El avión tomo tierra suavemente en el aeropuerto de Bruselas. Justo en ese momento mi mujer empezó a soñar despierta con las maravillas que nos esperaban: los canales de Brujas, los muelles de Gante, la Grand Place de Bruselas…. Yo, sentado a su lado, también dejé volar libre mi imaginación: las cervezas, los bombones, la carne estofada, las patatas fritas…. Hasta que un codazo de mi doña me sacó de mis ensoñaciones, avisándome de que era hora de apearnos.
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Y así, cada uno con sus sueños y su maleta, fuimos en busca del tren que nos llevaría desde el aeropuerto hasta la estación central de Bruselas.
El tren se toma en la planta -1 del mismo aeropuerto y al ir a sacar los billetes en la maquinita nos encontramos con un par de problemas: el primero que sólo aceptaba monedas o tarjeta y el segundo que no daba posibilidad de visualizar el texto en castellano. Un amable señor belga que pasaba por allí tuvo la bondad de echarnos una mano.
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Tuvo bondad y poco acierto el buen hombre , ya que nos sacó unos billetes que tan sólo costaban 4,5 euros por cabeza cuando yo había leido en nuestro foro que el tren aeropuerto-Bruselas costaba unos 8 euros. Pensé yo que el belga aquel, habitual usuario de trenes y expendedoras, tendría más razón que el foro pero días más tarde, en el viaje de vuelta, comprobamos que nos había sacado un billete erróneo. Afortunadamente no pasó el interventor en el viaje que transcurrió sin incidencias.
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En un corto trayecto en tren de unos 20 minutos, nos plantamos en la estación central y desde allí, 5 minutos andando hasta nuestro hotel (del que hablaré más adelante). Hicimos el check in, dejamos las maletas en la habitación y salimos escopeteados a presentar nuestros respetos a la capital belga. Todavía no era ni mediodía (nuestro avión despegó de Bilbao a las 6:45 de la mañana) y teníamos todo el día para patear sus empedradas calles). El esfuerzo del madrugón merecía la pena!!
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Salimos del estrecho callejón en el que estaba el acceso a nuestro hotel (callejón llamativo como pocos por el precioso mural basado en el Manekin Pis que lo adorna). Un poco más abajo encontramos el primer mural que veíamos relacionado con el comic y a unos 60 metros más allá una horda de gente arremolinada en torno a un punto concreto. Estaba claro hacia donde teníamos que caminar. Allí, sin duda, tenía que estar la fuente del niño meón, del Maneken Pis, que sabíamos que quedaba a tiro de piedra del hotel.
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Una fanfarria de animosos ancianetes uniformados con algo parecido a trajes militares atacaban con mucho impetu e ilusión distintas piezas frente a la fuente. La gente no les hacía mucho caso, pero parecía darles igual. El meoncete estaba vestido ese día, como ocurre en ocasiones, y un grupo de señores empezaban a cubrir la estatuilla para, supusimos, momentos después hacer una especie de descubrimiento oficial de la misma.
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La zona era un poco locura. Cientos de personas agolpados frente a la fuente, con sus cámaras y sus palos de selfie haciéndose fotos, la charanga atacando una pieza tras otra, por diferentes calles aparecían guías con banderolas al frente de pelotones de obedientes japones….. y todo aromatizado con un intensísimo y penetrante olor a gofre. Y es que, allí mismo, en la Rue ´de L´Etuve, además de tiendas de bombones, de souvenires y de cervezas, hay unos cuantos establecimiento que venden gofres a razón de varias toneladas por minuto .
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Todo el mundo en la dichosa calle llevaba la cámara de fotos en una mano y un gofre en la otra. Así que nos sumamos a la moda y nos zampamos un par de gofres. Ojito!! que los carteles de todas las tiendas anuncian gofres a un euro, pero a nada que le eches chocolate, fresas, caramelo o lo que te apetezca el precio aumenta considerablemente . Un euro es lo que vale el gofre limpito, sin aditamentos.
