Nos despertamos con la sensación agridulce de que el viaje llega a su fin, pero aún nos quedan algunas horas hasta tener que dirigirnos al aeropuerto, así que no perdemos mucho más tiempo y cogemos todos nuestros bártulos para dirigirnos hacia Praga 7, donde se encuentra la residencia de nuestra amiga y donde podemos dejar las maletas sin problema. Unos 15 min en un tranvía que cogemos justo a la salida del apartamento nos deja a dos calles de su alojamiento universitario. Chafardeamos un poco la estancia y volvemos a por otro tranvía que nos deja en Mustek en unos 20 minutos más. Es viaje es agradable: sale el sol, vemos las calles desde el cristal de la parte de atrás del transporte y vamos comentando lo que nos ha ido gustando más del viaje.
Al llegar a Mustek, cogemos una parada de metro para poder llegar rápido al puente de Carlos y cruzarlo una vez más, hasta llegar a la isla de Kampa. El día anterior nos habíamos quedado a la entrada, y aunque nos habían dicho que era como un parque, yo había leído en muchos sitios que era un punto a ver y se me había metido entre ceja y ceja ver a los bebés gigantes de David ČERNÝ.
Así que llegamos, dimos un bonito paseo, y dimos media vuelta para volver a atravesar el puente y entrar por una puerta del mismo cruce de semáforos que nos llevaría al Klementinum, para poder acceder al Colloredo-Mansfeld Palace y aprovechar la oportunidad de visitar un palacio barroco prácticamente abandonado por el módico precio de 1 CZK. Es una visita breve, que a penas os llevará 10 minutos pero que sin duda vale la pena. Me sentí más absorta en aquel palacio que en otros que he podido visitar, pagando 20 veces más y repleto de turistas y de reconstrucciones que le quitan ese espíritu original y real. También he de decir que no soy una entendida del arte ni de la arquitectura, y me guío más por sensaciones que por tecnicismos.
Puesto que la visita fue más breve de lo esperado, nos apresuramos para ir una vez más a la plaza vieja y visitar la iglesia de Tyn por dentro. Cierto es que impresiona mucho más su fachada que el interior. Aprovechamos para entrar también a la iglesia de San Nicolás del lateral de la plaza, por la parta que te adentra al barrio judío, y nos sorprendió más de lo que esperábamos.
Satisfechos por haber aprovechado un poquito la mañana del último día, emprendimos el viaje de vuelta para recoger las maletas y hacia el aeropuerto, para el que deshicimos el camino hecho el primer día. Fue un viaje rápido, sin muchas esperas. Al llegar al aeropuerto, hicimos una breve parada en el supermercado Billa para comprar las típicas tortas de Karlovy Vary, que habíamos visto por el centro 3 veces más caras y que nos dijeron que podíamos encontrar en el supermercado. Algo cansados pero contentos por un viaje sin incidencias y en el que habíamos podido aprovechar y visitar prácticamente todo lo que queríamos, cogimos el avión de vuelta a Barcelona.
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