PREPARACIÓN DEL VIAJE
Decidimos visitar Praga porque una amiga nuestra estaba allí de Erasmus y nos parecía buena idea hacer una escapada corta que, con su ayuda, podríamos aprovechar. Salíamos de la T1 de el Prat el lunes 12 de marzo a las 6 de la tarde con Vueling, y volvíamos el jueves con Ryanair a las 14.40h, así que teníamos dos días y algunas horas para ver Praga… todo un desafío, teniendo en cuenta que mi amigo era historiador y un apasionado del barroco. Decidimos coger la Prague Card de dos días, con el descuento de estudiante, ya que contando sólo la entrada del castillo, de las sinagogas, descuentos significativos a sitios como Strahov o Loreto y el transporte ilimitado, sobrepasábamos ya los 43€ que nos costaba la tarjeta y pensamos que sería mucho más cómodo.
Aterrizamos a eso de las 20.30h en el aeropuerto, donde nos estaba esperando nuestra amiga para llegar a nuestro alojamiento. El plan inicial era deshacernos de las maletas y volver al centro a cenar algo, ponernos al día y regresar al apartamento. Nos alojábamos a tres paradas de metro del centro y queríamos ir a dormir cuanto antes ya que al día siguiente nos esperaba un día muy ajetreado, así que finalmente decidimos aprovechar la cocina que teníamos en el apartamento, para lo que nos fue extremadamente útil que hubiera un supermercado BILLA en el mismo aeropuerto. Los precios iguales o similares que a los de cualquier otra franquicia, y tan sólo a unos metros a la derecha de las salidas del aeropuerto. Aprovechamos para comprar algunas provisiones, y compramos nuestros tickets de 90 minutos en una de las ventanillas de información turística de la terminal, por 32 CZK (1,3€), pagando con tarjeta sin problema.
Cogimos el autobús a la salida de la terminal, y fuimos hasta Nádrazí Veleslavín, donde bajamos para pasar el metro y coger la línea verde con dirección a nuestro apartamento, el White and Woody Prague Castle Apartments, situado en Pod Kastany (Praga 6). Lo encontramos a través de Booking, y la verdad es que no podíamos habernos alojado en otro sitio mejor. Pagamos 130€ por 3 noches para dos personas, era un pequeño apartamento con cocina, baño con ducha, una pequeña mesa y un gran dormitorio, dentro de un bloque de pisos delante de la parada de metro y tranvía. Tienen un sistema con buzones y códigos muy cómodo para recoger tu llave aunque llegues fuera de las horas de check-in, y también para salir tan sólo tuvimos que dejar las llaves en el apartamento e irnos. La cama era muy cómoda, todo estaba muy limpio y el sitio era muy seguro. Tan sólo un apunte: cuando llegamos, la temperatura estaba por las nubes. Bajamos el radiador, que estaba a 4, y esa noche dormimos fatal, sudando y super acalorados. Al día siguiente al abrir la ventana, vimos que había un segundo radiador al máximo… jajaja Pero totalmente recomendable, además la decoración de la habitación era muy bonita.
Amanecemos temprano y con las energías a tope, nos dirigimos al metro para llegar al centro e ir a por nuestra Prague Card para empezar a descubrir la ciudad. Puede recogerse en el aeropuerto, pero a la hora que llegamos la oficina ya estaba cerrada y teníamos que esperar hasta las 9 de la mañana para poder recogerla en la plaza vieja, así que decidimos ir hacia el puente de Carlos antes de que aquello se pusiera imposible. Bajamos en Staromestská y nada más salir, nos encontramos de cara con el Rudolfinum.
Bajamos por la orilla del río hasta llegar delante de la torre del puente de Carlos que, efectivamente, aún no estaba plagado de gente ni de vendedores pasadas las 8 de la mañana.
