En este punto voy a ejercer una función didáctica del todo subjetiva para describir y calificar las diferentes atracciones que implican una cierta adrenalina, siempre desde la premisa de este diario dirigido a un perfil de sujeto concreto con tendencia al mareo y de proceder timorato.
Para ello me voy a inventar una escala de medición de sensaciones para representar cada experiencia en la atracción de turno. Como, por ejemplo, el nivel de picante de un alimento se mide a través de la escala Scoville o la escala de Likert evalúa las creencias y valores de un grupo de estudio, aquí se va a aplicar la escala de, llamémosle, Stendhal, en homenaje al famoso síndrome derivado de las experiencias del escritor decimonónico francés en tierras italianas y por el cual se manifiestan una serie de sensaciones que incluyen mareos, vértigos y desvanecimientos.
Según esta ficticia escala, se calificará del cero al cinco, siendo el cero salir de la atracción como una rosa y siendo el cinco el que se abran las compuertas, eufemísticamente hablando.
Sentada esta premisa continuamos con la descripción de lo acaecido durante la jornada.
Como indicaba al final de la etapa anterior llegamos a Cartoon Village y nos dirigimos a las atracciones con una mínima espera. La primera seleccionada fue
Piolín y Silvestre Paseo en Autobús
[align=center]ATRACCIÓN DE PIOLÍN Y SILVESTRE
Para ello me voy a inventar una escala de medición de sensaciones para representar cada experiencia en la atracción de turno. Como, por ejemplo, el nivel de picante de un alimento se mide a través de la escala Scoville o la escala de Likert evalúa las creencias y valores de un grupo de estudio, aquí se va a aplicar la escala de, llamémosle, Stendhal, en homenaje al famoso síndrome derivado de las experiencias del escritor decimonónico francés en tierras italianas y por el cual se manifiestan una serie de sensaciones que incluyen mareos, vértigos y desvanecimientos.
Según esta ficticia escala, se calificará del cero al cinco, siendo el cero salir de la atracción como una rosa y siendo el cinco el que se abran las compuertas, eufemísticamente hablando.
Sentada esta premisa continuamos con la descripción de lo acaecido durante la jornada.
Como indicaba al final de la etapa anterior llegamos a Cartoon Village y nos dirigimos a las atracciones con una mínima espera. La primera seleccionada fue
Piolín y Silvestre Paseo en Autobús

Se trata de un habitáculo con forma de autobús que funciona como una noria y que sube y baja a una velocidad moderada, alcanzando una altura suficiente como para tener una perspectiva aceptable de esta zona del parque. Me recuerda en cierto modo a la atracción de la Alfombra Mágica que había antaño (no sé si seguirá existiendo) en el Parque de Atracciones de Madrid.
Pues allá nos acercamos a hacer la mínima cola rodeados de toda la muchachada del mundo y sus pacientes padres. Es un buen punto de partida porque la complejidad y riesgo de la máquina parece mínima y me retrotrae a las palabras que nos dirigía con retintín en el Instituto un profesor de Latín cuando nos llamaba a la pizarra a hacer unas declinaciones aparentemente sencillas: “Corre peligro la vida del artista”.
La experiencia es grata, los pasajeros acompañamos con vítores el vaivén del autobús y la “caída” final le pone un puntito bastante divertido.
Conclusión: atracción apta para todos los estómagos.
Puntuación en la escala Stendhal: cero.
A continuación nos dirigimos a
Emergencias Pato Lucas

Se trata de un grupo de camiones de bomberos con funcionamiento circular de carrusel en los que el visitante se sube a la cesta o pluma del extremo que hace un movimiento continuo ascendente y descendente. En cada receptáculo hay dos cañones de agua y el objetivo de la atracción es “apagar” el fuego de un edificio. El edificio tiene unas ventanas “en llamas” con agujeros y el quid de la cuestión es acertar con los chorros de agua en dichos agujeros, aparte de mojarse uno haciendo la gracia.
Teniendo en cuenta el “éxito” cosechado en La Aventura de Scooby Doo, qué mejor manera de redimirse que afinar la puntería en esta atracción y, sobre todo, de cara a una repetición de aquélla (que no se llegó a producir).
Accedemos a la cesta y a los adultos nos ponen en una cesta individual y a los adultos con un niño los ponen juntos. Por tema de peso, nos dice la empleada. Se pone en marcha la máquina y aquello es un sube y baja y dale que te pego a los chorros de agua para meterlos en los agujeros de las ventanas. El proceder es más simple que el mecanismo de un botijo pero se pasa un rato simpático y agradable.
Conclusión: atracción apta para todos los estómagos.
Puntuación en la escala Stendhal: cero.
Llegados a este punto toca ya pensar en emociones “más fuertes”.
Continuará.[/align]