Salimos con el taxi a las 8 de la mañana con dirección a Comillas. No teníamos la intención de contratarlo pero no nos quedaba más remedio, dados los pésimos horarios de los autobuses. Llegamos en 45 minutos y nos costó 70€ (a dividir entre los 4).
Bajamos en la Fuente de los tres caños, en la Plaza del Ayuntamiento. Se trata de una fuente modernista construida por el célebre arquitecto catalán Lluís Domènech i Montaner (autor del Palau de la Música Catalana o la Casa Lleó Morera).
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Es el homenaje a un caballero llamado Joaquín de Piélago, yerno del marqués de Comillas y la primera persona que llevó la canalización de aguas a la ciudad. El nombre de los tres caños proviene de las tres fuentes que sobresalen de una columna central. Frente a ella se alza el edificio del nuevo ayuntamiento (en los bajos hay una oficina de turismo).
El centro de la casco antiguo es el Corro de Campíos, una amplia plaza peatonal llena de cafeterías y terrazas que era donde se celebraban antaño los bailes de los domingos. El día que nosotros fuimos estaba literalmente tomaba por la gente que montaba sus paraditas para el mercadillo. Allí se alza la iglesia de san Cristóbal. Se empezó a construir en el siglo XVII y se terminó en el siglo XVII. Más arriba encontramos el edificio del viejo ayuntamiento así como algunas casonas. Vale la pena dar un paseo por el casco antiguo de la ciudad y pararse en los puntos de interés, bien explicados en paneles.
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Subimos hasta llegar a la Puerta del Moro, una de las obras más desconocidas de Gaudí. Da acceso a la finca de la casa de Moro, no visitable. Era una entrada para coches y fue realizada con desechos de piedra, a la que Gaudí dio sus características formas onduladas. Es conocida también como “puerta de los pájaros” por el agujero redondo que hay en el muro. Leí que Gaudí se inspiró al ver el vuelo de las aves desde la playa.
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Desde ahí vale la pena seguir el caminito que lleva a la capilla de santa Lucía y desde el que se tienen vistas de la playa.
Sin embargo los edificios más importantes de Comillas son el Capricho, el Palacio de Sobrellano, la capilla-panteón y la Universidad Pontificia.
No se puede hablar de Comillas sin hacerlo de uno de sus habitantes más ilustres, Antonio López y López. Huérfano de padre, emigró a Cuba en 1831. A su regreso a España como hombre rico se estableció en Barcelona y se dedicó a llenar su pueblo natal de obras privadas que aún maravillan y de iniciativas caritativas que después continuó su hijo Claudio. Alfonso XII le concedió el título de marqués de Comillas. Las visitas del monarca a la población atrajeron a la nobleza y la burguesía madrileñas.
El marqués de Comillas fundó varios bancos y suyas eran la Compañía Trasatlántica y la Compañía General de Tabacos de Filipinas. Durante mucho tiempo, su hijo y él fueron los hombres más ricos de España, aunque esa riqueza empezó a fraguarse con un tráfico inhumano, el de esclavos. Con su fortuna sembró Comillas de bellos edificios como el Palacio de Sobrellano, el Capricho o la Universidad Pontificia. El vínculo del marqués de Comillas con Barcelona (era suegro de Eusebi Güell) le permitió acceder a los artistas claves del modernismo catalán, tales como los arquitectos Antonio Gaudí (en la foto), Lluís Domènech i Montaner, Joan Martorell o los escultores Josep Llimona o Agapito Vallmitjana, cuyas improntas se ven en numerosas obras de Comillas.
El Capricho, de Antonio Gaudí, es el edificio más conocido de Comillas. Construido en 1885, es una de las 3 únicos edificios (junto con el palacio episcopal de Astorga y la casa Botines de León), que Gaudí construyó fuera de Cataluña. Su nombre real es Villa Quijano, pero se le conoce como Capricho por tratarse de un encargo de Máximo Díaz de Quijano, concuñado del marqués de Comillas, que deseaba una residencia de verano de tipo oriental. La casa está por terminar porque el dueño quiso entrar antes de tiempo y faltaban por realizar pequeños detalles de decoración. El propietario solo disfrutó de la casa 7 días porque falleció al poco tiempo de marcharse los obreros.

