Dos meses por el sudeste asiático ✏️ Blogs de Asia SudesteTailandia, Laos, Vietnam, Camboya y Malasia en dos meses de mochilaAutor: Ekilore Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.8 (22 Votos) Índice del Diario: Dos meses por el sudeste asiático
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Bangkok
El día 30 de Diciembre de 2008, tomo un avión de Thai Airways en Madrid con dirección Bangkok. El día 31 de Diciembre llego a Bangkok a las 6 de la mañana y tras coger mi maleta, tomo el bus que lleva del aeropuerto al centro de la ciudad. Hace mucho calor para ser tan pronto... Bajo en Khao San Road y tras buscar un hostel (D&D Inn, 12$ habitación pero una muy recomendable piscina en el tejado), ducha rápida y a desayunar. A la salida del hostel hay varios restaurantes con mesas al aire libre donde sirven todo tipo de comida rápida, desde hamburguesas hasta ensaladas de frutas o yogurt- Ésta es mi primera comida en Tailandia, que empezar con Pad Thai a las 8 am da miedito: Khao San Road es un auténtico hervidero de turistas. Cuando salgo a la calle principal, me llama la atención la cantidad de mochileros que deambulan por la calle. Algunos tienen pinta de llevar siglos allí, llevan el pelo largo, la ropa raída y un andar bastante arrastrado: Dedico el dia a pasear por la zona y hacer las primeras compras, tarjeta de teléfono internacional para las cabinas amarillas (abundantes por todo el país, sobre todo en las grandes ciudades), productos de higiene básica, algo de ropa más ligera... Por la noche, ya al calor de la Nochevieja, quedo con un amigo que conocí a través de este foro y nos dejamos llevar por el espíritu de la fiesta (Al fondo arriba se ve el letrero del D&D): Al dia siguiente, me dedico a buscar y recorrer el MBK pero de resaca, comprendo que no es el mejor momento, además de que las aglomeraciones no son lo mío y vuelvo prontito al hostel para descansar en la piscina: El siguiente día, ya en mejores condiciones, visito los 3 grandes templos de Bangkok. El recinto del Palacio Real y el Wat Phra Kaeo es inmenso: Tardo unas dos horas en recorrerlo entero. Está lleno de fieles que rezan y visitan los diferentes templos del complejo. El siguiente templo es el Wat Pho, el templo que contiene la enorme estatua del buda reclinado: Pero el que más me gusta es el que visito al final del día al otro lado del río: El Wat Arun. Este templo, con sus pagodas de piedras es el que más me llama la atencion, quizás por ser el más diferente de todos en su estilo arquitectónico. La piedra tallada domina los espacios, a diferencia de la piedra lacada en oro de los otros complejos: Una última foto desde lo alto de la pagoda. Bangkok tiene esa extraña y maravillosa mezcla de tradición y modernidad en su skycraper (No recuerdo la palabra en castellano). Ayuthayya El cuarto día decido que ya es hora de moverse de Bangkok. Me dirijo a la estación de tren con mi mochilón y allí compro un billete de tren para Ayuthayya. Compro el más barato de todos a sabiendas de que puede ser una experiencia desastrosa pero quedan muchos días por delante y no me sobra el dinero. Mi billete: 15 baths, unos 30 céntimos de euro... Al final tengo suerte y consigo asiento pero conforme vamos pasando las estaciones, la gente se va amontonando por los vagones, escolares, trabajadores, familias con niños... A mi llegada a la estación de Ayuthayya, decido dejar mi mochilón en consigna para ver mejor las ruinas de la antigua capital de Tailandia. Le pregunto en inglés a una turista si conoce su ubicación y al rato de iniciar la conversación, me invita a visitar Ayuthayya con ella y su amigo y viajar después con ellos a Chiang Mai. Así es como conozco a Jana, de Serbia y a Lazarous, de Grecia. Pasamos un día muy divertido visitando la ciudad. Las ruinas no me resultan llamativas pero el buen tiempo de este país se agradece tanto que todo se disfruta el doble (Había salido de Donosti en el preludio