3 de septiembre de 2016
Ocurre en todos los viajes. Ya sean de cinco o de casi treinta días, siempre hay etapas que según se van preparando, investigando y planificando quedan marcadas en el calendario con un color especial. Esta no iba a ser una excepción, y entre las decenas de excursiones que planeábamos hacer esperábamos con especial ilusión el largo recorrido que nace y muere en las orillas de Lake Louise, en el Parque Nacional de Banff.
Pero todavía no sabemos si hoy iba a ser el día. La inestable meteorología en esta zona de Alberta hace complicado saber cuál de los tres días que pasamos en ella es el más adecuado para una actividad que nos va a mantener en exteriores un mínimo de ocho horas. Otros planes menos flexibles en nuestra agenda limitan las opciones al sábado que nos ocupa o el lunes siguiente, y lo primero que hacemos cuando despertamos a las siete tras la mejor noche de sueño –¡más de nueve horas!- hasta la fecha es consultar la previsión del tiempo.
Debemos elegir en quién confiar más. Si hacemos caso al Weather Channel el riesgo de encontrarnos tormentas a nuestra llegada a Lake Louise es muy elevado, con previsión de cielos totalmente cubiertos, lluvia a intervalos intermitentes y, lo que más nos preocupa, vientos que en ningún momento bajan de los 15 kilómetros por hora. Pero si recurrimos al servicio meteorológico canadiense tenemos motivos para mantener la esperanza, con probabilidad de lluvia muy baja y ventanas de dos o tres horas en las que el sol puede aparecer entre las nubes. Por interés y por las ganas que tenemos de echarnos a la carretera, está claro con quien nos casamos hoy.
Son las 9:00 cuando, tras recorrer los alrededor de 30 kilómetros que separan Field de Lake Louise y dejar atrás a nuestra izquierda otro de esos kilométricos trenes, llegamos al aparcamiento de la zona recreativa. Por ahora las sensaciones son muy buenas, ya que se cumple esa previsión de que el sol se dejaría entrever por algunas ventanas que se abren entre las nubes. Eso sí, hoy los ocho grados centígrados que marca el coche se hacen notar y debemos recurrir a la estrategia de vestir varias capas para estar preparados ante cualquier variación en temperatura durante el día.
Pongámonos en contexto. Lake Louise es muchas cosas. Por una parte, es un pueblo situado ya dentro de los límites del Banff National Park. Por otro lado, es un lago glaciar situado a cinco kilómetros d ese mismo pueblo. Por último, suele usarse también como denominación para toda la zona que comprende dicho lago y sus alrededores, visitables gracias a múltiples senderos de mayor o menor dificultad que nacen desde el mismo punto de partida: el amplio aparcamiento junto al Fairmont Chateau Lake Louise, un hotel de cuatro estrellas situado estratégicamente en la orilla noreste del lago. Por lo que respecta a nosotros nos interesa el recorrido que va desde el lago hasta el Plain of the Six Glaciers, un mirador elevado que, como cuyo nombre indica, permite contemplar balcones a hasta seis glaciares gracias a una panorámica de 360 grados, aunque el retroceso de estos en los últimos años ha hecho que solo tres o cuatro sean fácilmente distinguibles. Esa ruta es nuestro principal objetivo, si bien no descartamos ampliarlo en el camino de vuelta con desvíos a los lagos de Lake Agnes y Mirror Lake, siempre que el temporal y la forma física lo permita. Incluso, y esto ya supondría la guinda, podría presentarse ante nosotros la posibilidad de subir a lo más alto del [url=https://en.wikipedia.org/wiki/The_Beehive_(Alberta)]Big Beehive[/url], una colina situada convenientemente entre los lagos Louise y Agnes premiando al que la ascienda con vistas de infarto a las aguas azul turquesa del primero. La excursión, en caso de hacerla completa, nos llevará algo más de 20 kilómetros a lo largo de los cuales tendremos variaciones constantes de altura con pendientes de mayor o menor inclinación.
