La idea de viajar a Riviera Maya surgió de improviso a mediados de septiembre. Nos quedaban unos días de vacaciones y pensamos en disfrutarlos para Navidades o Fin de Año, en un lugar cálido y de presupuesto asequible. Tras descartar Canarias (hemos estado varias veces), Marruecos y Petra, nos decidimos por el Caribe. Punta Cana no nos atraía demasiado, así que la elección estaba entre Cuba y Méjico. Después de leer información sobre ambos destinos, nos decidimos por Riviera Maya por las posibilidades de sitios a visitar y su mejor relación calidad de servicios/precio. Sin embargo, cambiamos las fechas del viaje pues encontré una oferta muy buena para la semana del puente de diciembre, saliendo el domingo 2: paquete de Pullmantur, 9 días/7 noches por 965 euros/persona, con vuelo, traslados y habitación estándar Todo Incluido en el hotel Colonial del complejo Palladium, muy recomendado en todos los foros. Además en pullmantur.air, reservé asientos de primera fila en el avión (20A y 20B, a la ida; y 20J y 20K a la vuelta). A mi juicio, mereció la pena el gasto de 18 euros por asiento y vuelo, 72 euros en total: en un viaje tan largo se agradece mucho no tener asientos delante y poder estirar las piernas.
Ya solamente faltaba reunir la información práctica: lugares a visitar, sanidad, seguridad y demás; y para eso, como siempre, consulté la mejor herramienta para preparar cualquier viaje: el foro de los viajeros, donde descubrí que una de las mejores formas de conocer lo más significativo de la Riviera Maya en tan corto periodo de tiempo era contratar un taxi, a ser posible con otros foreros para que saliera mejor de precio. Pensado y hecho, en el hilo del mes de diciembre, enseguida contacté con otra forera con la que compartir excursiones, además, ella ya las tenía organizadas, así que estupendo.
Llegó el día “D”, la hora “H”, las 13:00 de salida del vuelo. Como teníamos los asientos reservados, pudimos llegar con menos antelación y facturamos cuando ya había pasado el gran atasco de gente (un pasaje de más de 400 personas tiene su miga) y esperamos a embarcar casi los últimos: cuanto menos tiempo dentro del avión mejor. El Jumbo 400 despegó sobre las 13:30 y nos informaron de que el vuelo duraría 9 horas 50 minutos, menos de lo previsto, ¡qué bien! Poco después nos dieron los impresos de inmigración para rellenar. Llevad bolígrafo a mano.
Al cabo de un rato, nos sirvieron la comida: macarrones con carne, tomate y queso, ensalada de col y un pastelito de chocolate; bebida y café o te. Una hora antes de llegar, sirvieron la merienda, una especie de fajita de jamón y queso, una galleta, bebida y café. En fin, de lo peor y más escaso que he tomado en un vuelo con servicio de catering. Si sois de buen comer, llevaos algo para picar, y también algún entretenimiento, ya que el viaje se hace muy largo y las películas que ponen son muy malas. Llevad vuestros auriculares, cobran 3 euros por ellos.
Sin incidencias, sobrevolamos Florida y las Bahamas (bonitas vistas contrastando los tonos verdes de las aguas menos profundas con el océano azul).
Llegó el día “D”, la hora “H”, las 13:00 de salida del vuelo. Como teníamos los asientos reservados, pudimos llegar con menos antelación y facturamos cuando ya había pasado el gran atasco de gente (un pasaje de más de 400 personas tiene su miga) y esperamos a embarcar casi los últimos: cuanto menos tiempo dentro del avión mejor. El Jumbo 400 despegó sobre las 13:30 y nos informaron de que el vuelo duraría 9 horas 50 minutos, menos de lo previsto, ¡qué bien! Poco después nos dieron los impresos de inmigración para rellenar. Llevad bolígrafo a mano.
Al cabo de un rato, nos sirvieron la comida: macarrones con carne, tomate y queso, ensalada de col y un pastelito de chocolate; bebida y café o te. Una hora antes de llegar, sirvieron la merienda, una especie de fajita de jamón y queso, una galleta, bebida y café. En fin, de lo peor y más escaso que he tomado en un vuelo con servicio de catering. Si sois de buen comer, llevaos algo para picar, y también algún entretenimiento, ya que el viaje se hace muy largo y las películas que ponen son muy malas. Llevad vuestros auriculares, cobran 3 euros por ellos.