A pesar del día triste que se aprecia en las fotos, parecía que iba asomando el sol y no hacía frío. Después de recorrer el puente de arriba abajo, nos dirigimos hacia la plaza vieja para poder estar en la oficina de turismo bien puntuales y, a pesar de ser a penas las 9 de la mañana, los guías turísticos ya están al acecho para ofrecer sus free tours a todos los turistas. He de decir que es la ciudad europea donde más españoles se me han acercado a ofrecerme free tours. A los primeros me paraba a explicarles que tan sólo teníamos dos días y no teníamos tiempo para el tour, pero eran bastante insistentes. El último día descubrí que la mejor manera era decirles que ya me iba de la ciudad, entonces no insistían más. La verdad es que soy de las turistas que siempre hace el free tour para situarme en la ciudad y porque no soy muy entendida en historia y me gusta que me pongan en contexto para entender lo que estoy viendo, junto con las anécdotas o leyendas del país (y por lo que entendía, Praga estaba repleta de leyendas misteriosas), pero por mucho que intentamos introducir en nuestro planning el free tour, eran dos horas que nos descuadraban siempre y mi compañero ya podía ir explicándome hechos históricos, así que fue un sacrificio necesario.
Para recoger la Prague Card tan sólo tuvimos que enseñar nuestra reserva, que hicimos a través de CIVITATIS, y la chica nos escribió el día de inicio y de caducidad de la tarjeta, así como nuestro nombre y apellidos. Le preguntamos algunas dudas pendientes y con el wifi del lugar configurado, que nos iría muy bien cuando estuviéramos por el centro para poder buscar algunas direcciones, nos encaminamos hacia el barrio judío.
Teníamos entrada gratuita a todas las sinagogas excepto a la Nueva-Vieja, pero después de pensar en si valía la pena o no, decidimos no comprar la entrada puesto que era bastante cara teniendo en cuenta lo que ya habíamos pagado. Empezamos nuestro recorrido visitando la sinagoga de Maisel, sorprendentemente cerca de la plaza vieja. Para mi gusto, la más renovada por dentro y la que tiene el exterior más curioso. Aquí nos validaron la Prague card y nos dieron la entrada para todo el recorrido.
Saliendo de Maisel, seguimos recto y giramos a mano izquierda y aparecemos ya en la sala de ceremonias, desde donde vemos el final del cementerio judío, así que deshacemos un poco el camino y aparecemos en la sinagoga de Pinkas, con los 80.000 nombres escritos a mano de los judíos checos y moravos víctimas de la persecución nazi. En el piso superior hay una pequeña sala con dibujos expuestos de los niños que vivieron todo aquel desastre y, la verdad, a mí me impresionó muchísimo.
Accedemos al cementerio, sorprendentemente vacío en el momento en el que entramos, hecho que hace más lúgubre la visita. Es una pasada ver las lápidas amontonadas, sin saber dónde empiezan y acaban muchas de ellas.
Algo de lo que me acabo de dar cuenta ahora mismo y que me hace sentir muy, muy, muy estúpida, es que nada más salir del cementerio, acabas delante de la puerta de la sala de ceremonias. Eso ya lo sabíamos, porque acabábamos de visitarla. No hay problema. Salimos tan confidentes que no nos dimos cuenta que delante de nuestras narices estaba la sinagoga de Klaus. Seguimos avanzando para ir hacia la sinagoga Vieja-Nueva a preguntar por el precio, y dimos aquella zona del barrio por finiquitada y hasta ahora mismo, no me he dado cuenta de que no entramos a Klaus. Tuvimos un lapsos tan tremendo (y, sinceramente, tampoco hice una búsqueda exhaustiva de cada una de las sinagogas, metiéndolas en un saco y confiando en mirar bien el mapa una vez estuviera allí), que nunca más se supo de Klaus. Así que… ya tengo un motivo para volver a Praga
Después de este tremendo lapsus, nos dirigimos a la sinagoga española. Sin duda, la más representativa para mi gusto. La fachada y la decoración interior te dejan embobado, admirando todos los detalles. En el piso superior sigue la exposición con fotos, dibujos, poemas, etc. de judíos. También decir que en el mismo piso superior tienen unos baños públicos, que siempre va bien. Justo en la entrada también podéis ver el monumento de Frank Kafka.
