Toca madrugar. Todavía estamos con la empanada horaria, pero la predisposición es distinta a la de ayer. A las 8 estamos quitándonos las legañas y subiendo a desayunar. El restaurante está en un 10º piso junto a la piscina. Buffet de comida thai y algo de europea (salchichas, bacon, huevos revueltos). Cogemos de nuevo el Skytrain, nuestro hotel, el I Residence Silom, está al lado de la estación Chong Nonsi, que tailandés significa…bueno cogemos el Skytrain hasta el muelle para allí coger el barco que nos llevará hasta Chinatown. Allí contratamos una lancha de proa larga que nos dará un paseo por los canales.
Llegamos a un acuerdo para ver una granja de orquídeas y un templo por unos 1.200 bahts cada uno o sea 30 euros. Pensábamos que por los canales que pasáramos habría algún mercado flotante pero no. El recorrido consistía en ir un trozo por el río Chao Praya y luego nos metíamos por unos canales en donde lo único que vimos fueron casas destartaladas al borde de los canales, mucha mierda en el agua, y algún que otro templo o escuela.
Lo único digno de mencionar fue una especie de dragón o lagarto que iba nadando, que tenía pinta de que si te caías al agua te comía hasta los empastes. Tras una hora de ir por los canales, y no ver nada interesante llegamos a la granja de orquídeas. Nos consuela ver que no somos los únicos tontos y que hay seis o siete rubios anglosajones en la misma granja. Debía haber como dos o tres orquídeas en flor y el resto únicamente eran hojas verdes.
Pues ala, eso es todo. Nos tomamos dos cokes, 40 bahts, y de vuelta a la lancha. La vuela es lo mismo pero por otro canal y con distinta mierda, con otras casas destartaladas y con casas ya caídas. Al poco de volver al río paramos en un muelle que da acceso al Wat Arun.
El conductor nos advierte que tenemos 10 minutos para verlo. ¡Será desgraciado el tío! Nos dio tiempo a darnos una vuelta, hacernos la foto, y comprar agua. No se nos ocurrió entrar porque lo mismo el fulano se larga, nos deja allí y tenemos que soltar otros 30 eurazos para que nos lleven a la otra orilla. Desembarcamos del “maravilloso” crucero de placer en Chinatown. Si Bangkok de por sí es un caos, Chinatown es Madrid, Barcelona, México D.F. y Bangkok metidos en cinco metros cuadrados. Nos metemos en un mercado atestado de gente. La calle no tendría más de cuatro metros de ancho y por allí entraban las motos cargadas con cajas, sacos, etc, como si tal cosa. Andabas listo o te cogían, te echaban a la moto y te vendían a granel. Por mí novia no sacarían mucho al peso pero por mí sacarían para vivir tres generaciones. Nos perdemos. No sabemos salir de aquel infierno todo lleno de ojos rasgados que no hacen más que decirte “hello, hello”, a la vez que te señalan sus productos, bisutería, comida, zapatos, bolsos, camisetas, souvenirs, etc. Tras esquivar a siete motoristas-repartidores-suicidas, damos con la calle principal. Una calle con unas aceras minúsculas, de hecho nos movíamos casi siempre por la calzada. Una calle donde de las fachadas sobresalían carteles a cada cual más grande, todos en letras chinas. Al igual que en toda Tailandia los cableados son alucinantes. Cientos miles de cables colgando de un poste a otro. Me imagino que el día que haya una avería eléctrica llamarán al ejército. Llegamos a una calle en la que predominan las tiendas dedicadas a la compra-venta de oro. Con lo barato que es todo aquí bien un gitano y se vuelve loco, se lleva hasta los pomos de las puertas. Aún llegando a la calle principal seguimos perdidos, así que cogemos un taxi que nos lleve al Wat Pho, en donde se encuentra el famoso Buda reclinado, tumbado o echado.
Una estatua de un buda echado la siesta de 46 metros de largo y 15 de alto. Porque si fueran 46 de alto y 15 de largo estaría de pie. Las fotos son imposible que salgan perfectas porque al ser tan largo el final del buda sale oscuro, así que haremos un corta y pega de dos fotos y listo. Una vez llegas a los pies del buda regresamos por la parte de atrás del buda (que mal ha sonado) y venden unos cuencos por 20 bahts con monedas, que se van echando en unos cuencos situados en la pared a lo largo del pasillo.