Sin incidencias, sobrevolamos Florida y las Bahamas (bonitas vistas contrastando los tonos verdes de las aguas menos profundas con el océano azul).
Llegamos al Golfo de Méjico, el avión se dirige al sur y gira en redondo para tomar la pista en dirección norte: el giro a poca altura nos permite observar la belleza del lugar al que nos dirigimos. Se distingue perfectamente Isla Mujeres, las edificaciones de Cancún y, sobre todo, la selva inmensa, una espesa maraña verde, apenas salpicada por alguna carretera que se ve minúscula desde arriba, y como contrapunto, la línea del mar azul con reflejos turquesas. Un precioso panorama que nos hace anhelar aún más el momento de pisar tierra. Lástima que ya no pueda hacer fotos. Son las 16:30, hora de Méjico, siete horas menos que en España.
Pasamos el control de pasaportes, nos sellan una parte del impreso de inmigración que habíamos cumplimentado en el avión y que tendremos que entregar a la salida si no queremos pagar una multa adicional de 45 euros, y seguimos hasta la aduana, donde está el famoso semáforo. Pulsa mi marido y ¡vaya, ROJO! Tampoco fue nada del otro mundo, te señalan un mostrador, te dicen que abras las maletas y un empleado muy amable -nos preguntó sobre el viaje, de dónde veníamos y cosas así supongo que para que no estuviésemos tensos- palpa un poco por aquí y por allá, sin revolver nada, y se acabó, apenas cuatro minutos de demora. Sólo nos revisó las dos maletas, el equipaje de mano, no.
Tras nuestra primera “aventura” en tierras mejicanas, salimos del aeropuerto y, haciendo caso omiso al enjambre de representantes de agencias variadas, maleteros y otros personajes que intentan atraer tu atención, vemos los carteles de Pullmantur. Tras superar un pequeño tumulto debido a que la señorita encargada de distribuir a la gente no encontraba a ningún viajero en sus listas (?) subimos a los autobuses que nos llevarán a los diferentes hoteles. Todos los de nuestro autobús nos alojamos en Palladium. Me ha picado un mosquito en un pie (¡si aún llevo puestos los calcetines!) igual que a otros muchos viajeros recién llegados. Parece que los insectos en cuestión estaban esperándonos ávidos para darnos la bienvenida. Inevitablemente, se oye en voz alta “la que nos espera”. Este temor, afortunadamente, después no se confirmó.
El sol desaparece rápidamente y a las 5:20 es de noche. En los más de 100 Km que separan Cancún del hotel pasamos por varios “filtros policiacos” como ellos los llaman, muy habituales en Méjico, pero que “no tienen nada que ver con los turistas” según nos dice la agente de Pullmantur, que aprovecha el largo trayecto para darnos diversas indicaciones, y, claro, nos cita para la famosa reunión informativa el día siguiente a las 8:50. Igualmente, nos aconseja acostarnos lo más tarde posible para minimizar el “jet lag” y dejar los objetos de valor y los pasaportes en la caja fuerte del hotel, ya que no hay ningún problema en moverse por la zona con la pulsera del hotel (chivata de donde residimos) y, si acaso, con una fotocopia de la documentación. También nos recuerda la tasa de 55 euros (sale mejor 55 euros que 1000 pesos) que hay que pagar en el aeropuerto al salir de Méjico, a fin de que no se nos olvide reservar ese dinero si queremos regresar a casa, jeje. Al final, nos pide una propina para conductor y maleteros, pero en ningún momento noté coacción. Había una cesta y el que quiso echó y el que no, pues no. El trabajo y la actitud de esta señorita me parecieron correctos.
Palladium nos recibe con iluminación navideña y el lobby del hotel Kantenah presenta esta bonita imagen:
Pasamos el control de pasaportes, nos sellan una parte del impreso de inmigración que habíamos cumplimentado en el avión y que tendremos que entregar a la salida si no queremos pagar una multa adicional de 45 euros, y seguimos hasta la aduana, donde está el famoso semáforo. Pulsa mi marido y ¡vaya, ROJO! Tampoco fue nada del otro mundo, te señalan un mostrador, te dicen que abras las maletas y un empleado muy amable -nos preguntó sobre el viaje, de dónde veníamos y cosas así supongo que para que no estuviésemos tensos- palpa un poco por aquí y por allá, sin revolver nada, y se acabó, apenas cuatro minutos de demora. Sólo nos revisó las dos maletas, el equipaje de mano, no.
