirige a los caminantes procedentes del sur cruzando la cálida y entrañable tierra extremeña por la antigua calzada romana hoy conocida como
Ruta de la Plata. Así que lo primero que le preguntan es que si va de peregrinación a
Santiago.
Se trata de Avelino, un maestro jubilado que sabe hasta latín, pues según le manifiesta se licenció en lenguas clásicas. Aunque natural de
Salamanca, se casó con una gallega y fijó su residencia en estos lares. Por tanto el “peregrino” se encuentra en su salsa, hablando de latines, jubilación y tradiciones populares con él, que le explica el significado de la ceremonia que se dispone a presenciar.
Y el viajero, convertido ahora en improvisado peregrino, asiste a la plantada y elevación del pino tomando fotografías del evento antes de que la noche se eche encima.
La fiesta culmina el día tres por la mañana, según le relatan, con la procesión del Santo Cristo, cuando la banda de música recorra el pueblo para recoger a los participantes en los festejos y finalmente se dirige hacia la plaza de la Picota a buscar a Eva, una moza soltera de la localidad que ha sido elegida en secreto hasta que hace su aparición, vestida de blanco, con una guirnalda vegetal en la cabeza y flores adornado su vestido, una rueca en una mano y un cestillo de frutas en la otra.
Después tiene lugar una curiosa representación tras la cual continúa la procesión y, llegados al atrio de la Iglesia, hay una última danza. Allí se reparte también entre los danzantes la “rosca”, dulce de la zona que se lleva en la procesión junto a un ramo de laurel adornado con cintas, lazos y naranjas.
Nos encontramos, le explican, ante la supervivencia de una pareja pagana, el mayo y la maya, aquí y ahora cristianizada como Adán y Eva. La fecha elegida, el alzamiento del árbol y el énfasis de los motivos vegetales en el vestuario de Eva, relacionan la función con antiguos ritos precristianos que festejan y propician la fecundidad y la renovación primaveral del ciclo de la vida.
Pero el viajero no puede presenciar el acontecimiento porque el día 3 quiere llegar a
Orense y se conforma con la descripción de su espontáneo y amable compañero. Cuando se dispone a abandonar el lugar, llama su atención esta desgarradora declaración como despedida:
“Dejaré de mirarte pero no de quererte, hasta siempre pequeño corazón cobarde”.
Pero el marinero en tierra no está dispuesto a dejar el corazón anclado en ningún puerto: por eso hace oídos sordos a los cantos de sirena y se bate en retirada reanudando el camino de momento a pie como un auténtico peregrino sin volver la vista atrás.
En esto lo alcanza otro que le pregunta si falta mucho para el próximo albergue, pero el espontáneo caminante, no conoce mucho el terreno que pisa y no sabe responderle con la precisión que quisiera. El recien llegado tiene gana de charla y le cuenta su vida y milagros; entre tanto le pregunta que de dónde es y el viajero le contesta que es de
Extremadura.
“¿De qué pueblo?”. Y para su sorpresa, le describe con pelos y señales su tierra y su lugar de nacimiento: “Allí bien plantao en lo alto, al amparo de un castillo encaramado en un risco, con las calles de esta manera y de la otra, con las casas así y asao...” Finalmente, se despide cariñosamente con un
“¡adiós, corito, que todo vaya bien!” Y el corito le anima con el saludo de los peregrinos:
¡Ultreya! (adelante).
Ya puesto de nuevo en verea, y tal como le marca su hoja de ruta, enfila hacia la comarca conocida como
Ribeira Sacra, denominación que se debe a los numerosos monasterios y templos que jalonan la zona ubicados en las laderas de los escarpados cañones por donde discurre el
Sil, su fiel guía y compañero, que abandonara durante cierto trecho y que por estos recónditos parajes vuelve a encontrar, antes de juntarse con el padre
Miño en
Los Peares, donde también se detiene contemplando el espectacular paisaje.