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Gaudí había sido ayudante de Joan Martorell en el Palacio de Sobrellano, donde había proyectado el mobiliario de la capilla. Por ello recibió, en los inicios de su carrera, el encargo de una residencia de verano anexo al palacio, El Capricho. Gaudí realizó un proyecto de estilo orientalizante, en paralelo a la Casa Vicens de Barcelona. Lo más característico del edificio es la torre cilíndrica en forma de alminar persa, revestida de cerámica. El acceso presenta 4 columnas y arcos adintelados, con capiteles decorados con pájaros y hojas de palmito. El salón principal destaca por su amplio ventanal y dispone de un fumadero cubierto por falsas bóvedas de estuco de estilo árabe.
En la decoración repite el tema del girasol, ya que el inmueble se proyectó para conseguir el máximo aprovechamiento de sol, luz y calor, y se combinan la sillería, el ladrillo, el hierro y la cerámica. Es destacable el vivo colorido que Gaudí aplicó al Capricho, combinando la cerámica verde con la piedra y el ladrillo en tonos rojos y amarillos.
Máximo Díaz de Quijano disfrutaba de la música y de su piano, lo cual se refleja en multitud de detalles de la casa, como las cenefas externas que imitan un pentagrama, la abeja que toca la guitarra o el pájaro que toca el piano en las vidrieras del cuarto de baño. Desde 1985 hasta 2009 el Capricho albergó un restaurante. En 1992 fue comprado por un grupo de inversiones japonés y actualmente lo tienen habilitado para visitas. La entrada cuesta 5 euros e incluye ver un vídeo explicativo y una visita guiada opcional (vale la pena porque te descubre cosas que una visita por libre no te da). La entrada al Capricho está un poco escondida y no es la que está cerca de la capilla.
Muy cerca del Capricho se encuentra la neogótica capilla panteón de los marqueses de Comillas, realizada por Joan Martorell. Acoge la sepultura de Antonio López López y de su familia. Las esculturas de mármol del interior, inspiradas en la obra de Rodin, son obra de Josep Llimona y Agapito Vallmitjana. El mobiliario interior fue diseñado por Gaudí.
La capilla comparte parque y colina con el Palacio de Sobrellano, que fue levantado por el marqués de Comillas en el mismo lugar donde estuvo su humilde casa natal. También es obra del arquitecto catalán Joan Martorell y se levantó entre 1881 y 1890. Mucho más sobrio que El Capricho, aúna varias tendencias, como el gótico civil inglés y la de los palacios de inspiración veneciana. En el interior destaca el gran salón, donde pueden verse ocho paneles pintados por Eduard Llorens, que representan las aportaciones del marqués de Comillas a la historia de España. Hoy el edificio es propiedad de la Diputación de Cantabria, que lo utiliza como centro cultural y de exposiciones. Es posible hacer una visita guiada aunque no sé de qué modo se rigen para hacerla. Los horarios dejaban mucho que desear. Eso sí, vale la pena porque el interior es espectacular y sólo cuesta 3 euros para 25 minutos. Lástima que la capilla (3€) ese día no podía visitarse.
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Desde la escalinata del palacio se ve, en la otra colina, el edificio de la Universidad Pontificia, una impresionante mole desde la que se contempla el mar y todo el pueblo de Comillas. La obra fue concebida por Joan Martorell, que aplicó un estilo que mezclaba gótico y mudéjar, y luego se sumó Lluís Domènech y Montaner, quien aportó la decoración más modernista. Se alternan el ladrillo y la mampostería y cuenta con una pieza fundamental, la puerta de las Virtudes, de bronce. La función originaria del inmueble fue de seminario para la formación de sacerdotes, que dio origen a la Universidad Pontificia, que actualmente es una universidad privada de los jesuitas, con sede en Madrid. El inmueble de Comillas pertenece hoy al Gobierno cántabro a través de la Fundación Comillas y se dedica al estudio del español y de la cultura hispánica. Es posible hacer visita guiada pero sólo hasta la 1 por lo que no fuimos (sólo nos acercamos a la magnífica puerta de entrada).

