![]() ![]() ESCAPADA 24 HORAS ORADEA - RUMANIA ✏️ Blogs de Rumania
Adiós Bucarest, hola OradeaAutor: Candelafa Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (3 Votos) Índice del Diario: ESCAPADA 24 HORAS ORADEA - RUMANIA
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Ubicada en el oeste de Rumanía, en la Llanura Occidental del Condado de Bihor, Oradea es una de esas ciudades que parece escondida a simple vista, pero que, al descubrirla, brilla como un tesoro olvidado. Con una mezcla fascinante de historia, arte y arquitectura, Oradea es como una caja de joyas donde cada edificio guarda una historia.
Lo que pocos saben es que esta ciudad fue, durante más de dos siglos, un referente en la astronomía europea. En plena Edad Media, Oradea albergó la primera observación astronómica del continente. Durante 200 años, el Meridiano Principal pasaba por aquí —mucho antes de que Greenwich se convirtiera en el punto de referencia mundial. Este meridiano fue utilizado por navegantes y cartógrafos para orientarse y trazar mapas, situando a Oradea en el centro del mundo conocido de la época. Recorrer Oradea es como abrir una caja llena de piedras preciosas, donde cada una reluce con un tono distinto. El Palacio del Obispo Greco-Católico, por ejemplo, es la perla más preciada. Inaugurado en 1905, su arquitectura es una sinfonía de estilos: el dramatismo del barroco, la diversidad del eclecticismo y la espiritualidad del neo-bizantino. Las decoraciones parecen hechas de encaje tallado en piedra; hay arcos rotos que invitan a la contemplación y rosetas tan delicadas que parecen suspendidas en el aire. Aunque un incendio en 2018 dañó parte del edificio, los habitantes lo sienten tan suyo que luchan con firmeza por devolverle su antiguo esplendor. A pocos pasos de allí, en la plaza principal, se alza el magnífico Palacio del Águila Negra, una obra maestra del estilo Secesión (la versión local del Art Nouveau), construido en 1908. Se levanta sobre los cimientos de una antigua cervecería, y su fachada, coronada por una cúpula que recuerda a una copa de champán helado, transmite alegría, lujo y celebración. En 1909 se colocó una vidriera que aún puede verse, donde un águila majestuosa sobrevuela la historia del edificio. Hoy, el palacio es un vibrante centro cultural, con auditorios, restaurantes y cines que mantienen viva su energía original. Otra joya singular de la ciudad es la Iglesia de la Luna, construida en 1790 en un elegante estilo barroco con influencias bizantinas. Lo que la hace única es su mecanismo astronómico: una esfera pintada en negro y dorado que representa la luna y gira al compás de sus fases reales. Fue diseñada por el relojero vienés Georg Rueppe, y aún hoy fascina a quienes entran y alzan la vista. Es como un poema visual que conecta la Tierra con el cielo. Pasear por Oradea es como caminar dentro de un museo al aire libre. El Palacio de los Moscovitas, decorado en estilo secesionista, presenta en sus fachadas escenas de la vida cotidiana, figuras alegóricas y paisajes rústicos, como si las paredes susurraran cuentos antiguos. Y si sigues la calle principal, te encontrarás con la Torre del Reloj y el edificio del Ayuntamiento, estructuras que parecen escapadas de las páginas de un cuento ilustrado, con su silueta elegante y sus tonos suaves. La ciudad también alberga una de las sinagogas más bellas de Rumanía, construida en 1878 por la comunidad judía reformista. Su cúpula azul y sus vitrales le otorgan una atmósfera serena, ideal para la reflexión y el recogimiento. Aunque ya no se utiliza para el culto diario, puede visitarse fuera de los horarios de oración, y ofrece una ventana al pasado multicultural de Oradea. Del otro lado del río Crișul Repede, se despliegan casas de colores vivos que parecen caramelos envueltos con esmero. Estos barrios, con fachadas restauradas y balcones floreados, aportan una nota alegre al conjunto urbano, como si la ciudad se empeñara en recordarte que la belleza también puede ser cotidiana. Oradea no solo es hermosa: tiene alma. Es una ciudad que vibra en cada ladrillo, que canta en cada cornisa, y que invita al viajero a descubrirla sin prisas. No es exagerado decir que es una de las ciudades más encantadoras de Europa Central. Oradea no se recorre, se vive. Como una joya preciosa, espera paciente a que alguien abra su caja y la admire con ojos nuevos. ![]() Etapas 1 a 3, total 6
El día arrancó teletrabajando desde casa, en mi piso de Ștefan cel Mare, Bucarest. Hoy fue oficialmente mi último día allí. La empresa está haciendo recortes y, como parte del ajuste, me toca dejar el piso. A partir de ahora, hoteles. Triste, la verdad. Por la mañana vinieron a recoger las cajas que envío a España, y entre el ruido del precinto y los últimos objetos que metí sin mirar demasiado, el día ya venía cargado de nostalgia.