de dos grandes nevadas). Acudiendo un poco a la historia antigua, nos enteramos de que fue fundada en 1350 por el rey Ramathibodi I y durante 400 años ostentó la capitalidad del antiguo reino de Siam (la actual Tailandia). Dedicamos toda la mañana a recorrer las ruinas y después comemos en un puesto a lado de uno de los grandes templos donde tantas personas rezan a diario. La comida, al igual que en cualquier parte de Tailandia, como más tarde comprobaría, es simplemente deliciosa. Tras el almuerzo, visita a unos templos y vuelta de paseo a la ciudad, donde cenamos en uno de los restaurantes que quedan en la rivera del río Chao Phraya. La tarde es cálida pero hay una brisilla muy agradable. Es increíble que estemos en Enero... Después de cenar, tren nocturno a Chiang Mai. Este tren está genial, se viaja en vagones de bastantes personas pero cada cama tiene su cortinita para tener cierta intimidad. Descubro que estoy agotada y duermo de tirón. Yo voy en un tren anterior al de Jana y Lazarous porque no quedaban camas libres en el de su hora, así que al llegar a Chiang Mai decido buscar un hostel para mí y esperarles. Chiang Mai Tengo la suerte de encontrar sitio en un hostel genial, el SK II hostel: La variedad y abundancia de alojamientos en Chiang Mai es increíble, en cada esquina te encuentras uno y la mayoría tienen muchas comodidades como piscina, cable, agencia de viajes... Cuando llegan Jana y Lazarous, no vamos de templos y a comer por ahí. Por la tarde, confundo los botes de jabón y de crema hidratante y me quemo el ojo izquierdo, así que me marcho a mi hostel a desinfectarme y descansar. Aunque tengo concertada una excursión con ellos al día siguiente, me veo obligada a cancelarla y quedarme todo el día siguiente en Chiang Mai sin hacer nada. A la mañana siguiente ya un poco mejor, decido visitar el templo de la montaña, el Wat Phrathat Doi Suthep, en las afueras de Chiang Mai: El templo es bellísimo. Se encuentra al final de una larga escalinata formada por dos serpientes. Como es muy pronto por la mañana, está casi vacío y puedo visitarlo tranquilay con la luz de la mañana, lo que mi ojo agradece. Dedico toda la mañana a visitarlo y cuando bajo al pueblo ya es hora de comer, asi que busco algún restaurante donde pueda sentarme a descansar un poco de la luz del sol y proteger mi ojito convaleciente. Encuentro un pequeño local israelí de comida tradicional y decido no almorzar tailandés ese día: La carta es deliciosa, esta cocina es fascinante, como todas las que proceden de culturas milenarias, en este caso, la judía. Falafel, pan de pita... La boca se me hace agua! Esa tarde quedo con Jana y Lazarous que han vuelto del trekking y nos vamos a tomar unas cervezas de despedida. Al día siguiente, ellos se bajan a Koh Tao y yo tengo el trekking por la selva donde me esperan más aventuras. Al día siguiente, conozco a Claudia y a Moni, dos chicas suizas que están en el mismo hostel que yo y que esperan también el coche que nos recoja para llevarnos a la selva. En el coche, hay dos parejas de italianos y otros tres holandeses. Es entonces cuando conozco a Bas. Hacemos muy buenas migas y como los dos viajamos solos, nos emparejan todo el tiempo: La experiencia de la selva es súper recomendable. En realidad, no es nada dura, yo creo que hasta una mujer embarazada podría hacerla sin problemas. Se para cada poco tiempo y el camino, que está recorrido por un sendero, es realmente sencillo de realizar. Además, paramos en unas cascadas para darnos un baño. Aquí, los cuatro chapoteando: El camino es tipo gymkana con obstáculos como pasar por troncos y cosas así, por eso no se hace nada monótono sino muy divertido: Llegamos a nuestro destino por la tarde: Un pequeño campamento de casitas de madera que me recuerda a los campamentos de verano cuando era pequeña por las montañas de Gipuzkoa... La velada fue una auténtica delicia, conversamos de nuestros trabajos, de nuestras vidas, de