Una moneda por cuenco para que te de suerte y que el buda te ayude en tus quehaceres diarios. Se me olvidaba, antes de entrar se nos acercó un tuktukero. El “buen” hombre nos dijo que a las 13:30 cerraban el templo, pero que él nos podía dar una vuelta y enseñarnos muchas cosas bonitas de Bangkok. Yo le dije que me iba a arriesgar y me iba a acercar a la puerta por si estuviera abierto, total eran 20 metros lo que teníamos que andar. ¡Qué suerte la nuestra! El templo estaba abierto, como me imaginaba. En todos los foros y guías es uno de los timos más frecuentes que cuentan: “Temple is closed” Estábamos hechos polvo y con ganas de terminar el templo del buda espanzurrado para ir a echar una siesta, sobre todo mi novia que estaba cansada, muy cansada, hipercansada, SUPERCANSADA. Pero, ¡oh sorpresa!, una vez en la calle mi novia debió ver u oír un buda que le dijo algo e hizo desaparecer el cansancio en ella. Nos disponíamos a coger un taxi hacia el hotel, ya eran las 15:00, cuando apareció el buda reencarnado en tuktukero. Traudzco: “Os llevo a ver al Buda de la Suerte, luego a una joyería, (zafiros, rubíes, esmeraldas y plásticos), luego a la mejor casa de trajes a medida y para terminar os dejo en el MBK (los grandes almacenes), y todo ello por la increíble cifra de 30 bahts los dos” . Yo convencido de que mi chica diría que no, sigo caminando en busca de un taxi al hotel. Pero no, mi novia dice que ya que estamos en Bangkok, que hay que aprovechar. Evidentemente es mi novia y la quiero un montón, por eso seguimos juntos, porque esto me lo hace un amigo y me voy a esperarle con un mojito a la piscina del hotel. No sé si esto considerarlo un timo o varios timos, el caso es que allá fuimos. Primera parada. Buda de la Suerte, Lucky Buda. Un templo semejante a los muchos que hay por Bangkok. A la puerta se encontraba un monje de los de túnica naranja escribiendo algo o llevando la contabilidad de los donativos. Nos invita a pasar. Según nos estamos descalzando ( a los templos hay que entrar descalzo ), nos aparece el primer actor secundario. “Coño, ¿qué tal?, ¿venís a ver al Buda de la Suerte? ¿De dónde sois?” “Somos dos pringadillos de España” “Hombre, España, Campeones del Mundo. Pues Bangkok es muy bonito, pero si queréis comprar joyas buenas buenas, id a The Oscars, son los mejores. Tienen zafiros, esmeraldas, rubies… (¿Dónde había oído yo eso?), mira, mira, yo me he comprado uno.” Nos enseña un anillo con un rubí más falso que Tita Cervera. Entramos en el templo vacío por completo. Dentro había un buda de plástico que no era ni dorado. Ante tal panorama nos vamos. Antes de salir entra en escena el segundo actor secundario. Vestido más o menos elegante nos saluda: “Hola, ¿de dónde sois?” “De España (si ya lo sabes porque te lo ha dicho el otro, ¿pa qué preguntas?) “¡España!, Campeones del Mundo. Yo soy abogado en Phuket, y estoy de luna de miel y mañana me voy a Australia. Pero si queréis joyas, ir a The Oscars, es lo mejor. Yo me he comprado un rubí que flipa en colores (Nota: la traducción puede no ser literal) , mira, mira” Yo creo que es el mismo anillo que tenía el otro pollo o parecido, “y si quieres trajes a medida iros a esta otra tienda”. Desgraciadamente no recuerdo el nombre de la tienda, lo siento. Volvemos con nuestro amigo tuktukero, que durante el trayecto nos repitió 87 veces: “Vosotros mirad, compréis o no compréis. 15 ó 20 minutos. Gasolina gratis para mí.” Siguiente estación: la famosa The Oscars. Según llegamos a la puerta nos recibe una especie de botones que nos abre la puerta como si fuéramos a gastarnos 1000 euros cada uno. En ese momento me siento cual traficante de armas que va a ver el género. Entramos en la tienda y había como siete u ocho dependientas esperándonos, la tienda vacía. Tras mirar las esmeraldas y zafiros y demás piedras preciosas, y hacer ver que no habíamos visto nada igual en nuestra vida, volvimos al dichoso tuk-tuk. Subimos, y nos vuelve a repetir la misma cantinela: “Mirar, comprar o no comprar…”Que siiiii, pesado. En la tienda de los trajes nos recibe un dependiente que parece estar sacado de una película de Bollywood. Cola de caballo, con tres pelos cayéndole por la cara, barba de tres días, y camisa y vaqueros ajustados. No era el prototipo de dependiente que tenemos en España, más bien de relaciones públicas de una discoteca. Nos sienta en una mesa y empieza a sacarnos catálogos de trajes para chico y para chica. Bueno, trajes, camisas, corbatas, calcetines y tangas. No sé por qué, ni cómo, el caso es que cuando me quiero dar cuenta me encuentro mirando telas para hacerme 3 camisas a medida por 70 euros, y mi novia haciendo lo propio con un vestido que había visto en el catálogo. Salimos del trance