Este finde ya lo sentía torcido desde el principio. Unos días antes, me cambiaron el vuelo de vuelta: de domingo por la tarde a domingo por la mañana. Así, sin más, me robaron el domingo entero. Para colmo, he tenido vértigos a mitad de semana y las temperaturas ya pasan de los 30 grados… un calor de esos que te aplastan. No estoy en mi mejor momento, pero cuando algo me ilusiona, no hay quien me lo quite. Tenía muchas ganas de conocer Oradea, una ciudad que me atraía desde hace tiempo por su arquitectura. Para quienes aman los detalles y los edificios con historia, es un destino imprescindible. La prioricé sobre Timișoara (a la que aún no he ido), justamente por eso. Trabajé hasta las 16:30. Cerré el portátil, respiré hondo y me puse en marcha hacia el aeropuerto. Metro + tren: la opción más barata (unos 15 lei en total). Lo justo para estirar el trayecto con calma y despedirme mentalmente de la ciudad que ha sido mi casa estos meses. Compré los vuelos con HiSky, una low cost que me salió cara en más de un sentido. Pronto me arrepentí: TAROM no tuvo cambios (aunque costaba el doble), y mi vuelo H40482, que debía salir a las 18:30, empezó a acumular retraso hasta que despegó a las 20:15. Así que todo mi mini plan para esa primera tarde… al traste. El vuelo es corto, apenas una hora. A las 21:15 ya estaba en tierra, en un aeropuerto pequeño pero funcional, a solo cinco kilómetros del centro. Pero claro, como todo en este viaje venía torcido, al aterrizar el móvil decidió que no quería funcionar: en Oradea, si no desactivas el 5G y lo pasas a 4G, olvídate de tener datos. Como el vuelo llegó con dos horas de retraso, ya no había autobuses al centro, así que cuando por fin logré solucionar lo del móvil, pedí un Bolt. A las 21:31 subí al taxi, y a las 21:41 ya estaba en el alojamiento (costó apenas 25 lei). Con el retraso, llegue para ver el atardecer mientras esperaba al taxi. ![]() ![]() Hice el auto check-in en el Elisabeth Apartment, en la Strada Mihai Pavel nº 18. Un estudio sencillo, sin pretensiones, pero acogedor y bien ubicado. Ideal para instalarme estos días con tranquilidad. Salí a cenar sin pensármelo mucho: se me había hecho tarde y el cuerpo me pedía algo sólido. La ciudad es absolutamente preciosa a esa hora. Tiene una luz especial y una calma que envuelve. Paseé por el río hasta el único restaurante abierto a esas horas: Mediterana, junto al agua. A pesar de que eran las 22:00, hacía aún unos 27 grados. Mi cuerpo pedía carne, así que pedí un solomillo (tardaron una eternidad en servirme, el servicio es… inexistente). Tomé dos Coca-Colas y pedí una tarta de queso para llevar: sabía que la agradecería en el desayuno. La verdad, no me encontraba bien. Entre el calor, el mareo, el cansancio y la medicación, lo único que quería era volver y meterme en la cama. Inicialmente tenía la idea de tomarme un cóctel en el Prohibition Cocktail Bar, pero tras el retraso y cómo me sentía, se me quitaron las ganas. A veces lo mejor es no forzar nada. Mañana será otro día. Esta primera noche, aun con lo torcido, ya huele a que me va encantar. Gastos del día: Cena: 155,10 lei → 32,92 € Bolt al alojamiento: 24.60 lei→4,91 € Transporte al aeropuerto de Bucarest: 10 lei + 5 lei → 3 € Total: 40,83 € (sin contar vuelos ni alojamiento) ![]() ![]() ![]() Etapas 1 a 3, total 6
Me desperté sin prisas, con esa luz suave de la mañana colándose tímidamente por las cortinas del apartamento. Desayuné la tarta de queso que me había comprado la noche anterior. A veces, los pequeños placeres son los que más reconfortan cuando estás lejos.