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De repente, rompió a llover y nos metimos bajo un toldo a comer el gofre. Ello nos dió la oportunidad de contemplar el segundo de los muchos murales dedicados al comic que adornan las calles de Bruselas. Frente a nosotros, Tintín, Milú y el Capitán Haddock bajaban por unas escaleras de incendio pintadas en la fachada azul de la casa. Apuramos el gofre contemplando el mural y la tormenta se fue tan rápido como había llegado.
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Seguimos nuestro camino hacia la cercana Grand Place. La plaza resultó tan espectacular como esperábamos, pero tristemente todos los edificios de uno de los lados de la plaza aparecían cubiertos por andamios y por unos toldos en los que aparecían dibujados los edificios que tapaban y que atenuaban bastante el feo efecto. Pasamos un buen rato paseando por la plaza, sacando fotos y contemplando las fachadas de las sedes gremiales y del ayuntamiento.
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Pero sabíamos que, dada la ubicación de nuestro hotel, íbamos a pasar muchas veces por la plaza, de día y de noche y decidimos no entreternos demasiado. Salimos de la plaza por la Rue des Harengs, al fondo de la cual lucía un enorme mural que pretende concienciar de la lucha contra el sida.
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Sabíamos que por allí quedaba el Theatre Royal de Toone, un teatro de marionetas que también es bar y en seguida encontramos el callejón a través del cual se accede, pero dejamos la visita para un poco más tarde.
Es curioso que casi siempre que organizas un viaje, sobre el plano, parece que va a ser complicado enlazar un punto con otro y luego, una vez en el destino, casi vas encontrándote los objetivos sin querer.
Pasillo de acceso a Theatre Royal de Toone
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Así nos pasó una vez más en Bruselas, allí estaban, pegaditas, las galerías St Hubert, un lujoso corredor con techo de cristal y abovedado inaugurado en 1.847 por el rey Leopoldo I y que hoy alberga elegantes tiendas de bombones, algún café, joyerías y alguna que otra tienda de postín. Las bombonerías eran sencillamente tentadoras y empecé a echar de menos no haber preparado el viaje como es debido y no haberme traido esas orejeras que ponen a caballos y burros para que sólo miren hacia delante y no se distraigan con lo que haya alrededor.
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Las galerías se dividen en dos tramos y justo desde el punto en que se separan, vimos a la izquierda una estrecha calle que parecía más estrecha aún por los toldos de los restaurantes y los carteles que anunciaban los menús. No había duda: ahí estaban la Rue y la Petite Rue des Bouchers, conocidas por sus restaurantes que ofrecen menús económicos con el mejillón como estrella y también platos de pescados y mariscos.
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Así que, despúes de recorrer la galería hasta el final, retomamos nuestros pasos y nos metimos por la conocida calle de restaurantes. Pero no era el hambre lo que nos guíaba, era la sed. Yo sabía que por aquella zona está el conocido Delirium Tremens, un local de tres plantas y que presume de tener una carta de más de 2.000 cervezas diferentes.
Así que entramos directos al sotano del local, que habíamos leido que era la zona más animada. Era prontito, algo más de mediodía y, aunque había bastante gente, no era la vorágine que nos encontramos en posteriores visitas nocturnas al local.
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Tomamos asiento y en la mesa encontramos una carta en la que se ofrecían una selección normal de cervezas, no tan enorme como nos habían dicho (más de 2.000). Al acercarme a la barra a pedir, vi allí apoyada otra carta tipo listín de teléfonos que desafiaba a los cerveceros más sedientos con una infinita selección de birras. Allí estaba el Larousse cervecero!!
Cuando se me acercó el barbudo camarero de la barra le pedí un par de cervezas de una marca de la que había leido maravillas en el foro, una que muchos foreros recomendaban: la Tripel Karmeliet. Siendo sincero diré que me defraudó la birra en cuestión.
