Lido
Cuando el sol se estaba acercando hacia el horizonte a mi mujer se le ocurrió una feliz idea. ¿Por qué no vamos ahora al Lido?, porque mañana no nos va a dar tiempo. Y realmente tenía razón, aparte de que del sestiere de San Marco ya habíamos visto cosas el día anterior, otras (la ruta desde San Marco a Ponte Rialto por las Mercerie) ya las habíamos hecho en el 2006 y algunas otras próximas al hotel las podríamos ver a la vuelta del Lido. Así que, a la llegada a la parada de Zattere cogimos el vaporetto, no recuerdo si la línea 1 o la 51 (da igual porque tardan casi lo mismo), y nos fuimos al Lido. Ya sabíamos que no íbamos a ver gran cosa, pero nos apetecía ir, por aquello de la gloria pasada del Lido y su relación con el mundo del cine, porque otro tipo de visitas o no era factible por falta de tiempo, interés o porque estaba cerrado, por ejemplo, el cementerio judío. Sobre éste último hay una historia de una epidemia de peste que afectaba sólo a los niños judíos. Un rabino solucionó el problema mediante un ayudante suyo que acudió por la noche al cementerio donde jugaban los espíritus de los niños muertos con sus sudarios. Le robó el sudario a uno y le dijo que no se lo devolvería si no le revelaba el motivo de tanta mortandad infantil. El fantasma del niño le contó que se debía a que unos padres mataron a su bebé nada más nacer. Los padres fueron detenidos y confesaron su crimen, por lo que fueron entregados a la justicia y a partir de ahí cesaron las muertes de los niños.
Después de 15 minutos de travesía llegamos a la parada del Lido y… ¡Por Dios, si resulta que existen los coches! Es como si nos hubiesen llevado atrás en el tiempo y de golpe, en estado de shock, nos hubiésemos despertado con el bullicio del mundo moderno. ¡Se estaba tan bien en Venecia sin esos ruidos, carreteras…! Quizá hubiese sido mejor haberlo dejado para el último día, después de la despedida de Venecia, pero no era posible.
Pero bueno, habíamos ido allí por algo. Estábamos en el Porto di Lido, donde acudía todos los años el dux para lanzar un anillo al agua como símbolo del matrimonio de Venecia con el mar.
Empezamos el recorrido a pie (2,2 km en total, que con la vuelta serían 4,4), en primer lugar por el Gran Viale Santa Maria Elisabetta, la principal calle comercial que cruza la isla. En ella hay tiendas, restaurantes y algunos bonitos edificios art nouveau como el hotel Ausonia Palace.
Cuando el sol se estaba acercando hacia el horizonte a mi mujer se le ocurrió una feliz idea. ¿Por qué no vamos ahora al Lido?, porque mañana no nos va a dar tiempo. Y realmente tenía razón, aparte de que del sestiere de San Marco ya habíamos visto cosas el día anterior, otras (la ruta desde San Marco a Ponte Rialto por las Mercerie) ya las habíamos hecho en el 2006 y algunas otras próximas al hotel las podríamos ver a la vuelta del Lido. Así que, a la llegada a la parada de Zattere cogimos el vaporetto, no recuerdo si la línea 1 o la 51 (da igual porque tardan casi lo mismo), y nos fuimos al Lido. Ya sabíamos que no íbamos a ver gran cosa, pero nos apetecía ir, por aquello de la gloria pasada del Lido y su relación con el mundo del cine, porque otro tipo de visitas o no era factible por falta de tiempo, interés o porque estaba cerrado, por ejemplo, el cementerio judío. Sobre éste último hay una historia de una epidemia de peste que afectaba sólo a los niños judíos. Un rabino solucionó el problema mediante un ayudante suyo que acudió por la noche al cementerio donde jugaban los espíritus de los niños muertos con sus sudarios. Le robó el sudario a uno y le dijo que no se lo devolvería si no le revelaba el motivo de tanta mortandad infantil. El fantasma del niño le contó que se debía a que unos padres mataron a su bebé nada más nacer. Los padres fueron detenidos y confesaron su crimen, por lo que fueron entregados a la justicia y a partir de ahí cesaron las muertes de los niños.
Después de 15 minutos de travesía llegamos a la parada del Lido y… ¡Por Dios, si resulta que existen los coches! Es como si nos hubiesen llevado atrás en el tiempo y de golpe, en estado de shock, nos hubiésemos despertado con el bullicio del mundo moderno. ¡Se estaba tan bien en Venecia sin esos ruidos, carreteras…! Quizá hubiese sido mejor haberlo dejado para el último día, después de la despedida de Venecia, pero no era posible.
Pero bueno, habíamos ido allí por algo. Estábamos en el Porto di Lido, donde acudía todos los años el dux para lanzar un anillo al agua como símbolo del matrimonio de Venecia con el mar.
Empezamos el recorrido a pie (2,2 km en total, que con la vuelta serían 4,4), en primer lugar por el Gran Viale Santa Maria Elisabetta, la principal calle comercial que cruza la isla. En ella hay tiendas, restaurantes y algunos bonitos edificios art nouveau como el hotel Ausonia Palace.
Una vez llegamos al final de ésta, torcimos a la derecha hacia el sur (Lungomare Guglielmo Marconi) y llegamos al Hotel Des Bains, el de la novela de Thomas Mann y la película de Visconti Muerte en Venecia. Allí bajamos a la playa, de 12 km de extensión, zona residencial sobre todo turística, lugar preferido en el XIX de Shelly, Lord Byron y otros.
Son típicas sus cabanas (casetas) rayadas. Hoy ya no tiene el encanto de los años 30 del siglo XX: masificación, bullicio… aunque cuando llegamos se estaba poniendo el sol y estaba todo tranquilo porque no era temporada punta de verano. Pero no vayáis a pensar que disfrutamos de una preciosa puesta de sol, entre otras cosas porque se puso por la otra parte de la isla. Simplemente nos quedamos sin luz poco a poco.
Y así, por la misma avenida y más al sur, llegamos al edificio fascistoide de la Mostra Internacional de Cine de Venecia, exteriormente sin nada que la identifique como tal, salvo porque reconocíamos el edificio.
Un poco más adelante aún nos sorprendía en la oscuridad la silueta morisca del Hotel Excelsior, dónde suelen realizarse las ruedas de prensa y entrevistas a los famosos que acuden al festival de cine y donde se utilizó uno de sus grandes salones como plató para el film Érase Una Vez en América, de Sergio Leone, en sus secuencias inolvidables de violines y de baile con el tema de fondo Amapola, adaptado por Ennio Morricone.
Y bien, para regresar, nos dimos cuenta de que el bus tardaría en llegar por lo menos casi media hora (horario de domingo) con lo que, a pesar de cansados, decidimos volver andando y parar a cenar en algún sitio del Gran Viale Santa Maria Elizabetta. Y así fue. Después de rebuscar un poco y, más por el precio que por otra cosa, paramos en un snack bar regentado por chinos, pero con comida italiana, nada especial, a unos pocos metros de la parada del vaporetto, según volvíamos, en la acera derecha del Gran Viale. La comida se puede decir que era bastante básica pero comestible y bastante barata, unos 20€ los dos, incluida el agua y la cerveza, sin pagar aparte cubierto ni servicio.