Vuelvo. Es un regreso plácido y agradable, como de haber tenido un sueño tranquilo. Se acercan las dos mismas enfermeras preanestesistas, y les digo que todo okey. Viene otra que me traslada a la habitación del hotel más que hospital. Duermo y despierto. Estoy bien y no siento dolor. Entra un desfile de sonrientes enfermeras, mientras recargan el gotero que afluye a la vía. Desayuno, leo el diario que me han dejado, enciendo la tele, y al rato llega Cristóbal, al que ayer comenté que siguiera ruta para aprovechar el viaje. Ahora me cuenta que hoy se queda y que mañana marcha a Manuel Antonio y Uvita a intentar ver ballenas. Me alegro y me da envidia.
Entran y salen más y más enfermeras, conocidas y nuevas. Me fumo un par de cigarrillos a escondidas, y una casi me pilla pero sonríe. Aparece Lisandro el doctor cirujano, que me desvenda, me enseña la cicatriz y la radiografía de la tornillería que ha incrustado, me mueve las articulacones del pie satisfecho, me prescribe medicación, me alienta, y dándome su tarjeta, se despide diciéndome que vuelva a visitarle en un par o tres de días. Entra una monja como tiene que ser, con arrugas, hábito y publicidad. Me habla de su orden, de su fundadora, de que en Barcelona se ha perdido la fé, me deja la publicidad de hechos milagrosos, me dice que rezará por mí, y se marcha por donde ha venido, acompañada de Dios.
Yo quiero irme ya, así que me levanto y brinco a la pata coja hacia la ducha, como un gimnasta en la barra de equilibrios. Al rato viene una enfermera con unas muletas a estrenar, y luego otra con los medicamentos en sobrecitos con la prescripción escrita. Luego otra que mientras me pincha eparina, me enseña como y donde se hace porque las siguientes me las tendré que inyectar yo. Estoy cansado, y me visto para irme, pero viene otra vez Denia, enfermera simpática que se sonroja con facilidad, para recargar el gotero una última vez. Llega comida: arroz blanco con pescado, sopa vegetal, y una manzana. Mientras como algo sin gana, acaba la carga del gotero, y le pido a una enfermera que entra que me retire la vía y que me traiga mi añorada silla de ruedas.
Cumple con lo solicitado, y Cristóbal me empuja a la recepción de la planta, donde la enfermera me comenta que he de esperar en la habitación porque no está acabado el tema de la garantía de pago y la facturación. Le digo que el doctor me ha dado el alta y que esperaré en el vestíbulo principal, pero como va contra el protocolo según me dice, llama dubitativa a un burócrata que viene y me vuelve a hablar de protocolos. No bajo, pero paso de la habitación y nos quedamos en la comodísima sala de espera de la planta. Le pido a Cristóbal que me ayude a bajar y salir a tomar el aire, y cogemos el ascensor, paseamos por el vestíbulo para joder al burócrata al que lo único que le importa es que sus clientes VIP no vean a unos turistas sin afeitar, con ropa rota, sudorosos,con vendas en el pie y cara de pocos amigos. Salimos al estacionamiento de la entrada, donde los amistosos guardias nos hablan, nos ayudan y nos sonríen, y me fumo un cigarrillo al aire libre bajo un cartel de prohibido fumar.
Volvemos al interior, telefoneo desde una cabina, y me acerco a la farmacia pública del Hospital a comprar esparadrapo y gasas para las curas. Al volver, me siento, y en un instante veo la cara feliz de Cristóbal que viniendo me dice que ya nos podemos ir. Pasamos por facturación para que el burócrata me presente una factura de 3 hojas y firme. Le digo que la quiero revisar y me mira con cara de perro. La factura sube 6800$. Le pido que me confirme que todo está cubierto, así que llama y se lo confirman, pero como sólo me habla de los servicios hospitalarios, le pregunto si también los médicos están cubiertos. Supongo que me estrangularía, pero vuelve a llamar para que le vuelvan a decir que sí. Le pido que descongele ipso facto las tarjetas, cosa que hace dando la orden a la caja bunker correspondiente, adonde se dirige Cristóbal para los trámites y el justificante. Yo firmo y salgo fuera con las muletas a tomar el aire. Le damos la mano al vigilante armado, y cogemos un taxi rumbo al Hostel. El taxista es un imbécil sin cerebro que llama basura al resto del continente, hablando de los "colombos", "nicos", panameños, etc., como mierda a eliminar, y que nos da rodeos para poder cobrar unos míseros 500 colones (1$) más. Un impresentable.
