19 de junio de 2025
El despertador era casi innecesario a estas alturas del viaje. A las siete en punto, como marcados por el hábito, ya estábamos en pie.
Mientras desayunábamos unos cereales en la habitación del motel, me dio por investigar sobre los vehículos autónomos de San Francisco.
Después del fiasco en Las Vegas, tenía la esperanza de probarlos aquí. Efectivamente, existía una app para solicitarlos, pero mi tarjeta SIM española me dejó con las ganas. Nada, que no iba a ser.
Salimos a la calle Lombard, donde se ubicaba nuestro alojamiento, y comenzamos a caminar en dirección al tramo famoso por sus curvas. Las cuestas de San Francisco no tardaron en recordarnos que aquí cada paso cuesta. El ángulo en el que se encontraban las casas respecto a los coches aparcados era impresionante, casi surrealista.
Durante el paseo nos cruzamos con varios vehículos autónomos. Juraría que lo hacían solo para darme envidia.
Desde allí bajamos al Pier 39, todavía vacío a esas horas, en busca de menús para el almuerzo. Teníamos dos prioridades culinarias que no podían faltar: el King Crab y la Clam Chowder. Una vez elegido el restaurante, seguimos hacia el Pier 33, desde donde salía nuestra excursión a Alcatraz.
Vimos zarpar el barco anterior al nuestro y esperamos en una zona soleada que era de agradecer a esas horas. Por megafonía anunciaban que no quedaban entradas hasta el domingo 22. Por suerte, nosotros ya teníamos las nuestras.
La visita a la prisión duró más de dos horas. Es imposible no estremecerse al caminar entre esas paredes y escuchar los testimonios de antiguos trabajadores y presos. En la entrada, nos preguntaron en qué idioma queríamos la audioguía y nos la entregaron al instante.
De vuelta en tierra, nos dimos un homenaje en el Pier Market como los más ricos de Béjar. A la crema de almejas y al cangrejo le añadimos un buen plato de mejillones. Todo estaba espectacular. Un lujo merecido tras tantos días a base de hamburguesas y patatas.
Después fuimos a saludar a los leones marinos y a pasear por San Francisco. Algo que nos sorprendió fue la cantidad de conductores que usaban el claxon. En comparación con otros lugares del viaje, aquí parecía una costumbre. Quizás por eso le llaman la ciudad más europea de Estados Unidos.
Recorrimos Chinatown, North Beach, Union Square, el Ayuntamiento y la Ópera. En algunas zonas, la presencia de vagabundos y la dejadez del entorno eran evidentes. No llegamos a sentir miedo, pero sí que en ciertos tramos aceleramos el paso. Sabíamos que quizás no había sido la mejor idea recorrerlo todo a pie, sin conocer bien los barrios, pero al final no hubo nada que lamentar.
Nuestra caminata terminó en Alamo Square, frente a las Painted Ladies, y desde allí bajamos hasta el barrio de Castro.
Al final del día, nuestros pies ya no daban más. Con el camino de regreso cuesta arriba y un tráfico intenso, optamos por pedir un Uber. Fueron solo cuatro kilómetros, pero tardamos media hora en llegar. El resto del tiempo lo dedicamos a descansar antes de salir a cenar. Acabamos el día con unas porciones de pizza que supieron a gloria.