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Posiblemente por haber leido tantas alabanzas mis expectativas eran enormes y ni a mi mujer ni a mí nos pareció para tanto. Es una cerveza de las llamadas de Abadía, de 8,4º y que se elabora con tres granos diferentes (avena, trigo y cebada) y que, de hecho, vienen dibujados en su etiqueta. Pero a pesar del chasco de la cerveza, el ambiente del garito era agradable y la música animada y a buen volumen, adecuado. Nos animamos a picar algo y quedarnos un ratito bien a gusto en el Delirium.
Refrescados con la cerveza y con fuerzas retomadas por el picoteo que nos sirvió como comida, salimos al estrecho callejón del Delirium Tremens.
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Allí mismo encontramos, casi al fondo del callejón, arrinconada, y encerrada tras unas verjas y mucho menos visitada que su pariente el Maneken Pis a la Jeanneke Pis, una fuente que figura una niña meando y que data de 1.987. Desde luego, no le buscaron una ubicación preferente a la pobre Jeanneke!
Fuimos hacia la Rue Neuve, pero antes de llegar a ella pasamos junto al Teatro Real, ubicado en la Plaza de la Monnale y hoy en día gran sala de ópera. En la explanada frente al teatro había un par de centros comerciales y un poco más adelante se extendía la Rue Neuve, seguramente la calle más comercial de Bruselas, pero la dejamos para un ratito después.
Teatro Real
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Antes caminamos hasta la Eglise de St Nicholas, un templo donde lo primero que llama la atención es que su fachada aparece cubierta por tiendas. No me refiero a que haya tiendas en sus bajos o soportales, sino que adosados a las fachadas de la iglesia hay pequeños edificios que semi ocultan la iglesia, dándole un aspecto exterior francamente curioso. Esa zona es muy bonita y animada, con el cercano e imponente edificio neoclásico de la Bolsa. Entramos a la iglesia pero lo que vimos dentro no nos entretuvo demasiado.
La iglesia semi oculta tras las tiendas
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Optamos entonces por ir hacia la Rue Neuve que habíamos atisbado antes (la calle más comercial). He de confesar que para estas alturas ya habíamos entrado a más de una tienda de bombones, pero de momento, tan sólo a curiosear, seguíamos resistiéndonos a las tentaciones. La Rue Neuve es una larga calle con un par de centros comerciales (uno de ellos, la Galería INNO, con género de calidad) y muchas tiendas de conocidas marcas como Zara, Primarkt, H&M, Foot Locker, etc.
La Bolsa
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Vimos entre calles una plaza a la que nos acercamos y resultó ser la Plaza de Los Mártires. Y en la misma Rue Neuve una iglesia de la que no teníamos constancia, Notre Damme du Finisterre y en la que nos llamó tremendamente la atención un abigarrado y precioso púlpito tallado en madera (el primero de los muchos y espectaculares púlpitos que íbamos a ver en Bélgica).
Recorrimos integramente la muy larga calle Neuve y volvimos hacia atrás por una calle paralela, el Boulevard Adolphe Max, sin nada digno de reseñar.
Santa Catherine
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Caminando, caminando, fuimos llegando hasta la zona de Santa Catherine, una zona tranquila y con menos bullicio que las que habíamos visitado hasta entonces. Íbamos disfrutando del paseo y de la tranquilidad de la zona cuando de repente el grito de Tarzán sonó a un volumen tremendo . Nos miramos extrañados y sin comprender. ¿qué pinta el grito de Tarzán en Bruselas?…”no habremos oido bien”, pensamos….. y en ese momento lo volvimos a oir más claramente. Y os prometo que sólo llevábamos una cerveza hasta entonces. Y otra vez el grito. Cada cierto tiempo se repetía y cada vez más alto a medida que llegábamos a la iglesia de Santa Catherine. Vimos que junto a la iglesia estaba el Centro de Arte Contemporáneo, situado junto a la Torre Negra y de unos altavoces allí instalados salía de vez en cuando el grito del rey de la selva, algo surrealista!!. Según investigamos después, parece ser que los alaridos tienen que ver con una exposición allí ubicada (ya me extrañaba a mí que Tarzan a estas alturas se mudase desde la jungla a la capital de Europa ).