los viajes... Bas y Claudia, relajados después de una buena cena: El alojamiento no es un cinco estrellas pero en esos momentos no lo cambiaba por nada. Eso sí, pasamos un poco de frío, se nota que es la temporada seca: Al día siguiente, después de un buen desayuno, nos ponemos en camino en el jeep, directos a dar un paseo en elefante. Pasamos toda la mañana riendo aunque hay momentos en los que lo paso realmente mal, sobre todo cuesta abajo, cuando parece que el elefante se va a caer rodando pero pese a lo que parezca, los elefantes son animales bastante ágiles y todo acaba sin mayores problemas: El paisaje es precioso... Vamos dando de comer a los elefantes durante el paseo, qué listos y zalameros son! Se me cae la baba... Esa noche, ya de vuelta en Chiang Mai, unos cuantos nos vamos a ver un combate de Muay Thai, con posterior espectáculo de Lady Boys al final. Ambos resultan curiosos de ver. Los que se pelean son casi unos niños y hay diferentes modalidades para divertir al turista como el combate con venda en los ojos a tres bandas: El show de Lady Boys me recuerda a los programas que echaban en la tele cuando era pequeña de Norma Duval, mucha pluma y playback horrible pero nos reímos un montón. Esa noche cuando volvemos al hotel, me despido de las chicas. Moni y Claudia se van a Koh Tao a la playa también y yo decido proseguir la aventura con Bas, hacia Pai, al norte de Tailandia. Pai es un pueblecito situado en la parte más septentrional del país, en la zona montañosa. El camino, subiendo por varios puertos, es una belleza: Es un pueblo en el que abundan los turistas. Está lleno de tienditas de souvenirs y cajeros pero el ambiente que allí se respira es muy diferente al ambiente turístico de zonas como las playas del sur, por ejemplo. Los tailandeses que viven allí tienen el pelo largo y rastas en el pelo y todos son fanáticos de la música reggae lo que le da al lugar un tinte bastante bohemio. Además, Pai tiene un famoso puentecito de bambú para acceder al otro lado del río, a la zona donde se encuentran los hostels tipo bungalow. Este puente y las casas del otro lado del río, forman un pintoresco paisaje. Esa noche, nos quedamos en un hostel rodeado de un vergel, con bungalows salpicando el entorno. Por la noche, salimos a cenar y a tomar algo y conocemos a mucha más gente. Los bares en Pai tienen todos hogueras alrededor de las que te puedes sentar a beber un bucket (cubo de plástico en el que te sirven tu copa). Pasamos la noche entre australianos, estadounidenses, alemanes, canadienses... Todos son viajeros muy jóvenes, algunos llevan más de un año viajando sin volver a casa. Siento envidia de no haber nacido en otro país en el que la gente se eche la mochila al hombro desde tan joven pero me alegro de estar viviendo unas experiencias tan bonitas. Al día siguiente, Bas y yo decidimos que ya es hora de levantar el campamento y ponernos rumbo a Laos. Pensamos que la mejor forma de cruzar la frontera es por tierra, contratando en Pai unas excursión que te lleva en van hasta la frontera. Como se llega de madrugada, incluye un hostel donde dormir unas horas hasta que abren la aduana. Así que nos ponemos en camino esa misma tarde. Etapas 1 a 3, total 6
Luang Prabang
Llegamos a la frontera de madrugada y como nos imaginábamos, el hostel es un cuchitril destartalado pero cogemos la cama con sueño y dormimos hasta las 7:30 de la mañana. Después de cruzar el río, ya con nuestros visados, nos dirigen a otra parte donde nos esperan los speed boats. En ese momento, no nos dicen nada pero los speed boats dañan la flora y fauna del río por la gran velocidad que alcanzan y quieren prohibirlos. Al ver los grandes motores de coche que llevan, nos empezamos a imaginar por qué nos han dado cascos y chalecos salvavidas y por qué los llaman speed boats... Después de varias horas de trayecto, con una parada para comer, llegamos a Luang Prabang caída la tarde y tras reservar una habitación