Hoy me he despertado antes de tiempo y no podía conciliar el sueño, así que he salido al balcón a echar una ojeada y me he quedado de piedra:
Ante mí discurría un paisaje impresionante, islitas pequeñas salpicaban el mar, unas diseminadas, otras agrupadas, la mayor parte con su embarcadero y una cabañita de madera pintadas en rojo y blanco.
En algunas zonas el mar se introducía en la tierra, como un dedo en gelatina, todo ello difuminado por una bruma que se levantaba del propio mar dando a todo un aspecto fantasmagórico. Era tan hermoso que desperté a Jose para que no se lo perdiera y cogí mi cámara para poder atrapar ese instante. Parecía como si, en cualquier instante, fuera a aparecer un barco vikingo entre las brumas.
Comprendí, de pronto, porqué los vikingos eran piratas: una tierra dura, una mar siempre presente, una geografía dispuesta a esconder cualquier nave y hombres que llevan el mar en las venas, un conjunto perfecto para esa actividad.
Nos subimos ambos a cubierta para poder admirar el fiordo desde todos los ángulos y allí estuvimos hasta que entramos en el puerto de Estocolmo.
Hoy desayunamos tarde, a pesar de nuestro madrugón: no se podía perder el tiempo en tonterías cuando la naturaleza llama a tu puerta y te presenta un espectáculo tan impresionante. (En días posteriores comprobé que esto era sólo un aperitivo).
Bueno, ya estamos aquí, en Estocolmo. He decidido visitar la ciudad por mi cuenta, sin reservar excursión, pero si he reservado el servicio lanzadera que ofrece la naviera y que te deja en la plaza de la Opera de Estocolmo.
Como sólo disponemos de unas horas no se puede ver todo, así que nos decidimos por ver Gamla Stan, la ciudad antigua donde se conservan edificios hanseáticos y también se encuentran la catedral (Storkyrkan) y el Palacio Real.
La plaza de Stortoget se encuentra en el centro de esta zona y en ella se encuentran los edificios más famosos de Estocolmo o, al menos, los más fotografiados.
De la plaza sale la calle más antigua de Estocolmo, existen datos de ella del siglo XIV, de nombre Kopmangatan, y por los alrededores hay multitud de calles estrechas llenas de tiendas de ropa y recuerdos así como de cafeterías. Entre este entramado de callejuelas se encuentra la Marten Trotgiszt que es la más estrecha de todas teniendo 90cm. de anchura en alguno de sus tramos.
En muchas de las casas se conservan los sótanos abovedados algunos, incluso, con pinturas medievales. Nosotros entramos en una cervecería que, según una placa que hay a la entrada, es la más antigua de la ciudad pues data del siglo XIV.
Después nos dirigimos hacia la Catedral, es un edificio gótico y tuvimos la suerte de encontrarlo abierto al público y pudimos acceder a ella.
Continuamos nuestro camino hacia el Palacio Real, un edificio impresionante, enorme, con más de 600 habitaciones. Fue construido en el siglo XVII y es de factura barroca.
Según nos acercábamos escuchamos música que parecía venir de algún lugar en los alrededores del palacio, le dimos la vuelta buscando el origen de la misma y nos encontramos con un desfile militar que se dirigía hacia uno de los patios
y en ese momento empezó el cambio de la guardia.
Como a mi marido eso de la milicia le gusta más que a un niño un caramelo
Después nos dirigimos de nuevo hacia la zona vieja y nos sentamos en una terracita cerca de la catedral a descansar y cambiar aguas, muy agradable, con su terraza en la calle viendo pasar al personal.
Desde aquí proseguimos nuestro deambular por las calles antiguas viendo tiendas de todo tipo, metiéndonos por callejuelas, haciendo fotos, apurando, en fin, el tiempo del que disponíamos y regresamos, por último, al barco a tiempo de comer antes de que cerraran el bufet.
Despues de comer aprovechamos para sacar algunas fotos de los veleros que estaban atracados en el puerto, había muchos y eran preciosos.
Por la tarde nos subimos a cubierta para no perdernos la salida del fiordo y volver a contemplar ese paisaje que tanto nos había maravillado por la mañana. Precioso, pero la magia del amanecer ya no volvió a aparecer.
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