Bien, pues ya estamos en Lake Louise. Concretamente en ese aparcamiento que a las 9:00 empieza a recibir coches como si no hubiera un mañana ante la atenta mirada de la fachada del hotel Fairmont, que en comparación con el resto del escenario resulta sumamente feo. Según alcanzamos la orilla del lago el alboroto es ya notable, con mucha gente por los alrededores y las primeras canoas de alquiler saliendo del embarcadero. Este paseo, totalmente llano y apto para todos los públicos, representa los dos primeros kilómetros de nuestro exigente plan y nos brinda ya algunas vistas a esa meta que queda frente a nosotros, por ahora parcialmente escondida tras las nubes. La falta de luz solar que ilumine su superfície nos priva por el momento del característico e intenso color turquesa de las aguas de Lake Louise.
El paseo llano se torna algo más irregular y comienza a ganar pendiente cuando alcanzamos el extremo opuesto del lago. Una amplia orilla fruto del bajo nivel del agua acoge ya las primeras barcas que han recorrido la superficie de lado a lado. Varios de los vecinos de paseo que hemos tenido en estos primeros metros empiezan a dar la vuelta ya que su día no prevé demasiados excesos. Nosotros seguimos adelante rodeados todavía de mucha compañía, y un pequeño puente de madera sobre lo que parece una ciénaga de colores grises nos lleva hasta un bosque donde el terreno empieza a ganar altura a mayor velocidad. Pasamos de largo el desvío que a mano derecha nos llevaría directamente a hasta los 2.135 metros de altitud de Lake Agnes, 400 metros por encima de la altura en la que comenzamos la excursión. El Big Beehive solo es visible a nuestra derecha durante unos breves segundos antes de volver a esconderse tras las nubes.
Según vamos recortando distancia con el Plain of the Six Glacier y el principal y más grande de los glaciares presentes se hace más y más grande en el horizonte, nacen cuestas más empinadas de las que conviene tomarse con calma para no llegar a la meta exhaustos. Nos cruzamos con gente acompañada de sus perros y nos adelanta un grupo de turistas a lomos de caballos. Tenemos que ir esquivando “regalos” ecuestres en aquellos tramos de camino que debemos compartir con ellos.
Nos situamos ya a un solo kilómetro de la “Plain of the Six Glacier Tea House”, la casa de té que hace las veces de punto de avituallamiento para los visitantes que llegan hasta aquí. Estos últimos 1.000 metros nos cogen desprevenidos con una pronunciada cuesta atestada de grandes rocas y raíces de árboles que nos obligan a estar muy concentrados en dónde pisamos. Las fuerzas flaquean por primera vez en lo que va de día, pero con mucha paciencia y tras superar un último tramo que gana altura a pasos agigantados gracias a un recorrido en zig-zag, alcanzamos la Tea House.
Las “Tea House”, típicas en todo el territorio de la Commonwealth y especialmente en Canadá debido a su frío clima, son locales –o edificaciones enteras, como este caso- que ofrecen un punto de parada y descanso en el que disfrutar de un té caliente. En el caso de la zona recreativa de Lake Louise, dos de sus principales puntos de parada vienen acompañados de una casa de té en forma de coqueta cabaña de madera en la que los excursionistas “pican” y se toman un té con pastas por nueve dólares o pasan directamente a los menús completos por más de 24. A nosotros no nos despierta mayor interés que verla desde fuera y enseguida damos media vuelta para sentarnos, sin tener que pagar por ello, en uno de los bancos de madera habilitados alrededor de la casa. Desde aquí podemos ver el final de nuestro recorrido todavía a 1,4 kilómetros de distancia. Distancia que nos llevará al verdadero mirador de los seis glaciares. Quizás sea por lo cercano de la meta o quizás porque las nubes son ahora más benevolentes, pero parece que los distintos glaciares y cimas son ahora más perceptibles que cuando iniciamos la excursión.
Comparado con lo recorrido hasta ahora este último esfuerzo hasta el mirador no supone ningún reto. Solo los últimos metros remontan un poco para alcanzar la altura definitiva desde la que poder otear el paisaje, pero lo que más llama la atención es la cantidad de gente presente. El estrecho camino, de apenas medio metro de amplitud, nos obliga a unos y otros a hacernos a un lado para dejar pasar a los excursionistas que llegan en dirección contraria. En nuestro caso la cantidad de gente con la que nos cruzamos y la nula presencia de excursionistas en nuestro mismo sentido es tal que comenzamos a creer que tendremos el mirador para nosotros solos. Y así es.