en un hostel de la orilla del río, éste es el espectáculo que nos ofrece el Mekong: No creo haber visto nunca una puesta de sol así. Pasamos esa tarde y las siguientes contemplando esa maravilla sin hablar. Simplemente mirando el atardecer, dejándonos llevar por las sensaciones que produce contemplar algo tan bello. Esa noche, probamos un montón de platos diferentes de la gastronomía laosiana que se venden por los puestos de comida de al lado del mercado y cenamos dando un paseo. Después, nos damos una vuelta por el mercadillo, que en Luang Prabang tiene una magia especial al ser nocturno. La mezcla de telas de colores, brillantes teteras y objetos de metal y las lucecitas de los puestos, producen una estampa preciosa. Compramos alguna cosilla para llevar a la familia, entre ellas, unas bolsitas de té. El té de Laos está muy valorado, al igual que el café, que lo sirven fuerte y solo. Al día siguiente subimos al monte Phu Si, en el centro de la ciudad, donde hay un monasterio en el que viven monjes de todas las edades. Desconozco si aquí será igual pero en Tailandia nos contaron que todos los tailandeses deben destinar al menos una semana de sus vidas a ser monjes. Las vistas desde lo alto del monte son maravillosas. La parte de atrás de la ciudad se extiende entre la vegetación hasta donde nos dejan ver los ojos y el monte se ve salpicado de pagodas y templos. El estilo del monasterio me recuerda un poco al monasterio que visité en la montaña en Chiang Mai, en Tailandia, con esas serpientes que se retuercen formando las escaleras. Numerosos budas dorados salpican la ladera de la montaña, cada uno en una postura indicando el correspondiente día de la semana. Cuando ya hemos recorrido todos los recovecos del complejo, bajamos a almorzar a la ciudad y después, nos damos un paseo para bajar la comida. Luang Prabang es una ciudad muy bonita, con casas de estilo colonial alineadas a lo largo de la avenida principal. Pasamos la tarde haciendo unas compras por las diferentes tiendecitas. También aprovechamos para conectarnos a internet y escribir unos mails a nuestras familias. Después, volvemos a la orilla del río para contemplar de nuevo la puesta de sol. Observamos a otros turistas que han acudido también aprovisionados con cervezas para disfrutar de ella como si estuvieran en el cine. Es algo a lo que, por muchos días que lleves mirando, no te puedes acostumbrar, como cuando hace un día lluvioso en San Sebastián y vas al Paseo Nuevo a ver las olas. El día siguiente nos lo pasamos haciendo deporte, ya que por la tarde del día anterior habíamos contratado una excursión para andar en bici por la mañana y después, recorrer el río en kayak por la tarde. Por la mañana, mientras pasamos en bici por diminutos poblados, al camino salen niños pequeños que nos saludan al pasar con las bicis. La bici nos deja bastante hechos polvo porque las carreteras son pistas con muchos baches pero por la tarde nos relajamos bastante en el kayak. Esa noche decidimos que en Luang Prabang ya lo hemos visto todo y Bas me propone coger un barco para subir por el río hasta un lugar llamado Muang Ngoi, una pequeña aldea sin luz ni agua caliente. Está tan convencido de que el pueblo está en un enclave paradisíaco que accedo sin pensarme dos veces lo del agua caliente. Así que al día siguiente nos ponemos en camino y después de un trayecto en van llegamos a Niong Khiaw donde cogemos un barco en el que llegaremos a nuestro destino final. Durante el trayecto en barco, ya te vas haciendo una idea de la belleza del lugar, con el río rodeado de altas y verdes montañas. La vida de los lugareños se desarrolla en las orillas, pescan, se bañan, labran la tierra... Siguiendo el curso del río, vamos acercándonos al punto exacto donde se encuentra el pueblo. Las montañas se cierran un poco en esta parte, lo que provoca una luz aún más tenue y difusa al atardecer. El pueblo es una callecita paralela al río con casitas