Abandonamos Belgrado por la mañana, con dirección a Bosnia i Herzegovina, concretamente, nos dirigimos a la tristemente famosa Srebrenica.
Al ir en coche propio, existen tres rutas posibles para llegar allí. Nosotros elegimos la que pasa por Lazarevac, va hasta Valjevo y alcanza Srebrenica. 170 Kms y 5 horas de viaje nos aguardan: sólo 2 Kms. de autopista ...
El paisaje serbio es horrible, pueblos muy pobres, casas en puro ladrillo sin enfoscar, campos secos ... todo feo y deprimente; la carretera, casi de tercera, aunque discurría por terreno llano ... todavía. A partir de Valjevo, aún en territorio serbio, el trazado cambió radicalmente. Entrábamos en los Alpes Dináricos y la cosa empezó a complicarse. En una carretera estrecha y sin un buen firme, la sucesión de montañas, curvas, "paellas" y cambios de rasante, era interminable. Todo ello, unido a la desastrosa conducción que, por aquellos pagos, es práctica habitual. No era tanto el peligro que nosotros corríamos por nosotros mismos, sino por el que representaban los contrarios: adelantamientos en raya contínua y curvas, coches locales del año de la pera, en fin ... ya estábamos allí y no íbamos a volver. De paso, diré que el paisaje, a partir de Valjevo, cambió radicalmente: de ser soso y aburrido, se convirtió en una maravilla natural, con montañas plenas de de coníferas, valles encantadores y corrientes de agua verdes y serpenteantes. No sabíamos dónde mirar, bueno, sí, a la carretera mayormente pues no nos fiábamos ni un pelo, ya que teníamos buenas razones para ello.
El camino hasta la frontera transcurrió sin mayores problemas, excepto por lo expuesto, hasta que llegamos al límite entre los dos países. En el control serbio, nuevamente, como a la entrada, análisis minucioso de pasaportes y documentación del coche. Vueltas y revueltas a los pasaportes y no nos los devuelven. De la casetilla de control salen dos policías tipo "armario" a revisarnos el coche, mientras el tercero nos retenía los pasaportes. Fueron los 15 minutos más largos de mi vida ... sin entender nada, excepto las risas de los susodichos "armarios", observados y registrados hasta la saciedad y sin documentación, vamos, para salir corriendo y no volver. A toro pasado, creo que escogimos la ruta equivocada, ya que los puestos fronterizos eran pequeños, sin mucho tránsito y los policías debían estar bastante aburridos. Finalmente nos entregan los pasaportes y, a los pocos metros, en el puesto bosnio, otro tanto de lo mismo. ¡Claro, es que estábamos en la República Srpska! Es decir, la parte de Bosnia que es serbia, habitada por serbobosnios y ente político autónomo diferente a la Federación de Bosnia i Herzegovina que es el otro ente político autónomo, habitada por Bosníacos y Bosniocroatas, formando los dos un solo país, cada una de esas entidades, con su propio Parlamento, poderes y atribuciones, y ... también con el rencor y el odio hacia el contrario anidando en sus almas.
Trás atravesar el río Drina, frontera natural entre los dos países, Serbia y Bosnia, entramos al territorio propiamente dicho de este último país aunque, como ya he dicho antes, a casi todos los efectos estábamos aún en Serbia. Las escasas indicaciones escritas en la carretera continuaban estándolo en alfabeto cirílico, pero también en el latino, algo que agradecimos.
Uno de los primeros pueblos bosnios que encontramos fue Bratunac. Un escalofrío me recorrió la piel. Ése fue el lugar donde se reunieron el carnicero Ratko Mladic (serbobosnio) y el holandés T. Karremans, al mando de de 400 holandeses de la UNPROFOR, acuartelados en el "área segura" de Srebrenica, concretamente en Potocari, a 5 Kms., en los primeros días de Julio de 1995 y donde, tomando una copa de champán (la foto la podéis encontrar en Internet) "decidieron" la suerte de más de 8.000 varones bosníacos (denominación de los bosnios musulmanes) que fueron ejecutados sin piedad entre el 11 y 12 de Julio de 1995.
No me voy a extender en relatar la masacre de Srebrenica, pues muchos la conoceréis y los que no, siempre podéis consultarla en Internet. Sólo os diré que las montañas que rodean estos pueblos fueron testigos de la desesperada huída a pié, sin comida y sin agua, de miles de personas, la mayoría de las cuales jamás llegaron a ninguna parte, de la violación de mujeres y del asesinato sistemático de hombres, niños y ancianos incluídos, sólo en razón de su etnia y religión. Casi, casi, se pueden oir todavía los gritos de terror, mientras las fosas de las montañas esconden en sus entrañas, a día de hoy, miles de cadáveres.
Pasamos Potocari, localidad a la que volveríamos más tarde, y continuamos hasta Srebrenica. Esta localidad no es que sea un pueblo fantasma, no, pero, por sus calles no hay casi nadie,a pesar de que por Julio del 95 llegó a reunir a más de 40.000 bosníacos, llegados de los alrededores, en la confianza de que, habiendo sido declarada un "área segura", no les ocurriría nada. Error. Fue su sentencia de muerte. Europa no hizo absolutamente nada por ellos, porque no tenían nada que ofrecer (Bosnia es un país pobrísimo, total, qué más daba).
Muchas casas de Srebrenica todavía están semiderruídas, sus fachadas llenas de tiros, aunque hay algunas flores en las ventanas, porque hay gente que es de allí, que vive allí y que no tiene otro sitio donde ir, además de que algunos todavía esperan que aparezcan sus muertos, así que conviven con su tragedia.
Eso sí, las mezquitas están impecables, aunque muchas calles todavía se encuentran sin asfaltar y llenas de hoyos.
Este primer contacto con los efectos de una guerra tan salvaje no me permitió hablar con nadie, sencillamente estaba bloqueada.
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