Transcribo el único párrafo escrito entre fotos, de una parte del folleto de Punta del Este que te proporcionan en la oficina de Información del Ministerio de Turismo de Uruguay: “Punta del Este es el principal balneario de turismo residencial del Atlántico Sur. Sus emprendimientos de alojamientos cuentan con las sofisticadas “amenities”. Casas de campo, en amplios predios próximas al mar, acompañan a una completa oferta hotelera. Todo en un entorno armónico con la naturaleza y paisajes inolvidables. A ello se suman las reconocidas seguridades que caracterizan a Uruguay, que dan garantías para una segura inversión inmobiliaria.
En una de las caras del anverso del doble tríptico, entre las fotos de un solomillo de un palmo, se ve un cheff con su cilíndrico gorro en forma de pantalla de lámpara en la cabeza, echándole marisco a una paella. Encima, al lado de una foto de tres copas de champagne con tres platos minimalistas sobre una mesa con fondo de yates en el mar, te habla de la gastronomía del lugar, en la que además del plato típico del país, la parrillada, puede usted disfrutar de una gran variedad de productos del mar, preparados de forma excelente por reconocidos cheffs internacionales.
En otra de las caras, en la parte superior, te explica sobre la oferta de las reconocidas mundialmente artesanías uruguayas, entre las que destacan las elaboraciones en madera, hueso, cuero, lana y piedras semipreciosas; en la parte inferior te explica en un pie de foto sobre los observatorios para el avistamiento de las visitas de la ballena Franca Austral, entre los meses de julio y noviembre. En la tercera y última cara te habla, también con la ayuda visual de un par de fotos, sobre los servicios a los cruceristas que ofrece el nuevo muelle de La Pastora, con sendero exclusivo y living para 300 pasajeros.
En el reverso, las tres caras del tríptico te sugieren los puntos de interés para realizar un circuito turístico. Por este orden, el puerto deportivo; el faro en la zona peninsular, construido en 1860; la parroquia de Nuestra señora de la Candelaria, frente al faro; la plazoleta Gran Bretaña en la Rambla de circunvalación, en la que está establecido el límite entre el Río de la Plata y el oceano Atlántico; la imagen de Nuestra Señora de la Candelaria; la Plaza Artigas tambien llamada de los artesanos, donde en unas carpas tienen instalados sus puestos de artesanía de forma permanente; la Avenida Gorlero, vía donde se concentran comercios, restaurantes, bancos, casinos y slots; el Paseo de las Américas en la Playa Brava, en cuya arena se encuentra la escultura más representativa de Punta del Este, las últimas falanges de los dedos de una mano; y por último la Calle 20 o Fashion Road, donde el redactado cuenta que en un entorno privilegiado, siete glamurosas cuadras constituyen un paseo obligado.
El trayecto del bus desde Piriápolis es corto, dependiendo del recorrido y servicio, te puede llevar como mucho 1'30 h. El nuestro, realiza algunas paradas, antes de estacionar en la antesala de Punta del Este, la más modesta ciudad anexa de Maldonado, aviso de que quedan 15 minutos para llegar a los rascacielos que rodean la terminal de destino. Frente a ella, te recibe la playa, y uno de los puntos descritos por el folleto turístico: los dedos con uñas con buena pedicura, saliendo de la arena de la playa brava. Como no, cruzamos la avenida que nos separa para captar tan tremendo encuentro, y tras la emoción, cruzo hasta un garito esquinero frente a la escultura, y tras mirar la carta expuesta en la entrada, con la intención de saciar la sed y el apetito, decidimos dejar que aumenten un poco más, ante los glamurosos precios de lass pizzas y las litronas de cerveza.


Aunque la bienvestida y amable señora de la oficina de información turística de la terminal nos dice que está lejiiiisimos, y se me queda mirando con cara de espanto y lástima, cuando tras señalarme en un mapa la ubicación del hotel e indicarme la situación de la parada de taxis, le digo que al dia siguiente nos marchamos a Valizas y le pregunto que cuanto hay caminando o donde agarrar el autobús para llegar hasta el establecimiento, la dejamos con su perplejidad, y comenzamos a andar por la Avenida Gorlero, otro de los puntos de interés del circuito del folleto de turismo por sus bancos, sus rascacielos, sus tiendas, sus restaurantes y sus precios. A cuatro cuadras, unos 10 minutos a pie, llegamos a la plaza Artigas, llamada de los Artesanos, donde tengo intención de visitar a un cuchillero artesano, instalado en uno de los puestos. En un rincón, encuentro un expositor con 5 o 6 cuchillos tipo criollo rodeados de certificados de premios varios, pero no al tipo. Como me inclino a observarlos, se acerca el del puesto de al lado, y me informa que el artesano ha salido, pero que el me los puede mostrar. Agarro una pieza que me llama la atención, con un excelente trabajo y corte, y responde a mi pregunta sobre su precio, con un “alrededor de 200 dólares, porque es reconocido y con muchos premios”. Es bueno y bonito, pero no compro, y me despido.