y de la tienda tras estar casi media hora mirando catálogos. Hasta las narices de ir de compras con el tuk-tuk, le decimos al tuktukero que no hace falta que vayamos al MBK, que total ya había conseguido su gasolina y nosotros ya estábamos cansados, y le pedimos que nos lleve al hotel. La respuesta es que está muy lejos y que cojamos un taxi. Estuve a punto de volcarle el trasto del demonio. Por 1 euro nos lleva un taxi al hotel. Hotel dulce hotel. Siesta hasta la hora de cenar. Esa noche vamos a cenar a un italiano que nos recomienda la guía el Scoozi. Encontramos el restaurante y nos damos cuenta que tenemos que adelantar horarios. Llegamos a las 22:00 y a las 22:30 cierran, así que cuando llegamos salían las únicas 3 personas que había y jodíamos a los 6 camareros que había. La cena fue de la siguiente manera: carta, pizza, comer, cuenta y adios. Todo en 7 minutos y 22 segundos. Tras la cena-express. Cogemos un taxi que nos lleva al Lebua State Tower, un hotel de 250 metros de altura en donde se encuentra el Sirocco en su azotea, un bar de copas desde el que se ve todo Bangkok o casi todo. En el hotel se encuentran alojados unos amigos de luna de miel, pero no logramos localizarlos. Probamos suerte por si se encuentran en el Sirocco. Al bajar del taxi nos recibe una thai muy elegante que me dice que dónde vamos. “Al Sirocco, hija, a tomarnos unos pelotazos” Nos mira de arriba abajo y me dice: “Don´t chanclas, sorry. Buy shoes y Patpong Market” Ni a mi me gusta tu cara, vete a la mierda. O sea que me hago tropecientos mil kilómetros y vengo con las piernas destrozadas para que me aparezca la primera recepcionista de tres al cuarto y me diga que no le gustan mis chanclas, pues bien bonitas que son, me costaron 24 euros en la Puerta del Sol, 24x40= ¡¡940 bahts!! A falta de copas bueno es un masaje tailandés a 300 bahts la hora. El ritual comienza por el lavado de pies. Menos mal que me había duchado antes de salir que sino el masaje se lo tengo que hacer yo a la chica, pero cardiaco. Me quito las chanclas y la chica no puede reprimir su comentario: “Por buda, ¡que chanclas más bonitas!” “¿A que sí?, pues en un bar no me han dejado entrar con ellas”. El lavado de pies nos produce a los dos cosquillas y nos reímos como niños pequeños. Nos dan unas zapatillas y nos suben a una habitación llena de colchones en el suelo y separados por cortinas de mimbre. Nos ponen en dos colchones pero sin separar por la cortinas y aparecen las dos masajistas que nos mandan tumbar boca arriba (mouth-up). Todo esto bajo una luz muy tenue y una música relajante. A medida que pasa el tiempo las caricias se vuelven golpes, pero golpes fuertes y apretujones en muslos, rodillas, brazos, etc. Mouth-down, boca abajo. Lo mismo que lo anterior pero mirando abajo y mordiendo la almohada. En un momento dado mi masajista se pone de la siguiente manera: rodillas en mis glúteos o nalgas y puños en mis hombros y haciendo presión. Pensé que tenía que hacer el resto del viaje en silla de ruedas. Después de una hora con más golpes que una película de Steven Seagal, salimos como nuevos. Logramos hablar con nuestros amigos y quedamos con ellos a la puerta del hotel para tomar algo en su habitación. ¡Qué alegría!, alguien con quien hablar español y contarles que no hemos pasado más calor en nuestras vidas, que el viaje ha sido matador y que no me han dejado pasar con mis superchanclas al Sirocco. Entramos en el hotel esta vez sin problemas ya que íbamos con clientes. Yo me descalzo y doy palmas con mis chanclas delante de todo miembro del personal con el que me cruzo. Nuestros amigos se encuentran alojados en el piso 53 del hotel. Yo no es que sea un experto viajero, ni tengo mucho mundo, pero habitación como aquella no la había visto en mis 36 años. Algún apartamento si había visto parecido. Y unas vistas desde la terraza espectaculares. Todo Bangkok iluminado delante nuestro y a los pies del hotel el río Chao Praya, que de noche es más bonito porque no se ve la mierda. Mires por donde mires se pierde la vista mirando lucecitas.
Nos acompañan a ver la piscina, que aunque esté cerrada se puede ver y es impresionante. La piscina pasa literalmente por debajo del hotel y sobresale de la base unos 4 ó 5 metros. Te estas bañando y encima tuya tienes una torre que impone. De hecho mis amigos nos contaron que a la entrada te hacen firmar un papel que exculpa de cualquier responsabilidad al hotel si te da por asomarte más de lo debido por la barandilla de la terraza, es decir que si intentas tirarte a la piscina desde el piso 53 y el salto no sale como esperabas, el hotel se lava las manos, en la piscina por supuesto. “¿Taxi?” “Sí, al hotel, que mañana partimos al norte, pero 100 bahts, no más”