Emprendemos el día con la energía renovada cogiendo el metro a Malostranská y una vez allí, el tranvía número 22 que nos llevará a la parada Prazský hrad, desde donde podemos acceder al Castillo de Praga. Son las 8.30 de la mañana, la catedral abre a las 9 pero queremos llegar con tiempo para poder investigar un poco el complejo y aprovechar bien el tiempo ya que, si no, no nos va a dar tiempo para ver “el castillo gótico más grande del mundo”, ni tampoco todo lo demás que tenemos planeado para el día. Con la Prague Card nos entre el circuito B, que incluye la entrada al Old royal palace, la Basílica de san Jorge, el callejón de oro y, por supuesto, la Catedral San Vito (cuya entrada al vestíbulo es gratuita siempre). Llegar con tiempo nos permite hacer unas cuantas fotos sin gente de por medio, aunque el día hoy ha amanecido nublado y chispea de vez en cuando.



Después de admirar el impresionante interior de la Catedral, mi compi de viaje decide pagar la entrada de la capilla de la Santa cruz, para poder admirar el tesoro que guarda y el interior del lugar. Para ello paga 125 CZK, con descuento de estudiante. Yo decido esperarle, pues no tengo especial interés y prefiero no gastar más y, por suerte, la espera se me hace amena ya que coincide con el cambio de guardia de las 10 y me entretengo con el espectáculo.
Nos dirigimos hacia el Old Royal Palace, donde podemos admirar la ventana de las defenestraciones, con las que llevábamos bromeando todo el viaje. También observamos la maravillosa sala gótica de Vladislav, que fue el espacio arquitectónico laico más grande de toda la Praga medieval y que hoy en día sigue utilizándose para elecciones presidenciales o eventos estatales solemnes.
Saliendo de este palacio nos dirigimos a la pequeña Basílica de San Jorge, con la destacada fachada roja, siendo la segunda iglesia más antigua de toda la ciudad, empezándose a construir en el año 920. En la plaza de San Jorge ya se podía ver como se estaban preparando para Semana Santa, con varias casetas con adornos típicos de la festividad.
Vamos pues hacia el Callejón de Oro, gratuito después de las 5 de la tarde, y que ahora que empieza a ser media mañana está plagado de gente. Es cierto que las casitas de colores le dan un toque de cuento, pero me gustó menos de lo que creía, pues todas las casitas de la primera parte del callejón han sido transformadas en tiendas de souvenirs y para mi gusto le quita todo el encanto. Como es sabido, en la casa nº 22 vivió Frank Kafka durante un año, entre 1916 y 1917. El resto de casitas albergan exposiciones permanentes sobre la vida en el callejón en los últimos cinco siglos, recreando la vida de personas reales que vivieron en el interior de las casas desde el siglo XVI hasta los años 50 del siglo XX (excepto los alquimistas).
Accedemos a la torre Daliborka, en el extremo del callejón, usada como prisión hasta el año 1781. En la parte subterránea vemos los calabozos y una abertura circular en el suelo por donde bajaban a los prisioneros hacia la mazmorra con una polea. También se pueden observar herramientas de tortura de la época, distribuidas por las salas.
Por no ser temporada alta, los jardines del castillo están cerrados (tristemente), así que nos dirigimos hacia un mirador y procedemos a salir por un extremo del castillo, por donde aprovechamos para comprar algunos souvenirs en los puestos que encontramos y que tienen mejores precios que los que hemos encontrado hasta el momento. Los jardines del palacio de Wallenstein, gratuitos, también están cerrados, así que nos dirigimos a la misma parada de tranvía que habíamos usado para ir al castillo, y volvemos a cogerlo para ir hacia el Loreto, siendo esta vez la parada de Pohorelec donde bajamos. Al llegar, pagamos 80 CZK con un descuento del 30% gracias a la Prague Card, y entramos a uno de los lugares de Praga más importantes de peregrinación, dado que en la parte central del claustro se encuentra una réplica de la Casa de la Virgen María (la original está ubicada en Loreto, Italia). Mi compi paga el suplemento para poder hacer fotos, que controlan bastante. En una guía había leído que cerraban a medio día, pero allí ponía que abrían de 9.30h a 16h ininterrumpidamente. En la planta superior también visitamos la exposición, donde contemplamos el famoso Diamond Monstrance, con 6.222 diamantes incrustados. Aprovechamos los wc gratuitos del lugar antes de emprender el camino de nuevo.
Nuestra siguiente parada es el monasterio de Strahov, que sí cierra a medio día y que no nos da tiempo a visitar, así que adelantamos la parada para comer y descansando un poquito. Justo a la salida de Strahov, a mano derecha, encontramos un pequeño restaurante que anuncia varios menús a bien precio desde la puerta, así que decidimos quedarnos. El sitio por dentro es muy bonito, con luz ténue y algo que no llega a ser una cueva, pero que da esa impresión. El lugar se llama U Sevce Matouse, y comemos muy a gusto, con una sopa de primero, un plato principal y un Strudel de postre con un vino caliente para acompañar ese día tan gris, y ya estamos listos para visitar Strahov. Comemos por unos 12 euros cada uno, así que además de llenos, salimos contentos por nuestro bolsillo.
En el monasterio pagamos 60 CZK y es el único lugar donde nos piden el carnet de la universidad en vez de la Prague Card. Mi compi vuelve a pagar el suplemento para las fotos, y subimos unas escaleras para acceder a la tienda, por donde te obligan a pasar para acceder a un pasillo desde donde podemos contemplar, primero de todo, la sala filosófica. Me deja maravillada. Me recuerda mucho a la biblioteca del Klementinum, aunque esta sala tiene más luz y notables diferencias estructurales, pero quizá sean las estanterías altas y el color de la madera que me recuerda. Recorremos el pasillo lleno de exposiciones hasta llegar al otro extremo, donde se encuentra la sala principal y más deseada del complejo. Estoy 100% segura de que según los criterios personales la comparación entre Strahov y el Klementinum puede ser extremadamente variada, más específica según conocimientos técnicos, pero para mi gusto el Klementinum le da mil patadas a Strahov. Es más, me impresionó más la sala filosófica que la biblioteca de Strahov, peeeero como he dicho, es simplemente mi humilde sensación inexperta jajaj

