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6 de la mañana. Hacemos unas tostadas con confitura de piña, y café al estilo país con crema de leche en polvo. Mientras, decidimos quedarnos un día más en San José con la esperanza de recuperar la maleta extraviada, y aprovecharlo haciendo alguna excursión de ida y vuelta. Al acabar de desayunar, nos dicen que la habitación ha quedado ocupada, pero nos consiguen alojamiento en otro Hostel a pocos metros del suyo, al que nos trasladaremos al volver por la tarde. Nos guardan los bultos, y salimos a la Estación de buses de la Coca Cola a unos ¾ hora de paseo por la Avenida 2. Parada en farmacia para comprar repelente Lacofa, en cajero de BCR para conseguir colones, y llegada a la pequeña estación situada frente al Parque Central para coger el bus directo al Volcan Poas. La estación no tiene pérdida.
A las 8'30 subimos al bus nº 15, tras pagar 3400 colones (7$) i/v, para realizar el heterogéneo recorrido de 1 ½, con parada incluida en San Pedro de Poas, para desayunar fresas del “volcán”, hábilmente denominadas así por los comerciantes de la zona, por su color rojo lava, una buena arepa (tortas de maíz), empanada de queso, maduro (plátano frito), café, té, y bebidas.
El parque Nacional del Poas está bien cuidado. De dificultad mínima, puesto que el “parqueo” (estacionamiento) está a escasos metros del cráter principal, a través de un sendero leve de una ½ hora, y del cual parte una ramificación a otro precioso cráter inactivo convertido en laguna. Como era previsible a esa hora tardía y en esa época, el cráter principal aparece cubierto en su totalidad por una espesa niebla que impide disfrutarlo.
Vuelta al edificio de recepción, refresco de té, ½ hora de vagancia, adquisición del inevitable chubasquero chino que te venden por 1'5$ en la tienda de souvenirs, para poder correr como Usain Bolt cubierto de bolsas de basura, los 100 metros lisos bajo diluvio, hasta el parqueo donde nos espera el bus a las 2 en punto. La subida al Poas requiere hacer una provisión de imaginación al poder, tortilla de patatas, y un traje de buzo, a no ser que se sea un fanático de “cantando bajo la lluvia”.
Nos devuelven cerca del Mercado Central, así que nos acercamos a dar una vuelta. Como la mayoría de mercados en el mundo, estupendo, bullicioso, con sabroso sitios para comer, y lleno de colorido. Al salir, Cristóbal se queda de compras por la zona comercial de los alrededores para proveerse de algo de ropa en sustitución de la que contenía su mochila emancipada.
Al llegar al hotel, ocupado prácticamente en su totalidad por un equipo de Fútbol americano panameño que, por lo que beben debe estar patrocinado por una marca de cervezas, recogemos los bultos, y nos acompañan al Green Hostel donde nos consiguieron alojamiento, unos pasos más abajo en la misma calle 11. Después de tocar el timbre y entreabrir una puerta tapada con cortinas al igual que el resto de todas las demás ventanas, nos reciben dos mujeres que parecen tan sorprendidas como nosotros. Una de ellas, que muestra sobre el culo al darse la vuelta, un oso de peluche rosa enganchado al cinturón, nos muestra en una nave barracón con una pecera bar en el centro, dos habitaciones de las cuales nos quedamos una con 8 camas repartidas en 4 literas de dos pisos tipo sollado militar, por 14$ cabeza. En la calle, jarrea como fuesen los monzones.
Una descripción sin puntos ni comas del Green Hostel de la calle 11, podría ser ésta: mujeres y hombres entrando y saliendo, 6 huéspedes perdidos, o sea dos brasileños, un gallego, y nosotros tres, una cerradura que no cierra, la espalda como una carretera de curvas al despertar, un joven recepcionista con la mente detenida en algún lugar ignoto, e introducción al sueño con acompañamiento de fanfarria de música, bebidas y risotadas en el bar pecera.
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