Hoy tenía la intención de tomármelo con calma. Dividí la ciudad en dos zonas: una para ver por la mañana y otra para la tarde. Oradea está llena de museos —podrías pasarte el día entrando y saliendo de salas—, pero a mí eso no me va mucho. Y menos con el calor que hace por aquí en esta época. A las 10:00 de la mañana ya marcaban 27 grados… y subiendo. Ese calor espeso que no abrasa, pero apaga. ![]() ![]() Mi look del día: shorts de lino, chaleco fresco y sombrero. Básico de supervivencia urbana. Salí del apartamento a las 10:15 rumbo a la zona norte del mapa que había marcado para la mañana. Me llevó unos 30 minutos andando llegar hasta allí, pero el paseo mereció la pena. Los edificios son una fantasía. De verdad que podrían montar fiestas temáticas al estilo Bridgerton en esta ciudad y encajaría todo a la perfección. Cada esquina parece sacada de otra época, cada fachada cuenta su historia con elegancia. La primera parada fue frente al imponente Palacio Barroco, en la calle Șirul Canonicilor. Desde allí comencé mi ruta a pie. Ese paseo, flanqueado por árboles altos y edificios antiguos, tiene algo solemne, casi ceremonial. El tipo de calle que invita a caminar despacio y mirar hacia arriba. Pasé por el Parcul Petőfi Sándor, donde me refugié unos minutos bajo la sombra. Luego hice una parada rápida frente al Magazinul Crișul, con ese aire nostálgico de los antiguos centros comerciales del este. La iglesia Barátok temploma, en obras de restauración, me pareció discreta pero imponente. De esas que no buscan llamar la atención, pero te atrapan igual. A medida que bajaba por la Calea Republicii, la ciudad empezó a mostrar toda su joyería arquitectónica: el Apollo Palace, el Moskovits Palace, el Palatul Stern, el Rimanóczy Palace… todos restos vivos del esplendor art nouveau que alguna vez reinó aquí. En el Parcul Traian hice otra parada. Necesaria. El calor apretaba y el cuerpo pedía tregua. Me senté un rato bajo un árbol , vi el Muzeul Memorial Ady Endre, que está justo allí. La siguiente parada fue la Strada Republicii, también conocida como el Corso, una calle peatonal con ritmo propio: terrazas llenas, escaparates antiguos, fachadas que aún susurran tiempos pasados. Frente al Teatrul Regina Maria, me detuve. No para hacer nada. Solo para mirar. Porque caminar, a veces, es solo eso: estar. El recorrido completo me llevó un poco menos de dos horas. Camino rápido y, honestamente, el calor me empuja a avanzar sin muchas pausas. Mi última parada de la mañana fue la Casa Darvas-La Roche, una auténtica joya del art nouveau, restaurada con un cariño evidente. Allí sí que entré. Y valió cada minuto. ![]() Con el calor que ya hacía —y eso que eran apenas las 12:00 del mediodía—, y sin tener nada de hambre aún, decidí adelantar la ruta que tenía prevista para la tarde. Me dirigí hacia la parte “judía” de la ciudad, un recorrido cargado de memoria y belleza silenciosa. La primera parada fue la Sinagoga Ortodoxa, que en estos momentos está cerrada al público, así que solo pude admirarla desde fuera. A unos pasos, el Palatul Ullmann, un edificio sobrio que alberga el centro de memoria de la comunidad judía local. Luego llegué a la Sinagoga Neologă Sion, una joya arquitectónica que sobrecoge. Su interior es imponente, lleno de historia, con esa belleza quieta que emociona sin decir palabra. Continué por la Strada Vasile Alecsandri, una calle peatonal con un aire bohemio encantador, llena de tiendecitas, terrazas y buen gusto. Después, un vistazo rápido a la Catedral "Adormirea Maicii Domnului" y, más adelante, la famosa Biserica cu Lună, conocida por su mecanismo único: una luna giratoria en la torre que sigue las fases reales del