Con un pequeño y carísimo coche de alquiler que recogimos en el aeropuerto de Quito realizamos una pequeña ruta por el Ecuador continental, dedicando los dos primeros días al Circuito Quilotoa.
Tras pasar Latacumba, penetramos en un paisaje montañoso domesticado por el hombre. Es impresionante ver cómo cultivan en el terreno inclinado hasta lo alto de los cerros. No queda ni un centímetro sin sembrar en su entramado de parcelas que configuran un puzzle vegetal.
La aldea de Zumbahua celebra su mercado indígena los sábados y nos acercamos a los puestos que instalan en la plaza. El mercado es pequeño y no me llama especialmente la atención. Lo que sí me sigue atrayendo en todos los mercados y celebraciones andinas es la elegancia de las vestimentas.
Pocos kilómetros nos separan de la Laguna Quilotoa, uno de los más emblemáticos parajes ecuatorianos. La laguna se engloba en la Reserva Ecológica Los Ilinizas. Varios miradores cercanos al aparcamiento invitan a contemplar el paisaje. Nosotros pensábamos recorrer a pie el sendero que bordea la cresta que envuelve la laguna, pero la lluvia nos hace cambiar de planes.
Tras llenar el estómago emprendíamos rumbo a Chugchilán, aldea situada a unos 22 Km. Las vistas son preciosas por momentos, y simplemente bonitas en otros. El verde domina en un paisaje que intercala los cortados del terreno que forma el cañón del Toachi con relieves más ondulados, en los que se salpican modestas viviendas.
Al impedirnos la lluvia hacer la caminata prevista, llegamos a Chugchilán antes de lo esperado. Nos alojábamos esa noche en un hostal muy agradable con un bonito jardín y acogedoras habitaciones. Lo que yo desconocía era que por allí pululan colibríes, que nos entretenían durante un buen rato.
Merece la pena acercarse al mirador sobre el cañón del río Toachi, distante pocos kilómetros de Chugchilán.
Por el pueblo de Chugchilán nos quedamos echando un vistazo. Imágenes costumbristas ocupaban cada rincón.
Nuestra idea para el día siguiente era completar la mitad norte del circuito Quilotoa y a continuación visitar el Cotopaxi. Sólo que el gran volcán no hacía acto de presencia y decidimos dirigirnos después a Baños, que inicialmente no entraba en nuestros planes.
De Chuchilán a Sigchlos hay sólo 22 Km, pero parece un mundo, especialmente bajo la lluvia. Están realizando trabajos de pavimentación, pero todavía quedan muchos tramos de tierra. Qué locura pasar patinando por las zonas de tierra embarrada.
Si este tramo ha sido el último en ser asfaltado es por algo. El relieve acrecienta su dramatismo, configurado por abruptos barrancos que apenas pueden ser cultivados. Más verde imposible. Precioso a pesar de la lluvia.
Los verdes que creíamos imposibles de superar alcanzan un grado superlativo después de Sigchlos, cruzando el bellísimo cañón del río Toachi. Yo quería parar a cada instante.
La subida después de cruzar el río tampoco se queda atrás en belleza, por abruptos paisajes hasta ascender a 3800 m de altitud, donde domina el páramo andino. También verde, aunque menos frondoso y menos escénico.
Entre Toacaso y Saquisilí se suaviza la escenografía. Nos deja algunas bonitas imágenes, que no consiguen rivalizar con las vistas anteriormente. Desde Saquisilí hay una buena carretera para enlazar con la Panamericana cerca de Latacunga. Hasta Baños nos esperan varios kilómetros de conducción por un mundo más moderno: amplias carreteras, bulliciosas ciudades, y unos paisajes más insulsos.