En otra de las colinas de Comillas (hay varias) se extiende el antiguo cementerio de San Cristóbal. Erigido sobre una antigua iglesia y con excepcionales vistas al mar, tiene un aire tan romántico que sobrecoge. Fue proyectado por Domènech i Montaner con la intención de integrar las ruinas de la iglesia previa para enfatizar la decadencia del lugar. El abandono de la iglesia se debió a que en el siglo XVI una anciana fue obligada a dejar su asiento en la iglesia a los duques del Infantado, lo que provocó que los feligreses juraran no volver y decidieron construir una nueva, la iglesia de San Cristóbal. El símbolo del cementerio es la escultura de Josep Llimona, El Ángel guardián, de mármol, que se encuentra sobre los muros de la antigua iglesia. También destacan la puerta de entrada, de hierro forjado, el mausoleo de la familia Piélagos y el gran número de esculturas de ángeles y otros motivos religiosos por todo el cementerio. Está más cerca del centro de lo que parece y vale la pena visitarlo (gratis).
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Hicimos unas compras y nos pusimos a esperar el bus a San Vicente de la Barquera (la parada está al otro lado del aparcamiento del Palacio de Sobrellano y parece ser que es normal que se retrase mucho). Tarda en llegar a San Vicente 15 minutos y cuesta 1,45€.
San Vicente de la Barquera es el último gran centro turístico del litoral de Cantabria antes de llegar a Asturias. Se asienta entre rías y marismas, en un emplazamiento privilegiado que se ha aprovechado desde tiempos antiguos. La ciudad se extiende entre dos puentes, el de la Maza (siglo XV- por el que pasa el autobús) y el Nuevo (siglo XVIII). El primero llegó a tener 32 arcos aunque fue modificado con posterioridad. En uno de sus extremos está el Convento de San Luis en el que se hospedó Carlos V cuando llegó a España en 1517 para ser coronado. Se construyó en el siglo XV y aún conserva algo del refectorio, del claustro y gran parte de los muros. Es bastante complicado verlo. Tiene un régimen estricto de visitas y desde fuera apenas se apunta.
Lo primero que hicimos nada más llegar fue buscar un sitio donde comer. Nos decantamos por Mozucu, un local en el paseo marítimo con un menú por 10 euros. Yo pedí cocido montañés (me trajeron la sopera para que me sirviera yo y acabamos comiendo tres personas), escalope de pollo y arroz con leche. Ellos cogieron de primero el famoso sorropotún (bonito con verduras) y de segundo chipirones o sardinas.
Después de comer nos fuimos caminando hasta el Puente de la Barquera y el santuario. Según la tradición la imagen de la Virgen llegó en un barco sin tripulación. Desde entonces de guarda y se venera en la capilla y cada 14 de abril se celebran las fiestas que rememoran su aparición. La imagen de la virgen no estaba allí (más tarde la encontraríamos).
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Seguimos hasta el rompeolas y luego nos fuimos hasta el casco antiguo. El casco histórico de San Vicente de la Barquera recibe el nombre de Puebla Vieja y es conjunto histórico-artístico. Siguiendo el paseo amurallado se llega al Castillo del rey, del siglo XIII. Se construyó después de que el rey Alfonso VIII concediera los fueros a la ciudad aunque se piensa que había una construcción previa destinada a protegerse de los ataques normandos. El castillo fue restaurado y ahora alberga un pequeño museo de historia de la villa. El precio de la entrada es de 1,40€ por persona y se puede subir hasta las torres.
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El monumento más antiguo de San Vicente de la Barquera es la Iglesia de santa María de los ángeles, del siglo XIII. Tiene un claro estilo gótico montañés y está situada en un lugar estratégico, con vistas a la marisma del Pombo. Es muy grande y su torre, con aspecto de fortaleza, es un símbolo del apogeo económico de los siglos XIII y XIV. Los pináculos se añadieron en el siglo XIX. En el interior de la iglesia están los sepulcros de la familia Corro. Destaca el del inquisidor don Antonio del Corro, cubierto con una fantástica fachada renacentista de mármol en la que el personaje aparece tendido con un libro entre las manos. Alrededor de la iglesia se ven restos de la muralla, cuya primera fortificación es de tiempos de Alfonso I el Batallador (aunque ya no queda nada de ese período). Es muy bonita por fuera pero mucho más en el exterior. La entrada cuesta 1,50€. Por cierto, allí estaba la famosa Virgen de la Barquera, preparada para la fiesta, supongo.
Entre el castillo y la iglesia nos encontramos con el Palacio de la familia Corro, de estilo renacentista y hoy sede del Ayuntamiento. Muy cerca (enfrente en realidad) está la torre del Preboste, adosada a la puerta de la Berrera y donde residía el recaudador de impuestos en la Edad Media.