que tienen sus techos de hojas. La carretera es un camino polvoriento que en época de lluvia imaginamos que se embarrará completamente, haciendo un poco más complicada la vida de sus habitantes. Sin embargo, creo que éste ha sido el pueblo donde más sonrisas he visto en todo el viaje. Y donde más sonrisas me han sacado sus habitantes. Esa única noche que pasamos allí fue muy especial, rodeados de esa naturaleza tan virgen, sin agua caliente, sin luz, sin comodidades de ningún tipo pero en un entorno privilegiado, escuchando sólo el ladrido de algún perro de vez en cuando y el silencio. Al día siguiente, hicimos el petate para volver a Luang Prabang, un poco apenados por dejar aquel lugar tan especial pero a la vez contentos por todo lo que nos quedaba por ver. Ese día iba a ser el último que pasábamos juntos pues Bas tiraría hacia el sur de Laos, a Vientiane y yo pasaría por fin a Hanoi, ciudad que estaba deseando conocer ya, a pesar de que imaginaba que iba a ser un gran contraste con todo lo que estaba viendo esos días. Cuando llegamos a Luang Prabang, un nuevo atardecer nos estaba esperando. ¿Quién podía estar triste con un regalo así? Decidimos que esa noche sería especial y después de que se pusiera el sol, fuimos a darnos un homenaje gastronómico en uno de los muchos restaurantes de la ciudad. Comimos, bebimos y brindamos por los viajes y las aventuras que nos esperaban Etapas 1 a 3, total 6
Hanoi
Para salir de Luang Prabang elijo el avión como medio para cruzar la frontera y llego al aeropuerto de Hanoi. Con un previsado firmado por la embajada, en principio, ningún problema pero estos chicos dan un poco miedo sobre todo en grupos de más de dos como es el caso. Después de entregar las fotos y pagar las tasas, coincido en el bus del aeropuerto con un chico australiano y vamos juntos a buscar un hostel. La temperatura ha bajado unos grados desde Luang Prabang y el norte de Tailandia y aquella a su vez había bajado desde Bangkok, mucho más al sur. Esa tarde me centro en enviar mails a mi familia contándoles un poco la aventurilla de la aduana y me acuesto temprano. Al día siguiente, decido hacer caso de una de las rutas sugeridas por la Lonely Planet para recorrer la parte vieja de la ciudad. Comienza por la zona del lago. Esta mañana, Hanoi se ha levantado brumoso. Doy un paseo bordeando el lago y llego hasta un puentecillo donde los turistas se retratan. En esta parte de Hanoi, la más antigua, se ve mucha pobreza, hay muchas viviendas que en otro tiempo conocieron la gloria pero que ahora se caen a trozos. Una de las cosas que más me llama de mi paseo, es que la gente pasa de mí. Es un gran contraste con los países de los que vengo, Tailandia y Laos. En Tailandia es imposible acercarse a un puesto sin que alguien intente venderte algo. Aquí simplemente, no me ven... Hacen su vida, sus compras, hablan pero a mí no me ven... Es como si estuviera viendo una película. También me llama mucho la atención las caras serias de los habitantes de esta ciudad. Ni una sonrisa, ni siquiera los niños. Hanoi es una ciudad seria. Y caótica. El tráfico es una locura, los ciclomotores circulan en todas direcciones. Y las bocinas... Doy vueltas por los miles de puestos que se amontonan en la zona. En Hanoi, como en Marrakech, cada calle se dedica a una cosa, la calle de los herreros, la de las ofrendas para los templos, la del pescado, textiles... Compro un chaquetón de montaña por 25 dólares y un pantalón de chandal por 3. Me han dicho que en el norte hará frío. Termino el paseo almorzando en un puesto junto a otros vietnamitas y por la tarde me dedico a ver algún templo. Los vietnamitas profesan un montón de religiones diferentes, confucionismo, daoismo, incluso catolicismo, islamismo y protestantismo pero la gran mayoría son budistas, al igual que sus templos. Las pagodas budistas son parecidas a las tailandesas y laosianas pero difieren en algunos elementos. La arquitectura exterior