Llegamos a la punta peninsular donde esta el hotel, unos 20 minutos de caminata después, momento cumbre en el que pienso que a la señora de información turística le daría un infarto si supiese que hemos llegado caminando desde su oficina en la terminal. El hotel smalleast, está situado en una ajardinada y cuidada plazoleta, donde convive con el erguido faro de enfrente, la bella parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria de la esquina, y una estación meteorológica en el centro de la plaza.
La segunda vocal A del nombre del hotel, le sobra, para que la habitación que nos dan le haga honor. No es realmente una habitación sino una cama doble con baño, que no deja lugar a unas mesitas a los lados, y escasamente sitio a los pies, donde está situada la “ventana” hasta el suelo que da a un callejón lateral del hotel, y que se sospecha por lógica, que fue hecha de tal tamaño para poder introducir la cama y el colchón de la estancia. El baño está frente a la puerta de entrada, la cual está bajando unas escaleritas a la izquierda de la recepción. Las cosas como son, la habitación es diminuta y cerrada, pero por lo demás está bien, tiene un buen plasma con tv satélite, nevera, buena cama, baño moderno, desayuno completo, y es tranquila. El precio de la misma reservada by Booking.com es de 70 dólares.


Como no hemos comido, salimos lanzados a las calles doradas de la ciudad con la árdua tarea de buscar alimento terráqueo que no esté gravado con el “Made in Punta del Este”. Miramos por los garitos del puerto deportivo en el lado del Rio de la Plata, pero en cuanto divisamos los camareros vestidos de Dolce y Gabana y los meñiques de los comensales dirigidos al cielo mientras pinchan una gamba para darle un mordisquito, salimos pitando en dirección al cemento inmisericorde de los edificios del centro. A lo lejos en el horizonte, vemos el cartel de un garito de Panchos (Made in Fankfurt), supongo que para alimentar al “populacho” como nosotros, y nos dirigimos ufanos hacia la tierra prometida.
Sin embargo, Dios provee, y unas cuadras antes de llegar al despreciable colesterol, tenemos la suerte de encontrarnos en una esquina, con el restaurante “El pobre marino”, -sin saber si lo de pobre es porque le pasó alguna desgracia o porque estaba sin un duro, o sin un mango como dicen por acá-. El cubierto, más dos cervezas grandes Zillertal, un excelente y generoso entrecot, unos chipirones con cebolla para chuparte los dedos, unos enormes canalones de verdura, y el servicio de un camarero genial que no te cepilla la caspa del smoking, nos sale por (redoble de tambores), la módica suma de 1100 pesos (unos 42 euros). En la nota de la cuenta, el dibujo de un pirata que lo tiene todo: garfio, pata de palo, botella en la mano, barba de muyaidin, colilla de puro y aspecto de beodo, nos descifra el porque del nombre del establecimiento. Chapeau al sitio.
Satisfechos y sumergidos en el atardecer, nos dirigimos a disfrutar de los otros puntos de interés turístico del folleto institucional, entre un paisaje de yates y reflejos de la luz naranja del ocaso en los rascacielos al norte de la bahía. Tras virar hacia las calles del interior y dar otra vuelta por la Plaza de los artesanos, decidimos ponerle los cuernos al glamour con la orilla Atlántica, y tras comprar un pack de cervezas Norteña en un supermercado “Disco”, cruzamos tres o cuatro cuadras hasta llegar a la tranquila, bella y brava Playa de los Ingleses, donde sentados en el muro del paseo marítimo que lo separa de la arena, vemos mientras nos tomamos una cerveza, una película de unos cuantos pescadores sentados de noche en la playa, vigilando el movimiento de las cañas de pescar, clavadas por ellos en la orilla del mar. FIN.
Por la mañana tras desayunar y pagar, escapamos sin demora de la opulencia de Punta del Este, una city artificial, creada a imagen y semejanza de la caja fuerte bancaria de la gente que la habita, o tiene su segunda, tercera, cuarta ... residencia, o su yate de fin de semana, o va a lucir su billetera o su auto. Es una opinión personal sin ánimo de menosprecio, pero es lo que hay y no es mi sitio, no por el poder adquisitivo que tampoco es el mío pero no me importa, sino porque no me gustan los ghettos ni bajos ni altos. Que quede claro sin embargo, que me apetecía visitarla, aunque parezca una incongruencia tras mi opinión.