Teníamos ganas de ver la sinagoga de Jerusalén, que no aparecía en el recorrido pero que nos habían dicho que merecía la visita. Desgraciadamente, estaba cerrada en temporada baja, así que nos teníamos que conformar con la fachada, pero nos dijeron que valía la pena, así que pasaríamos por delante más tarde.
Con la ignorancia de no haber visto la sinagoga de Klaus (que ya es una espinita clavada, porque pasamos literalmente por delante), dimos por finalizado el barrio judío y decidimos ir hacia el Klementinum. Al llegar, nos dijeron que teníamos que pagar en efectivo, cosa que nos trastocó un poco los planes ya que no pensábamos ir en busca de un EXCHANGE hasta por la tarde. Nuestra amiga nos había dado la dirección de uno que era fiable, ya que por el centro es prácticamente imposible conseguir un buen cambio. Pudimos comprobar cómo había algunas oficinas que tenían la poca vergüenza de hacer un cambio de 1€ = 16 CZK, o aplicar comisiones del 28% (ya íbamos preparados después de ver el vídeo en youtube de “Honest guide” -
www.youtube.com/watch?v=2zQ5j3T0v0I). El sitio está en la calle Jindrisská 12, se llama PRAHA EXCHANGE, el exterior es rojo y supimos que era ese porque tenía cola, lo que no habíamos visto en ninguno de los anteriores que habíamos entrado a mirar la tabla de cambio. Esperamos nuestro turno y conseguimos un cambio con 0% de 1€ = 25,4, así que perfecto. Antes de entrar aquí, por cierto, vimos Wenceslao ya que esta calle está justo a la derecha de Mustek, así que ya aprovechamos para recorrer la avenida. También nos desviamos un poco para encontrar el lugar, ya que íbamos con el mapa en vez de con Google y un mal giro nos hizo acabar en la cabeza giratoria de Kafka, pero así íbamos callejeando y empapándonos un poco de la ciudad.
Saliendo del Exchange, vimos una torre que parecía la de la pólvora, pero en pequeñito. Era la torre de Henry, una torre privada con un restaurante dentro. Con la Prague card teníamos descuento del 50% para visitarla, pero ya nos entraba la torre de la pólvora, así que no subimos. Pero nos había servido acabar allí ya que estábamos a una calle de la sinagoga de Jerusalén, así que giramos a la derecha y allí estaba. La verdad es que sí valía la pena verla, aunque tan solo fuera el exterior.
Volviendo hacia el centro histórico, llegamos a la torre de la Pólvora, desde donde conseguimos las primeras vistas desde las alturas de la ciudad. También entramos al hall principal de la Sala municipal, que estaba justo al lado, por chafardear un poco.
Se nos estaba haciendo ya un poco tarde, así que decidimos dejar el Klementinum para después de comer. Nuestra amiga nos había recomendado algún sitio, así que nos dirigimos a información turística para aprovechar y ver el ayuntamiento antes de ir a comer. Por cierto, tuvimos la magnífica suerte de visitar Praga cuando el reloj astronómico estaba fuera de servicio y, en su lugar, había una fantástica lona con una foto, así pues no sólo tengo que volver a Praga para ver Klaus, sino para ver el icónico reloj. El ayuntamiento sólo podíamos visitarlo con un guía, y no nos coincidían bien las horas ni para el de inglés ni para el de español, y aunque pintaba interesante, no era una prioridad, así que nos conformamos con aprovechar las magníficas vistas desde la torre del mismo.
Ahora sí, eran casi las 3 de la tarde y, a parte de hambre, necesitábamos parar un poco, así que nos dirigimos a U PARLAMENTU, justo al lado de la parada de metro de Staromestská, cerca también del Klementinum. Es un restaurante con muy buena calidad-precio. Por unos 12€ tuvimos un plato principal típico checo con una bebida, y estaba muy rico. Justo nos tocó un camarero español, fueron rápidos y simpáticos. Eso sí, no tenían wifi.