es bastante diferente, no predomina el dorado sino los tonos rojizos y ocres y la decoración interna tiene abundantes grabados y maderas lacadas en rojo. Por la tarde vuelvo al hostel para recoger mis cosas. He contratado una excursión de 3 días para ir a Sapa en tren nocturno y la dueña del hostel me acompaña hasta la estación y le pide a un chico que me indique el vagón que me corresponde. El tren está genial y las literas parecen cómodas. Dejo mis cosas en la litera y voy a la cafetería del tren a comer algo y allí conozco a Daniel y Julia, dos estudiantes alemanes que estudian un postgrado en la universidad de Bangkok. Esa noche duermo de tirón. Sapa Llegamos a Lao Cai sobre las 5 de la mañana. Ya me habían avisado del frío que iba a hacer pero es exagerado, estaremos a 5 ó 6 grados. Me pongo toda la ropa que llevo encima antes de salir del tren. Nos llevan en van hasta Sapa, aún más al norte entre las montañas. En el hotel, nos dicen que no disponemos aún de las habitaciones antes del trekking pero nos dan de desayunar. Es ahí donde escucho hablar en castellano por primera vez en el viaje. Son una cuadrilla de amigos de Menorca y nos sentamos todos a desayunar junto a Julia y Daniel. Después nos separan por grupos y me quedo con los alemanes, con quienes hago el recorrido por las afueras del pueblo. La guía, Phi Lu, es una niña de la tribu Hmong. Nos dirige por un camino que bordea el pueblo, desde el que se ven las terrazas de arroz cortando las montañas. La belleza del lugar es espectacular. Como es la época seca, el arroz ya está recogido y las terrazas tienen diferentes tonalidades tierra. En la época de lluvia, nos explican que el verde domina el paisaje y las plantas de arroz están aún sin recoger dentro del agua. En Sapa hay mucha pobreza. Las miradas de los niños hacen que se te caiga el alma a los pies. Me planteo si retratarlos o no porque para mi no son monos de feria pero siento la necesidad de llevarme algo de ellos a casa para no olvidarlos. Decido darles lo que tengo, galletas y patatas que llevo en la mochila pero aún así, se me queda una sensación extraña en el estómago. Los hermanos mayores tiran de los pequeños mientras sus padres trabajan... ... pero son muy pequeños también. Regresamos al hotel para almorzar y asearnos en nuestras habitaciones y dedicamos la tarde a dar un paseo por Sapa. Me encanta el mercado. No tiene nada que ver con Hanoi, aquí son tímidos pero te miran y te sonríen. Los Hmong tiñen telas y confeccionan bellas colchas artesanalmente Mujeres de la tribu Dzao se acercan a vendernos postales, pulseras. Visten sus coloridos tocados rojos. Las mujeres casadas tienen la frente rapada y llevan los niños a la espalda. Esa noche, cenamos en el hotel y después nos juntamos con los menorquines. Me acuerdo de que en mi ciudad, hoy es víspera del día de San Sebastián y me entra un poco de morriña pensando en mis amigos juntándose en alguna sociedad para cenar. Me cuentan que en Menorca fue Sant Antoni hace unos días pero que llevan años fuera de casa en esas fechas. Sonrío y brindamos por los santos porque ese es el espíritu nómada de algunos viajeros. Al día siguiente, Phi Lu nos lleva por un camino que sale del pueblo, hacia las montañas y las terrazas de arroz. Las montañas de esta parte de Vietnam son muy altas. Nos dicen que cerca de aquí está el monte más alto de Vietnam, el Fangxipan, techo de Indochina, de 3143 m. Los niños nos rodean en cuanto paramos a comprar agua en un puesto del camino. Otra vez esas miradas tristes que te rompen el corazón. Me acerco a la niña y le compro una pulsera pero creo que en realidad no es una buena idea. Pienso que por cada turista que le compra algo a un niño, un niño menos que está en la escuela aunque no sé, quizás aquí ningún niño vaya al colegio. Están todos intentando vendernos cosas. Repartimos unas Oreo entre ellos y continuamos el camino. Junto a nosotros, a lo largo del sendero caminan mujeres