Hay momentos en los que las palabras se quedan cortas y describir el altiplano del Plain of the Six Glacier es uno de ellos. Cuesta encontrar el modo de explicar lo que los sentidos perciben en un paraje en el que, a lo largo de los 360 grados de tu campo de visión, no sabes decidir hacia dónde mirar porque no hay un solo rincón que luzca menos que los demás. Una muy tímida nieve empieza a caer sobre nosotros mientras no paramos de maravillarnos ante las vistas. Mira ese bloque de hielo de allí. Mira esa puntiaguda cima de allá. Mira ese eterno pedregal hacia allí. Mira… podríamos estar así hasta el fin de los días. Aún quedando todavía mucho por visitar, lo que se extiende a nuestro alrededor justifica holgadamente la actividad de hoy.
Llega el momento de comernos uno de los bocadillos de tortilla -con tomate y cebolla, la duda ofende- más lejano del hogar hasta la fecha. No es hasta llenar el estómago cuando, mientras L continúa descansando en el altiplano que hace las veces de mirador oficial, yo me empeño en completar el extra de 300 metros más que lleva hasta literalmente la última piedra que puede pisarse sin caer por un acantilado. Y aunque no me juegue la vida sí que me juego el aliento ya que los 45 grados de pendiente del último tramo, ese que transcurre sobre pequeña grava que hace extremar la precaución en cada paso ante el riesgo de un resbalón, me obliga a entregar mis últimas reservas de energía. Pero a cabezón no me gana nadie y ahí tengo las dos mayores lenguas glaciares del lugar a apenas… ¿100, 200 metros? Y el cielo empieza a abrirse para dejarme ver toda la negra pared sobre la que el hielo se agarra resistiéndose a caer definitivamente. Guau.
Regreso al altiplano, donde nos queda completar la agenda con nuestra sesión de fotos familiar. La presencia de Pato causa furor para una pareja procedente de Montana que desde el instante cero se muestran dignos de pertenecer a su club de fans. Procediendo del estado que aloja el Glacier National Park es inevitable comentarles que nos dirigimos hacia allí, a lo que responden que vamos a disfrutar muchísimo ya que Glacier es extremadamente similar a lo que estamos contemplando en estos momentos. Cuando ya nos disponemos a coger nuestras mochilas e iniciar el camino de vuelta, la planicie nos depara una última sorpresa. El cielo se abre y por primera vez podemos ver el hielo de los glaciares brillando por el sol, con alguna de sus cimas fusionándose con el intenso azul del cielo. Ante nuestra inminente partida, los Six Glaciers parecen querer retenernos a toda costa.
Alcanzamos de nuevo la casa de té a las 14:22. Muchísimo más concurrida que a nuestro paso previo por ella el alboroto es importante, obligándonos a alejarnos varias decenas de metros para poder disfrutar de un relativo silencio. Tras una breve pausa continuamos el viaje de vuelta con vistas ahora hacia Lake Louise, intermitentemente iluminado en la distancia y exhibiendo por primera vez el irreal color turquesa de sus aguas. Con un ritmo mucho más ligero que a la ida gracias a la pendiente negativa, hemos desecho ya 2,7 kilómetros desde Plain of the Six Glacier y se nos presenta el desvío que en 1,9 kilómetros de subida nos llevará hasta Lake Agnes. Si quisiéramos conformarnos con lo hecho hasta ahora y siguiéramos rectos todavía nos esperarían cinco kilómetros por terreno conocido hasta regresar al aparcamiento. Cogemos aire, pedimos a las piernas que nos fallen y nos lanzamos a por ello. Estamos más cerca de finalizar la excursión haciendo pleno.
El sendero, ascendente desde bien temprano, se adentra enseguida en un bosque y vuelve a exigirnos concentración para no tropezar con las gruesas raíces que crecen emergen por todas partes. Cuando la densa vegetación a mano derecha lo permite podemos ver como la diferencia de altura con el camino de vuelta hasta Lake Louise crece y crece, confirmándonos que estamos ganando metros a cada paso que damos. Las sombras provistas por árboles y que el sol vuelva a nublarse intermitentemente se agradece para aliviar el esfuerzo.
Llega el momento de una importante decisión. Un nuevo desvío señalizado aparece ante nosotros. Siguiendo recto, Lake Agnes espera a 1,3 kilómetros. Pero a mano izquierda y dejando ver ya una fortísima cuesta que anuncia que no va a ser fácil, 2,3 kilómetros llevarían al mismo lago pero con una parada intermedia en… redobles, emoción, sonido de platillos: Big Beehive. Solo necesitamos cruzar una mirada para saber lo que pasa: L, y hace bien, no se plantea ni por un segundo subir hasta los 2.270 metros de altura que suponen la colina. Yo… maldita sea, yo ya estoy aquí. Y me va a costar, pero sé que puedo hacerlo.