En una de las caras del anverso del doble tríptico, entre las fotos de un solomillo de un palmo, se ve un cheff con su cilíndrico gorro en forma de pantalla de lámpara en la cabeza, echándole marisco a una paella. Encima, al lado de una foto de tres copas de champagne con tres platos minimalistas sobre una mesa con fondo de yates en el mar, te habla de la gastronomía del lugar, en la que además del plato típico del país, la parrillada, puede usted disfrutar de una gran variedad de productos del mar, preparados de forma excelente por reconocidos cheffs internacionales.
En otra de las caras, en la parte superior, te explica sobre la oferta de las reconocidas mundialmente artesanías uruguayas, entre las que destacan las elaboraciones en madera, hueso, cuero, lana y piedras semipreciosas; en la parte inferior te explica en un pie de foto sobre los observatorios para el avistamiento de las visitas de la ballena Franca Austral, entre los meses de julio y noviembre. En la tercera y última cara te habla, también con la ayuda visual de un par de fotos, sobre los servicios a los cruceristas que ofrece el nuevo muelle de La Pastora, con sendero exclusivo y living para 300 pasajeros.
En el reverso, las tres caras del tríptico te sugieren los puntos de interés para realizar un circuito turístico. Por este orden, el puerto deportivo; el faro en la zona peninsular, construido en 1860; la parroquia de Nuestra señora de la Candelaria, frente al faro; la plazoleta Gran Bretaña en la Rambla de circunvalación, en la que está establecido el límite entre el Río de la Plata y el oceano Atlántico; la imagen de Nuestra Señora de la Candelaria; la Plaza Artigas tambien llamada de los artesanos, donde en unas carpas tienen instalados sus puestos de artesanía de forma permanente; la Avenida Gorlero, vía donde se concentran comercios, restaurantes, bancos, casinos y slots; el Paseo de las Américas en la Playa Brava, en cuya arena se encuentra la escultura más representativa de Punta del Este, las últimas falanges de los dedos de una mano; y por último la Calle 20 o Fashion Road, donde el redactado cuenta que en un entorno privilegiado, siete glamurosas cuadras constituyen un paseo obligado.
El trayecto del bus desde Piriápolis es corto, dependiendo del recorrido y servicio, te puede llevar como mucho 1'30 h. El nuestro, realiza algunas paradas, antes de estacionar en la antesala de Punta del Este, la más modesta ciudad anexa de Maldonado, aviso de que quedan 15 minutos para llegar a los rascacielos que rodean la terminal de destino. Frente a ella, te recibe la playa, y uno de los puntos descritos por el folleto turístico: los dedos con uñas con buena pedicura, saliendo de la arena de la playa brava. Como no, cruzamos la avenida que nos separa para captar tan tremendo encuentro, y tras la emoción, cruzo hasta un garito esquinero frente a la escultura, y tras mirar la carta expuesta en la entrada, con la intención de saciar la sed y el apetito, decidimos dejar que aumenten un poco más, ante los glamurosos precios de lass pizzas y las litronas de cerveza.

Aunque la bienvestida y amable señora de la oficina de información turística de la terminal nos dice que está lejiiiisimos, y se me queda mirando con cara de espanto y lástima, cuando tras señalarme en un mapa la ubicación del hotel e indicarme la situación de la parada de taxis, le digo que al dia siguiente nos marchamos a Valizas y le pregunto que cuanto hay caminando o donde agarrar el autobús para llegar hasta el establecimiento, la dejamos con su perplejidad, y comenzamos a andar por la Avenida Gorlero, otro de los puntos de interés del circuito del folleto de turismo por sus bancos, sus rascacielos, sus tiendas, sus restaurantes y sus precios. A cuatro cuadras, unos 10 minutos a pie, llegamos a la plaza Artigas, llamada de los Artesanos, donde tengo intención de visitar a un cuchillero artesano, instalado en uno de los puestos. En un rincón, encuentro un expositor con 5 o 6 cuchillos tipo criollo rodeados de certificados de premios varios, pero no al tipo. Como me inclino a observarlos, se acerca el del puesto de al lado, y me informa que el artesano ha salido, pero que el me los puede mostrar. Agarro una pieza que me llama la atención, con un excelente trabajo y corte, y responde a mi pregunta sobre su precio, con un “alrededor de 200 dólares, porque es reconocido y con muchos premios”. Es bueno y bonito, pero no compro, y me despido.
