Amanecíamos en uno de mis lugares favoritos del mundo. Descansamos bien y sin prisas. Después de prepararnos, salimos a la piscina, ya que las habitaciones dan directamente ahí y vimos que hacía un día grisaceo-amarillento, con mucha bruma pero también bochorno.
Preguntamos en recepción los precios de los quads y scooters pero nos sorprendimos muchísimo de que hubieran subido más de un 60% desde la última vez (que pagamos 25-30€/día). Ya nos lo temíamos por lo que había investigado online pero quisimos probar a ver si
in situ encontrábamos algo mejor y si no, iríamos a pie y en transporte público porque no pensábamos a ir a otros puntos turísticos más alejados como Pyrgos o Red Beach, que ya conocíamos.
Siendo así, nos tomamos algo de fruta que nos sobró del día anterior y comenzamos a andar cuesta arriba suavizada por curvas y callejones. En unos 10 minutos estábamos en Firostefani y fuimos directos a nuestro “spot” favorito: La vista de “Three Bells”.
Vimos que desde 2015 la zona estaba algo más reformada y con mucha más gente. En la anterior ocasión disfrutamos desde allí el atardecer prácticamente solos.
Desde allí fuimos andando a Imerovigli, bordeando la caldera por el camino peatonal que une Fira y oia. El camino es turístico y es difícil identificar donde acaba un pueblo y empieza otro. Llegados a Imerovigli, nos vimos bastante sorprendidos por la cantidad de gente que había y sobre todo por sesiones fotográficas de turistas vestidas con vestidos vaporosos de colores muy llamativos que fastidiaban cualquier instantánea o vista.
Bastante abrumados con la situación, pasamos de largo y fuimos directos a Skaros Rock, donde están las ruinas de un castillo veneciano y hay unas vistas magníficas de la caldera.
Es una caminata corta pero que se hace pesada por el bochorno y el calor, y eso que no había sol. Fuimos hasta las ruinas pero continuamos el camino bajando hasta la iglesia Mother of God Theostipaki, bastante escondida en la ladera de la roca pero que ofrece una estampa inigualable y con muy poca gente.
Me hubiese encantado volver al atardecer para verlo desde allí, pero otra caminata así en el mismo día no me metía. Sin duda, si vuelvo, será un de las cosas que haga.
De vuelva a Imerovigli, ya lo encontramos bastante más vacío y sin duda nos pareció el pueblo más bonito de las Cícladas, con alojamientos blancos con piscina infinity y buganvillas encaramados en la caldera.
Deshicimos el camino andado y llegamos a Fira, la cual nos encontramos literalmente abarrotada de cruceristas. Son una plaga, de verdad, no había quien caminase. Afortunadamente, el paso iba a ser fugaz porque nuestro destino era la estación de autobús. Ahí comprobamos el horario de los autobuses al puerto de Athinios (desde donde salen los ferries) para el día siguiente (van cambiando cada día n función de la salida y llegada de los ferries programados) y así asegurarnos de que podíamos ir en bus y ahorrarnos otro buen pico de transporte privado y encima de madrugada. Una vez todo claro, tomamos el siguiente autobús a Oia por 1,60€/ persona. Mucho más rentable que alquilar moto. El trayecto duró 30-40 minutos.
Nada más llegar, fuimos a comer un gyros (el kebab griego), que tenía yo antojo, y lo intentamos en el famoso Pytogyros, pero estaba lleno así que nos decantamos por la terraza a la sombra del restaurante Piatsa. Allí pedimos dos gyros, uno de cerdo y otro de pollo, una ensalada cretense, y de postre un pedazo de baklava con helado. Con bebidas, pagamos 29€. Viva Grecia.
Creemos que fuimos a la mejor hora (entre las 15 y las 17) porque muchos cruceristas se habían vuelto a comer al barco y aún no había llegado el grueso de gente para prepararse para ver el atardecer, así que pudimos recorrer las calles con bastante tranquilidad. Es una ciudad preciosa, cuidada al detalle, así que lo mejor que se puede hacer es pasear sin rumbo, pero sin duda no puede faltar la vista de “3 Blue Domes”, las tres cúpulas azules que configuran la postal más famosa de la isla, ni las vistas desde el castillo.
Hacía las 17:00 volvimos en autobús a Fira (otros 1,60€ cada uno) y de ahí al hotel, donde nos dimos un muy necesario y refrescante baño en la piscina.
Para el atardecer, fuimos de nuevo a nuestro sitio, el mismo de la mañana (Three Bells) y confirmamos que ya nunca volveremos a ver Santorini con la poca/tolerable cantidad de gente que en 2015, aunque allí aún se podía ver el atardecer a gusto.
Dimos otro paseo por Fira viendo si nos seducía algún restaurante en concreto para cenar pero estaba todo bastante lleno en general y no había gangas, así que nos decidimos finalmente por uno cualquiera, que además tenía nombre muy español: Triana. Era un sitio bastante concurrido pero agradable, con terraza. Pedimos pulpo a la brasa, ensalada griega y tomato koroke (croquetas de tomate) regados con una limonada natural y agua. La cuenta fue de 42,50€.
El postre nos lo tomamos en Solo Gelato, en la plaza central, uno de dos bolas y otro de una nos costaron 10€.
De camino al hotel, pasamos por un pequeño supermercado para comprar provisiones para el viaje del día siguiente: Agua, galletas, pastelito y plátanos por 5€ todo.
La visita de Santorini había sido fugaz pero intensa, y viendo el aumento de los precios y la masificación en comparación con nuestra anterior visita en la misma semana hacía 8 años, le dedicamos el tiempo ideal. Me encanta, pero se ha ido todo de madre.
Gastos del día 2 personas
Comida: 29€
Autobús: 6,40€
Cena y helado: 52,50€
Compra en supermercado: 5€
Total: 92,90€