De nuevo nos vino a recoger el taxi turístico a las 8 de la mañana. Atravesamos el Desfiladero de la Hermida, un espectacular tramo de la carretera encajonado entre montañas y lleno de curvas. Durante buena parte del camino vamos siguiendo el trayecto del río Deva.
La primera parada la hicimos en la iglesia de Santa María de Lebeña, uno de los más notables ejemplos de arte prerrománico de Cantabria. La tradición dice que la mandaron construir los condes de Liébana, don Alfonso y su esposa doña Justa, en el año 924. Algunos textos dicen que lo hicieron para llevar allí los restos de Santo Toribio y otros como perdón por haber querido hacerlo. Sea como sea, se dice que el conde sí quiso hacer ese traslado de los restos y que el santo les dejó ciegos a todos hasta que no desistieron en su empeño. Creo que nadie que pase por allí debería pasar por alto esta hermosa iglesia mozárabe. También nos hicimos fotos en el tejo, destruido por un rayo en 2007, que se cree que está allí desde la fundación del templo. Los tejos eran árboles sagrados para los celtas y simbolizaban la vida pero también la muerte.
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Llegamos a Potes a las 10 de la mañana. Liébana es la comarca más al oeste de Cantabria, tradicionalmente marcada por un carácter abrupto, de difícil acceso y un claro aislamiento. En Potes, la capital de la comarca, confluyen los valles lebaniegos: el valle de Camaleño o Valdebaró, hacia Fuente Dé, donde un teleférico nos lleva a las montañas de los Picos; el valle de Cereceda, hacia el puerto de San Glorio y el valle de Valdeprado, que se dirige a Piedrasluengas. Durante la Guerra Civil la villa sufrió un gran incendio que afectó casi en su totalidad el casco histórico. Su fiel reconstrucción hizo que en 1993 fuese declarado conjunto histórico.
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El monumento más emblemático de Potes es la torre del Infantado, del siglo XV, que fue la Casa del Marqués de Santillana, famoso poeta del siglo XV. Su nombre recuerda el nombramiento del marqués de Santillana como duque del Infantado por los Reyes Católicos. Es una casa-torre, de planta cuadrada y rematada por 4 torres angulares terminadas en almenas, que está situada en pleno casco antiguo de la villa. La torre alberga interesantes exposiciones y se permite subir a lo alto para contemplar una bella estampa de la villa. La entrada nos costó 3 euros por persona. Pudimos ver una exposición sobre el beato de Liébana, del que hablaré más tarde, y otra de naturaleza en la planta baja.
También nos hicimos una foto en la nueva iglesia de san Vicente (del siglo XIX) y en la vieja (del siglo XIV), una al lado de la otra. En ésta última ahora está la oficina de turismo y también acoge exposiciones. Tiene WC público.
Dimos un paseo por el pueblo, bajamos al puente medieval (pasando junto a la Torre de Oreja de Lama- ahora museo de brujería) y pasamos al barrio de la Solana. Para aquellos que se tengan que quedar a comer en Potes sólo comentar que hay muchos restaurantes con menú económico (todos los que vi rondan los 11 euros). También comentar que si queremos comprar algún recuerdo gastronómico vale la pena entrar en alguna tienda de ultramarinos del pueblo y no en las pensadas para turistas. Los productos son los mismos y el precio mucho menor. Compramos una barra de pan, un queso de cabra y un borono (un embutido parecido a la morcilla hecho con masa de sangre de cerdo, tripa de cerdo, cebolla, sal, manteca y especias (comino, pimiento, etc.), pero que amasa con harina de maíz y de trigo) por unos 12 euros.
Dejamos Potes a las 11.10 horas, demasiado pronto pero el día no da para mucho relajo. Nos encaminamos a uno de los platos fuertes del día, al monasterio de Santo Toribio de Liébana, que apenas está a 3 kilómetros. Junto con Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz es uno de los lugares santos del Cristianismo y fue declarado monumento nacional en 1953. Se sitúa a 410 metros sobre el nivel del mar en la ladera norte de la sierra de Viorna. Sus orígenes no están claros. La fundación se atribuye a un obispo de Palencia llamado Toribio, que llegó aquí en el siglo VI junto con otros cinco compañeros buscando recogimiento espiritual. Se instalaron en las laderas del monte, en la llamada Cueva santa. Parece ser que durante el reinado de Alfonso I (mediados del siglo VIII), éste repobló la zona de la actual comarca de la Liébana, donde se asienta el monasterio actualmente. En el siglo VIII el cuerpo de otro obispo, Toribio de Astorga, se trasladó aquí junto con unas reliquias que se cree que había traído de Tierra Santa. La más importante de todas ellas es el Lignum Crucis. En este monasterio y también en el siglo VIII el monje Beato de Liébana escribió e ilustró sus libros. Aunque adoptó el “apellido” de Liébana probablemente procedía de Toledo o de Córdoba. Entre todos los libros que escribió destaca el de Comentarios al Apocalipsis, precedente de los famosos libros miniados y que cuenta con fabulosas ilustraciones. El Beato es muy conocido por ser un firme defensor de la ortodoxia cristiana y luchó toda su vida contra los herejes que decían que Jesús era hijo adoptivo de Dios.