satélite. Un pequeño detalle que resume bien lo mágico y peculiar de esta ciudad. Desde ahí, llegué a la Piața Unirii, el centro geográfico y emocional de Oradea. Me senté un rato frente al Palatul Episcopal Greco-Catolic, rodeada de edificios majestuosos. Esta plaza está a solo cinco minutos andando de mi alojamiento, así que pensé: "¿Y si subo al Turnul Primăriei, la torre del ayuntamiento?" Pero no. Demasiado calor. Decidí cambiar de plan. En su lugar, me dejé llevar por el frescor del Pasajul Vulturul Negru, un pasaje interior cubierto que conecta varias calles y está lleno de cafés, bares, tiendas… Esa mezcla tan Oradea de modernidad y pasado en armonía. Paseé un rato sin rumbo y, cuando ya el hambre apretaba, entré en Restaurante Rosecas, en la Strada Traian Moșoiu 17. Afuera la terraza tenía encanto, pero yo pedí una sala con aire acondicionado (lo necesitaba). Me pedí una limonada helada y una pizza generosa. La cuenta: 82 lei. Bien invertidos. ![]() Después de comer, decidí escuchar al cuerpo y cambiar el guión del día. El calor ya rondaba los 35 grados, y no podía más. No había traído bañador, así que lo primero fue pasar por un chino y comprar uno (62 lei, nada mal). Luego pedí un Bolt a las 14:30 rumbo a Băile Felix, a unos 30 minutos de Oradea. Băile Felix es uno de los destinos termales más conocidos de Rumanía, famoso por sus aguas termales naturales y propiedades terapéuticas. En mi caso, más que terapia, era pura necesidad: necesitaba remojarme. El complejo está rodeado de vegetación, piscinas al aire libre y una energía relajada que contrasta con el trajín urbano. Fue el plan perfecto para cerrar una jornada tan intensa como calurosa. Elegí el strand Apollo: entrada por 50 lei, acceso a varias piscinas. Busqué desesperadamente la más fría… y encontré una a 28 grados. No es precisamente hielo, pero al menos era un alivio. Eso sí, todo muy estilo rumano: música alta, ambiente animado, cero “spa vibes”. Pero no me quejo. Estuve literalmente a remojo toda la tarde, como un pato feliz. ![]() A las 19:45 pedí un Bolt de vuelta a Oradea. Paré en el apartamento para cambiarme y salí directa a cenar. Mi cuerpo —una vez más— me pedía carne. Esta vez fui a Piața 9, un sitio que me habían recomendado varias veces. Está algo alejado del centro, en una zona tipo centro comercial, a unos 30 minutos andando. Pero valió cada paso. Piața 9 es moderno, con ese aire de carnicería boutique: tú eliges el corte, la cantidad y el punto. Te lo pesan, lo pagas y te lo preparan al gusto. Elegí un buen solomillo premium, acompañado de batatas fritas y una limonada casera. Me quedé hasta las 22:00, que es cuando cierran. El sitio me encantó: la carne estaba espectacular y el ambiente, relajado pero cuidado. Una joya escondida. ![]() Volví caminando a casa, con el estómago feliz y la cabeza ya medio en la almohada. Para hoy tenía en mente acabar la noche en una coctelería… pero no fue el día. Entre el calor, el cansancio y los mareos, la idea de un cóctel se evaporó sin esfuerzo. Así que me fui directamente al apartamento a descansar. Al día siguiente me esperaba el madrugón obligado por el cambio de vuelo, así que no venía mal tomárselo con calma. Oradea me ha sorprendido. Me ha encantado, de hecho. Pero si vuelvo, será en octubre o noviembre. Estoy convencida de que esa es su mejor versión: cuando el calor no abruma y puedes disfrutar de lo mejor que ofrece esta ciudad... que es, simplemente, sentarse y mirar. Algo tan sencillo —y tan difícil— como no hacer nada, más que admirar.(Misión imposible en junio. Pero quién sabe, quizá el otoño me lo ponga más fácil.) Etapas 1 a 3, total 6
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