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Llegamos a Yaundé por la noche, tarde, desde el aeropuerto, nos dirigimos directamente al hotel, es tarde y mañana hay que madrugar, así que se trata de ir a dormir ya y levantarse temprano para poder salir de la capital antes de que el trafico sea demasiado caótico y nos retrase demasiado. El hotel está en las afueras de la ciudad y no nos toma más de quince o veinte minutos llegar hasta el, inmediatamente nos metemos en la cama.
Por la mañana temprano, nos levantamos y después de desayunar, salimos en dirección Este, hacia la reserva del bosque del Dja.
Los primeros kilómetros transcurren por carreteras asfaltadas, el tráfico es algo denso, pero podemos ir a buen ritmo. Por el camino vamos encontrando pequeños poblados que nos van dando las primeras vistas del país, empezamos a recordar, los que hemos estado antes en el África negra, que aquí estamos otra vez, los olores, la tierra rojiza, el verde de los árboles, el cielo azul a ratos, a ratos grisáceo debido a las nubes que van y vienen y que tarde o temprano van a dejar caer lluvia, estamos en la “pequeña estación seca”, un período de unas pocas semanas que se da en Agosto, dentro de la estación de lluvias que va de junio a octubre aproximadamente. Que sea la pequeña estación seca, no significa que no llueva, digamos que llueve algo menos que durante el resto de la estación de las lluvias, pero todos tenemos muy claro que nos vamos a mojar a menudo durante este viaje.
Nos detenemos en alguno de los múltiples puestos de venta de frutas (principalmente piña) que encontramos por el camino para reponer fuerzas.
Al cabo de unas horas de viaje, llegamos a un cruce, ya tocando a la parte noroeste de la reserva del Dja, donde Manu, nos propone la primera improvisación, en teoría, aquí debíamos dirigirnos hacia el sur y entrar en la zona de selva por la parte sur, sin embargo, Manu nos dice que uno de sus contactos le ha hablado de que en la zona de Lomié, han contactado con una tribu de pigmeos que nadie conocía en esa zona hasta ahora, que si queremos, podemos acercarnos allí y a ver qué pasa. Apostamos por tomar esa nueva ruta y dirigirnos hacia allí, así que seguimos, ahora ya por pistas, rodeando la reserva del Dja por el norte, hacia el pueblo de Lomié.
Por el camino, nos detenemos en un poblado para comer. El restaurante es un tejado de hojalata, con una sola pared de madera al fondo, una mesa larga y un par de bancos y la cocina un bidón, en el interior del cual arde madera, con una plancha en la parte superior donde se fríe la carne. La carta es bastante escueta. Aquí se come pollo o cabra. Nos recomiendan el pollo, ya que la cabra, nos dicen, seguramente la encontraremos demasiado “fuerte” para nuestros gustos. Así que nos decidimos por el pollo. Seguidamente el cocinero, pilla al primero de los pollos que andan picoteando entre nuestras piernas, le retuerce el pescuezo, lo despluma y tras trocearlo, lo fríe en la plancha, añadiéndole algunas hierbas, que a saber que son. El resultado es espectacular. Un pollo frito que ya quisiera poder comer en casa, nos gusta tanto, que decidimos repetir, así que un par de pollos más que pasaban por aquí correteando y picoteando por el suelo siguen el mismo tratamiento que los anteriores.
Después de comer, seguimos camino hacia Lomié, a donde llegamos ya de noche, después de pasar de puntillas por puentes (por llamarlos de alguna manera) y de superar alguna pequeña avería en uno de los vehículos, llegamos al hotel de Lomié, un conjunto de bungalós, que dadas las circunstancias y teniendo en cuenta donde estamos, no están del todo mal, hasta te puedes duchar, con agua fría, eso sí. No hay mucho que hacer aquí y mucho menos de noche, el único alumbrado público que verás aquí, será el de tu frontal y el de los que van contigo, así que nos limitamos a cenar en el hotel y nos vamos a dormir. Mañana nos espera caminata por la selva para ir en busca de los primeros Aka.
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