Tras nuestra primera “aventura” en tierras mejicanas, salimos del aeropuerto y, haciendo caso omiso al enjambre de representantes de agencias variadas, maleteros y otros personajes que intentan atraer tu atención, vemos los carteles de Pullmantur. Tras superar un pequeño tumulto debido a que la señorita encargada de distribuir a la gente no encontraba a ningún viajero en sus listas (?) subimos a los autobuses que nos llevarán a los diferentes hoteles. Todos los de nuestro autobús nos alojamos en Palladium. Me ha picado un mosquito en un pie (¡si aún llevo puestos los calcetines!) igual que a otros muchos viajeros recién llegados. Parece que los insectos en cuestión estaban esperándonos ávidos para darnos la bienvenida. Inevitablemente, se oye en voz alta “la que nos espera”. Este temor, afortunadamente, después no se confirmó.
El sol desaparece rápidamente y a las 5:20 es de noche. En los más de 100 Km que separan Cancún del hotel pasamos por varios “filtros policiacos” como ellos los llaman, muy habituales en Méjico, pero que “no tienen nada que ver con los turistas” según nos dice la agente de Pullmantur, que aprovecha el largo trayecto para darnos diversas indicaciones, y, claro, nos cita para la famosa reunión informativa el día siguiente a las 8:50. Igualmente, nos aconseja acostarnos lo más tarde posible para minimizar el “jet lag” y dejar los objetos de valor y los pasaportes en la caja fuerte del hotel, ya que no hay ningún problema en moverse por la zona con la pulsera del hotel (chivata de donde residimos) y, si acaso, con una fotocopia de la documentación. También nos recuerda la tasa de 55 euros (sale mejor 55 euros que 1000 pesos) que hay que pagar en el aeropuerto al salir de Méjico, a fin de que no se nos olvide reservar ese dinero si queremos regresar a casa, jeje. Al final, nos pide una propina para conductor y maleteros, pero en ningún momento noté coacción. Había una cesta y el que quiso echó y el que no, pues no. El trabajo y la actitud de esta señorita me parecieron correctos.
Palladium nos recibe con iluminación navideña y el lobby del hotel Kantenah presenta esta bonita imagen:
Pero antes de bajarnos del autobús hay cambio de planes. Como ya me temía por lo que contaron otros viajeros, nos mudaron de hotel e, independientemente de la reserva de cada cual, todos iremos al hotel Riviera con un “upgrade” a habitación “junior suite”. En el lobby, nos dan un coctel de bienvenida (¡qué rico!) y hacemos el check-in.
Lobby del Riviera
Nos ponen la pulserita, nos dan un sobre con dos tarjetas-llave, dos tarjetas para toallas, un plano, etiquetas para poner en las maletas el día de la salida, y varias hojas informativas. Entre unas cosas y otras eran casi las ocho cuando abordamos nuestro primer trenecito hacia las villas del Riviera: nuestra habitación es la 6502, o sea, villa 65, apartamento 02, en la parte más recóndita del complejo, bueno, hay a quien le envían a la 68 .
Estamos en la planta baja: al principio me produjo un poco de aprensión, pero luego lo agradecimos mucho: con las mosquiteras no hay ningún problema de bichos y así te evitas subir escaleras, lo que menos apetece después de las caminatas que te das por el complejo. La habitación es enorme, la cama parece un campo de fútbol y hay jacuzzi en el baño, separado de una cómoda cabina de ducha. El minibar está incluido en el TI con reposición diaria y tiene tres botellas de agua, pepsi, mirinda de naranja y cervezas; además, plancha con tabla, armario con bastantes perchas, sofá, mesitas, sillas, cómoda con espejo, espejo de cuerpo entero, terraza con mesa y sillas (no sé si alguien la utilizará, jaja), etc. Una habitación muy confortable, aunque quien busque decoraciones lujosas, aquí no las va a encontrar. Los enchufes están adaptados para nuestros aparatos eléctricos, con lo cual no hay que llevar adaptadores y los cargadores de móviles y cámaras funcionan perfectamente; respecto al secador de pelo, el del hotel tiene una potencia muy aceptable, así que mejor dejar el nuestro en casa. La caja fuerte es gratuita, le introduces el código y ya la tienes lista para dejar a buen recaudo los pasaportes, los resguardos de inmigración que te harán falta a la salida, el dinero, las tarjetas y otros objetos de valor.