El edificio más importante es la iglesia, de estilo gótico, cuya construcción empezó en 1256 en estilo prerrománico y románico con influencia cisterciense. Ha sido remodelado varias veces con posterioridad. Siguiendo la regla de san Bernardo es muy sobrio. Tiene planta rectangular, con tres naves y una torre al pie de la nave central. Su fachada es similar a la de la actual catedral de Santander. Tiene dos puertas, la que se utiliza normalmente, con su arco apuntado, y la llamada Puerta del Perdón, que sólo se abre en cada Año Jubilar (cuando el día de santo Toribio coincide en domingo).
El Lignum crucis está en una capilla abovedada de estilo barroco de principios del siglo XVIII, en el muro norte de la iglesia y bajo la “vigilancia” de una estatua del fundador de la capilla, Francisco Gómez de Otero y Cossío, inquisidor de Madrid y arzobispo de santa Fe de Bogotá. Se ha considerado que esta reliquia corresponde al brazo izquierdo de la cruz que santa Elena, madre del emperador Constantino, dejó en Jerusalén. La madera, de 635 mm. x 393 mm. y con un grosor de 40 mm., está dentro de un relicario en forma de cruz hecho en plata dorada en el siglo XVII.
El claustro se acabó en el siglo XVIII. Precisamente es el primera dependencia que visitamos. Para facilitarles las cosas a los turistas está lleno de paneles explicativos sobre todo lo que yo he dicho antes y alguna cosita más. Pero no conviene despistarse mucho, sobre todo si ha entrado algún grupo organizado, y es importante estar ojo avizor. Cuando viene es cantidad de gente el cura (sí, sí, el mismísimo cura) ejerce de guía turístico y da una explicación en la capilla del Lignum crucis sobre lo que es y sobre las pruebas del carbono 14 que demostraron que era madera procedente de aquella época y de un árbol que se da en Palestina. Así mismo lo dice el hombre y no pretende convencernos de nada más a pesar de que intercala algunos rezos en medio de su explicación. Pero lo mejor de todo es cuando deposita la reliquia en un rincón y deja que todos vayamos pasando en fila india y la besemos. No ha tenido en cuenta que él apenas tiene 300 gramos de carne y ya es mayor y que, como dije, el relicario es de oro y plata. Sólo por eso (dejando de lado cuestiones de creencia religiosa y quedándonos sólo con lo material) ya es un objeto muy goloso para ladrones. Por cierto, la visita es gratis.
Después de la visita y de algunas fotos (no podían faltar algunas en la puerta del Perdón y otras en todo el edificio, precioso), dejamos Santo Toribio y nos encaminamos a aquello que tanto miedo me está dando desde que organizamos el viaje, a Fuente Dé. Llegamos allí sobre la una de la tarde.
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Fuente Dé es una pequeña localidad conocida por su circo glaciar, poblado de hayedos y en el cual nace el río Deva. Este lugar cuenta con un parador de turismo y un teleférico que salva un desnivel de 753 metros con una longitud de cable de 1.640 metros. A la estación superior del teleférico se le llama El Cable y allí existe un mirador sobre el valle, una de las atalayas más espectaculares sobre los Picos de Europa. El trayecto se realiza en poco más de 3 minutos. Tanto en el propio Fuente Dé como en El Cable se inician diversos itinerarios de montañismo y senderismo. Una pista nos lleva hasta la horcadina de Covarrobles, con la impresionante pared de Peña Olvidada (2.413 metros) justo enfrente. Se puede seguir hasta los puertos de Áliva, donde se acurruca el Chalet Real, edificación construida para las cacerías de Alfonso XIII, ante la mole de Peña Vieja (2.613 metros).