No hay motivos para discutir. Somos adultos, somos responsables, y hay bastante gente recorriendo los senderos como para tener miedo a hacer un tramo en solitario. Decidimos separarnos y acordar que, si a las 18:00 no nos hemos encontrado en la casa de té de Lake Agnes, nos dirigiremos cada uno por nuestra cuenta hacia el aparcamiento para reencontrarnos allí. L se marcha continuando con la moderada subida directa a Lake Agnes. Yo giro a la izquierda y empiezo a morir lentamente. Son las 15:55.
...silencio...
...más silencio...
...sonido de fuerte respiración...
La madre que parió al Big Beehive y todos sus ancestros. Estaba mentalizado para un esfuerzo de los grandes, pero esto se ha ido de madre. Un kilómetro. Un puñetero kilómetro de subida sin descanso por una pendiente más cercana a los 45 que a los 30 grados de inclinación. Y con las raíces, las malditas raíces de varios centímetros de grosor ante las cuales más vale ir con la mirada atenta si no quiero acabar de bruces en el duro suelo. Y las rectas. Interminables rectas tras cada giro de 180 grados que evaporan tus esperanzas de que “esta será la última”. Tengo que parar varias veces a coger aire ya que la intención de caminar ligero para no hacer esperar a L más de la cuenta no ayuda a dosificar las fuerzas. Pero a las 16:20, 25 minutos después de habernos separado, alcanzo la señal que indica que solo estoy a 300 metros del “Big Beehive Lookout”. Vale, esto debería ser fácil.
Y sería fácil si acabase de levantarme de la cama y estuviera como una rosa, pero los 300 metros de grandes bloques de piedra que ir superando no son poca cosa con lo que llevo acumulado en las piernas. Pero lo alcanzo. Alcanzo el pequeño refugio para resguardarse de las tormentas, y miro hacia la derecha y… venga ya, no es justo. Ahí está Lake Louise. Su azul está brillando. Pero hay una infinidad de árboles entre él y yo que me privan de una vista despejada. No me queda más remedio que seguir hacia delante, donde la colina empieza a descender. Bajar no es un problema, pero sé que cada metro en esa dirección será un metro que remontar después. Pero ya no puedo dar media vuelta, y continúo varios metros. Y por fin.
Los árboles se espacian entre ellos y consigo una vista despejada que otra vez hace insuficientes las palabras. A 500 metros bajo mis pies los dos kilómetros y medio de largo de Lake Louise emiten un azul turquesa radioactivo, consecuencia del polvo de roca que arrastra el glaciar que le abastace de agua. En su extremo más lejano el imponente hotel Fairmont parece ahora insignificante. Un poco más cerca de mi posición puedo ver un muy modesto en comparación Mirror Lake. Pero todavía queda más. Empieza a nevar, y esta vez no es la tímida nieve que nos ha sorprendido esta mañana. Durante cinco largos minutos nieva con fuerza y espero que en cualquier momento aparezca Macaulay Culkin con un jersey con renos bordados. Y el remate final: un arcoíris… no, un doble arcoíris aparece más allá del lago. Le perdono al Big Beehive las pendientes, las raíces, las piedras del final, el descenso adicional. Lo único que no le perdono es haberlo puesto tan difícil que L no haya podido ser físicamente capaz de ver este espectáculo. Es mi deber retratarlo de todos los modos imaginables para conseguir transmitirle la experiencia.
Tras unos 20 minutos boquiabierto comienzo la operación “conseguir que L no me dé por desaparecido”. Recupero la altura perdida y me encuentro en el refugio para tormentas a cinco estadounidenses pasándose un canuto de marihuana. Allá cada cual con lo que se fume, pero no me parece la decisión más sabia colocarse cuando te espera un descenso sobre piedras de varios cientos de metros. Cojo el giro a la derecha que inicia el kilómetro de descenso hasta Lake Agnes y enseguida lo veo desde las alturas. El camino entre Lake Agnes y el Big Beehive parece estar en mejor estado que el que yo he tomado, aunque la altura de inicio a fin es la misma y ahí radica su mayor dificultad. Alcanzo la orilla de Agnes y no puedo evitar hacer esperar a L otros diez minutos a cambio de más fotos. Ahora sí, el esfuerzo final de recorrer un lateral de Lake Agnes lo realizo prácticamente corriendo, con excursionistas abriéndome paso esporádicamente. Me encuentro a L sentada sobre un árbol mirando al horizonte del lago. Son las 17:15. Misión cumplida.