Duermo un rato mientras Cristóbal se va de compras y a preparar su ruta de los próximos días, y cuando vuelve, salimos a una soda a celebrar el alta, aunque hemos de volver al Hostel porque está cerrada, y a mi me cuesta sudor y lágrimas mantener un ritmo estable con las muletas. Entro en Internet un rato, Cristóbal trae un pastel de crema, me tomo un par de pastillas y, agotado, me meto en la cama a las 9h.
Entran y salen más y más enfermeras, conocidas y nuevas. Me fumo un par de cigarrillos a escondidas, y una casi me pilla pero sonríe. Aparece Lisandro el doctor cirujano, que me desvenda, me enseña la cicatriz y la radiografía de la tornillería que ha incrustado, me mueve las articulacones del pie satisfecho, me prescribe medicación, me alienta, y dándome su tarjeta, se despide diciéndome que vuelva a visitarle en un par o tres de días. Entra una monja como tiene que ser, con arrugas, hábito y publicidad. Me habla de su orden, de su fundadora, de que en Barcelona se ha perdido la fé, me deja la publicidad de hechos milagrosos, me dice que rezará por mí, y se marcha por donde ha venido, acompañada de Dios.
Yo quiero irme ya, así que me levanto y brinco a la pata coja hacia la ducha, como un gimnasta en la barra de equilibrios. Al rato viene una enfermera con unas muletas a estrenar, y luego otra con los medicamentos en sobrecitos con la prescripción escrita. Luego otra que mientras me pincha eparina, me enseña como y donde se hace porque las siguientes me las tendré que inyectar yo. Estoy cansado, y me visto para irme, pero viene otra vez Denia, enfermera simpática que se sonroja con facilidad, para recargar el gotero una última vez. Llega comida: arroz blanco con pescado, sopa vegetal, y una manzana. Mientras como algo sin gana, acaba la carga del gotero, y le pido a una enfermera que entra que me retire la vía y que me traiga mi añorada silla de ruedas.
Cumple con lo solicitado, y Cristóbal me empuja a la recepción de la planta, donde la enfermera me comenta que he de esperar en la habitación porque no está acabado el tema de la garantía de pago y la facturación. Le digo que el doctor me ha dado el alta y que esperaré en el vestíbulo principal, pero como va contra el protocolo según me dice, llama dubitativa a un burócrata que viene y me vuelve a hablar de protocolos. No bajo, pero paso de la habitación y nos quedamos en la comodísima sala de espera de la planta. Le pido a Cristóbal que me ayude a bajar y salir a tomar el aire, y cogemos el ascensor, paseamos por el vestíbulo para joder al burócrata al que lo único que le importa es que sus clientes VIP no vean a unos turistas sin afeitar, con ropa rota, sudorosos,con vendas en el pie y cara de pocos amigos. Salimos al estacionamiento de la entrada, donde los amistosos guardias nos hablan, nos ayudan y nos sonríen, y me fumo un cigarrillo al aire libre bajo un cartel de prohibido fumar.
Volvemos al interior, telefoneo desde una cabina, y me acerco a la farmacia pública del Hospital a comprar esparadrapo y gasas para las curas. Al volver, me siento, y en un instante veo la cara feliz de Cristóbal que viniendo me dice que ya nos podemos ir. Pasamos por facturación para que el burócrata me presente una factura de 3 hojas y firme. Le digo que la quiero revisar y me mira con cara de perro. La factura sube 6800$. Le pido que me confirme que todo está cubierto, así que llama y se lo confirman, pero como sólo me habla de los servicios hospitalarios, le pregunto si también los médicos están cubiertos. Supongo que me estrangularía, pero vuelve a llamar para que le vuelvan a decir que sí. Le pido que descongele ipso facto las tarjetas, cosa que hace dando la orden a la caja bunker correspondiente, adonde se dirige Cristóbal para los trámites y el justificante. Yo firmo y salgo fuera con las muletas a tomar el aire. Le damos la mano al vigilante armado, y cogemos un taxi rumbo al Hostel. El taxista es un imbécil sin cerebro que llama basura al resto del continente, hablando de los "colombos", "nicos", panameños, etc., como mierda a eliminar, y que nos da rodeos para poder cobrar unos míseros 500 colones (1$) más. Un impresentable.
Duermo un rato mientras Cristóbal se va de compras y a preparar su ruta de los próximos días, y cuando vuelve, salimos a una soda a celebrar el alta, aunque hemos de volver al Hostel porque está cerrada, y a mi me cuesta sudor y lágrimas mantener un ritmo estable con las muletas. Entro en Internet un rato, Cristóbal trae un pastel de crema, me tomo un par de pastillas y, agotado, me meto en la cama a las 9h.