El día de transición entre costa y costa, y entre la tercera entrada y salida de Montevideo, da para unas letras y unas cuantas imágenes.
Cruzamos el parque del Prado hasta llegar a la altura de un árbol al lado del arroyo Miguelete, donde eludimos los restos de un ritual nocturno de macumba sobre la hierba. Se intuye el rito a la luz de luna bajo las ramas de las araucarias australianas tocando las estrellas.
El rodeo, bordeando el jardín japonés del espacio Barradas, nos lleva al pie del puente sobre el Miguelete que cruza al lado del cantegril. En ese punto, en lugar de cruzar, giramos siguiendo la valla de los jardines en dirección a la Avenida Millán por la calle Pierre Fossey, a la que va a dar el puente.
Un tramo de la valla está vencido por un poderoso árbol caido, y en esa calle, el contraste entre mansiones señoriales y chabolas, es contradictorio.
Camino al Parque Posadas, al llegar a Millán me detengo bajo una escultura androide, porque me llaman la atención unos obreros sudando a pico y pala en unas obras al otro lado de la calle, pero sin quitarle el ojo de encima a los churrascos que han dejado asándose para la hora de comer, en una barbacoa pegada a la pared, bajo la pintada de una hinchada de un equipo de fútbol insultando a la del equipo rival.
Más adelante, en la entrada a los jardincillos entre los bloques, un cartel advierte que no se permiten hurgadores en ese complejo residencial.
Los 10 bloques de 6 o 7 torres de 13 a 15 pisos cada uno, siguen ahí, recortados contra la señorial mansión de la familia Posadas, ahora una casona para los alrededor de los diez mil vecinos residentes.
Este conjunto residencial del barrio de Aires Puros, fue levantado en los 70 dentro de los terrenos del parque, que a mediados de los 50 habían sido vendidos por la familia a una de las empresas de un personaje que veremos en una etapa siguiente, Don Francisco Piria. Una década después, fueron revendidos a un banco, que haciendo gala del talante “social” de este tipo de instituciones, no dudó en iniciar una tala despiadada de árboles que aniquiló a ejemplares ancianos y únicos.
A pie de calle, en los bajos de los bloques, los vecinos disponen de un hipermercado, tiendas, escuela, restaurantes, gimnasio, ... El Parque Posadas se autogobierna por una asamblea central, formada por un vecino representante de cada torre, cada una de las cuales tiene a su vez, un gobierno autónomo constituido por tres integrantes.
Agarramos bus al Paso Molina, buscando una ferreteria llamada “gemini”, en el barrio de Belvedere o La teja, no se muy bien. La avenida agraciada está concurrida y damos vueltas y vueltas. Al volver al bus para ir a casa, quedan retenidas algunas imágenes.
A la tarde, la pateada de la mañana nos deja en casa preparando algo de la ruta a la costa atlántica, y en un mano a mano culinario, a nuestra tortilla española con guiño uruguayo de chorizo picado, Silvia empata el partido con un pollo bailarín a la mostaza y limón, con papas y tomillo, que degustaremos a la noche. A la hora del mate, aterriza Leo. Yo acompaño con cerveza, porque el mate me produce espasmos faciales, y todos somos acompañados por la película “Ruido”, una de las que compramos días atrás en un videoclub de Pocitos, y que me sorprende al presentar una leve excepción con el resto de films uruguayos: tiene golpes de humor!
La filmografía uruguaya tiene una característica general: no hay película alguna en la que puedas partirte el pecho de risa. Como mucho, una sonrisilla cada 10 films por algún gag marciano, o algún otro de reirte por no llorar. Había visto buenas películas como “Mal día para pescar”, “El baño del Papa”, “Whisky”, “Paisito”, “25 watts”, “La perrera”, o “La cáscara”, pero después de ver la de hoy, se reafirma mi opinión sobre el cine uruguayo: siempre te deja una agridulce sensación de pesadumbre. En casi la totalidad de las películas uruguayas que he visto, existe un trasfondo amargo, una desazón de resignación, como revela la denominación de Paisito a un país. Eso sí, cada cierto tiempo, ua feliz victora deportiva, hace campeona del mundo a Uruguay. A pesar de eso, los personajes de las películas uruguayas, siguen destilando una sensación tristona de irremediable destino, porque en Uruguay ... solo hay vacas. Maravilloso y comodón pueblo charrua. Que no se enfade nadie, como dice el refrán, "en todas partes cuecen habas".