Día 4. Recorrido 165 Km. aproximadamente.
La mañana la dedicamos completa a OLITE. El Castillo (Palacio Nuevo en realidad) abre sus puertas a las 10:00 de la mañana y a esa hora estábamos allí para visitarlo. Sinceramente, me encantó. Y eso que en sus interiores no hay prácticamente nada, es decir, no está amueblado ni tiene un sin fin de obras de arte colgando de sus muros. Sin embargo, es uno de esos lugares en que palpas el sabor medieval. Tiene un sin fin de torres, escaleras de caracol, almenas, pasadizos… y te puedes mover por ellos a tus anchas, como si fueras un caballero o una princesa de la época. Hay visitas guiadas, pero con la entrada te dan un plano guía que te explica el recorrido y la historia de distintos lugares por los que pasas. Va en gustos, pero a mi me resultó suficiente el plano guía; aun así, te entretienes por todas partes y se tarda bastante en visitar, más de dos horas.
Después de ver el castillo estuvimos un buen rato paseando por las preciosas calles medievales de Olite y también visitamos el Museo del Vino, que, la verdad, nos dejó un poco fríos.. Si os interesa el tema, creo que es mejor ver una bodega. Compramos vinos (entre ellos el Moscato –un moscatel gasificado-, recomendado por una forera) y dulces, pensamos en quedarnos a comer en Olite, pero al final preferimos seguir camino hasta Ujué, que está a unos 20 minutos en coche. Antes de irnos aún nos entretuvimos algunos minutos por Olite, cuesta trabajo dejar estos preciosos rincones medievales.
Y ya desde la carretera, el castillo de Olite sigue destacando imponente:
A UJUÉ se llega pasando por San Martín de Unx, un pueblo realmente bonito, que hubiera merecido una tranquila parada de haber tenido más tiempo disponible. Ujué está en un alto y ya desde la carretera NA-5310 se obtienen hermosas perspectivas que también alcanzan a Olite y al embalse de Pitillas. Aparcamos el coche junto a la entrada de la basílica/fortaleza y, nuevamente, nos llamó la atención la poca gente que había visitando el pueblo. Otra vez estábamos prácticamente solos. Apenas nos cruzamos con una docena durante toda nuestra visita, los tenderos que ofrecían sus típicas almendras garrapiñadas no parecían muy contentos. No sé si es que la gente va en otra época (quizás el otoño) o que hacía bastante calor o qué, el caso es que vimos casi solos la Iglesia y el famoso mirador que regala sus amplias vistas en lontananza desde la fortaleza. Sin embargo, los tejados de algunas casas entorpecen la visión y a mi me gustó más otro mirador que hay más abajo, en el pueblo, junto a las vallas de un aparcamiento.
Iglesia/fortaleza:
Teníamos pensado comer en el Mesón las Torres, pero estaba cerrado por descanso, al igual que el resto de los restaurantes del pueblo a excepción del Mesón Las Migas, lo cual me hizo pensar que con tan poca afluencia de visitantes, salvo quizás los fines de semana, los restaurantes se van turnando para la captación de clientes, lo cual no me parece mal (bueno, es sólo una suposición). En cualquier caso, el Mesón Las Migas está muy bien, instalado en una casona típica y el menú degustación por 26 euros cumple con nota: las migas con chistorra, estupendas.
Para bajar la comida y desafiando al sol y al calor, dimos un paseo por el pueblo de delicioso sabor medieval, con sus calles estrechas y sus casas de piedra adornadas con un sin fin de flores: sabiendo abstraerse de cables eléctricos y de los coches, una auténtica vuelta por el medievo. Si se va a Olite, aconsejo no marcharse sin visitar Ujué: un desvío de 20 kilómetros que merece la pena.
Para bajar la comida y desafiando al sol y al calor, dimos un paseo por el pueblo de delicioso sabor medieval, con sus calles estrechas y sus casas de piedra adornadas con un sin fin de flores: sabiendo abstraerse de cables eléctricos y de los coches, una auténtica vuelta por el medievo. Si se va a Olite, aconsejo no marcharse sin visitar Ujué: un desvío de 20 kilómetros que merece la pena.
Había llegado el momento de cambiar radicalmente de escenario y nos dispusimos a ir hacia el norte. Cien kilómetros nos separaban del Valle del Baztán, nuestro siguiente destino. Pasado Pamplona, tomamos la N-121a y nos dirigimos al parque natural del SEÑORÍO DE BERTIZ, en concreto a su acceso por el pueblo de Oieregui. Sus orígenes se remontan al siglo XV, aunque quien lo impulsó fue Pedro Ciga, que en el siglo XX repobló su arbolado. Hoy en día es un gran hayedo, pero también cuenta con robles, alisos, avellanos y fresnos, y tiene un Jardín Botánico con especies exóticas. En la Oficina de Información Turística nos dieron unos folletos muy interesantes de toda la zona pirenaica navarra, y en el acceso al Parque, en el Centro de Interpretación de la Naturaleza, nos entregaron un mapa con los itinerarios que se podían hacer, ya que nos apetecía más recorrer el bosque que ver el Jardín Botánico (debe ser muy bonito, pero jardines botánicos hemos visto muchos). Como era tarde, nos recomendaron un recorrido circular de dos horas por el bosque, la ida por un sendero que sube entre árboles y la vuelta por una pista paralela al río. La ida me gustó mucho más que el regreso por la pista. De nuevo prácticamente solos, en medio de un silencio solo roto por el rumor del viento sobre las hojas, nos dejamos absorber por el influjo del “bosque encantado”.
Y realmente parecía tener un toque mágico con los rayos del sol que se filtraban a duras penas entre la espesa hojarasca, ofreciendo dorados reflejos mágicos sobre el musgo agarrado a los troncos caídos, y cuando el agua empezó a surgir en pequeños regueros y cascaditas en su camino hacia el río Bidasoa se completó la ilusión del encantamiento.
De vuelta a la entrada, seguimos por otro sendero que lleva al puente medieval de Oieregi y al palacio de Reparacea.
Como ya estaba anocheciendo, volvimos al aparcamiento por la carretera, lo que nos permitió cruzar el pueblo, realmente bonito. Ya en el coche, nos dirigimos hacia Elizondo, contemplando por el camino unos maravillosos paisajes que, al atardecer, hacían dudar de si estabas en un idílico valle de los que salen en los anuncios de chocolate suizo.
Cenamos en Elizondo, en una terraza, buenas raciones y a buen precio. Después seguimos camino al cercano hotel de carretera que habíamos reservado para pasar la noche después de un día realmente gratificante.
Cenamos en Elizondo, en una terraza, buenas raciones y a buen precio. Después seguimos camino al cercano hotel de carretera que habíamos reservado para pasar la noche después de un día realmente gratificante.