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Aún sin reponernos de la impresión del grito de Tarzán, decidimos que no hay dos sin tres y que dos meones (Maneken y Jeanneke Pis) eran pocos para una ciudad tan populosa. Así que buscamos y dimos con el tercero, el Zinneke Pis, que con la pata levantada se quedaba a gusto en la Rue des Chartreux. Por esa misma calle hay alguna curiosa tienda de ropa vintage donde mi mujer se entretuvo un ratito.
De allí fuimos hasta el Halles St Gery, un antiguo mercado reconvertido en centro de exposiciones, con un gran bar y donde varios señores se entretenían en el gran patio jugando al ajedrez. Daba la impresión de ser un gran espacio un tanto desaprovechado. Eso sí, tan digno de verse por fuera como por dentro.
Partida de ajedrez en Halles St Gery
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Sabíamos que muy cerca de este mercado hay unas verjas negras que llevan hasta uno de los pocos puntos en los que se puede aún ver el soterrado rio Senne. En seguida encontramos las verjas y el patio desde el que se ve el rio, pero un grupo de un viaje organizado y su guía tenían tomada la margen del rio. No nos quedamos mucho tiempo porque tampoco la vista merecía demasiado la pena y porque vimos que otro guía, paraguas en alto, aparecía en el patio capitaneando otro grupo de obedientes turistas dispuestos a tomar la orilla en cuanto el otro pelotón marchase tras su guía.
Así que como ya teníamos vistos practicamente todos los puntos marcados en el planning del día, decidimos ir a tomar algo.
Le Cirio
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Elegimos el bar Le Cirio, junto al monumental edificio de la bolsa. Un bar señorial, elegante y que tiene pinta de mantenerse tal y como se inauguró en 1.886. Ambiente muy tranquilo (al igual que los camareros, que no se matan precisamente por atender deprisa). Los baños son dignos de verse, auténticas antiguedades y esos seguro que no han sufrido remodelación alguna en la historia del local.
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Mi mujer se pidió un refresco y yo opté por la especialidad del local: half & half, una copa mitad vino espumoso, mitad vino blanco. Estaba realmente bueno el brebaje en cuestión, pero aguanté las ganas de pedirme otro que aún quedaba mucho de la tarde y había que dosificar las fuerzas.
Callejeamos sin rumbo un poquito más, pasamos de nuevo por la Grand Place, descubrimos la ubicación del Petit Delirium (aunque no entramos en esa ocasión). Y seguimos vagabundeando sin rumbo y pasamos junto a la Plaza de España, con la estatua de Quijote y Sancho.
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Llevábamos demasiado visto y muy poco bebido y eso que uno de mis objetivos principales en este viaje era el de hacer una concienzuda y variada cata de cervezas belgas, así que calculamos que por la zona en donde estábamos, no podía quedar muy lejos la afamada cervecería A la Mort Subite, que sabíamos se ubicaba cerca de la salida de las Galerías St Hubert, así que para allí nos fuimos. Casi en frente del local una curiosa y colorida estatua representa a una gata en bicicleta.
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Pasamos a la cervecera, un local alargado, de techos muy altos, columnas claras y ambiente relajado y formal. Nos sentamos en una mesa y en seguida se presentó un simpático camarero con las cartas de bebidas. Yo lo tenía claro, queria pedir una cerveza de la casa, así que opté por una Mort Subite Gueuze Sur Lie y mi mujer prefirió una Chimay Rouge. Tampoco fue muy bueno este nuevo contacto con las cervezas belgas (recordad el primer chasco en Delirium). Mi cerveza no me gustó en absoluto, templada, amarga y con poco gas. Me enteré después que A la Mort Subite es especialista en elaborar cervezas lambic, un tipo de cerveza que se elabora sólo en Bélgica y cuya principal característica es la de que se producen por fermentación espontánea (no se le añade levadura).