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Cualquiera que haya visto alguna foto del teleférico sabrá el por qué de mis miedos si además digo que padezco de vértigo. Ver aquella cabina elevándose hacia las enormes paredes de piedra a semejante altura no es algo que me apeteciera mucho hacer. Nos dirigimos a las taquillas y compramos el billete, sólo de ida porque teníamos pensado hacer una caminata hacia Espinama. Había sido una recomendación del taxista y nos pareció estupendo. No nos íbamos a limitar a ir hasta el Chalet Real, como comenté anteriormente, sino que teníamos pensado bajar hasta el pueblo de Espinama. A pesar de haber unos 9 kilómetros prácticamente todo es de bajada y por una buena pista. Genial porque sólo iba a subirme en el aparatito una vez.
No obstante deberíamos haber hecho caso al señor de la taquilla. Cuando le conté lo que íbamos a hacer me advirtió de que había mucha nieve. Le contestamos que ya veríamos y compramos el billete de un trayecto (10 euros). Y a esperar al cable...
Las cabinas están capacitadas para llevar a unas 20 personas a la vez y tengo que decir que, una vez arriba, todo se ve con otros ojos. Sí, ciertamente va muy alto pero en honor a la verdad da más miedo desde abajo que dentro. Fui mirando todo el tiempo (más que mirando, admirando el paisaje). Pero nada es comparable con lo que nos encontramos al llegar arriba. Nieve por todas partes. Nieve, nieve, nieve.
Quizás algunos han visto un balconcito que sale sobre el precipicio. Genial para las fotos pero poco apto para personas que tengan miedo (las rejas están en el suelo también y se ve... ¿la nada?). Eso sí, el paisaje que te rodea es espectacular aunque sea imposible dar un paso por el camino previsto hacia Espinama. Si no se ven los caminos...
En seguida tuvimos claro que de paseo nada de nada. Comimos allí y alquilamos por 5 euros en la tienda de actividades deportivas un trineo para tirarnos por las colinas nevadas. Muy barato teniendo en cuenta que no hay límite de tiempo ni de personas para usarlo. A pesar de la nieve allí arriba hacía un calor terrible. De hecho más que en ningún otro sitio en todo el viaje.
Después de un buen rato (unas dos horas y media) disfrutando de la panorámica decidimos bajar. Volvimos al teleférico y compramos un billete de regreso (extrañamente nos cobraron 9 euros, no sé por qué). La bajada, al igual que el ascenso, no da nada de miedo. Estuve todo el rato admirando el paisaje (entre otras cosas la cascada de nacimiento del río Deva, pequeñísima) y hablando con el hombre que nos había advertido antes.
Hicimos alguna foto más (una de ellas al monumento al teleférico, una de las cabinas antiguas) y emprendimos camino hacia Espinama, por carretera que es lo más seguro. Ya que no podíamos hacerlo por arriba lo haríamos por abajo. Apenas nos separan del pueblo 3,5 kilómetros que se hacen con facilidad (por aquella carretera casi no pasan coches). Hasta que llegó la hora de coger de nuevo el taxi dimos un paseo y vimos las casonas, varios hórreos y la antigua iglesia del siglo XVII, hoy en ruinas.
Ya de regreso a Santander paramos un momento en Los Llanos, apenas cuatro casas, y a un kilómetro subiendo por la carretera, en el bonito pueblo de Mogrovejo, al pie de los Picos de Europa.
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Llegamos a Santander, junto al Ayuntamiento, a las 7 de la tarde. Como aún era temprano visitamos la cercana casa de Menéndez Pelayo (gratis). Se encuentra por detrás de la biblioteca. Se pueden apenas 4 habitaciones con recuerdos del sabio y de su familia. Luego nos quedamos a ver el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Cantabria (MAS) comparte espacio con la biblioteca (de hecho está en el edificio de la esquina en el mismo jardín). La gran joya artística del museo es el retrato de Fernando VII, pintado por Francisco de Goya en 1814 por encargo del Ayuntamiento de Santander. Tengo que decir que de obras antiguas casi no vi ninguna, alguna suelta, y sí muchas cosas raras. En cuanto al famoso “goya”, teníamos a Fernando VII con su cara de vinagre rodeado de obras de mujeres desnudas, cosa que queda algo rara, la verdad. La visita es gratis, eso sí.
Para cenar fuimos a tomar unos pinchos en Días de Sur, en la calle Hernán Cortés (muy buenos y a 1,50 cada uno).