El último día en Madrid lo dedicamos a visitar el Palacio Real. Tras hacer una breve cola

accedemos al magnífico interior. Las salas se suceden a cual más exuberante: las lámparas-araña, las paredes tapizadas, los numerosos espejos, todo contribuye a darle al Palacio la grandeza de las dinastías más pomposas. La inmensa mesa del comedor de gala, lamentablemente, no está puesta, pues seguro que sería digno de ver. La armería contiene una abundante colección, pero esta clase de objetos no suele llamarnos demasiado la atención, por lo que la recorremos sin mucho interés.
Una vez fuera del Palacio es nuestra intención visitar la Catedral de la Almudena, pero no es posible porque está cerrada por obras.

Se nota que ya llevamos cuatro días de tute y vamos un poco al ralentí. Tranquilamente nos acercamos hasta la Plaza de Oriente, entramos en los Jardines de Sabatini a descansar un ratito y bajamos por la Cuesta de San Vicente para ir a los Jardines del Campo del Moro. Volvemos sobre nuestros pasos para acercarnos hasta la Plaza de España y seguimos un poco más hasta el Templo de Debod en el Parque del Oeste. Como es lunes está cerrado y no podemos visitarlo.
Llega la hora de comer y se aproxima el momento de recoger maletas e ir al aeropuerto. Gastamos nuestro último rato callejeando un poco más por el barrio de Lavapiés, que quizás conoció tiempos mejores pero que ahora nos parece un tanto degradado.
Por desgracia, todo lo bueno se acaba, los viajes no son una excepción y además parece que lo hacen más deprisa que cualquier otra cosa. Seguro que nos hemos dejado muchas cosas por ver, muchas calles por recorrer y muchas fotos por hacer, pero siempre es mejor marcharse con la sensación de que hay que volver algún día.