A la Mort Subite
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Supongo que será cuestión de gustos pero me quedó claro que yo no soy de lambic. La Chimay Rouge no estaba mal, pero mas adelante las probamos mejores.
Para intentar quitarnos el mal sabor de boca que nos había dejado nuestro segundo encuentro con las birras belgas entramos en una de las tiendas de bombones de las galerías St Hubert, concretamente en Mary, proveedora de la casa real. Compramos una bolsita con 8 o 10 bombones que elegimos a dedo y paseamos un ratito catando con gusto cada bombón. Estaban realmente ricos!!
Elijas el que elijas acertarás!
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En Bruselas hay infinidad de tiendas de bombones y de todo tipo: artesanales, industriales…. Los bombones de Mary (como los de Pierre Marcolini, por ejemplo) sólo se venden en las tiendas de la casa, no los encontrareis en supermercados, ni en otras tiendas ni en el dutty free del aeropuerto (lo digo por si pensais dejar la compra para última hora).
Nuestros pasos nos llevaron hasta las inmediaciones del Theatre Royal de Toone, esa mezcla de teatro de marionetas y bar que os he comentado antes que habíamos ubicado a la mañana. Así que nos metimos en el callejón que conduce hasta el Toone.
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Estaba muy tranquilo en ese momento, nos sentamos en una mesa frente a un pequeño escenario de marionetas y tras de nosotros estaban lo que parecían unas gradas para ubicar espectadores. Esta vez acertamos de pleno con las cervezas!! Para mí una Rochefort 10, una cerveza trapense de 11º (ojito con la graduación!!), con un sabor fuerte que me encantó. Mi mujer se tomó una La Trappe Dubbel, una cerveza oscura de 6,5º y también le gustó.
Mientras estábamos de charleta y saboreando las cervezas, entró un grupo grande de gente (más de 20 personas), con bastantes niños entre ellos y que pasaron directamente hasta el fondo del local. Supusimos que acudían a ver una representación de marionetas.
Ah, por cierto, en el Toone teneis wifi gratis así que aprovechamos la ocasión para saludar vía whatsapp a amigos y familiares.
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Al salir del local atravesamos la Grand Place y pensamos que era una hora buena para cenar eran ya sobre las 21:00 y además habíamos comido poco.
Así que pusimos rumbo a Rue des Chartreux 9, la dirección del restaurante Fin de Siecle, tan recomendado en el foro. Entramos y estaba a tope. Y no sólo eso, había gente haciendo cola junto a la barra, esperando a que les diesen mesa. Un camarero nos dijo que tendríamos como 20 minutos de espera. Buf, qué rollo!!! Aún así, optamos por quedarnos en vez de empezar a buscar otro restaurante. Curiosamente, no llevábamos ni cinco minutos en cola cuando nos tocó el turno de sentarnos. Qué bien!
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El restaurante es de decoración muy modesta, luz tenue y no hay separación entre la barra y el comedor lo que hace que sea un poco bullicioso. El camarero que nos acompañó hasta la mesa nos dijo que en seguida nos iba a atender una compañera suya española que no tardó en aparecer por allí con la carta. Una chica muy maja, por cierto. Mi mujer pidió codillo la mostaza (cocido, no asado) y yo opté por carbonade (carne estofada a la cerveza belga).
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Para beber, una Palm blonde para ella (muy sencillita, ni fu, ni fa) y una Leffe Brune para mí (una dubbel de 6,5º que me gustó y caté varias veces más en mi estancia).
Cenamos muy bien y no nos pareció excesivamente caro para todo lo que habíamos oido de los precios de Bruselas (algo menos de 40 euros).
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Con la tripa llena y la chispa que aporta la cerveza contemplamos la Grand Place iluminada y caminamos muy despacito hasta nuestro hotel (que queda a 10 minutos de la plaza). Pasamos junto al Maneken Pis, ahora mucho más tranquilo y con menos barullo alrededor, así que aprovechamos para sacarnos un par de fotos.Y el día no dio para más y nosotros, bastante molidos ya, tampoco.