A la hora de pagar, no nos pusieron problema en pagar por separado con tarjeta de crédito, y muy sutilmente nos dijeron que el datáfono les “preguntaba” si queríamos añadir una propina, y que lo normal en Praga era dar un 10%, que en nuestro caso sería de poco más de 1€. Aproveché para preguntarle cómo calculaban después las propinas de cada uno, y me explicó que todas las propinas acaban en un “fondo” a parte de la cuenta, que dividen a partes iguales al final del día entre los camareros. Yo acepté, porque había comido bien y 1€ me parecía aceptable, pero es cierto que si no hubiera querido dar propina, por el motivo que fuera, hubiera sido un momento muy incómodo y violento pues les estas diciendo a la cara que no piensas darles ni un duro de más, que no es como pagar tu cuenta e irte sin decir nada. Lo digo porque al día siguiente me volvió a pasar, y es un momento en el que te pillan que no sabes que decir (en mi casa, que viajamos con un presupuesto bastante ajustado y mochilero).
Con las pilas recargadas y nuestras coronas en efectivo, nos dirigimos al Klementinum. Tienen visitas casa media hora, y nosotros por dos minutos no pillamos la de las 4 de la tarde, así que tuvimos que esperar y aprovechamos para visitar a Freud colgado, que estaba por ahí y que me hacía mucha gracia ver.
Hicimos la visita, que duraba unos 45 minutos, para poder ver la biblioteca, que era la razón por la que lo hicimos. Con la Prague card teníamos descuento y tuvimos que pagar 150 CZK del precio toral. La biblioteca es una pasada, aunque tiene una valla al inicio que no te permite acceder, y tienes que conformarte con verla por turnos desde la entrada. Aun así vale la pena. Tuvimos bastante debate con visitar el Klementinum o Strahov, y optamos por ver los dos. A mí, sinceramente, me impresionó mucho más el primero. Nos recalcaron que estaba prohibidísimo hacer fotos de la biblioteca, pero todo el mundo sacaba disimuladamente el móvil y cuando vieron que el guía, que estaría harto, tampoco decía nada, ya los sacaron descaradamente y hicieron fotos sin flash. Las vistas desde la torre también eran muy bonitas, aunque para subir hasta arriba tienes que subir unos escalones bastante empinados y no muy fiables, pero al ir haciendo la visita por bloques no se hace tremendamente pesado.
Salimos de allí pasadas las 5, estábamos bastante exhaustos pero no podíamos parar aún. Nos dirigimos hacia Petrin, que para nuestra desgracia tiene el funicular en desuso en esta temporada, y conscientes de la caminata que nos esperaba, enfilamos sin más dilación hacia la colina. Accedimos cruzando el puente de la legión, justo delante del Teatro nacional. Llegamos al monumento de las víctimas del comunismo, que da bastante mal rollito, y nos colamos por un atajo justo detrás del monumento.
Empezó la ascensión, que no calculé pero que duró unos 40 minutos, hasta llegar a la torre de Petrin. Entramos al laberinto de los espejos, ya que nos entraba gratis con la Prague Card, y que por fuera parecía un castillo en miniatura de Disney. Es muy pequeñito pero muy gracioso, imagino que con niños es más entretenido. Si no nos hubiera entrado gratis no creo que hubiera valido la pena pagar, pero fue un momento gracioso aunque breve. Subimos a la torre de Petrin, que también era gratis, justo cuando estaba anocheciendo. La pequeña Torre Eiffel en miniatura tiene dos pisos, el primero abierto y el segundo ya cerrado. Fue muy bonito ver Praga iluminada, pues ya la habíamos visto desde las alturas a la luz del día desde la colina. Se podía ver perfectamente la parte del río, con todos los puentes y el recinto del castillo allí mismo.
