Viene de
Un fin de semana en Jumilla
Acabamos de visitar Jumilla en grupo grande y en plenas Jornadas Gastronómicas en las que el vino es protagonista, con una selección de doce variedades de la tierra elegidas para la ocasión.
Los restaurantes y bares adheridos ofrecen por lo general un menú gastronómico (no menos de media docena de pequeños entrantes, plato principal, un vino de la ruta a elegir, postre y café, 30 €), un menú de tapeo (cinco tapas o pucheros + tres copas de vinos de la ruta, 12,50 €) y tapa o puchero + copa de vino (3 €) El puchero viene a ser una tapa de cuchara o una pequeña porción de un guiso local (un caldico de pavo con pelota, un gazpacho jumillano…) servido habitualmente en cuenco de barro.
En el amplio comedor con bonita decoración mural del
Restaurante San Agustín (próximo a la ermita del mismo nombre) probamos el menú maridaje. Todo muy rico pero para mí resultó excesivo en cantidad. Me disgusta que se desperdicie comida. Tenemos buen recuerdo de las croquetas de gachamigas y el gazpacho jumillano (Concisa definición de nuestro camarero: “Como el gazpacho manchego pero más rico”
) Ciertamente fue el mejor que probamos. Muy cuidada la relación de los platos con los vinos y al final, cortesía de la casa, tortas de manteca y rollicos de vino maridados con mistela de la tierra. Salimos rodando.
Tras el soberbio almuerzo, por la noche solo quedaba ánimo para alguna tapa en "la noche del puchero". Teníamos recomendación del
bar del restaurante Reyes Católicos pero no quedamos muy convencidos. Por 3 € la copa de vino más tapa se pueden hacer mejores cosas y no es de recibo que a las nueve de la noche digan que “se han terminado” dos de las tres variedades de puchero con que concurren a las jornadas. No obstante, nos aseguran nuestros amigos jumillanos que el establecimiento tiene muy buena consideración allí y esto por algo debe ser.
Por vecindad entramos luego al bar de vinos
Coimbra, de aspecto corriente, al igual que el anterior, pero bastante espacioso y donde pudimos sentarnos. Mi caldo con pelota (no fui capaz de más) era normalito pero vi circular tapas más generosas y elaboradas esta vez. Hasta hubo quien se atrevió con unos callos en puchero y quedó contento. Qué valor. Nuestro camarero fue muy atento y simpático (Prometí criticarlo y criticado queda
). Eso sí, deberían cuidar el olor del ambientador, que en el placer de comer el olfato también cuenta.
El domingo almorzamos en la
Casa Loreto y quedamos encantados de principio a fin. Además de una excelente comida, bien servida, representa una oportunidad de conocer por dentro una preciosa casa burguesa exquisitamente decorada en estilo modernista aunque de construcción anterior incluso (hacia 1780). La Casa Loreto conserva su distribución original como vivienda, de manera que las comidas se sirven en estancias exclusivas de diferentes tamaños, cada una con su particular estilo. La nuestra era perfecta para diez comensales y tenía hasta baño propio (con su bañera y todo). El pintor Eleuterio Zaragoza, quien exponía su obra en la galería superior que circunda el patio, tuvo el detalle de mostrárnosla, así como realizar para nosotros una pequeña visita guiada a través de la casa. Degustamos a continuación un menú de tapeo que nos dio pie a probar diferentes delicias de la cocina local como la “ensalada al humor de las cocineras” (Las cocineras estaban de excelente humor aquel día
), la crema de ajo negro y huevos crujientes o la tosta de secreto y pera ercolina. Esta vez las cantidades me parecieron disfrutables y adecuadas. Increíble gozar de un entorno y una comida así por 18 € / comensal vino, café, postre y mistela con dulces tradicionales incluidos. Muy bien por la amabilidad y la flexibilidad del servicio. Los más listos del grupo pidieron llevar caldo para preparar gazpachos luego en casa que las cocineras se prestaron a envasar en bolsas perfectamente cerradas. Un diez para esta casa y su gusto por el detalle.
Detalle de un corredor con vidriera y muebles de época en la hogareña Casa Loreto.
Nuestro cálido comedor en Casa Loreto.
Estoy sonriendo al recordar una ocasión, hace años, en que almorzaba yo en solitario en un restaurante en Venecia y, por entretener la espera, saqué la libreta y estuve repasando mis notas de viaje. En esto me ruega el camarero que pase a una mesa mejor y me colma de atenciones
A mis amigos, que saben de la anécdota, les dio por presentarme en este viaje como reputada crítica gastronómica. Hombre, yo creo que la guasa se notaba pero algún cuchicheo sorprendí entre el personal de cierto bar mientras miraban en nuestra dirección. El caso es que fuimos muy bien tratados en todas partes pero lo atribuyo más bien al natural amable de las gentes del Altiplano y a la ilusión por tener visitantes en estas nobles tierras, un tanto olvidadas.