de la tribu Hmong con sus niños a cuestas y aquí me encuentro la primera sonrisa de Vietnam. Seguimos un par de horas caminando a lo largo de las terrazas de arroz. Y finalmente paramos para comer en un restaurante, juntándonos de nuevo los menorquines, la chica vasca y los dos estudiantes alemanes, volviendo con ello un poco locos a los de la organización. Es un tema curioso éste, yo creo que herencia de la disciplina comunista pero pasamos un buen rato explicandoles que queríamos comer todos juntos y no lo entendían, nos decían que cada uno tenía que comer en la mesa asignada. Aunque todos comíamos exactamente lo mismo, es decir, arroz, verduras y pollo, los que comieran carne, cada uno debía hacerlo en su mesa. Al final, no les quedó más remedio que dejarnos pero siempre muy serios. Por la tarde, siguiendo nuestra ruta, más niños... ... y mujeres de la tribu Dzao... ... y más niños... ... y sus madres. De vuelta a Hanoi esa noche en el tren nocturno, todos coincidimos en lo diferentes que son los habitantes de las zonas rurales de los de las grandes ciudades en cualquier parte del mundo. Sus miradas, su caminar lento o rápido, incluso sus sonrisas abiertas o difusas pero en Vietnam, país con tal historia de sufrimiento, esas diferencias se acentúan más. Por la mañana, ya en Hanoi, me despido de Julia y Daniel deseándoles un buen viaje y una feliz vuelta a Bangkok. Yo me dirijo a mi hostel donde he guardado mi mochila grande y esa mañana, tomo un autobús con destino a Halong Bay. Bahía Halong Cuando llego a mi destino, coincido con un grupo de amigos de Marsella que hacen la excursión en el mismo barco que yo. Vuelve a cruzarme por la cabeza la idea de estudiar francés, como ya me ocurrió en Marruecos pero aunque no hablan un inglés muy fluido, conseguimos entendernos. El barco está genial, todo lujo de comodidades. A la hora del almuerzo nos quedamos asombrados de la cantidad y variedad de comida. Después de comer, salimos a cubierta para disfrutar del sol y del paisaje Y poco a poco nos vamos adentrando en la bahía Halong, uno de los grandes "hits" de este viaje. Para estos paisajes no hay palabras, hay que ir y verlo. Por lo menos a mí no se me ocurre ninguna, espectacular, abrumador, son buenas palabras pero se quedan cortas ante tanta belleza. Los barcos dragón le dan un tinte de novela colonial a la estampa. Esa tarde nos llevan a ver unas cuevas naturales dentro de una de las montañas. Las vistas sobre la bahía te dejan muda. La excursión está muy bien, el recorrido se hace muy amenos pues nuestro guía va haciendo bromas todo el tiempo y las cuevas son realmente bonitas, con luces que resaltan las formas de la piedra erosionada a lo largo de los años. Al salir, poco a poco el atardecer se abre paso por la bahía... ... dando lugar a una mágica noche. Esa noche duermo recordando la leyenda que nos han contado en el barco. Halong significa literalmente "Dragón descendente". Los dragones vinieron a salvar a los vietnamitas de la guerra con China pero mucha gente falleció y las lagrimas de los dragones generaron las más de 3000 islas que conforman la bahía. La otra versión dice que el dragón dio un coletazo y formó las islas. Al día siguiente, las brumas de la mañana han entrado en la bahía lo que le da un aspecto un tanto fantasmagórico pero de belleza brutal. Sin palabras. El barco nos acerca hasta la isla de Cat Ba donde voy a pasar una noche mientras mis amigos franceses siguen su camino dirección Hue. Ls isla de Cat Ba tiene un parque nacional y se puede subir a la montaña más alta dando un paseo. La vista desde la cima es preciosa. Al bajar, antes de cenar tomo unas fotos desde la habitación del hostel. La mañana siguiente la paso recorriendo el pueblo pero no merece la pena en absoluto así que decido volver al hostel y escribir a mis amigos. Por la tarde, volvemos a Hanoi y esa misma noche tomo un bus nocturno destino Hue, la antigua ciudad imperial. Hue En Hue