Ya de noche bajar de la colina no fue tan fácil, ya que los caminos no estaban muy iluminados y algunos tramos que habíamos acortado campo a través eran inviables sin luz. Cuando al fin llegamos abajo, volvimos al puente de Carlos, donde habíamos quedado con nuestra amiga para ir a tomar algo y descansar por fin. Eran las 7:20 y estábamos muertos, así que decidimos buscar ya un sitio para cenar. Probamos en varios lugares del centro donde nos estaba guiando, pero los dos primeros estaban a tope a pesar de ser martes y de estar un poco más escondidos que los típicos restaurantes de las calles principales, así que cansados de dar vueltas y, personalmente, siendo una enamorada de la cadena Vapiano, optamos por ir hacia el centro comercial justo delante de la cabeza de Kafka. Después de cenar y charlar, decidimos ya dar por finalizado el día, pues no podíamos ya con nuestros cuerpos, necesitábamos una buena ducha y una buena noche de descanso para enfrentarnos al siguiente día, que no iba a ser mucho más tranquilo que el que acabábamos de tener.
Emprendemos el día con la energía renovada cogiendo el metro a Malostranská y una vez allí, el tranvía número 22 que nos llevará a la parada Prazský hrad, desde donde podemos acceder al Castillo de Praga. Son las 8.30 de la mañana, la catedral abre a las 9 pero queremos llegar con tiempo para poder investigar un poco el complejo y aprovechar bien el tiempo ya que, si no, no nos va a dar tiempo para ver “el castillo gótico más grande del mundo”, ni tampoco todo lo demás que tenemos planeado para el día. Con la Prague Card nos entre el circuito B, que incluye la entrada al Old royal palace, la Basílica de san Jorge, el callejón de oro y, por supuesto, la Catedral San Vito (cuya entrada al vestíbulo es gratuita siempre). Llegar con tiempo nos permite hacer unas cuantas fotos sin gente de por medio, aunque el día hoy ha amanecido nublado y chispea de vez en cuando.
Después de admirar el impresionante interior de la Catedral, mi compi de viaje decide pagar la entrada de la capilla de la Santa cruz, para poder admirar el tesoro que guarda y el interior del lugar. Para ello paga 125 CZK, con descuento de estudiante. Yo decido esperarle, pues no tengo especial interés y prefiero no gastar más y, por suerte, la espera se me hace amena ya que coincide con el cambio de guardia de las 10 y me entretengo con el espectáculo.
Nos dirigimos hacia el Old Royal Palace, donde podemos admirar la ventana de las defenestraciones, con las que llevábamos bromeando todo el viaje. También observamos la maravillosa sala gótica de Vladislav, que fue el espacio arquitectónico laico más grande de toda la Praga medieval y que hoy en día sigue utilizándose para elecciones presidenciales o eventos estatales solemnes.
Saliendo de este palacio nos dirigimos a la pequeña Basílica de San Jorge, con la destacada fachada roja, siendo la segunda iglesia más antigua de toda la ciudad, empezándose a construir en el año 920. En la plaza de San Jorge ya se podía ver como se estaban preparando para Semana Santa, con varias casetas con adornos típicos de la festividad.
Vamos pues hacia el Callejón de Oro, gratuito después de las 5 de la tarde, y que ahora que empieza a ser media mañana está plagado de gente. Es cierto que las casitas de colores le dan un toque de cuento, pero me gustó menos de lo que creía, pues todas las casitas de la primera parte del callejón han sido transformadas en tiendas de souvenirs y para mi gusto le quita todo el encanto. Como es sabido, en la casa nº 22 vivió Frank Kafka durante un año, entre 1916 y 1917. El resto de casitas albergan exposiciones permanentes sobre la vida en el callejón en los últimos cinco siglos, recreando la vida de personas reales que vivieron en el interior de las casas desde el siglo XVI hasta los años 50 del siglo XX (excepto los alquimistas).
Accedemos a la torre Daliborka, en el extremo del callejón, usada como prisión hasta el año 1781. En la parte subterránea vemos los calabozos y una abertura circular en el suelo por donde bajaban a los prisioneros hacia la mazmorra con una polea. También se pueden observar herramientas de tortura de la época, distribuidas por las salas.
Por no ser temporada alta, los jardines del castillo están cerrados (tristemente), así que nos dirigimos hacia un mirador y procedemos a salir por un extremo del castillo, por donde aprovechamos para comprar algunos souvenirs en los puestos que encontramos y que tienen mejores precios que los que hemos encontrado hasta el momento. Los jardines del palacio de Wallenstein, gratuitos, también están cerrados, así que nos dirigimos a la misma parada de tranvía que habíamos usado para ir al castillo, y volvemos a cogerlo para ir hacia el Loreto, siendo esta vez la parada de Pohorelec donde bajamos. Al llegar, pagamos 80 CZK con un descuento del 30% gracias a la Prague Card, y entramos a uno de los lugares de Praga más importantes de peregrinación, dado que en la parte central del claustro se encuentra una réplica de la Casa de la Virgen María (la original está ubicada en Loreto, Italia). Mi compi paga el suplemento para poder hacer fotos, que controlan bastante. En una guía había leído que cerraban a medio día, pero allí ponía que abrían de 9.30h a 16h ininterrumpidamente. En la planta superior también visitamos la exposición, donde contemplamos el famoso Diamond Monstrance, con 6.222 diamantes incrustados. Aprovechamos los wc gratuitos del lugar antes de emprender el camino de nuevo.
Nuestra siguiente parada es el monasterio de Strahov, que sí cierra a medio día y que no nos da tiempo a visitar, así que adelantamos la parada para comer y descansando un poquito. Justo a la salida de Strahov, a mano derecha, encontramos un pequeño restaurante que anuncia varios menús a bien precio desde la puerta, así que decidimos quedarnos. El sitio por dentro es muy bonito, con luz ténue y algo que no llega a ser una cueva, pero que da esa impresión. El lugar se llama U Sevce Matouse, y comemos muy a gusto, con una sopa de primero, un plato principal y un Strudel de postre con un vino caliente para acompañar ese día tan gris, y ya estamos listos para visitar Strahov. Comemos por unos 12 euros cada uno, así que además de llenos, salimos contentos por nuestro bolsillo.
En el monasterio pagamos 60 CZK y es el único lugar donde nos piden el carnet de la universidad en vez de la Prague Card. Mi compi vuelve a pagar el suplemento para las fotos, y subimos unas escaleras para acceder a la tienda, por donde te obligan a pasar para acceder a un pasillo desde donde podemos contemplar, primero de todo, la sala filosófica. Me deja maravillada. Me recuerda mucho a la biblioteca del Klementinum, aunque esta sala tiene más luz y notables diferencias estructurales, pero quizá sean las estanterías altas y el color de la madera que me recuerda. Recorremos el pasillo lleno de exposiciones hasta llegar al otro extremo, donde se encuentra la sala principal y más deseada del complejo. Estoy 100% segura de que según los criterios personales la comparación entre Strahov y el Klementinum puede ser extremadamente variada, más específica según conocimientos técnicos, pero para mi gusto el Klementinum le da mil patadas a Strahov. Es más, me impresionó más la sala filosófica que la biblioteca de Strahov, peeeero como he dicho, es simplemente mi humilde sensación inexperta jajaj
Salimos del complejo para dirigirnos hacia la iglesia de San Nicolás, bajando las pendientes con unas preciosas vistar y dejando Petrin a la derecha. Llegamos al fin delante de la iglesia y vemos en la entrada dos hombres que nos señalan un cartel. La iglesia aestá cerrada entre semana y sólo la abren el fin de semana. Miramos al hombre decepcionados y nos dice: “Friday, come Friday open”. Le decimos que va a ser que Friday estamos ya no sólo de vuelta en Barcelona, sino que además trabajando y el hombre mueve los hombros como diciéndonos que quizá en otra vida la veremos. Así que con la excusa que nunca falla para volver a una ciudad, nos vamos de allí. Estamos muy cerquita del muro de John Lennon, así que nos acercamos y vemos que, como esperábamos, está lleno de gente haciéndose fotos y un artista callejero cantando los Beattles, como no podía faltar. Pasamos por la entrada de la isla de Kampa, pero decidimos ir corriendo hacia