Para cenar, nos dirigimos al lobby del Riviera plano en mano. Siguiendo la carreterita por donde nos trajo el tren, tras algún despiste llegamos al buffet Kabah. Te reciben a la entrada, te asignan mesa y te preguntan qué quieres beber. La comida te la sirves tú, claro. Además de cocina internacional, también hay mejicana y cada día temática de un país: vemos sopa de ajo, paella, marmitako, fideua, lentejas... ¿qué país será? Se ve buena calidad y hay casi de todo y para todos los gustos: parece que hambre no vamos a pasar, jeje. Pronto descubrimos que son un poco lentos en servir la bebida, aunque al final llega… casi siempre, jeje.
Estamos agotados de tantas horas de viaje, pero en el lobby del Riviera toca un músico en directo y no podemos resistirnos a escucharle un rato mientras tomamos nuestros primeros cócteles (un manhatan y una piña colada, creo recordar), buenísimos. Sobre las 22:15, emprendemos el regreso a nuestra villa. No está el trenecito, así que “a pata” de nuevo. La temperatura es muy buena, unos 22 grados, con una brisa muy agradable. Aunque procuramos seguir la pista del tren, de noche y con tanta vegetación, nos perdemos convenientemente y empezamos a dar vueltas por sitios desconocidos sin que el plano nos ayude demasiado. Tras vagar, y no precisamente por el desierto, divisamos la villa 65 y nos vamos a dormir o a intentarlo por el “jet-lag”. Al final, seguimos el consejo de acostarnos lo más tarde posible: ya eran las 11:30 de la noche. (las 7:30 en España, así que hacía 24 horas que nos habíamos levantado).
Estamos en la planta baja: al principio me produjo un poco de aprensión, pero luego lo agradecimos mucho: con las mosquiteras no hay ningún problema de bichos y así te evitas subir escaleras, lo que menos apetece después de las caminatas que te das por el complejo. La habitación es enorme, la cama parece un campo de fútbol y hay jacuzzi en el baño, separado de una cómoda cabina de ducha. El minibar está incluido en el TI con reposición diaria y tiene tres botellas de agua, pepsi, mirinda de naranja y cervezas; además, plancha con tabla, armario con bastantes perchas, sofá, mesitas, sillas, cómoda con espejo, espejo de cuerpo entero, terraza con mesa y sillas (no sé si alguien la utilizará, jaja), etc. Una habitación muy confortable, aunque quien busque decoraciones lujosas, aquí no las va a encontrar. Los enchufes están adaptados para nuestros aparatos eléctricos, con lo cual no hay que llevar adaptadores y los cargadores de móviles y cámaras funcionan perfectamente; respecto al secador de pelo, el del hotel tiene una potencia muy aceptable, así que mejor dejar el nuestro en casa. La caja fuerte es gratuita, le introduces el código y ya la tienes lista para dejar a buen recaudo los pasaportes, los resguardos de inmigración que te harán falta a la salida, el dinero, las tarjetas y otros objetos de valor.
Para cenar, nos dirigimos al lobby del Riviera plano en mano. Siguiendo la carreterita por donde nos trajo el tren, tras algún despiste llegamos al buffet Kabah. Te reciben a la entrada, te asignan mesa y te preguntan qué quieres beber. La comida te la sirves tú, claro. Además de cocina internacional, también hay mejicana y cada día temática de un país: vemos sopa de ajo, paella, marmitako, fideua, lentejas... ¿qué país será? Se ve buena calidad y hay casi de todo y para todos los gustos: parece que hambre no vamos a pasar, jeje. Pronto descubrimos que son un poco lentos en servir la bebida, aunque al final llega… casi siempre, jeje.
Estamos agotados de tantas horas de viaje, pero en el lobby del Riviera toca un músico en directo y no podemos resistirnos a escucharle un rato mientras tomamos nuestros primeros cócteles (un manhatan y una piña colada, creo recordar), buenísimos. Sobre las 22:15, emprendemos el regreso a nuestra villa. No está el trenecito, así que “a pata” de nuevo. La temperatura es muy buena, unos 22 grados, con una brisa muy agradable. Aunque procuramos seguir la pista del tren, de noche y con tanta vegetación, nos perdemos convenientemente y empezamos a dar vueltas por sitios desconocidos sin que el plano nos ayude demasiado. Tras vagar, y no precisamente por el desierto, divisamos la villa 65 y nos vamos a dormir o a intentarlo por el “jet-lag”. Al final, seguimos el consejo de acostarnos lo más tarde posible: ya eran las 11:30 de la noche. (las 7:30 en España, así que hacía 24 horas que nos habíamos levantado).