Salimos del complejo para dirigirnos hacia la iglesia de San Nicolás, bajando las pendientes con unas preciosas vistar y dejando Petrin a la derecha. Llegamos al fin delante de la iglesia y vemos en la entrada dos hombres que nos señalan un cartel. La iglesia aestá cerrada entre semana y sólo la abren el fin de semana. Miramos al hombre decepcionados y nos dice: “Friday, come Friday open”. Le decimos que va a ser que Friday estamos ya no sólo de vuelta en Barcelona, sino que además trabajando y el hombre mueve los hombros como diciéndonos que quizá en otra vida la veremos. Así que con la excusa que nunca falla para volver a una ciudad, nos vamos de allí. Estamos muy cerquita del muro de John Lennon, así que nos acercamos y vemos que, como esperábamos, está lleno de gente haciéndose fotos y un artista callejero cantando los Beattles, como no podía faltar. Pasamos por la entrada de la isla de Kampa, pero decidimos ir corriendo hacia el metro para intentar llegar a tiempo al… ZOO DE PRAGA!! ¿Por qué no? Eran las 15:30h y el zoo cerraba a las 17h, pero nos entraba con la Prague Card y habíamos leído que era uno de los Zoo más chulos de Europa, así que nos vamos para allá a lo loco. Cogemos el metro hasta Nadrazi Holesovice y desde allí el autobús 112. El zoo se encuentra literalmente delante del palacio de Troja, que también estaba cerrado y no podíamos visitar, pero que al menos pudimos ver desde fuera. Realmente no tiene punto de comparación las fotos que se ven de los jardines de varano con la pinta que tenían cuando fuimos, pero aún así da pena no poder acceder. Llegamos al zoo pasadas las 4, incluso la chica de la taquilla nos dio la entrada con recelo, pensando dónde íbamos tan tarde. Ya sabíamos que era una locura y que a penas íbamos a poder ver nada, pero la alternativa era irnos al apartamento y no podíamos “desperdiciar” el viaje de esa manera. Al entrar fuimos a lo loco hacia la derecha, porque sabíamos que lo que más ilusión nos hacía era poder ver al Oso Blanco. Siguiente ese “a lo loco” plan, entramos en la zona de Indonesia. Ibamos prácticamente corriendo, pero el ambiente y la humedad del lugar nos hacían creer que habíamos cambiado de continente. Entramos a una cueva con murciélagos tan rápido que a penas vimos la señalizacioón que avisaba de que estaban sueltos. Al entrar, notábamos como nos sobrevolaban por la cabeza y, una de las anécdotas del viaje, incluso uno de ellos se nos cagó en la mano (por suerte en la mano…). Así que salimos del pabellón con la sensación de: “¿qué acaba de pasar?”. Sin saber dónde íbamos, subimos una pendiente y TACHÁN encontramos a los osos!! Me encantó y a la vez me horrorizó verlos ahí encerrados en un “tanque”. Los pobres íban de un lado para otro y cuando se topaban con el final de la tierra, daban la vuelta, como dando círculos. Eran preciosos, y la impresión general que nos dio el zoo era que todo estaba super abierto. Íbamos caminando y de golpe veías a los canguros australianos a un lado, sin vallas de por medio ni nada. Un cartel avisaba que la zona estaba electrificada si pasabas los límites del asfalto del caminito y te metías en su terreno, pero físicamente no había nada de por medio, y me imagino que esa barrera invisible que no les “encierra” es una de las cosas que hacen que este zoo esté bien considerado. Aquí ya entraría en un debate de pros y contras y de la ética de los zoo, pero eso no pertoca en esta sección.

Empezaron a anunciar que el zoo estaba cerrando y vimos que aquello era INMENSO, así que nos dimos por satisfechos habiendo podido ver lo que habíamos visto y deshicimos el camino que habíamos hecho. Intentamos ver las jirafas y los hipopótamos, que estaban en esa zona, pero nos dio la impresión de que “guardaban” a los animales, seguramente para que la gente se fuera al no haber nada que ver.
Saliendo vimos unas ocas, y al salir del recinto nos asomamos a Troja mientras esperábamos el bus de vuelta.
Ya estaba anocheciendo y decidimos acercarnos a la casa danzante, que nunca nos había quedado cerca pues está un poquito más alejada del centro. Hicimos un trasbordo de metros y salimos en la línea roja, parada Pavlova, para bajar toda una calle en dirección al río y encontrarla al fin. Realmente este edificio modernista rompe con la arquitectura que lo rodea, y si no fuera por el anuncio con un teléfono en los cristales de las “faldas”, sería mejor. Nos hacemos algunas fotos y subimos por el borde del río disfrutando una vez más de ese paisaje, hasta llegar a la altura del puente de Carlos y coger el metro para hacer una parada técnica en el apartamento. Tenemos a penas una hora para refrescarnos y salir a cenar, aprovechando que es el partido del Barça-Chelsea. Vamos a un irlandés que se encuentra en la calle Liliova, muy cerquita del Klementinum. El bar se llama O’che’s bar Prague, y podemos disfrutar de música en directo mientras tomamos una cerveza, comemos algo y vemos el partido. Descansamos así un poco después del largo día antes de dar por acabado el día y regresar para hacer las maletas para la vuelta a casa.