L lleva aquí desde las 16:30 y ha tenido ocasión de verme bajar y atravesar un pedregal que desde aquí parece imposible de atravesar. Su periplo hasta Lake Agnes tampoco ha sido precisamente un paseo: resulta que los últimos 400 metros escondían el mayor desnivel y ha tenido que sacar fuerzas de donde no sabía que las tenía para alcanzar la casa de té. No puedo sentirme más orgulloso de ella. La mejora de su forma física en cada viaje ha sido exponencial y en esta aventura canadiense, entre lo que me mostró en Parker Ridge y lo que ha hecho hoy, ha alcanzado un nuevo techo.
Miro desde aquí cuán lejos queda la cima del odiado y amado a partes iguales Big Beehive. Tras de mí se levanta el muy modesto Little Beehive, pero ya puede irse olvidando de mí. He hecho pleno de todo lo que tenía en mi agenda y con eso ya me siento tremendamente satisfecho. Nos levantamos y, juntos de nuevo, iniciamos el descenso desde Lake Agnes hasta Lake Louise. Y vaya descenso. Soy testigo de esos 400 metros que L me narraba y no quepo en mi asombro por lo bien que los ha aguantado en subida. Una vez superados nos quedan unos largos, monótonos pero muy agradables dos kilómetros hasta que nuestros pies vuelven a estar a la misma altura que Lake Louise.
A diferencia de esta mañana el color turquesa del lago ahora sí puede distinguirse desde la propia orilla. Rodeados de montones de gente paseando y con poco aspecto de haberse dado una paliza como la nuestra, añadimos más fotografías a unas tarjetas de memoria que van a acabar la jornada más llenas que nunca. Son las 19:00 cuando morimos al sentarnos en el coche, diez horas después de haber salido al exterior.
Aprovechamos la cercanía con el pueblo de Lake Louise para hacer una parada rápida en el “Village Market”. Literalmente, nos gastamos 18 dólares en queso rallado, cereales y 100 gramos de snack oriental. Solo nos queda conducir los casi 30 kilómetros de regreso a Field y abandonar de nuevo la provincia de Alberta para reentrar en la Columbia Británica. Aunque nos lo planteásemos durante el mediodía la hora que es hace imposible una última parada para tachar más cosas de la agenda. Habrá que esperar para ello a las dos siguientes tardes, previsiblemente menos apretadas y con las piernas más descansadas que en estos momentos. Llegamos a casa tras superar una fuerte tormenta en el camino entre Lake Louise y Field, acompañados de música a todo volumen en el coche –Uptown Funk, volvemos a encontrarnos- para no venirnos abajo.
Meter los pies en la bañera a las 20:00 es un alivio como pocas veces he sentido. Mi pulsera de actividad dice que he recorrido 26 kilómetros. Tras volver de entre los muertos vida, es hora de optimizar el tiempo que nos queda antes de caer rendidos en la cama. Preparamos algunas comidas para días futuros, cenamos y vemos un capítulo de Masterchef USA. Comparar quién abandona el concurso y quién se queda nos sugiere que deberíamos dejar de ver un reality tan descaradamente guionizado. La conexión a Internet de la Mount Stephen Guesthouse no va demasiado bien esta noche, así que tras subir una complicada selección -¡cómo elegir!- de los mejores momentos del día renunciamos a seguir navegando por Internet. Son las 22:00 y tengo toda una etapa memorable por escribir, pero esta vez voy a hacer la excepción y dejarlo para la mañana siguiente. Lo que necesitamos ahora mismo es dormir en el cómodo y silencioso dormitorio, y ya habrá tiempo de robarle una hora al amanecer para poner el diario de viaje al día.
Mañana nuestra agenda no acepta improvisación alguna. A las 8:30 nos espera un autobús lanzadera que nos llevará a, si el tiempo lo permite, otro de los puntos destacados del calendario. Lake O’Hara asoma en el horizonte.