En Grant Pass, ya en Oregón, dormimos en un camping de gente honrada. Esto es así porque llegamos más bien tarde y depositamos en un sobre los 32 dólares que costaba ocupar la parcela correspondiente. A la mañana siguiente, una de las dueñas se nos acercó con un sobre devolviéndonos 20 dólares, y diciendo que habíamos pagado de más. Suponemos que pensaron que era demasiado para nuestro humilde vehículo, al lado de las grandes caravanas que usa esta gente. Aprovechando el paso por núcleo urbano, sacamos dinero, echamos gasolina, compramos comida, y pusimos rumbo a la ruta de los volcanes.
Aquí no hace falta bajarse del coche ni para sacar dinero del cajero:
En base a nuestra amplia experiencia en recorrer rincones de este mundo, hemos llegado a la conclusión de que hay cuatro tipos de lugares:
-Los que no te gustan nada.
-Los bonitos pero comunes que puedes encontrar en más sitios.
-Los que te sorprenden porque te llaman la atención por algo especial.
-Los únicos y excepcionales.
El Crater Lake pertenece sin duda a este último tipo. Nuestras guías lo señalaban como el único parque nacional de Oregón, así que nos acercamos a verlo y nos quedamos con la boca abierta. Un enorme cráter volcánico, conteniendo un lago de aguas azules imposibles y con una isla que es un pequeño volcán para rematar el paisaje. Verdaderamente excepcional e imposible de encontrar en ningún otro lugar.
Crater Lake N.P. Sin palabras:
Lava y agua, una combinación fascinante:
El azul del agua no está retocado, es así:
Este simpático cervatillo se nos acercó mientras nos comíamos el bocata de turno:
En nuestra ruta entre volcanes, estaba Portland, la ciudad más importante de Oregon, aunque no la capital. Como ciudad que es, decidimos hacer noche en motel, el cual estaba nuevamente regentado por indios (de la India), como el de Los Ángeles. Se trata de una ciudad muy nueva y dinámica, con las calles recién puestas, un transporte público moderno y excelente, y sin apenas más interés para el turista que tomarse una cerveza en una de las cervecerías que están de moda o comprarse una caja de donuts en “Voodoo doughnuts”. Este es un pequeño establecimiento dónde sólo venden donuts, pero de doscientos mil tipos distintos, todos de elaboración propia. Está abierto 24 horas el día y siempre hay largas colas para comprar. Lo que más nos llamó la atención, en cambio, fue la gran cantidad de homeless que había por todo el centro de la ciudad. El lado más negativo de la sociedad americana.
Nuestra caja de donuts. Ni el mismísimo Homer Simpson podría con ellos, pero nosotros sí:
En "Deschutes brewery", donde puedes hacer la cata de diferentes cervezas:
Portland, a orillas del río Willamette, como para acordarse del nombre:
Cascada de Multnomah, junto al río Columbia y muy cerca de Portland:
El caudaloso Columbia river divide los estados de Oregon y Washington:
El segundo volcán de nuestro recorrido, ya en el estado de Washington, fue el Santa Helena, famoso por haber pegado un gran petardazo en 1980. Si sería grande la explosión, que el monte perdió 400 metros de su altura, y arrasó todos los alrededores. A pesar de la repoblación y los 35 años transcurridos, aún se pueden ver las secuelas de la devastación, tanto con tus propios ojos como en las exposiciones y documentales que te muestran en los centros de visitantes. Cuando llegamos, el volcán era invisible a nuestros ojos porque las nubes lo cubrían todo, por lo que, mientras esperábamos a ver si despejaba, nos empapamos de todas las exposiciones y documentales mencionados. El volcán recompensó nuestra paciencia, y poco a poco, las nubes se fueron disipando y dejándonos ver la cima y el impresionante cráter roto por la explosión.
Paisaje devastado por la explosión de 1980:
Así era y así quedó el volcán después de la explosión:
Tras una paciente espera, las nubes se retiraron un poco, y esto fue lo que vimos:
Lo malo de esta ruta de los volcanes es que las distancias son enormes para ir de uno a otro. Eso sí, las carreteras son buenas y los recorridos son muy pintorescos, pues está todo lleno de bosques y pequeñas propiedades muy propias de la “América profunda”. Así llegamos al último volcán, el más alto de todos, el mount Rainier, y que también se hizo con nosotros el remolón, pues también se encontraba cubierto de nubes por la mañana. Este al menos tardó menos en despejarse que el Santa Helena, y aunque no llegó a despejarse totalmente, nos permitió contemplar la cima y los glaciares que cuelgan de ella, en todo su esplendor. Una auténtica maravilla que se puede contemplar desde un punto llamado “Paradise”. Con eso está todo dicho.
Entre volcán y volcán, largas carreteras con inmensos bosques:
Paradise con marmota en primer plano (hay que fijarse):
Impresionante glaciar y cascada:
Senderos muy bien señalizados que te conducen a los lugares más increibles:
Narada falls, también en el Mount Rainier NP:
Nuestra vida diaria transcurre de forma sencilla, con nuestras escasas pero completas pertenencias: un recipiente-despensa, otro con útiles diversos, una nevera portátil, un par de sillas y nuestro colchón con las maletas perfectamente cuadradas, cual tetris. Sacamos y metemos las cajas de debajo del colchón a medida que lo necesitamos para comer, o para dormir. Menos mal que las dos mil y pico fotos que llevamos hechas, están en una pequeña tarjeta de memoria. Si tuviésemos que llevar carretes como antaño, habríamos necesitado una maleta más sin duda.
Nuestra habitación sobre ruedas:
Nuestro recipiente-despensa:
En todos los campings tienes tu mesa y bancos de madera: