El día comienza soleado en Almaty. Hoy todo apunta a un día interminable y repleto de trámites migratorios: check-out del hotel y viaje hasta la capital uzbeka, Tashkent, pero en el ínterin vamos a aprovechar la mañana en Almaty para darnos una vuelta por la zona universitaria de Abay y subir hasta la colina Kok-Tebe en teleférico.
Si alguien va a Almaty, es absolutamente recomendable utilizar la aplicación de taxis Yandex. Puedes recorrer la ciudad de punta a punta por apenas 3 euros. Los conductores son eficientes y los precios, ridículos. Viene a ser como Uber, pero extremadamente más barato.
En taxi Yandex nos dirigimos al barrio de Abay dejando las maletas en el hotel. Esta es una zona bastante moderna de la ciudad, con cafeterías y restaurantes de moda que se extienden por un bonito bulevar hasta la Plaza de la República. Parece la parte más renovada y moderna de Almaty con una bulliciosa presencia de jóvenes en torno a los edificios de universidades que se concentran por estos lares. Al fondo, siempre se divisan las imponentes montañas.
Desde la Plaza de la República, tomamos el teleférico hasta la colina de Kok-Tebe. El precio de ida y vuelta para un trayecto de poco más de 5 minutos nos parece excesivo para Kazajistán, en torno a unos 5 euros por persona, cuando en taxi llegar hasta allí llevaría probablemente 30 minutos y la carrera no subiría de 4 euros. Aun así, merece la pena este pequeño lujo, las vistas de la ciudad a la espalda y de las montañas al frente son geniales. Detrás va quedando la ciudad, que ya desde las alturas nos proporciona una idea de su inmensidad.
La colina de Kok-Tebe es esencialmente un parque de entretenimiento para mayores y jóvenes, con atracciones y exposiciones bizarras, donde lo más destacado son las terrazas y miradores soberbios para tomar fotografías desde donde uno puede contemplar las espectaculares cumbres de la cordillera Tian-Shan a más de 5.000 metros, hacia el sur, y la urbe de Almaty, hacia el norte. Una capa de polución se adhiere en el horizonte de Almaty, mientras que las vistas de las montañas permanecen prístinas. Es solo un breve apunte del mal camino que lleva la humanidad en su comportamiento con la naturaleza. En Kok-Tebe también cabe mencionar la existencia de un monumento a Los Beatles, donde todo el mundo se fotografía.
Bajamos de la colina de nuevo en el telecabina, llamamos a un taxi Yandex para recoger las maletas del hotel y poner rumbo al aeropuerto para volar a Tashkent. Abandonar Kazajstán conlleva un lento procedimiento en el control de pasaportes, una inspección que no agrada, pues parece que los oficiales andan buscando el más mínimo error en tu pasaporte para sancionarte. Después de estar purgando los trámites migratorios, el vuelo de Uzbekistan Airways ofrece un gran servicio. El avión es el modelo de Airbus A-320, muy cómodo y donde llevamos un viaje placentero.
Temía enormemente la llegada a Tashkent por la mala fama que adquirieron los oficiales de aduana y de inmigración en Uzbekistán, un estado policial donde supuestamente aún quedan muchas lagunas en cuanto a los derechos humanos básicos. Pero como turista, nunca he tenido un control de pasaportes más efectivo y afable. La policía fue sumamente agradable y aunque no te reciban bajo palio, les falta poco para hacerlo. Las medidas de seguridad son fuertes, pero incluso se agradece, pues puedes sentirte arropado y fuera de peligro en todo momento, tanto en el aeropuerto como en la calle.
Al llegar a Tashkent, negociamos con un taxista la carrera hasta el hotel y después de dejar las maletas, vamos a la estación de trenes para comprar los billetes de ferrocarril a Samarcanda para el día siguiente por la tarde. Nos tocará el tren más incómodo, pues los billetes vuelan y las agencias turísticas reservan casi todos las plazas de los mejores convoyes y dejan las migajas para los viajeros de última hora, como era nuestro caso.
Cabe decir que en Tashkent probé el mejor pollo asado que he comido en mi vida. Exquisito. Para moverse por la ciudad hay un metro bastante bueno y cualquier coche es un taxi potencial. Haciendo autostop en la calle, en apenas segundos paran un buen puñado de coches que se ofrecen a llevarte a cualquier sitio por precios bajísimos (1 euro para distancias cortas y 2, para distancias medias). Resulta importante hablar ruso para negociar los precios y también para comprar los billetes del tren en la ventanilla. Así uno se ahorra dinero y malentendidos. Por fortuna, domino algo de ruso y esto simplifica mucho las cosas, porque si uno se pone en manos del hotel para que resuelva la compra de billetes, siempre se va a pagar un sobreprecio importante (el doble). Mejor hacer las gestiones siempre por uno mismo.
Son ya las 23.00 y después de tanto ajetreo, la cama espera. El día siguiente toca recorrer Tashkent y un viaje al atardecer de 4 horas hasta Samarcanda en ferrocarril soviético.