el metro para intentar llegar a tiempo al… ZOO DE PRAGA!! ¿Por qué no? Eran las 15:30h y el zoo cerraba a las 17h, pero nos entraba con la Prague Card y habíamos leído que era uno de los Zoo más chulos de Europa, así que nos vamos para allá a lo loco. Cogemos el metro hasta Nadrazi Holesovice y desde allí el autobús 112. El zoo se encuentra literalmente delante del palacio de Troja, que también estaba cerrado y no podíamos visitar, pero que al menos pudimos ver desde fuera. Realmente no tiene punto de comparación las fotos que se ven de los jardines de varano con la pinta que tenían cuando fuimos, pero aún así da pena no poder acceder. Llegamos al zoo pasadas las 4, incluso la chica de la taquilla nos dio la entrada con recelo, pensando dónde íbamos tan tarde. Ya sabíamos que era una locura y que a penas íbamos a poder ver nada, pero la alternativa era irnos al apartamento y no podíamos “desperdiciar” el viaje de esa manera. Al entrar fuimos a lo loco hacia la derecha, porque sabíamos que lo que más ilusión nos hacía era poder ver al Oso Blanco. Siguiente ese “a lo loco” plan, entramos en la zona de Indonesia. Ibamos prácticamente corriendo, pero el ambiente y la humedad del lugar nos hacían creer que habíamos cambiado de continente. Entramos a una cueva con murciélagos tan rápido que a penas vimos la señalizacioón que avisaba de que estaban sueltos. Al entrar, notábamos como nos sobrevolaban por la cabeza y, una de las anécdotas del viaje, incluso uno de ellos se nos cagó en la mano (por suerte en la mano…). Así que salimos del pabellón con la sensación de: “¿qué acaba de pasar?”. Sin saber dónde íbamos, subimos una pendiente y TACHÁN encontramos a los osos!! Me encantó y a la vez me horrorizó verlos ahí encerrados en un “tanque”. Los pobres íban de un lado para otro y cuando se topaban con el final de la tierra, daban la vuelta, como dando círculos. Eran preciosos, y la impresión general que nos dio el zoo era que todo estaba super abierto. Íbamos caminando y de golpe veías a los canguros australianos a un lado, sin vallas de por medio ni nada. Un cartel avisaba que la zona estaba electrificada si pasabas los límites del asfalto del caminito y te metías en su terreno, pero físicamente no había nada de por medio, y me imagino que esa barrera invisible que no les “encierra” es una de las cosas que hacen que este zoo esté bien considerado. Aquí ya entraría en un debate de pros y contras y de la ética de los zoo, pero eso no pertoca en esta sección.
Empezaron a anunciar que el zoo estaba cerrando y vimos que aquello era INMENSO, así que nos dimos por satisfechos habiendo podido ver lo que habíamos visto y deshicimos el camino que habíamos hecho. Intentamos ver las jirafas y los hipopótamos, que estaban en esa zona, pero nos dio la impresión de que “guardaban” a los animales, seguramente para que la gente se fuera al no haber nada que ver.
Saliendo vimos unas ocas, y al salir del recinto nos asomamos a Troja mientras esperábamos el bus de vuelta.
Ya estaba anocheciendo y decidimos acercarnos a la casa danzante, que nunca nos había quedado cerca pues está un poquito más alejada del centro. Hicimos un trasbordo de metros y salimos en la línea roja, parada Pavlova, para bajar toda una calle en dirección al río y encontrarla al fin. Realmente este edificio modernista rompe con la arquitectura que lo rodea, y si no fuera por el anuncio con un teléfono en los cristales de las “faldas”, sería mejor. Nos hacemos algunas fotos y subimos por el borde del río disfrutando una vez más de ese paisaje, hasta llegar a la altura del puente de Carlos y coger el metro para hacer una parada técnica en el apartamento. Tenemos a penas una hora para refrescarnos y salir a cenar, aprovechando que es el partido del Barça-Chelsea. Vamos a un irlandés que se encuentra en la calle Liliova, muy cerquita del Klementinum. El bar se llama O’che’s bar Prague, y podemos disfrutar de música en directo mientras tomamos una cerveza, comemos algo y vemos el partido. Descansamos así un poco después del largo día antes de dar por acabado el día y regresar para hacer las maletas para la vuelta a casa.