paso del frío invierno a la húmeda primavera. No llueve torrencialmente sino de manera xirimiri como lo llamamos aquí. Hue es una ciudad que fue en otro tiempo la capital de Vietnam, en la época de los emperadores, antes de la llegada del comunismo al país. Tras encontrar habitación, dedico toda la mañana a recorrer el recinto imperial, con su palacio, museo, templos... Las dimensiones del complejo son grandes, las estatuas de dragones salpican los jardines Templos y edificaciones que recuerdan la época gloriosa de la ciudad A pesar de la lluvia, el recinto imperial en conjunto no pierde nada de belleza: Voy a almorzar a un restaurante japonés con una tierna historia. Su dueño es un señor japonés que pasó unas vacaciones en Vietnam y conmovido por la miseria de algunos niños, volvió a su país, hizo las maletas y decidió abrir este restaurante en Hue, dando trabajo a chicos de la calle. Desde el año de su apertura, han ayudado a escolarizar a cientos de niños y sólo hace un par de años, se licenció en la universidad el primero de ellos. Esa tarde la dedico a pasear por la ciudad y enviar unas cartas. Al día siguiente en el autobús que me lleva al aeropuerto, donde voy a tomar un avión a Saigon, conozco a Miguel, un chico mexicano que estudia en Sidney. Saigon La llegada a Saigón es la llegada del verano. Miguel y yo nos alojamos en uno de los hoteles de Madam Cuc, especializados en mochileros. El ambiente es estupendo, teniendo en cuenta que es la víspera del Año Nuevo Vietnamita. Nos sentamos en una terraza a degustar las delicias de la gastronomía local, es decir, el marisco. El almuerzo es todo un éxito, la comida es estupenda, muy fresca. Hacemos tiempo hasta la noche callejeando y por la noche volvemos al hotel a cenar. Madam Cuc ha puesto una terraza en la calle para que todos los mochileros cenemos al fresco, cortesía de la casa. Esta mujer es pura energía, inmortalizamos el momento con una foto borrosa y nos ponemos a cenar. Nadie tiene un plan específico para esa noche así que nos juntamos con unos australianos y vamos improvisando. Seguimos a la gente sin saber muy bien a dónde va y llegamos a una plaza gigantesca donde han puesto un escenario. Parece que están retransmitiendo la despedida del año en directo, sale gente a bailar, hacen entrevistas... Todo es luz y color ... ... y el mismo tráfico caótico del norte Al día siguiente Miguel y yo visitamos el Palacio de la Reunificación, cuya arquitectura me deja fascinada. Leyendo después, me entero que el arquitecto es Ngô Viết Thụ, ganador del Prix de Rome con tan sólo 28 años y primer asiático miembro del Instituto Americano de Arquitectos, con 35 años. Los corredores dejan pasar toda la luz a las estancias del interior. La decoración del palacio es brutal, con tintes de los 60 más vanguardistas. Algunas estancias recuerdan un poco a Lloyd Wright. Impactados, salimos recorriendo antes los bunkers y pasando por delante de un tanque, un jet y un helicóptero que no nos llaman nada la atención. Paseamos por la calle hasta llegar a una terraza donde nos sentamos a almorzar y comentar lo visto. A Miguel también le ha fascinado. Realmente nos hemos quedado de piedra, somos unos freaks de la arquitectura. Ese día, la comida nos sabe mejor. Qué gastronomía, la vietnamita. Dicen que no es tan deliciosa como la tailandesa pero yo ya he hecho mías estas sopas, incluso en el desayuno. Callejeamos un poco más por Saigon, comentando las grandes diferencias entre el feliz sur y el apesadumbrado norte y echando fotos tontas Y nos topamos con una escena digna de una peli de Brian de Palma Qué buena despedida de Saigón. Al día siguiente, quedamos en Siem Reap, Camboya, ya que es nuestro destino común pero cada uno tiene una hora de vuelo diferente. Miguel se encargará de buscar un hostel para cuando yo aterrice, que será por la tarde. Angkor Wat, allá vamos! Etapas 1 a 3, total 6
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