Llegamos a la punta peninsular donde esta el hotel, unos 20 minutos de caminata después, momento cumbre en el que pienso que a la señora de información turística le daría un infarto si supiese que hemos llegado caminando desde su oficina en la terminal. El hotel smalleast, está situado en una ajardinada y cuidada plazoleta, donde convive con el erguido faro de enfrente, la bella parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria de la esquina, y una estación meteorológica en el centro de la plaza.
La segunda vocal A del nombre del hotel, le sobra, para que la habitación que nos dan le haga honor. No es realmente una habitación sino una cama doble con baño, que no deja lugar a unas mesitas a los lados, y escasamente sitio a los pies, donde está situada la “ventana” hasta el suelo que da a un callejón lateral del hotel, y que se sospecha por lógica, que fue hecha de tal tamaño para poder introducir la cama y el colchón de la estancia. El baño está frente a la puerta de entrada, la cual está bajando unas escaleritas a la izquierda de la recepción. Las cosas como son, la habitación es diminuta y cerrada, pero por lo demás está bien, tiene un buen plasma con tv satélite, nevera, buena cama, baño moderno, desayuno completo, y es tranquila. El precio de la misma reservada by Booking.com es de 70 dólares.

Como no hemos comido, salimos lanzados a las calles doradas de la ciudad con la árdua tarea de buscar alimento terráqueo que no esté gravado con el “Made in Punta del Este”. Miramos por los garitos del puerto deportivo en el lado del Rio de la Plata, pero en cuanto divisamos los camareros vestidos de Dolce y Gabana y los meñiques de los comensales dirigidos al cielo mientras pinchan una gamba para darle un mordisquito, salimos pitando en dirección al cemento inmisericorde de los edificios del centro. A lo lejos en el horizonte, vemos el cartel de un garito de Panchos (Made in Fankfurt), supongo que para alimentar al “populacho” como nosotros, y nos dirigimos ufanos hacia la tierra prometida.
Sin embargo, Dios provee, y unas cuadras antes de llegar al despreciable colesterol, tenemos la suerte de encontrarnos en una esquina, con el restaurante “El pobre marino”, -sin saber si lo de pobre es porque le pasó alguna desgracia o porque estaba sin un duro, o sin un mango como dicen por acá-. El cubierto, más dos cervezas grandes Zillertal, un excelente y generoso entrecot, unos chipirones con cebolla para chuparte los dedos, unos enormes canalones de verdura, y el servicio de un camarero genial que no te cepilla la caspa del smoking, nos sale por (redoble de tambores), la módica suma de 1100 pesos (unos 42 euros). En la nota de la cuenta, el dibujo de un pirata que lo tiene todo: garfio, pata de palo, botella en la mano, barba de muyaidin, colilla de puro y aspecto de beodo, nos descifra el porque del nombre del establecimiento. Chapeau al sitio.
Satisfechos y sumergidos en el atardecer, nos dirigimos a disfrutar de los otros puntos de interés turístico del folleto institucional, entre un paisaje de yates y reflejos de la luz naranja del ocaso en los rascacielos al norte de la bahía. Tras virar hacia las calles del interior y dar otra vuelta por la Plaza de los artesanos, decidimos ponerle los cuernos al glamour con la orilla Atlántica, y tras comprar un pack de cervezas Norteña en un supermercado “Disco”, cruzamos tres o cuatro cuadras hasta llegar a la tranquila, bella y brava Playa de los Ingleses, donde sentados en el muro del paseo marítimo que lo separa de la arena, vemos mientras nos tomamos una cerveza, una película de unos cuantos pescadores sentados de noche en la playa, vigilando el movimiento de las cañas de pescar, clavadas por ellos en la orilla del mar. FIN.

Por la mañana tras desayunar y pagar, escapamos sin demora de la opulencia de Punta del Este, una city artificial, creada a imagen y semejanza de la caja fuerte bancaria de la gente que la habita, o tiene su segunda, tercera, cuarta ... residencia, o su yate de fin de semana, o va a lucir su billetera o su auto. Es una opinión personal sin ánimo de menosprecio, pero es lo que hay y no es mi sitio, no por el poder adquisitivo que tampoco es el mío pero no me importa, sino porque no me gustan los ghettos ni bajos ni altos. Que quede claro sin embargo, que me apetecía visitarla, aunque parezca una incongruencia tras mi opinión.